2025. Una nueva oportunidad para obrar el Bien


«Porque el recto camino del amor, tanto si lo seguimos por nosotros mismos como si somos guiados en él por otros, consiste en empezar con las bellezas de aquí abajo y en seguir elevándonos hasta la belleza suprema». Platón (El Banquete)

Nos levantamos con alegría, desayunamos dando gracias interiormente por la gracia de estar vivos y decidí no hacer nada, excepto leer algunos capítulos del libro escrito por Éloi Leclerc sobre la vida de San Francisco, “La Sabiduría de un Pobre”, regalado no hace mucho por una buena amiga. En algunas de sus páginas, describía la tristeza y cansancio que Francisco sentía ante las luchas internas de su orden franciscana. De cómo unos y otros querían alejarse de los principios de pobreza y humildad y de lo difícil que resultaba mantener la disciplina de la simplicidad. De alguna forma muy modesta y humilde, me veía reflejado cuando en el proyecto de los bosques ocurrían cosas parecidas. Aquella agotadora lucha por mantener la vida simple y la inofensividad hizo que terminara totalmente cansado y abatido, alejado de la alegría y el entusiasmo inicial y poderosamente convencido de que, si quería seguir con vida, debía descansar completamente, retirándome a un lugar tranquilo y apartado.

El año 2024 se cierra con ese sabor agridulce entre lo bueno que recibimos y lo angustioso del mundo exterior. Para mí ha sido el año del descanso, del reposo, de la reconstrucción interior. Un año en el que poner orden en cientos de asuntos y asentar la base para crear otra utopía humana: la creación de una familia tradicional en los tiempos que corren. Papá, mamá, y pronto nuestro primer hijo. No lo expreso como una reividicación, sino con extrañeza incluso para mí mismo.

Este gran acontecimiento en mi vida personal no me retrae de las obligaciones y compromisos interiores. De alguna forma, y paradójicamente, lo refuerzan. Sigo pensando que en el mundo en el que vivimos hacen falta muchas utopías, muchos proyectos que versen su existencia en la inofensividad, en el silencio, y en valores que pongan de manifiesto que un mundo en paz y armonía es posible. Me gustaría que nuestro hijo, sin ningún tipo de perspectiva futura, no solo creciera en esa creencia, sino que fuera corresponsable de ese compromiso con la vida, con la humanidad y con el planeta. Uno de nuestros esfuerzos, más allá de la construcción material, será la de su construcción interior, en valores, para que su vida sea rica exterior e interiormente.

Me gustaría decirle, hijo mío, es bueno que mantengas una vida ordenada y equilibrada, pero no olvides tu entorno y tu compromiso con la existencia. Haz lo que puedas para colaborar en la construcción de un mundo bueno, en llevarte bien con la comunidad donde residas, apoyándola en su bienestar, y en ser bueno para los demás, buscando en la belleza lo sublime de la vida.

Hace siglos hubo gente que luchó por abolir la esclavitud, otros que lucharon por el voto universal y otros que han dado su vida para crear un mundo mejor y más justo. Hijo, es bueno que disfrutes de la vida, que mantengas en alto rendimiento la alegría de vivir, pero no te olvides de los otros, y del mundo.

Este año hemos trabajado duro para, más allá del descanso merecido, poner orden en nuestras propias vidas. De alguna forma aún no perfecta lo hemos conseguido. Y tras el descanso y el orden, vuelve la necesidad de colaborar activamente en la creación de ese nuevo mundo. Ahora toca diseñar cómo hacerlo de forma inteligente, y no impulsivamente, como en años pasados. Toca buscar alianzas, fuerzas y recursos para que esa necesidad de hacer de un mundo bueno, un mundo mejor, se realice ordenadamente.

Este 2025 será un año de alegría, de recepción de la nueva vida, de muchos cuidados y atención. Pero también será un año donde se sembrará la semilla de lo que tiene que venir. El silencio será un tejido protector para que la semilla crezca en la tierra húmeda y oscura. Las utopías deben seguir existiendo, y los arquitectos de las mismas deben seguir soñando sus rectos caminos hacia el amor. El 2025 es el año del gran concilio de esos arquitectos. Ojalá que durante los cien siguientes años, hasta el siguiente concilio, podamos elevar las vibraciones de nuestras vidas, y acompañar al progreso humano desde la inofensividad y el amor hacia todos los seres sintientes. Cumplamos con nuestra parte y que así sea.

Ciclos de retiro, pero no de abstracción


Tras un gran ciclo de actividad que ha durado diez intensos años, ahora toca un ciclo de retiro. Toca coger fuerzas, trabajar en silencio y en el espectro invisible para bucear en la nueva necesidad y en las formas adecuadas de poder ser útiles a las mismas. Toca un ciclo de retiro, pero no de ensimismamiento. Hay que evaluar lo realizado, buscar sus fortalezas y recoger el elixir de todas sus enseñanzas. Ese elixir es puro y verdadero, y servirá de alimento en el invierno silencioso.

El florecimiento de la inteligencia y la consciencia añadida es algo inminente. Aun viviendo en el egoísmo emocional, toca subir un escalón más hacia el plano mental, hacia la inteligencia activa, hacia una mente completamente conectada con la Vida y la Consciencia. Trabajar para que eso ocurra forma parte de nuestra misión como humanidad. Los iniciados en esa verdad deben trabajar poderosamente en el plano mental para que la evolución humana se manifieste en todo su esplendor.

La Vida sustentadora eleva su frecuencia, alcanza nuestras mentes y activa nuestros centros más profundos. Eso que los antiguos llamaban la cualidad divina, no es más que una expresión elevada de nuestro potencial humano. La intención llamada por algunos “espiritual”, no es más que añadir un grado de compromiso y responsabilidad con los objetivos universales de nuestra existencia como patrimonio humano.

En los ciclos de retiro, una amplia actividad creadora se amplifica en nuestro interior, pudiendo con ello facilitar las acciones futuras de forma inteligente y con una voluntad más poderosa. Retirarse a descansar provoca un resurgimiento de la fuerza interior, un poderoso rayo de buena voluntad que deberá ayudar en nuestro pequeño ciclo individual, al gran ciclo compartido. Cada poso de nuestro ser beneficia profundamente a la Gran Obra de la existencia en la que vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser. Estas tres palabras expresan la triplicidad de la manifestación, porque «Ser» significa el aspecto más profundo, el Espíritu que realmente somos, como decían los antiguos. «Nos movemos», se refiere al alma o aspecto consciencia, utilizando un término más actual. Y »vivimos” significa la apariencia en el plano físico, aquello que creemos que somos en esta manifestación. En este plano exterior de manifestación tenemos la fundamental síntesis de la vida encarnada. Esta idea enfatiza la dependencia absoluta de los seres humanos respecto a la idea de lo que los antiguos llamaban Dios, quien es la fuente de la vida, el movimiento de todos los ciclos y edades y la existencia misma.

En los ciclos de retiro, puede ocurrir que la aspiración llegue a su fin, y en su lugar aparezca la convicción más absoluta. Desde esa convicción que nace de las propias certezas interiores, podemos ser capaces de mantenernos firmes e inconmovibles, no importa lo que suceda o lo que ocurra a nuestro alrededor. Cualquier escenario es un campo de experiencia del cual se puede sacar un apropiado elixir. Mantenerse firme ante las más difíciles circunstancias es una característica de aquel que ha despertado a una realidad mayor.

Vivir como almas y no como meras y separadas personalidades es enfrentarse simultáneamente a cientos de experiencias y acontecimientos. No solo somos capaces de observar lo que ocurre en el plano de la materia, sino también en los planos sutiles, en las emociones y deseos del mundo y en el pensamiento de la Mente Una. Eso es enfrentarse a realidades que superan las que ocurren en un ciclo normal de una vida pequeña y egoísta. Más allá de su limitada vida personal, podemos llegar a ser capaces de vivir y sufrir en nuestras carnes todos los acontecimientos mundiales, porque, de alguna manera, hemos experimentado la visión de todo lo que ocurre más allá de nuestra propia vida limitada. Tratamos de comprender, y al mismo tiempo, de interpretar a los demás, pero también tratamos de ayudar y ser útiles a las causas que superan nuestra propia realidad.

Existen muchas crisis en la vida del alma, más allá de las importantes crisis de la oportunidad y la crisis de la expresión. Muchas de estas crisis pueden ser resueltas gracias a las fortalezas interiores, las cuales nacen de una constante meditación, una profunda reflexión y una acertada actitud, nacida de la alegría y el correcto actuar. Esas fortalezas están internamente relacionadas con la propia voluntad interior, una expresión sincera del aspecto amor y una unión verdadera con la inteligencia activa, la cual debe guiarnos por las sendas apropiadas, conectándonos con la Vida Abundante y enriquecedora. Esto nos ayuda a discernir en la comprensión plena de lo que significa la vida involutiva y evolutiva y nos ayuda a invocar el espíritu de servicio al que nos debemos.

En definitiva, que los ciclos de retiro nos ayuden a reflexionar sobre el cumplimiento de nuestra parte en el Trabajo Uno, en la Gran Obra a la que pertenecemos, en la Vida Una de la que somos partícipes. Seamos abundantes para servir abundantemente, enriqueciendo con ello el gran Propósito de la existencia, arrojando la mayor cantidad de luz de la que seamos capaces y ayudando siempre al otro en sus propias metas. Recordemos íntimamente quiénes somos, y cumplamos con nuestra parte.

No hay tal lugar


Estimado Noam,

Este libro, que fue uno de los primeros que escribí allá entre 1994 y 2004, saldrá a la luz al mismo tiempo que naces a este mundo. Para mí es algo muy emocionante y simbólico, porque parir un libro, salvando las distancias, debe ser algo muy parecido a parir un hijo. Hijos del intelecto, de la emoción y del alma.

Aunque estos días estamos tu madre y yo muy nerviosos por tu pronta venida, una alegría inmensa atraviesa nuestros corazones, y quería celebrarlo con este regalo, con este librito, por si algún día te sirve de guía, o te sirve para conocer un poco más profundamente a tu padre.

Este libro fue escrito a caballo entre Linares, donde estudiaba mi primera carrera de trabajador social mientras me escondía de ser juzgado por insumiso, y Olesa de Montserrat, una bella localidad catalana en la que viví algún tiempo antes de que empezaran mis grandes aventuras por el mundo. Cansado del nacionalismo, y tras terminar mi carrera de antropología, me marché a vivir a Andalucía, la tierra de tus abuelos paternos. Allí hice un doctorado sobre comunidades utópicas que me llevó a vivir por medio mundo, especialmente un año en Escocia, en la comunidad de Findhorn, y dos años en el norte de Alemania.

En esa época nació la editorial y también, años más tarde, tras vivir en Madrid, el proyecto O Couso, en Galicia, donde estuve casi diez años intentando crear una utopía para inspirar un mundo más justo y bello. Aquella quizás fue una de las últimas utopías de nuestro tiempo. Es una paradoja que el título de este libro sea “No hay tal lugar”, es decir, Utopía. Ya debía yo intuir que durante mucho tiempo dedicaría parte de mi vida a las mismas.

Dos años después de esta gran aventura, de todas las utopías que he conocido, quizás el que tú vengas al mundo sea la más grande. Nunca pensé que el tener un hijo supusiera una razón superior para seguir adelante. Es una sensación extraña, después de tantas y tantas aventuras, enfrentarme a la paternidad, pero debo decir con agrado e ilusión que estoy deseoso de conocerte, de ponerte cara y alma y de compartir en familia el resto de mis días.

Otro libro que empecé a escribir tras un viaje a la India allá por el 2008 se llama Alexandra. Nunca pensé que la protagonista de ese libro iba a ser tu madre, a la cual conocí buscando afanosamente el origen del nombre de ese escrito nunca terminado. Y fue así como, tras grandes batallas que algún día conocerás, tu madre y yo nos vinimos desde Galicia a la Sierra Oeste de Madrid para acogerte en esta Vida, en este Amor, en esta Consciencia.

Si algún día lees este libro y estas letras, confío en que puedas entender lo profundo de todo cuanto aquí se expresa. También la necesidad de crear utopías para hacer de este mundo bueno, un mundo mejor. Te invitaré a ello cuando hayas crecido lo suficiente como para emprender tus propias aventuras.

Te quiere, tu padre.

Diciembre de 2024

 

De venta en Editorial Séneca. Los beneficios de autor de las ventas de este libro irán para comprar pañales para Noam. 

No Hay Tal Lugar

Me permito soñar


 

«Puedo establecer una regla para toda la humanidad con nuestras obligaciones en las relaciones humanas,» nos decía Séneca hace la friolera de dos mil años, «todo lo que se percibe es uno y nosotros somos partes de ese gran cuerpo. La naturaleza nos crea en estrecha relación unos con otros, ya que provenimos de la misma fuente y tenemos el mismo fin. Hace engendrar en nosotros un sentimiento mutuo y nos hace proclives a las relaciones de amistad. Dejemos que este verso (de Terencio) esté siempre en nuestro corazón y en nuestros labios: Homo sum; humani nihil a me alienum puto (Soy un hombre; nada de lo humano lo puedo considerar ajeno a mí)».

Y mientras leía esto postrado en la cama, siendo más un desecho que algo vivo, mi propia condición humana, con toda su imperfección, con toda su oscuridad, con todo su agravio, se revolvía interiormente, buscando ansiadamente una grieta de luz. Porque siempre hay algo dentro de nosotros, por muy tenue que parezca, que desea el bien. El bien para uno mismo, pero también el bien para los demás. La sensibilidad de algunos, los menos, extiende esa humanidad, esa luz, ese bien, hacia los otros reinos. Respetando sus vidas, protegiéndolas, buscando la manera de no dañar su propia naturaleza.

Presos de la ignorancia, nuestra bondad no resurge como la llama avivada ante el soplo y el aliento de la vida. A veces nos cuesta discernir entre ese momento de oscuridad infinita, de rabia incontestable, de tiránica reacción, y la apacible luz de la bondad. Y la bondad no es más que el resultado de ser capaces de apropiarnos de esa verdad indisoluble en la que todo lo que percibimos forma parte de un gran cuerpo, de un gran espíritu llamado humanidad, pero también llamado Naturaleza.

El pequeño yo divide la observación y paraliza la visión en el centro de uno mismo. Pero el yo expansivo es capaz de divisar los límites infinitos de esa fuente a la que pertenecemos. Por eso, hacer el bien a los demás es hacernos el bien a nosotros mismos. Ayudar y apoyar y cooperar con el otro es elevar nuestro bienestar hacia dimensiones aún desconocidas. Por eso, de forma hermosa, hace dos mil años, el sabio dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. La frase, cargada de misterio, revela algo imprescindible.

Dicen que la disciplina es el comienzo de todo. Deberíamos empezar disciplinando nuestros estómagos. Aligerarlos, llenarlos de luz. Eso apaciguará nuestra ansiedad, nuestra vanidad, nuestro egoísmo y avaricia. La sensatez comienza en la cocina, decía el sabio Nietzsche. Es algo que también pensaban Orígenes, Pitágoras, Cervantes, Da Vinci, Voltaire, Rousseau, Tesla, Tolstoy, Bernard Shaw, Gandhi, Margaret Fuller o Albert Einstein, personas influyentes que se negaban a practicar la violencia con los hermanos animales.

Da Vinci tuvo un sueño: “Llegará un tiempo en que los seres humanos se contentarán con una alimentación vegetal y se considerará la matanza como un crimen. Llegará un día en el que los hombres, como yo, verán el asesinato de un animal como ahora ven el de un hombre”. Ese día llegará, y entonces habrá paz en la Tierra entera. Un mundo sin guerras, un mundo en paz, porque habremos entendido el principio básico de la no-violencia.

 

«La nube de cosas cognoscibles»


¿Quién sabe, entonces, de dónde surgió esta creación por primera vez? Quizás fue creada o quizás no. El que vigila desde el cielo más alto, Él seguramente lo sabe. O quizás no lo sabe”. Rigveda, 10:129, 6-71

La idea ha sido expresada por algunos autores como la condición donde el buscador sincero es consciente de la «nube de cosas cognoscibles”. La nube no se ha precipitado suficientemente para que el agua descienda de las alturas al plano físico, o para que las «cosas cognoscibles” sean conocidas por el cerebro físico. Se percibe la nube como resultado de una intensa concentración y del aquietamiento de las modificaciones inferiores; pero hasta que el ser esencial no asuma el control, el conocimiento del alma no puede afluir al cerebro físico por medio del sexto sentido, la mente.

James Joyce también tenía algo que decir al respecto: «¡Bienvenida, oh vida! Voy a encontrarme por milésima vez con la realidad de la experiencia y a forjar en el yunque de mi alma la todavía no creada consciencia de mi raza».

Lo cierto es que el alumbramiento de la consciencia debe ser algo similar al alumbramiento de una vida. Viene de la oscuridad, y va hacia la luz, teniendo en cuenta que eso que llamamos luz no deja de ser una ilusión de un espectro de percepción. Podríamos pensar que la luz, pudiera ser algo cegador, algo que nos ayuda a percibir ciertas cosas, pero no todas las cosas que ocurren en la nube de lo cognoscible.

¿Quién sabe, entonces, de dónde surgió esta creación por primera vez? Quizás nadie lo sabe, ni siquiera aquellos o Aquello que nos creó. Quizás nunca encontremos respuestas, ni siquiera cuando la luz se apague en esa tragedia humana que llamamos tránsito. Quizás ni siquiera sea un tránsito, sino más bien un apagón definitivo. ¿Sobrevivirá algún tipo de alma, de átomo simiente? Nadie lo sabe. Ni siquiera el que vigila desde el cielo más alto.

Nuestra raza humana aún carece de consciencia. Sí quizás algunos individuos aislados que trabajan para acelerar el proceso consciencial y evolutivo. Pero como raza, como humanidad, seguimos peleando, asesinando, guerreando, viviendo vidas egoístas y aisladas y eliminando sutilmente la Vida en todas sus manifestaciones. Somos una raza depredadora, invasora y en cierta manera, somos una plaga sangrienta. La nube de las cosas cognoscibles aún no ha dilatado nuestras membranas sensibles.

«La nube de cosas cognoscibles» aparece como contraparte a «la nube del no-saber». Mientras que una representa el estado de no-conocimiento necesario para abrirse a la experiencia interior mediante la contemplación, «la nube de cosas cognoscibles» alude al conocimiento intelectual que puede adquirirse sobre el mundo interior y el mundo exterior a través del pensamiento y el razonamiento.

Estamos trabajando en la editorial por un lado en una nueva edición del texto medieval anónimo de un monje inglés del siglo XIV, y por otro, en un proyecto relacionado con Thomas Keating. Este sacerdote y místico moderno tomó muchas ideas de La nube del no-saber para desarrollar su método de Centering Prayer. Keating subraya, como el autor medieval, la necesidad de soltar los pensamientos para permitir que surja una conexión directa con lo Absoluto. Otros autores, quizás más intelectuales, subrayan la necesidad del conocimiento para poder guiar esa devoción mística. Otros, los menos, integran ambos caminos, el del corazón y el de la cabeza, para pasar a la acción de forma amorosa y sabia.

Los ángeles de Paiporta


 

“Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa: Tú puedes aportar una estrofa. No dejes nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre. No caigas en el peor de los errores: el silencio”. Walt Whitman

 

A finales de los años ochenta, los ángeles de Paiporta trajeron al mundo mensajes apocalípticos sobre un futuro incierto. De todas las predicciones que hicieron, prácticamente no acertaron en nada. Pero nadie supo ver en aquel momento que quizás del apocalipsis del que hablaban esos supuestos ángeles es del que se avecinaría años más tarde sobre esa ciudad.

Y nadie imaginó, viendo las imágenes de estos días en las que muchos nos hemos quedado mudos ante la impotencia, de que los verdaderos ángeles irían en masa a socorrer a la población desarmada, desconsolada y abatida. Las colas de voluntarios que desde todas partes del país e incluso de fuera han ido a socorrer tal catástrofe ha sido digno de elogiar. A aquellos que, por los motivos que fueran, no han podido ir hasta allí, pero han movilizado recursos y dinero para apoyar al pueblo devastado, también es digno de elogio.

En los primeros días de la catástrofe podíamos ver aquí en Madrid en los supermercados a voluntarios que llenaban los carros de cosas que pudieran ser útiles allí. Palas, comida, enseres. Uno nunca sabe lo que se va a encontrar. O ver salir al vecino, de profesión bombero, marcharse como voluntario para socorrer en las condiciones que fueran todo lo que desde allí pudiera ser útil. Si esta terrible Dana ha dejado un claro mensaje es ese que clama «que el pueblo salva al pueblo». Algo imborrable en la memoria de los que dan y de los que reciben.

Las imágenes no paran de llegar. De las cosas buenas, de aquello que nos hace humanos ante la adversidad, y también de aquellos que pretenden aprovecharse de situaciones límite. A estos nos les daremos espacio, tampoco a los políticos, incapaces de resolver sus diferencias incluso en los momentos más difíciles.

Recuerdo cuando hace cinco años se nos inundó completamente la casa gallega, una familia valenciana con una hija de nueve años decidió quedarse en pleno invierno para ayudarnos. Maia, la niña, no hacía más que animarnos con su sonrisa angelical y sus deseos de vernos tirar hacia adelante ante aquella completa tragedia. Recuerdo que cocinábamos en la intemperie del patio llenos de agua por todas partes, con botas lo suficientemente altas para poder aguantar el frío y la humedad. Si no hubiera sido por la alegría de aquella niña, por su fortaleza y ejemplo, hubiéramos terminado abatidos.

Aquella fue una de las experiencias más difíciles que pasamos en aquella ruina del norte, por eso de alguna manera puedo empatizar con todo lo que ahora está ocurriendo. Pero no es suficiente con empatizar, hay que echar una mano, ya sea con una pala en mano o con recursos o con lo que sea. La desgracia que estamos viviendo en estos días es posible que se repita en los próximos años con dureza. Y necesitamos seguir ampliando nuestra visión hacia el mundo angélico, hacia la solidaridad, los valores que nos mueven, el amor que nos llena de humanidad y compromiso con los otros.

Los que aún seguimos mudos por lo ocurrido, reaccionemos de una vez y apoyemos como bien podamos. No seamos solo espectadores del horror, sino también motivo de esperanza para los otros que lo han perdido todo.

El alma inmortal en la Bhagavad Gita


Entrevistando al amigo Vicente Merlo junto al amigo Joaquin Tamames. Una buena tarde con buenas personas profundizando sobre la realidad del alma según la Bhagavad Gita.

 

Escuchar


 

Escuchar es una forma de adoración, pero no tienes que arrodillarte en el suelo con las manos juntas o pronunciar la oración perfecta. Simplemente abre la puerta de tu ser a otra persona, conviértete en el espacio por el que pasa para mostrarte quién es. Esto es santidad: dos personas sentadas juntas en el banco de un parque o en el altar de una mesa de cocina. Incluso si nadie dice una palabra durante un rato, recibe el silencio hasta que sea como un nuevo idioma que solo ambos pueden hablar. James Crews

 

A veces resulta complejo saber escuchar. Quizás sea una de las cosas más difíciles a la que el ser humano se enfrenta. Escuchar al otro requiere paciencia, resilencia, empatía, cierta pureza en el corazón y cierta aceptación, tolerancia y fraternidad.

Si escuchar al otro resulta complejo, igual de complejo resulta escuchar a la Vida. En mayúsculas, porque la Vida Una es algo más complejo que la vida simple, ordinaria o cotidiana. Escuchar a la Vida y lo que nos reclama y demanda a cada instante es algo que no todos los días somos capaces de acometer.

Escuchar es una forma de adoración, es pasar de lo profano a lo sagrado. Cuando tenemos la capacidad de escuchar entramos en una especie de milagro, de santidad. Al escuchar estamos conectando con algo superior a nosotros mismos. Interconectamos con el otro, con lo Otro. Creamos una conexión que si pervive, se vuelve indestructible.

Un buen diálogo, con el otro y con la Vida, requiere de silencio. El silencio activa algún tipo de antena especial, de lazo místico que te hace captar las necesidades del otro y de la Vida. Si tuviéramos el potencial humano suficiente para entender la fuerza de la escucha activa, podríamos cambiar el mundo. No habría guerras, no habría hambre, no habría enfermedad. Solo paz, fraternidad y una vida plena.

Para saber escuchar es necesario practicar el silencio, pero también la soledad. Digamos que la soledad es como un campo de entrenamiento. Allí se aprende a cerrar los ojos, se aprende a conectar con el silencio, a meditar, incluso a orar, porque orar, aunque sea una oración simple, nos acerca a la raíz de lo que somos. Cerrar los ojos es abrir la mente al Misterio.

Y el silencio, la meditación, no es algo pasivo que busque cierta vacuidad. Todo lo contrario. El silencio y la meditación te permiten captar la esencia del universo, que es como decir que te permite escuchar el quinto elemento, el sonido, la Voz del Silencio, la Palabra Perdida, el hueco que existe entre cada átomo de vida, el concierto universal, la música de las esferas. Por eso el que sabe escuchar guarda dentro de sí riquezas inapreciables para el mundanal ruido. Esas riquezas conectadas con la felicidad, la calma, la generosidad extrema y el asombro.

La santidad en verdad es eso. Estar en silencio mientras el otro comparte sus inquietudes. Saber escuchar y saber abrazar ese momento como si fuera algo único e irrepetible. En la soledad existe un reino inabarcable, y en el silencio, un cielo capaz de albergar todo aquello que requiere experiencia y quietud. Un templo nace cada vez que escuchamos, en silencio, al otro, a lo Otro.

Liderazgo. En búsqueda del patrón


Los líderes tienen algo en común. Se comunican siguiendo un mismo patrón. Normalmente suelen tejer su pensamiento bajo una pregunta: ¿por qué? Las personas que lideran trabajan para una causa mayor. Tienen un ideal basado en una creencia, no importa si es una creencia divina o estrictamente material. Una inteligencia avanzada sabe que la confianza y la lealtad a un ideal mayor puede mover a las masas. El Dios de Irán o el Dios de Israel no son muy diferentes. La diferencia está en la visión que sus pueblos tienen sobre él. El por qué un Dios es diferente del otro tiene que ver con la propia ignorancia humana. La justificación de los líderes es poderosa, porque hacen creer en el “por qué”. Porque Dios lo quiere, porque Dios requiere que la resistencia expulse a los otros.

En el mundo material ocurre lo mismo. Las empresas que tienen éxito es porque se relacionan alrededor de esa pregunta, cerca de ese alto ideal. La mayoría de los líderes son innovadores, y no tienen miedo a los abismos. Los atraviesan. La inteligencia emocional juega un papel importante en el éxito. Una gran inteligencia no sirve de nada si no viene acompañada de una gran inteligencia emocional. A pesar de nuestro cerebro triuno y de nuestra constitución séptuple, la necesidad de transcendencia es común a todos. Ya sea por vía material o por vía espiritual, de ahí que los líderes, de alguna manera, buscan cierta trascendencia, ya sea interior o exterior.

El patrón puede estar relacionado a la búsqueda de la fuente primordial. Hay una tradición budista que habla de la mente prístina. Lo escuchábamos estos días en la presentación del libro del Rinpoche Orgyen Chowang, que tuvo la gentileza de viajar desde California para estar entre nosotros. Nos hablaba de la importancia de meditar, y de cómo al hacerlo, llegamos a nuestra mente pura, prístina, esa mente que aún no está contaminada por nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestros estados de ánimo.

De alguna manera, los buenos líderes conectan con esa mente, con ese ser esencial, con esa manera de ver las cosas de forma atrevida, diferente, sin miedo. Instalados en la mente prístina somos capaces de avanzar hacia esa felicidad incondicional que representaría nuestro verdadero ser. Estar en el ser es estar instalado en lo profundo de lo que somos, en lo prístino y puro.

De ahí que el patrón común a todos los líderes es saber el por qué, y saber que ese por qué está íntimamente conectado con nuestro ser esencial, prístino, único. Saber eso es empezar a jugar en unas coordenadas suficientemente profundas y llenas de fortalezas, en una manera de ver y entender las cosas de forma diferente. Y eso es conectar con la felicidad incondicional.

 

Crecer desde el decrecimiento


Durante diez años estuve abanderando un proyecto que hablaba e intentaba poner en práctica valores como el decrecimiento. Desde la pequeña cabaña donde viví durante esos años, me llené de conflictos internos. Uno de ellos era el comprobar que de alguna manera había simplificado mi vida material, viviendo en un lugar modesto, pero suficiente, eso sí, en un entorno privilegiado rodeado de bosques y montañas. Una de las cosas que más me llamó la atención de mi observación como naturalista casual y antropólogo vocacional era ver como la naturaleza se comportaba de forma diferente a cómo nosotros queríamos implementar nuestro proyecto. La naturaleza, en todas sus condiciones, crecía y se expandía.

Es cierto que en ese crecimiento había un delicado equilibrio para que todo se mantuviera de forma digna. Pero todo crecía. Las madreselvas crecían, las zarzas crecían, la hierba crecía, los árboles crecían, los animales crecían y se multiplicaban. Todo indica que nuestra propia naturaleza humana, está en sintonía con la madre naturaleza, excepto en el pequeño detalle de que el ser humano rompió hace doscientos años el equilibrio.

Nuestra pequeña empresa editorial está en un proceso parecido. Al haber abandonado el proyecto anterior en los bosques y centrar todas mis energías profesionales en la editorial, la misma ha crecido exponencialmente. Esto ha creado un cuello de botella, un embudo estrecho que define un momento complejo. No podemos volver atrás, porque sería volver a un momento de pura supervivencia, así que tenemos que mirar hacia adelante y crecer, seguir creciendo, sobre todo, para seguir compartiendo.

Para ello, hay dos factores indispensables y necesarios, recursos económicos y recursos humanos. Los primeros los resolveremos a base de mucho trabajo, ya que la financiación para empresas pequeñas es algo difícil y complejo y no siempre accesible para todos. Y para lo segundo pusimos hace unos días un anuncio donde buscábamos un/una asistente editorial que pudiera ayudarnos con este crecimiento orgánico en el que estamos. Ha sido muy abrumador todos los CV que nos han llegado, de personas tan preparadas y con tantas ganas de trabajar. Cuando los miro me dan ganas de contratarlas a todas, o al menos a cuatro o cinco, que sería lo óptimo para funcionar totalmente bien como pequeña empresa editorial, y no solo a una persona.

En fin, la elección va a ser difícil. Para contribuir un poco a la idea del decrecimiento intentaremos que sea alguien de la zona y así apoyar la causa local, aunque en estos días de teletrabajo esto esté mal visto y anticuado. Confío en que en este proceso, que siempre da vértigo al empresario por eso de que los seguros sociales pueden truncar la frágil economía, todo vaya bien y sea un win-win donde todos ganemos. Renovar o morir. Crecer o perecer. Como las yedras, las zarzas, las madreselvas.

Celebrando el 18º aniversario de Editorial Séneca


 

Hoy, 21 de septiembre de 2024, equinoccio de otoño, hará 18 años que nació nuestra Editorial Séneca. Tras casi 300 libros editados, sentimos que estamos en un momento de transición importante, ese instante en el que cumples la mayoría de edad, aunque sea de forma simbólica, y tienes la necesidad de independizarte y de crecer. Tras casi diez años complicados y trabajando a medio gas debido a las labores utópicas y antropológicas, estamos volviendo a renacer de nuestras cenizas.

Una amiga nos escribió no hace mucho preguntándonos qué necesitábamos para crecer. Sin duda, un gran músculo financiero, espacio vital y personal. Si quisiéramos crecer un poquito deberíamos tener la capacidad de editar al menos 30 libros al año (ahora editamos una media de entre diez y quince) y vender al menos dos mil ejemplares de cada uno de ellos. Para esto harían falta por lo menos cuatro personas en nómina y un buen almacén y oficinas. Si quisiéramos crecer mucho deberíamos ser capaces de editar 300 libros al año, tener al menos ocho personas en nómina y un gran almacén con oficinas (Editorial Planeta, por decir algo, factura al año 1.800 millones y edita una media de unos 4.500 libros anuales. Una editorial mediana suele editar unos 30 o 50 ejemplares y facturar al menos dos millones al año).

Una empresa, sin duda, tiene la necesidad de crecer, o al menos, la capacidad de mantenerse con cierto músculo en todo su proceso económico. Nosotros hemos tenido la capacidad de resilencia, de apostar por una forma de hacer las cosas algo diferente y de perpetrar logros modestos pero provocadores en el sector en el que nos movemos. Nuestra necesidad de crecer no es por avaricia o ambición, sino porque nos damos cuenta de que cuanto más crezcamos, más cosas positivas podremos hacer por el conjunto de la sociedad. Más allá de nuestra tranquilidad material, la cual ya poseemos, tenemos deseos de contribuir desde una base firme y sólida con el resto, con ese lema tan nuestro de intentar hacer de un mundo bueno, un mundo mejor.

Este año estamos apostando por grandes cambios y transformaciones. A nivel humano, nuestro gran editor Oscar Morales se ha jubilado y ha dejado un gran hueco en la editorial. Siempre se mantuvo fiel, en lo bueno y en lo malo, desde los inicios de la editorial, trabajando a destajo por hacer sobrevivir proyectos históricos y etnológicos de nuestros pueblos y sus gentes. Su gran labor reavivó las fuerzas vivas de lugares inhóspitos de la literatura y la cultura, potenciando de esa manera una labor encomiable e insuperable. Nuestro agradecimiento será siempre infinito y su legado ahí quedará para las futuras generaciones.

Para sustituir ese gran hueco, hemos fichado a S., un gran escritor de alta trayectoria y que regenerará el sello Séneca para volverlo a sus orígenes primitivos, a aquellos que nacieron en la década de los años treinta del siglo pasado de la primera Séneca. Su misión será crear lazos de hermandad entre escritores de este lado y el otro del charco, creando nuevas colecciones que darán a conocer las voces de nuestro tiempo. Una gran labor nos espera y grandes retos que esperamos empiecen a dar fruto en uno o dos años. Como ahora toca sembrar, lo hacemos en humilde silencio e introspección.

También estamos haciendo un gran esfuerzo en implementar herramientas necesarias en el mundo editorial, con sus costes añadidos pero también con sus oportunidades, así como expandir de nuevo la distribución, no solo a nivel nacional, sino también a nivel internacional gracias a la colaboración de nuestros nuevos partners, lo que nos permitirá tener nuestros libros en países como Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México y USA. Este es un gran paso para nosotros y una gran noticia para nuestros lectores americanos.

Y por otro lado, estamos trabajando en la construcción de un almacén y unas oficinas centrales, las cuales también servirán como base para las acciones de nuestra fundación. Esto está suponiendo un gran reto, pero el espacio vital es necesario para poder mantener todo lo demás. Por lo tanto, un abanico de novedades que estamos sembrando para ir creciendo, aportando nuestra peculiar gota en nuestra labor cultural y espiritual en este tiempo complejo y difícil y conseguir con cierta dignidad la mayoría de edad pertinente.

Si toda esta siembra funciona, esperamos llegar de aquí a dos años a nuestro veinte aniversario con los deberes hechos, y con la oportunidad de dotar a nuestros sellos editoriales de una hermosa y renovada identidad. Que así sea, con el deseo de que la luz de nuestro tiempo siga iluminando el presente y el futuro de nuestro caminar común.

LA TEORIA DE LAS RUTAS. Arquitectos en la nube


Durante unas semanas estoy haciendo un curso de informática avanzada debido al descubrimiento inédito de hace unos meses en los que me tuve que enfrentar a una teoría sobre IA y me vi de repente obsoleto, caducado y fuera de tiempo en cuanto a conocimientos básicos de las nuevas tecnologías. Un mes y medio de curso me está abriendo los ojos sobre mi propia ignorancia, pero sobre todo, de cuánto ha avanzado el mundo en temas tecnológicos y de cuanta sofisticación y complejidad se requiere ahora para algo que antes podías hacer con un papel, un lápiz y un poco de organización mental.

Parte del tiempo me lo paso en la nube, literalmente. Me recordaba mis tiempos escolares en los que siempre andaba aburrido mirando las musarañas o por la ventana hasta que el borrador del profesor de turno aterrizaba en mi cabeza. Si el borrador caía en la parte de espuma solo era un susto, pero si caía por la parte de la madera, venía acompañado de dolor. Con los años veo que sigo aburriéndome como una ostra, pero ya no vuelan borradores. Eso hoy día casi sería motivo de cárcel. Cómo cambian los tiempos.

El caso es que como me aburro, no hago más que buscar analogías entre la informática avanzada y el mundo del espíritu. Por ejemplo, creemos que existen muchas rutas para acceder a la “nube”. Pero es importante entender que no podemos, por seguridad, acceder a la red con nuestra IP personal, la cual representaría a nuestro ego, nuestro yo personal y limitado. Necesitamos una IP pública, que la da el “puente”, el router, o lo que es lo mismo, el alma. Hay siete protocolos o siete capas para poder acceder a la nube, y esto representarían los siete rayos de los que habla la tradición oculta. La primera capa es el router, la parte física, y sobre el mismo se extienden seis capas más (si podéis leer el libro que escribí con Emilio Carrillo,  “La Gestión del Misterio”, entenderéis la analogía).

La información de la Nube está almacenada en regiones, y a su vez, en zonas de disponibilidad, que son tres por zonas (puntos de presencia-ubicaciones de borde). Esto es muy interesante a nivel interior. Porque la “nube”, lo espiritual, no se sitúa en una sola parte o lugar, sino que como ocurre en la tradición, se fracciona en lugares con sus respectivas triadas. El término de latencia también es muy interesante. Sería el tiempo de respuesta del ego con el alma. ¿Cuánto y cómo conectamos con nuestro ser esencial, con nuestra alma? ¿Lo hacemos o creemos que lo hacemos, fijándonos a lo mejor en una copia de mala calidad, un glamour, una ilusión?

El concepto de “capas” es muy interesante. Las capas serían como dimensiones o realidades paralelas. ¿A cuántas capas podemos acceder? Y el Gateway, la puerta hacia Internet, hacia la nube, representaría el puente, el antakarana, aquello que une lo material con lo divino, según la tradición. Para eso hace falta una clave o llave. Quizás por eso muchos de nosotros no podemos acceder a esos puertos, a esa nube, a esas realidades, porque por más que nos esforcemos, no tenemos la llave, la clave para acceder, pero tampoco conocemos las rutas. El balanceador de carga, como ocurre en internet, orienta el tráfico, nuestras llamadas a la nube, pero si no hay llave ni conocemos la ruta, no hay balanceador y no hay acceso.

Por lo tanto, ¿dónde está la llave, la clave, para entrar al Reino de los Cielos, a la Nube? Ahí juega un papel importante el Arquitecto de la Nube (así se llama el curso que estoy haciendo). El Arquitecto de la Nube conoce las Rutas, conoce las claves y conoce la forma de enrutar las llamadas. El Arquitecto tiene la llave para poder entrar en la nube, en el Reino de los Cielos, y conoce los Caminos, las rutas. Preciosa analogía.

(Pd. escrito en el descanso del curso, no me da la vida)

Tránsitos


Suena música inspirada en Peter Deunov. Movimientos y variaciones de La Paneurythmie, o el hermoso Ether Bleu. Música adecuada para los que transitan, para los que se marcharon porque ya les llegó la hora. Una hora incierta, inquietante, misteriosa. Una hora que nos llega a todos, ricos y pobres, sin dejar a nadie atrás. Miro el cielo ahora azul, con el lento transitar de unas nubes blancas que se antojan caprichosas, sublimes en ese azar de formas y gaseosa existencia. Cada nube parece representar a alguien que quiso elevar su reino a otras alturas. Que dejó la densidad de la tierra para elevarse en espíritu a un mundo más celeste y brillante.

Solo hace unos días viajé a tierras de María santísima, al caluroso mediodía, para despedir a una de las matriarcas de la familia. Allí estaba el tanatorio con su cuerpo inerte, rodeado de los suyos, de toda la familia que por fin se reunía ante la fiesta de la muerte. Si para algo sirve la despedida de un ser querido es para avivar el fuego que late en la sangre de la manada. Es una llama invisible, pero real. La sangre guarda un misterioso lazo que nos une, a pesar de nuestras diferencias y nuestras dispares vidas. La sangre y su transmisión encierra un misterioso viaje grupal de dimensiones inexplicables.

Nos dimos cuenta en la iglesia, en la blanca y purísima ermita de Jesús. Todo el pueblo fue a la despedida de esta gran mujer, madre de todas las madres, Purificación para todos los que deseaban tener un abrazo sincero. El llanto y el recuerdo dio paso a la procesión hasta el cementerio. Una procesión lenta acompañada, ya a lo lejos, de las campanas de la iglesia que sonaban tristes y apagadas. Y allí quedaron los restos, mientras todos nos mirábamos con cierta incredulidad, como si aquello no hubiera pasado, como si la muerte realmente no existiera. El primero de la saga en caer fue mi padre, aún muy joven para abrazar a la extraña parca. Ella ha sido la segunda. Y el ciclo continua.

Sobre todo los ciclos sabía mucho Jaime, el cual acaba de trascender también a otro plano. Discípulo directo de Aïvanhov y director de la Fraternidad Blanca Universal en nuestro país, fue un gran conocedor y transmisor de las enseñanzas del espíritu. Fiel traductor de la biografía de Aïvanhov que editamos en nuestra editorial Nous, lo recordamos con esa sonrisa amiga, entrañable, traviesa, afable. Su partida deja un nuevo vacío en esa otra familia, la familia del alma, la familia amable que sugiere el abrazo y la complicidad, en esa otra sangre, la etérica, que también nos une.

Le decía hoy a un amigo que poco a poco nos vamos todos, los de una y otra familia. Los primeros, parece que abunda la sangre y que habrá relevo. La otra, la familia espiritual, se me antoja cada vez más reducida, cada vez más lejana y perdida y peleada, como si de repente todo se fuera muriendo y no hubiera relevo posible. Murieron los grandes, y los pequeños que quedamos, andábamos perdidos en luchas de ego, en dialécticas anticuadas, en búsqueda de glorias y reconocimiento.

Dicen que en el 2025 habrá un gran cónclave, y que allí toda la energía se renovará y todo volverá a resurgir con mayor fuerza. Nada de eso sabemos en nuestra pequeñez. Ahora solo pensamos en los que se fueron, y lo hacemos con cierta alegría porque ahora viven en nuestro recuerdo. En aquellos infinitos y apretados abrazos de la tita Puri cada vez que en verano íbamos a ver a la familia al pueblo. Y de esa picaresca y amable sonrisa de Jaime cuando quedábamos en cualquier parte para hablar de libros, traducciones o misterios. Larga vida para ellos en la sangre que compartimos y en el recuerdo que pervive. Como esas nubes blancas que ahora transitan en todo cielo.

Preparando el nido


«¿Y por qué os preocupáis por el vestido? Observad cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan,  y aun así ni el mismo Salomón, con toda su gloria, se vistió como uno de ellos».  Jesús.

Pacientemente, las golondrinas primero eligieron la ciudad, más tarde la calle y, por último, por alguna razón que nunca conoceremos, terminaron haciendo pacientemente un hermoso nido de barro en nuestra casa. Observábamos el tesón y la profesionalidad de la asustadiza pareja, que a pesar de que todos los días nos topábamos con ellas, desconfiaban de nuestra presencia. Día tras día iban colocando pequeñas motas de barro una tras otra, en filas semicirculares, concluyendo pacientes en un nido perfecto donde acoger la futura prole. Mientras hacían el nido, se las veía hacer el amor en los cables de la calle. Una vez terminada la morada, en cuestión de poco tiempo, tuvieron la primera puesta y nacieron los primeros cinco golondrinos. Cuando nos quisimos dar cuenta, esas cinco nuevas vidas empezaron a revolotear por la finca, aprendiendo las técnicas primarias de supervivencia, a hacer giros en el aire, a lanzarse al vacío y buscar comida. Al poco tiempo, una vez maduras las primeras cinco, llegó una segunda puesta, esta vez de tres polluelos. Y ahora que todos están criados, se las ve ir y venir, como buscando el mejor sitio para cuando les toque el año que viene ser ellas las precursores de la Vida. Y así generación tras generación hasta el final de los tiempos.

Es ley de vida que, para poder tener prole, hay que tener nido, un nido material y un nido espiritual. Fue lo primero que pensamos antes de ponernos manos a la obra con la difícil tarea de concebir. Ante los primeros abortos de repetición, decidimos que estar viviendo una vida bucólica en una cabaña en mitad de un perdido bosque, en las montañas, quizás no fuera lo mejor. Dadas las circunstancias y los adversos acontecimientos circundantes, volamos un poco más al sur, buscando tierras más cálidas, y buscamos un nido más confortable. Tras cinco intentos fallidos y cierta desesperación, el sexto cuajó con fuerza.

La gestación es algo lenta. Dura unas 40 semanas. Un tiempo largo en el que hemos tenido tiempo de pasar del miedo y la desconfianza más absoluta hasta cierta ilusión y esperanza al ver que de momento todo va bien. Al pasar el ecuador de las veinte semanas hace justo unos días, los ánimos nos hacen pensar ya en las diez mil cosas que un niño necesita para llegar al mundo civilizado. La cuna, el carrito, la ropita, los pañales… La civilización se ha llenado de necesidades para que el bebé no pierda el calor imprescindible para la vida. En estos días, la preparación del nido material se hace imprescindible.

Desde hace unos días el niño no para de moverse en el vientre materno. No parece que vaya a salir al padre, de carácter tranquilo y pausado, sino más bien a la madre, más nerviosa e inquieta. Aún no sabemos si físicamente tendrá reve mantequillero o será un bienichito, pero todos los días nos interrogamos sobre lo complejo que debe ser educar a un hijo, y de lo difícil que debe ser influenciar en su vida para que sea una persona de bien, justa, sincera, amable, alegre, con valores y una esencia bella.

Viendo las cosas que ocurren ahí fuera y los valores que esta sociedad suele inculcarnos, nos acordamos en demasía de la vida bucólica y salvaje que vivíamos en las montañas, algo aislados de ese a veces oscuro mundo materialista. Es evidente que allí donde naces y donde te crías, te influye poderosamente. Si naces en una sociedad racista, machista, xenófoba, egoísta, competitiva, y los que te rodean comparten esos valores, hay muchas probabilidades de que la nueva criatura obedezca a esa identidad grupal. ¿Cómo educarla en los valores del espíritu libre, en los valores del apoyo mutuo, la cooperación, el amor al prójimo, el respeto a los demás, la fraternidad, la igualdad, la libertad y la consciencia, en un entorno tan hostil?

Preparar el nido no es solo volcar las fuerzas en los aspectos materiales de la vida. También hay que hacer un gran esfuerzo para que las ideas y los valores sean hermosos y elegantes, y no un coctel peligroso de ideas rancias y violentas. En esas andamos, interiormente, preparándonos para mostrar lo mejor, y para guiar todo lo que podamos a ese nuevo ser que pronto se precipitará a este mundo, a esta familia, a este entorno. Y así generación tras generación hasta el final de los tiempos, transmitiendo la sangre de los antepasados a las futuras generaciones, mejorando en cada propuesta, todo lo que se pueda. En definitiva, cumpliendo con nuestra parte en el misterioso ciclo de la vida.

El refugio interno del Ashrama


 

Las personas que desarrollan una sensibilidad espiritual (no todas las personas logramos desarrollarla) anhelan de alguna manera fórmulas para formar grupos en el plano mental o, dicho de otra manera, en el plano subjetivo de la existencia. Ese anhelo ha creado religiones y grupos espirituales de toda clase. La necesidad de identidad, aprobación y comprensión mutua hace que esos grupos se afiancen mediante la expresión de realidades diferentes.

A nivel inconsciente, de alguna manera, existe una afiliación por afinidad a ciertas fuerzas universales que se cohesionan con energías reguladas mediante la ley de correspondencia. Es decir, existe, más allá de los grupos exotéricos, unos grupos identitarios en los planos intangibles y subjetivos. Esta ley rige también en las culturas, las etnias o los países. Es lo que llaman el alma grupal, o la identidad grupal, ese ente, muchas veces irracional, que anima a los grupos de almas a identificarse con algo mayor.

La sensibilidad espiritual tiene muchas graduaciones. La exotérica, como decíamos, se relaciona con grupos o identidades mayores. Pero también hay una interior a la que se llega desde otros lugares no tan visibles ni necesariamente conscientes. Las almas se unen en torno a una especie de proyecto o misión, de propósito grupal que debe, consciente o inconscientemente, desarrollar ciertas tareas necesarias para el progreso del conjunto humano. Existe una organización, más allá de las organizaciones propias de nuestra vida común, que requiere de esa especial sensibilidad para dotarnos de herramientas necesarias y cumplir con ello con nuestra parte en el Plan, en la Gran Obra, o en el Propósito que los maestros conocen y sirven, según cada tradición.

Para que esto pueda desarrollarse, existe de alguna manera una atracción magnética que nos lleva por caminos complejos hasta la llama o el centro del corazón que nos anima. Como electrones alrededor del núcleo positivo de un átomo, ese refugio interno es conocido en algunas tradiciones como Ashrama. En la antigüedad, los ashrama eran como monasterios que funcionaban a la vez como lugares de retiro, hospedería o albergues, comunidad, escuela y dispensario público.

Cuando hace diez años intentamos crear un ashrama vestido de modernidad, en verdad hacía referencia a todos esos capítulos tan necesarios para la unión y contemplación de aquellos que, con cierta sensibilidad, buscaban refugio y reunión. Muchos lo encontraron. Muchos ahora lo anhelan.

Esos ashramas externos sirven y servían como referencia de los ashrama internos, esos centros magnéticos de fuerzas y energías cuyo propósito es encontrar una correcta línea de servicio a la humanidad. El propósito del Ashrama y el entrenamiento que imparte, es permitir a toda persona con sensibilidad espiritual a vivir realmente en cada uno de los planos que ha abierto en su consciencia. Ese entrenamiento sirve también como excusa de refugio, especialmente para aquellos que empiezan inevitablemente a erguirse por la trémula noche del alma y su travesía por el desierto. Cuando se adquiere cierta consciencia de responsabilidad y compromiso con esas energías, se habla de “conciencia ashrámica”, es decir, el refugio interno de toda alma sensible. Y esos refugios existen, interior y exteriormente. Esperando el momento de la oportunidad para seguir creciendo como seres y grupos de seres anhelantes.

 

La fuente tiene sed de ser bebida


“La fuente tiene sed de ser bebida”, Gregorio de Nisa

La fuente anhela a los sedientos. Dispersa su susurro por el trémulo bosque, acompasando su brebaje fresco con múltiples derivas fluidas. De noche íbamos a la fuente, con miedo de no romper el cántaro. De noche, iremos de noche, cuando la sed nos alumbra, que decía la canción junto al árbol de la vida. Cuantas noches recorrimos el cándido sendero hasta llegar al hueco entre las rocas, al lecho del misterio que emana sed de vida.

La fuente emana y corre con su murmullo cercano, con su atrevido alarido nocturno. A veces es una fuente clara, otras se esconde en los bosques, como nos recordaba la sabia María. Ansia espiritual velada, nos dice, ansia de verdad y luz. Ya no nos basta con mirar al cielo, ahora necesitamos beber sus aguas. Refrescar nuestras almas, avivar el fuego de nuestros espíritus.

Hay una clara percepción errónea en el ser humano. Tanto pensar que solo somos cuerpo, tanto cuidarlo y amasarlo centrando todas nuestras fuerzas en el vehículo y no en el conductor que lo dirige. Y más allá del cuerpo aparece su conductor, su logos misterioso, el mentor que en algún momento del trayecto se pregunta quién es y a qué ha venido a este viaje. Quizás en una parada, quizás en un desvío, quizás en un atropellado accidente o en algún inevitable cruce de caminos. En ese recoveco que dirige nuestros anhelos hacia la sed de vida, yo soy.

El cuerpo, el vehículo, chirría de rabia, porque engorda, porque enferma, porque nos desconectamos una y otra vez del origen, de la fuente. Olvidamos el poder de la vida que nos circunda y dejamos para ese mañana incierto aquello que por obligado cumplimiento deberíamos hacer hoy. Soñar, en silencio. Callar, desesperadamente. Descubrir, inevitablemente. Ahí está la senda que se abre ante nosotros para hollemos sus ocultas veredas.

¿Por dónde sopla el espíritu? Es una pregunta inquietante en tiempos de oscuridad y flaqueza, de miedo y vueltas a las andadas. Se perdió la orientación necesaria para ser receptáculos de la Gracia, portadores del don, pasivos adoradores de la creación. La aceptación del misterio es lo que hace que ocurra todo lo demás. Pacientes, esperamos el don para ser portadores, para ser dadores, para ser guerreros y siervos de la luz. No es tan solo una metáfora, es una ley universal que recorre todos los reinos, incluido el nuestro, el reino de la mente, el reino de la luz. Aún a falta de espacios sagrados, de fuentes ocultas, buscamos sedientos.

Hay un océano dentro y fuera. Un océano que nació en un pequeño arroyo que nació en una pequeña fuente de una pequeña isla interior que nació en alguna parte de nosotros. Allí está todo, allí nacen nuestros anhelos y nuestras esperanzas. El agua nos recorre dentro, el agua que somos desde hace millones de años. Mientras tanto, la fuente tiene sed de ser bebida.

Nunca deseches a nadie


«Las personas, incluso más que las cosas, tienen que ser restauradas, renovadas, revividas, reclamadas y redimidas; nunca deseches a nadie». Audrey Hepburn

En la colonia para el nuevo mundo que fundamos en las tierras del norte, era fácil que se colara todo tipo de almas en pena, de hombres y mujeres perdidos, abandonados, desahuciados. Algunos resultaban insoportables, de carácter difícil, incluso peligrosos. Más de una noche la pasamos en vela cuando algún desconocido con formas extrañas entraba en nuestra abierta y generosa casa de acogida. Un lugar gratuito donde cualquiera podía ser acogido todos los días del año a cualquier hora del día.

Nosotros intentábamos, desde nuestros limitados medios, acoger a todo el mundo desde una curiosidad sagrada. Nuestro lema de acogida era que nunca sabíamos si acudiría a nuestra casa algún ángel, algún ser que tuviera algo que enseñarnos. Nos hicimos resilientes e intentábamos siempre buscar soluciones a situaciones complejas.

Realmente el mundo no estaba preparado para ese tipo de colonias para el nuevo mundo, y diez años después, nos dimos cuenta de que nosotros tampoco lo estábamos. Era un proyecto ambicioso, con pocos recursos y con ningún tipo de experiencia previa. Los pioneros se cansaban y terminaban abandonando el lugar y los más ilusionados fingían fuerza cuando solo quedaba debilidad y cansancio. Éramos combativos, pero ese combate constante desgastaba nuestras vidas.

Más allá de las quejas o los elogios, los aprendizajes fueron profundos. Uno de los más clarificadores fue aquel de mirar al otro como un ser humano, y no como una cosa. Buscábamos la manera de restaurar sus almas dolientes, de renovar sus energías frágiles, de revivir sus cuerpos cansados. Reclamábamos para ellas una oportunidad donde redimir sus vidas, y a veces, en contadas ocasiones, lo conseguíamos. Nunca desechamos a nadie y pocas veces tuvimos, excepto en situaciones de auténtico peligro por brotes psicóticos, tener que expulsar a nadie.

Hubo muchas salidas injustas, muchos enfados y muchos errores. Estábamos aprendiendo y a veces el dolor podía más que el amor. Nos dolía cuando alguien se marchaba enfadado o malherido. Nos dolía profundamente cuando no éramos capaces de generar confianza y cariño. A veces no teníamos el suficiente coraje para manejar las tensiones y las situaciones difíciles de manera productiva. No éramos capaces de transformar el conflicto ni de soportar la tensión del momento. Algunos se quejaban porque soportábamos lo insoportable sin necesidad alguna. Solo debíamos invitar a las personas conflictivas a que se marcharan, y pocas veces lo hacíamos.

Lo más difícil de todo era encontrar ese punto de equilibrio entre personas tan dispares. Especialmente, entre aquellos que tenían interés en el proyecto, y aquellos que demandaban y tenían necesidad del mismo. El verdadero conflicto surgía cuando la necesidad era mayor que el interés, y los abusos se volvían recurrentes.

Las colonias del nuevo mundo algún día volverán. Serán diseñadas a partir de los errores de pasadas experiencias y se perfeccionarán para acoger a todos aquellos que deseen experimentar unas nuevas coordenadas de vida y consciencia. Son necesarias y serán útiles para la formación de esa nueva consciencia que está por venir. En esas nuevas colonias se intentará no desechar a nadie, porque todos somos producto de un milagro que vive a veces circunstancias difíciles. Se intentará apoyar a los afligidos y se intentará vivir desde el asombro y la alegría de ser útiles a los otros. Acogerán sin prejuicios a todo tipo de diversidad, promoviendo la fuerza y la belleza de la misma. Será el amor, y no la guerra, lo que impere en ese nuevo mundo.

Los intervalos de la luz. Nada queda al azar.


Decían los antiguos que cuando el discípulo está preparado, aparece el maestro, y que el descanso o el descenso del guerrero es tan solo un intervalo. Una y otra vez debe darse y ganarse la batalla, hasta alcanzar la dorada cima.

En términos psicológicos, podríamos decir que cuando el pequeño “yo” tiene una frecuencia adecuada, aparece una luz o un conocimiento adecuado. Esa luz puede tomar forma de libro, de experiencia, de una persona que aparece y está más avanzado en los quehaceres de la vida que nosotros, o de un verdadero maestro que en silencio sabe transmitir guía para el sendero, para alcanzar la dorada cima.

En la vida de todo ser, hay una lucha constante de fuerzas y energías que provocan crisis adecuadas para el crecimiento. Algunos alcanzan eso que llaman la vida invocadora, un reconocimiento que implica una relación mayor con todo y con todos los que nos rodean. Es un constante reconocimiento y comprensión de aquello que nos ocurre a nivel individual, y de todo aquello que ocurre a escala mayor. Ese reconocimiento, esa vida invocadora refleja la capacidad de observar que nada queda al azar, y que todo está supeditado a fuerzas y energías que aún desconocemos.

Una de ellas es la Luz, o eso que llamamos luz en todos sus intervalos. Dicen que como es arriba es abajo, y que de alguna manera, todo es interdependiente y está interconectado. Esa unidad de todas las cosas y de todos los seres sintientes es como una red neuronal que se relaciona de forma singular. La singularidad proviene cuando afirmamos que la fortaleza de la cadena es la misma fortaleza del eslabón más pequeño. El único ser infinito que alienta todo lo que Es vela por la luz, cumpliendo con la promesa de la inofensividad y aplicando la verdad de que todas las formas son iguales desde una perspectiva lumínica.

La raíz de todos aquellos que despiertan a una realidad mayor a la realidad de su pequeño ego consiste en profundizar en la senda de la Luz. En este sentido, podemos recordar la antigua afirmación que decía: “la Luz es Una y en esa Luz veremos la Luz, esa es la Luz que transforma la oscuridad en claridad…” El Sendero de la consciencia, visto desde la perspectiva de ese pequeño yo psicológico egoísta, consiste en ir desde una luz pequeña, la del pequeño yo, a una Luz cada vez mayor, como en esa analogía de quien escala una montaña, y en cada ascenso la nueva cima le permite ver un horizonte cada vez más amplio, luminoso e inclusivo. Este punto, la inclusividad, sirve para todos y para todo. Todos formamos parte de esa red de luz en sus diferentes grados cada vez más crecientes, niveles de consciencia que suman luminosidad a medida que vamos ascendiendo por las cimas de la existencia.

Nuestro campo de acción, nuestro magnetismo, se acrecienta a medida que ascendemos en términos de luz y consciencia. Si pensamos solo en nosotros, desde una perspectiva egoísta, nuestra luz y consciencia serán limitados. Si empezamos a pensar en los demás y en lo demás, en todo cuanto está interconectado, nuestra luz se expande, y con ello, nuestro poder, nuestra fuerza, nuestra visión.

Según las antiguas creencias, cada vez que el campo de lo que esa Luz va iluminando va siendo más y más amplio, luminoso y brillante, la Luz del yo profundo, eso que algunos llaman Alma, ilumina con más fuerza a la mente y afluye y se mezcla con la luz del conocimiento. Es la Luz con la que trabajan los que empiezan a acrecentar su consciencia, una luz tibia, rudimentaria, pero necesaria para ir avanzando en lo profundo. La Luz de la Intuición, decían los antiguos, indica que el primer y poderoso hilo de la consciencia ha sido construido a través de la brecha entre las mentes del yo pequeño y la superior del yo expandido. Esta es la Luz con la que trabajan los más avanzados, los más despiertos, los más comprometidos, los que alcanzan la clara luz, la lucidez, la belleza del paisaje extenso, la cima dorada que desean compartir con los otros.

Mediante la fusión de la luz del conocimiento (luz de la personalidad), y la luz de la Sabiduría (Luz del Alma), la luz es vista, conocida y captada de forma mucho más profunda. Esta gran luz apaga las luces menores de la personalidad (el egoísmo, la vanidad, la rabia, la separatividad, el odio, etc) por medio de la radiación pura de su poder. La Luz de la Tríada Espiritual es la transmitida por el antakarana, ese puente cuya construcción invisible entre el yo pequeño y el yo expandido permiten mayor unidad e interconexión. Cuando su construcción se halla más avanzada, se realiza lo que los antiguos llamaban la iluminación, el samadhi, el nirvana, ese estado de éxtasis en el que la mente tiene plena consciencia.

Dicho todo esto, podemos decir que tenemos, tras los primeros chasquidos o chispas de vida, la pequeña luz del conocimiento (personalidad), la luz de la Sabiduría (la del Alma), y la Luz de la Intuición (la Tríada más espiritual), siendo tres estados o aspectos definidos de la Luz Una, esa que nos interconecta con todos y con todo. Así que, como siempre decimos, luz, más luz. Más luz para las tinieblas en las que vivimos, para el mundo montañoso, para todas las cimas que aún nos queden por explorar. La luz nos aleja del engaño y la mentira. La luz nos provee de más luz y generosidad. De más compromiso y responsabilidad con la Vida, la Consciencia, la Luz.

La Evolución Inteligente de Toda la Existencia


Debemos suponer que el orden cósmico, universal e infinito, está compuesto por una inteligencia mayor a la nuestra, capaz de pensar y ordenar de alguna manera toda la existencia conocida y desconocida. La sustancia de esa inteligencia superior la desconocemos, llamándola, desde las creencias y la superstición, con varios nombres, siendo el más común el de Dios.

Pero esa palabra ha sido pervertida a lo largo de la historia, siendo hoy día motivo de discusión y confusión desde la ignorancia o la otra superstición: la racional, esa que admite que todo es fruto de una curiosa casualidad, y no de una inteligencia programadora.

Todo el universo conocido y desconocido debe estar formado por alguna especie de «Raíz Desconocida», manifestándose la misma en todas sus potencialidades, desde diferentes grados de Vida (o energía), Consciencia y Materia. Debe por lo tanto existir una verdad subyacente en todo lo que existe, sin que nosotros, de forma clara y concisa, podamos entenderla. Tal vez, quizás, sí intuirla.

Esa especie de “Seidad” subyacente, cargada de vida, consciencia y materia, penetra cada poro de realidad, creando con ello una maraña, una gran red de vínculos cohesionados y discretamente ordenados. Un flujo y un reflujo constante que llamamos misterio, a falta de una palabra mejor. Desde lo más sutil a lo más denso, esa maraña se despliega en estados transitorios y siempre provisionales, vivos, que crecen y se desarrollan desde lo finito de cada partícula hasta los cosmos más infinitos e inalcanzables. Estos constantes cambios de condición es lo que vagamente llamamos vida, y dentro de su terminología, un logos le acompaña.

De alguna manera, nosotros seríamos mónadas que nadan en esta necesidad creciente de existencia. Pequeños destellos o puntos de luz que atraviesan la experiencia humana, pero también otro tipo de experiencias, hasta completar el ciclo de la vida universal. Una gota de agua que es arrastrada desde el cielo hasta las montañas, de allí a los ríos, de allí al ancho mar hasta volver de nuevo a ser absorbida por las nubes adyacentes. Y el único lema de ese aprendizaje podría resumirse en esta antigua frase: una unión de quienes aman el servicio hacia todo lo que sufre.

Porque el mundo en el que vivimos sufre y es doliente. No escapamos de ese drama universal que es la vida y la muerte, con todas sus consecuencias. Nadie escapa del dolor, del sufrimiento, de la infelicidad, del abandono. De ahí que lo más evolucionado entre la condición humana es aquel que se entrega, que subyace a apoyar y ayudar a los demás. Es aquel que se arrodilla humilde ante el misterio y comprende que no hay mayor propósito que ser un digno ser humano, una gota más en la Seidad infinita.

 

Esas añoranzas compartidas


Mientras trabajamos en la edición de Tratado sobre fuego cósmico y La naturaleza del Cuerpo Etérico, dos libros de casi mil páginas cada uno, se suceden los mensajes de personas que recuerdan con añoranza el proyecto utópico. Es evidente que algo caló en la memoria colectiva. Se intentó una explosión de fuerza y un milagroso proceso de elevación que, a pesar de su dureza y sacrificio, algo impregnó en la mente y los corazones de aquellos que lo vivieron. E incluso de muchos que no lo palparon, pero lo seguían en la distancia.

La nostalgia no es buena compañera porque la vida sigue y los milagros como aquel se suceden día tras día. Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor y explorar lejos de los males de nuestro tiempo, los puntos de luz que nos rodean, la afluencia constante del río de la vida que algo nos quiere transmitir. Hay que buscar la luz en toda oscuridad, y tener como guía aquellos poderosos puntos de luz que alguna vez iluminaron nuestra senda.

Lo cotidiano devora lo sagrado. Eso ya lo sabemos. De ahí la importancia de buscar en las pequeñas cosas encuentros con lo milagroso, con el misterio, con lo sacro. El pan nuestro de cada día encierra un algoritmo lleno de sabiduría y amor que endulza nuestro caminar: vida, dánoslo hoy. La promesa de un reino celeste está siempre palpitando entre nosotros, recorriendo nuestros ríos de sangre viva y nuestro aliento determinado. En verdad, más allá de la queja diaria, vivimos en el milagro diario, en la fiesta del sentir, de pensar, de levantarnos a cada caída, a pesar del cansancio y el agotamiento que todo eso supone. Mirar la vida, experimentar la vida, sentir la vida como se expresa a cada instante. No hay mayor milagro que ese.

Es cierto que todos añoramos aquellos instantes de silencio en la pequeña ermita, o aquellos a veces interminables círculos de consciencia, donde entre todos intentábamos elevar el ánimo y la desidia de este mundo extraño. Cuando los tambores cesaban su ruido y el bosque aclamaba su protagonismo, se podía escuchar el latido de la naturaleza proclamando su reinado. Los bosques y los prados y las montañas y los ríos que nos rodeaban eran testimonio directo de la esperanza, de la belleza, de la sabiduría silenciosa y arquetípica de todo lo cuanto existe.

No solo se trata de un recuerdo, sino de algo vivo que nos une, ese lazo místico del cual tanto hablábamos y practicábamos con los almabrazos, con la música o con las risas a media tarde, mientras unos dormían y otros paseaban y otros se enamoraban inevitablemente, creando lazos indestructibles. Sí, terminábamos agotados al final del día, pero ansiábamos el próximo, porque allí, entre unos y otros, sentíamos el latido del mundo.

Aquello pasó y no pasó, porque sigue vivo en nosotros, y ese recuerdo nos perseguirá por los tiempos de los tiempos. La sagrada comunión, la conquista del reino de los cielos, porque allí algo se conquistó, está ya dentro nuestra. Porque allí, de alguna manera, a veces torpe y otras prodigiosa, aprendimos a amar al otro. Nos gustara más o menos, teníamos que bregar con la vida humana en todas sus ramificaciones, en todos sus grados y condiciones. Pobres y ricos, altos y bajos, negros y blancos, gordos y flacos. De todo había entre los cucharones y la leña, entre la huerta y los paseos interminables bajo la sombra de abedules, robles y castaños.

Un ejemplo vivo era ver como Geo, nuestro amado perro que ahora posa bajo mis pies mientras escribo esto, adoraba a todos por igual. Él, en su inocencia pastoril, solo requería la palabra mágica “Geo paseo” para sentirse entre iguales. Libre, fraterno, amoroso, adorable Geo. Resquicio vivo de aquel tiempo, y privilegio mío de poder abrazarlo todas las mañanas, recordando cuando asomaba el hocico en la ermita antes de la meditación, rogando poder entrar. Era una fiesta cuando todos salíamos y lo rodeábamos para abrazarlo como uno más, aunque hubiera guardado con celo el secreto de nuestros rezos. Geo paseo sigue vivo entre nosotros, y aunque ya mayor y anciano, aún mira con cierta melancolía el horizonte lejano, añorando su tierra y sus prados verdes, confiando en que algún día, el aullido nocturno volverá.

Que sea eterno todo lo que nos hace bien.

Canto a mí mismo


Hay algo en mí -no sé lo que es-, pero sé que está en mí. Walt Whitman, “Canto a mí mismo”.

Desde que tengo escritorio nuevo he cogido la buena costumbre de volver a trabajar en una mesa, y de paso, Geo, el amigo fiel, ha cogido la buena costumbre de dormir apacible bajo mis pies, de la misma forma y con la misma postura e intensidad que tenía cuando dormíamos juntos en la cabaña, allí en los bosques de aquel frío y húmedo norte, ahora tan añorados.

La mesa no es como aquella inmensa mesa de madera noble que Dragó me cedió con recelo cuando vivía en su zulito de Malasaña. Esta carece de espíritu y está fabricada en una de esas fábricas suecas que destilan maderas a granel. Pero al menos es el doble de grande que la que tenía, y gracias a la nueva configuración de este pequeño despacho, he podido terminar de llevar los libros de la editorial al garaje, emulando a los grandes, y he conseguido aglutinar mis libros personales en estanterías más finas y asequibles. Ahora me siento más seguro, pues al estar rodeado de poetas y soñadores, uno se siente más inspirado para la tarea de escritor, ahora tan abandonada, y de editor, ahora tan recuperada.

Ayer fue un gran día porque pude quedar en el Social Hub, un lugar descubierto frente al Palacio Real gracias a la compra extraña de un lector, con un amigo escritor que desea acompañarnos en la aventura senequista. Escondidos tras un refresco y un café pudimos compartir durante algunas horas las pinceladas de lo que sería nuestra nueva colaboración. Fue una conversación entrañable, compartiendo nuestros anhelos y bromeando sobre las cosas que nos pasan, que no son pocas, debidas a nuestras apuestas vitales. Aunque yo por mi vida aburguesada ya tengo poco que contar, él sentía la necesidad de exprimir cada segundo de conversación para extraer del compartir algo válido para nuestro futuro proyecto. La Editorial Séneca tiene un pasado romántico y tenaz que empezó en 1939, pero ahora aspira a tener un nuevo futuro. Y aunque hemos quedado en no desvelar del todo los misterios que crecerán alrededor de este renacer, me gusta compartir la idea de que, a partir de ahora, todo puede ocurrir, otra vez.

Como decía Whitman, hay algo en mí, como ocurre con todos los seres sintientes que además razonen y aspiren a cotejar con la realidad los enveres del espíritu de todas las cosas. En mí está el aliento, pero también la esperanza y el ideario. Si tuviera que aspirar más allá del diafragma, muchas cosas se remueven en silencio. Albergar una vida dentro, simbólica y realmente dentro, me ha cambiado la perspectiva de muchas cosas. Y aunque siempre dicen que no es elegante hablar de mujeres y de dinero, nadie dijo nada de si era o no era elegante soñar, o hablar de sueños, o de anhelos, o de eso que hay en “mí”. Y cuando digo “mí”, también digo “tú”, y el otro, y el de más allá, por muy negro o «mena» que sea.

En verdad, dar vida, o dar la oportunidad a una vida para que se desarrolle en valores de justicia, libertad, amor, fraternidad, tolerancia e igualdad, es algo que está en mí, pero también en nosotros. Por eso esta nueva etapa de “mi” vida, de mi pequeño «yo psicológico», tiene que ver con los anhelos, pero también con la esperanza. Solo debo encontrar la manera de conjugar ambos, los sustantivos con los verbos correctos, las entrañas del silencio con la realidad ruidosa de todos los días. Y de alguna manera, albergo la esperanza tenaz de que al expresarlo en voz alta, muchos de vosotros penséis de la misma manera, viendo pasar la vida, observando como poder conmover un minuto más dignificando cada segundo de existencia. Cada minuto cuenta. Incluso en la distendida charla de ayer, miraba a mi alrededor y pensaba eso de lo afortunado de estar vivo. Como si quisiera aferrarme al instante y sembrar en él un a por todas, o a por ello, o a disfrutar en el intento, o lo que fuera.

Supongo que estoy en esa edad en la que uno empieza a sentir el vértigo de la existencia, aquello que tanto atormentaba a los existencialistas ya maduros, y aquello que tanta incerteza provoca en los que alguna vez creyeron en un dios o en la vida eterna. Yo me aferro a mis creencias inamovibles, porque forman parte de mi silencio y anonimato. En todo caso, hay algo en mí, y hay algo en todo lo que pueda ocurrir de ahora en adelante. Algo que empujará, que se atreverá a mejorar, a desarrollarse y ejemplarizar los errores como algo inspirador y bello. Hay algo en mí, y algo en nosotros. Aprovechémoslo.

El sádico impulso de engordar


Mirando con desesperación como toda la ropa del armario ya no me entra… Una inevitable señal de los tiempos… Un «bienechito»… 

Aún no sé cuánto durará este peculiar retiro en el que uno ha abandonado muy a consciencia algunas disciplinas. Una de las causas de dicho abandono ha sido el ver como engordaba hasta límites insospechados. Aún recuerdo con cierta añoranza cuando cogía la bicicleta todos los días y me marchaba con mis sesenta kilos a pedalear durante horas por caminos angostos. Ahora miro las bicicletas, las dos que me han acompañado durante estos últimos treinta años, y su óxido desvela no solo la dejadez deportiva, sino otras que habría que analizar con calma.

Sufrí una anomalía parecida cuando cumplí treinta años. Había dejado atrás las carreras universitarias y trabajaba de sol a sol y de lunes a lunes en tres o cuatro trabajos para conseguir ahorrar algo de dinero y pagar la entrada de esa primera propiedad que siempre compras con cierta ilusión. Ya sabéis, esas cosas que hacen los pobres para asegurarse un trozo del reino, aunque sea pequeño. A pesar del estrés y el no parar, engordé desmesuradamente. ¡Ansiedad! Que dirán ahora.

Hoy, aprovechando que teníamos que ir a la gran ciudad para realizar una analítica, terminamos comprando un escritorio más grande y algo de ropa. No soy de comprar ropa (solo libros, más libros), pero toda la que tenía se me había quedado pequeña y la gente ya empezaba a mirarme raro, y estoy en ese momento de la vida en el que lo que a uno más le apetece es ser invisible y pasar totalmente desapercibido. Así que en el cansino vestuario pasamos de la M a la talla L, con miedo de traspasar la XL, señal de decadencia total. Por suerte mantengo a raya mis ochenta kilos de ahora, e intento no llegar a los ochenta y cinco, que es como la línea roja, como el círculo no se pasa de la vida sedentaria y anodina.

El pecado de la gula se ha apoderado de mi alma. Es un pecado menor en comparación con otros que aún no me atraviesan, tan falto de vicios y tan amante de la virtud, aunque sea en un remoto reflejo, pero ahí está, intentando vencerme para así hacerme caer en la tentación del mal más oscuro y absoluto. Soy consciente del esfuerzo que tengo que realizar para volver a una talla adecuada, y por eso aún no me veo preparado. Prefiero tener calma y unos kilitos de más antes que entrar en la rueda del sacrificio y tener que dejar mis galletas María Dorada o las pizzas y el pan blanco. Ser vegetariano desde los dieciséis años no es garantía de salud, sobre todo cuando no te gusta nada la fruta ni la verdura y conviertes tu dieta en galletariana. Pero estoy atento, muy atento.

En el fondo me río de la intrascendencia de lo que digo y percibo y aguanto, pero el camino hacia la felicidad requiere estar bien con uno mismo, y el cumplir tallas es incumplir con muchas otras cosas que esperan impacientes un ápice de esfuerzo. Sí, es hermoso el aburguesamiento, el descanso y el no pensar en exceso, pero la cabra, inevitablemente tira al monte. Y cuando veo a mis amigos yoguis, algunos casi shadus, tan flaquitos, tan deportistas, tan meditadores y tan disciplinados, algo se remueve dentro de mí. No es por el postureo, sino por lo que la gordura encierra como problemática de nuestro tiempo.

No voy a entrar en la patética moda de pensar que el cuerpo gordo, como espacio político, es algo de lo que enorgullecerse. En verdad no es así, es más bien un síntoma de nuestra sociedad enferma, desmedida y sin valores. Un síntoma claro, junto al reguetón, de la caída de nuestra civilización. La caidita de Roma pero en diferido, a cámara lenta, con gordos recios y necios y adiposos que se enorgullecen de sus nalgas sonrojadas, de sus comida basura a base de animales muertos y otros manjares sádicos.

Hoy, y perdonad el inciso y el desahogo, casi me da algo cuando veía y olía (esto es terrible) en el centro comercial cómo desfilaban uno tras otros los codillos asados, que dicho así, parecía algo hasta bueno en comparación con nuestras albóndigas vegetarianas suecas insípidas acompañadas de guisantes y puré de patata. He tenido que tirar de diccionario para entender qué es eso del codillo: Jarrete delantero o trasero del cerdo, situado por debajo del jamón o de la paletilla que se consume fresco, semisalado o ahumado. ¿Y qué es un jarrete? Tomen nota, para la próxima: el término jarrete, caracú, ossobuco, canilla, chambarete o morcillo, es la parte alta y con carne que va desde la pantorrilla hasta la corva de la pata del animal, incluyendo el hueso con su tuétano o caracú y la carne que lo rodea. En gastronomía, se prefiere la trasera por resultar más sabrosa. En nosotros es corva de la pierna humana. Pues eso, gordos y sádicos, eso somos. Y no lo digo desde el orgullo espiritual, sino desde la más absoluta y decadente gordura. Firmado, el «bienechito».

No vayas si no te han invitado


En otras circunstancias habría ido al castillo de Tatti ante la inesperada invitación de su morador, un aristoácrata que regula entre lo formal y lo informal, entre lo tópico y lo utópico. Hubiera sido hermoso viajar en coche hasta la Toscana, pasar allí unos días de descanso entre bosques y colinas suaves y trabajar en algún próximo libro. Como no pude ir ya que las circunstancias presentes me impiden viajar (por fortuna, después de cinco intentos fallidos, parece que esta vez la cosa está cuajando), a cambio hemos editado un librito con los cuentos que en sus fantasmagóricas estancias inspiran a sus todos ilustres moradores. Quizás, ya que este tipo de invitaciones no caducan, en unos años más serenos podamos viajar con calma a la hermosa Toscana acompañados de Noam (Noah-Noah que decía el cachondo, porque es un shico, y uno una shica como creíamos) y escribir algún nuevo libreto.

La feria ha sido muy cansada. No sirvo para feriante y no sirvo para vender o venderme, así que la experiencia me ha producido una triste sensación. Los cándidos iluminados o los que poseían cierto carácter crítico e inteligente podían apreciar con gusto nuestra paradójica selección de libros. Veía como se iluminaban sus ojos ante tan gratos descubrimientos de ciencias sociales, política, espiritualidad arcaica y algunas que otras joyas que deleitaban a unos pocos. Nunca inducía a la compra, pero si alguien preguntaba, le respondía amablemente, excepto cuando pedían consejo sobre qué leer o no leer. Es algo que tengo como máxima porque para lo que unos es comida, para otros es veneno. Y los cerdos no distinguen entre margaritas o perlas, así que mejor no tentarlos con elecciones estúpidas. A un cerdo no le importa la diferencia entre el hilozoísmo o la mirada estoica. Solo desea engullir, y de eso en la feria vimos mucho engullidor. Y nosotros somos como los carniceros que degollan la sabiduría perenne, pero no los jamones de novelas románticas o las morcillas del autor famoso de turno.

Volver de la feria ha sido desesperante, porque el trabajo se acumula, las cuentas no salen, porque son los verracos los que consumen, y no los sabios ni los oprimidos lúcidos, que se esconden entre las sombras de nuestra sociedad consumista para no despertar sospechas. En la feria lo comido por lo servido, y nos quedamos a muy poco de llegar al punto de equilibrio. Nos faltaron unos treinta lúcidos más, agradeciendo de antemano a todos los que hicisteis el esfuerzo de venir a echarnos un jarro de ánimo que sirvió de paso como excusa para reencontrarnos.

Tras la feria había una fiesta a la que no fui invitado. Claro, no estaba en el club de los verracos, de esos que tanto tienes y tanto vales. Se lo dije al anfitrión por eso de que la confianza da asco, y se enfadó. Le advertí que, si algún día las cosas van mal, todos esos lameculos que ahora se acercan a él desaparecerán de repente. Le conté mis penas y la purga que sufrí cuando me arruiné en tantas ocasiones. De repente había estampida cada vez que tocaba el fango, o cada vez que la erótica del poder me dejaba o me sustituía por algo más llamativo. Así es, tanto tienes, tanto vales, y cuando dejas de tener o de aparentar, tanto monta, eres un verraco más, de piedra, o de cartón-piedra, o de paja, que aún es peor.

Ya lo decía la canción, si eres de los que no tienen, a galeras a remar. Y así andamos, remando contra corriente. A pesar de todo, cuando la erótica del poder te abandona pero de repente te invitan a una fiesta a la que no esperabas ser invitado pero te sientes útil por el rol que desempeñas, se te ensancha el alma. Eso ocurrió hace un par de días. Llegué a un sitio culto donde se entremezclaban más de setenta culturas diferentes y lo hice en representación del ayuntamiento de Madrid como vocal político que debía escuchar las quejas y necesidades del lugar. Como es natural me hicieron la ola y yo tomé buena nota de todas las necesidades. Seis aulas más, presupuesto para pintar la fachada, más proyectores, más servicio de limpieza… La lista de los reyes magos era infinita. Hice algunas fotos en la fachada y mostré mucha atención a todo lo que decían. Les prometí vagamente que haría todo lo posible para trasladar sus quejas y necesidades al encargado público de turno y mirar de paso si los presupuestos de lo «público» no era sarcásticamente desviado hacia las arcas privadas de unos pocos.

Y a pesar de que llevo una semana muy gruñón y algo desesperado por todos los frentes que se abren sin tener manos suficientes para ir apagando fuegos, esa tarde salí contento y eróticamente poderoso. Un poder vano, terrenal, que duró un instante, pero un poder hermoso ese de servir, de ser útil, de mostrar afecto y comprensión, aunque todo resulte ser un mandato de máscaras y disfraces. Y luego esa incapacidad tan nuestra de no ser capaces de mostrar el mismo afecto y comprensión hacia los que tenemos cerca. Ahí reside la paradoja de no llevar máscaras y de importarte un pito el no ser invitado a fiestas. Porque a veces la vida sin máscaras, auténtica, bruta, oscura, se manifiesta de forma violenta y, aunque mediocre, mucho más verdadera. No todo es de color de rosa. Por eso se inventó la máscara de la diplomacia. Para no terminar a guantazos todo el día.

Por lo demás bien y eso. El valle de los avasallados espera impaciente como otras veces. Y a las próximas fiestas no iré si no me invitan. Si la testosterona me sigue jugando malas pasadas intentaré pensar en esos viajes a la Toscana. El poder, por muy erótico que sea, para los masocas. Los verracos que sigan engullendo y los lúcidos que sigan escondidos. La Toscana y también el norte de Escocia al que tanto añoro deberán seguir esperando. Y que no cunda el pánico, que la vida sigue, y parece que esta vez sí se manifiesta. Lo dicho, que pasen buena tarde y feliz fin de semana.

A ese señor mayor


La vida pasa inevitablemente y uno no se da cuenta hasta que alguien, por la calle o en cualquier parte, te mira y te llama señor mayor. Nunca sabes cuando ocurre exactamente, pero ocurre y ahí queda clavado para siempre. Entonces tomas consciencia de que pierdes vista, agilidad, ganas de arriesgar o de soportar según qué cosas. No toleras las traiciones, ni que te susurren por la espalda, ni los ruidos de los vecinos ni las molestias que antes no te importaban y que ahora resulta que parecen un mundo. Te haces mayor de repente y empiezan a salir todos los achaques. Te cuesta caminar, levantarte, moverte, incluso la cosa más leve, da pereza.

Sé que hacerse mayor no tiene nada que ver con la cronología ni la edad. Es más bien una actitud, pero cuando los de fuera empiezan a notar las torpezas, los cambios de humor, la falta de memoria, el cansancio o esa mirada melancólica pensando eso tan manido de que tiempos pasados siempre fueron mejores, es que uno, de repente, se ha convertido en un señor mayor.

El deporte desaparece de las rutinas y el sillón se convierte en el mejor aliado. Antes odiabas ver la tele y ahora empiezas a verla incluso con gusto, por eso de que te obliga de alguna manera a “desconectar”. Las sesiones de yoga se cambian por sesiones de siesta que, por otra parte, dicen que es el yoga ibérico. Empiezas a cogerle gustillo a cosas que antes detestabas y criticabas de los demás, sobre todo eso de detenerte de repente en una obra y quedarte embobado viendo como los otros, en plenas facultades, atienden a la construcción.

También estás de vuelta. Todo te da un poco igual y el activismo propio de la adolescencia empieza a convertirse en una especie de aburguesamiento inevitable. Empiezas a frecuentar las consultas médicas, te interesas por el club de petanca y cuando te das cuenta, tienes a una manada de cernícalos rodeándote para ver quien se lleva la mejor parte de la supuesta herencia.

La decadencia es extraña, pero todos la vivimos de alguna manera. Unos intentan disimularla vistiendo a la última, retocándose una y otra vez la cara con estiramientos que terminan deformando el rostro del alma. Otros bromean constantemente como si eso de la edad no fuera con ellos, viviendo en un cinismo constante que se entremezcla con excesivas dosis de hipocresía y falta de realidad.

Hacerse viejo tiene sus propios ritos. Hay un momento de limialidad, un lugar fronterizo que empieza con ese “señor mayor”. En esa frontera llegan los avisos y en algún momento, la aceptación. Preparamos, queramos o no, la travesía hacia la parca inevitable. La muerte aflora en el horizonte y cada vez nos suspira con mayor fuerza. Queramos o no queramos verla, está ahí, y acecha irremediablemente.

Así que estad atentos, porque en alguna traición inconsciente, ahora que están tan de moda, alguien podría advertir que estás entrando sutilmente en el club de los inútiles, y que pronto te aparcará en esos lugares donde apartan a los viejos y te llevarán de un lado para otro en una silla de ruedas por eso de ir más rápido a todas partes, de un pasillo a otro, de un aparcamiento a otro, en ese lugar que llaman asilo, que es como un refugio donde nos meten para que no nos vean.

Sí queridos, nos hacemos mayores, y hay que estar atentos. Mirad de frente a la vida, holgados, rectos. No dejéis que las sutiles traiciones de los que aún son jóvenes ahoguen lo que te reste de felicidad. Mirad alto y mirad bien, aunque esto suponga una terrible paradoja, a nuestra edad. Muchos venerables ancianos crearon sus mejores obras antes de morir.  Y cómo dijo el venerable Tolstoi, «la muerte no es más que un cambio de misión»

¿Más allá del cargador único?


Las mismas creencias que suponían hace algunas guerras que los judíos eran una amenaza para Europa y terminaron con la ejecución masiva de los mismos, son iguales a las creencias que ahora se imponen con respecto a los musulmanes, los latinos o los subsaharianos. Esas ideas tienen un componente común: son racistas, xenófobas y atentan contra cualquier dignidad humana.

Al igual que hace casi cien años, esas ideas se están volviendo a sembrar en nuestra sociedad. Primero como cosas anecdóticas, creyendo ingenuamente que el racismo era cosa de primitivos trogloditas rapados con botas a lo skinhead. La estética ha cambiado, y al igual que los racistas de antes cambiaron sus atuendos blancos por trajes y corbatas, los de ahora han cambiado tanto que ya se confunden entre lo que aparentemente nos parece normal. Y cuando se normaliza el racismo y sus defensores, hasta el punto de que terminamos votándolos, estamos empezando a sembrar en el mundo un nuevo cataclismo de impredecibles consecuencias. Lo estamos viendo en Gaza, genocidio al que miramos de lado, o contra el que no nos movilizamos porque unos terroristas empezaron con la atrocidad. O en Ucrania, sin ir tampoco más lejos.

Por eso ir a votar hoy es importante. Los mensajes que en las noticias nos dan se resumen al éxito de que en la comunidad europea hemos conseguido, como si eso tuviera algún mérito, cosas como el cargador único. Lo suyo sería que ese éxito común viniera acompañado de profundas políticas ecológicas, dado el estado mundial, pero digamos eso de que algo es algo. Más allá de lo anecdótico (y casi ridículo de la noticia), lo crucial es que durante este tiempo la comunidad europea (permitidme que utilice la palabra comunidad más allá de la oficial de “unión”) ha conseguido mantener en cierta paz a los pueblos que alberga. Es algo que se da por hecho, pero quizás sea lo más importante de sus logros.

Y hay una evidente posición política cuyos mensajes velados persiguen destruir esa paz en nombre de la seguridad y ese opio que se está colando sin casi darnos cuenta que empezamos a llamar “invasión”, sin pensar en ningún momento de los beneficios a largo plazo de la misma, y de toda esa riqueza de la que todos disfrutaremos si somos capaces de convivir en paz.

El llamado “odio más prolongado” no es el antisemitismo, que existe desde tiempos de Cristo. Antes del holocausto existió una propaganda que comenzó con palabras, pequeños gestos cotidianos e ideas. Surgieron estereotipos, imágenes grotescas, dibujos animados siniestros y una inevitable propagación gradual del odio. Pero hemos olvidado que el odio siempre se propaga indiferentemente hacia el «otro», no importa si es judío, musulmán o negro. Ese es el verdadero odio prolongado.

Hace unos días discutía enfadado con unos policías que se dedicaban a parar a los coches peligrosamente en una rotonda. El coche que venía detrás nos golpeó cuando nos pararon grotescamente. Enojado les dije a los policías que no podían retener el tráfico en un lugar tan peligroso, y uno de ellos contestó muy tranquilo: “nunca ha pasado nada”, a lo que yo le respondí: “nunca pasa nada hasta que pasa”. Algo así ocurrió en la Alemania nazi, y algo así puede llegar a ocurrir si nos dormimos en los laureles y dejamos que ese enjambre racista ahora simpático y divertido empieza a cuajar en nuestras sociedades y termina, cuando la fuerza se lo permita, cometiendo atrocidades.

Así que alerta. Que lo de los cargadores universales está muy bien, pero que no nos distraigan de lo esencial contándonos cuentos e insultando a nuestra aparentemente emancipada inteligencia. Lo esencial, tal y como está el patio, es no caer de nuevo en las atrocidades del siglo pasado. Y estamos muy distraídos. Votemos, y votemos con cuidado para no seguir alimentando a la bestia que ahora se esconde tras aparentes discursos homologados.

Xabier Fortes, el verdadero ganador del debate político


Más allá de inclinaciones políticas o ideológicas, si tuviera que elegir a un representante político que pudiera parecer modélico, justo y sensato, elegiría sin duda a Xabier Fortes. Viendo los últimos debates políticos, Xabier sobresalía significativamente con respecto a sus contertulios, los cuales, más que políticos, parecían energúmenos animados por una extraña energía diabólica.

La clase política, sin ideas e imbuidos en el tú más, el ahora llamado fango y esa total discordia de unos contra otros, carecen de la calidad suficiente como para representar a todo un pueblo. La falta de ética, escrúpulos e inteligencia emocional para enfrentarse a algo tan importante como la representación pública nos hace pensar que algo estamos haciendo mal. Solo hay ruido, ruido, mucho ruido ensordecedor y molesto.

Ante los insultos de unos y otros, ahí estaba Xabier, prudente, contundente, sensato, afilado, fino, equilibrado, persuasivo, eficaz, tolerante, generoso y poderosamente en su centro. Habría que añadir una larga lista de adjetivos positivos y de paso, animarle a que se presente como candidato de cualquier partido, tanto monta, al menos para que pudiera subir el nivel y el tono positivo de una política cada vez más enredada y descarada.

La seducción por el poder no es suficiente para gobernar. Tampoco la necesidad del mismo, por el mero hecho de estar “ahí”, en esos sillones blandos dirigiendo los desmanes complejos de cualquier administración. Debe haber cierta ejemplaridad, cierto decoro, cierta elegancia y educación. Las peleas de barrio no pintan ni pegan en la representación de las altas esferas. Los insultos constantes y la descalificación no ayudan al ciudadano a confiar en sus representantes. Los mensajes del miedo o el odio tampoco.

Por eso, cuando hay un debate político que intenta moderar Xabier Fortes pienso: “este sí sería un buen político, un buen representante, un buen dirigente”. Y lo que más me cuesta creer es que los que están en el debate, no tengan ni siquiera la inteligencia de imitar lo que es bueno, lo que está ahí, justo dirigiendo sus tiempos y sus recelos. Solo tienen que mirar en frente y ver la elegancia con la que el presentador habla, y sin ningún pudor, imitarle. Copiar lo bueno, copiar lo hermoso, copiar lo que pueda ser útil, añadiendo, eso sí, tintes de originalidad y mejora. Suave, todo más suave y dulce por favor. También la política.

Así que gracias Xabier Fortes, porque tú sí que nos representas.

Érase una vez los amigos en la feria


El amigo Gopala compartiendo un ratito con sus dos obras poéticas

Ayer fue un día flojo, el más flojo, un día que empezó vago, flácido, laxo. Vendimos por la mañana solo un libro. Es cierto que era un buen libro, uno de Thoreau sobre la desobediencia civil y otras canciones, que diría el poeta, con un precio de feria de siete con veinte. Alguien me diría, que no fueron realmente siete euros de beneficio, que hay que descontar la impresión y las horas de trabajo y tal y cual. Total, una mañana extraña, contando que para amortizar la feria hay que vender entre quince y veinte libros al día, no para entrar en beneficio, sino para poder pagar el precio de la caseta. No para pagar nuestros sueldos y salarios, y nuestras dietas, y nuestras horas de insomnio y el pantalón que ayer uno de los perros (sin querer acusar, fijo que o fue Auritxi o Lagus) destrozó en el jardín para llamar la atención y suplicar más presencia de los feriantes.

Las casetas de al lado vendieron entre cincuenta y sesenta ejemplares de novelas románticas y otras distracciones. Pero del mundo libre, perdón, del pensamiento libre de Thoreau, Sharp, Moro o Kropotkin solo un ejemplar. La gente no busca pensar, ni profundizar en los misterios de la vida ni soñar con un mundo mejor. Solo desea entretenimiento, y ahí, nuestros amigos competidores nos ganan por goleada. Pero no pasa nada, que diría aquel. Nosotros a lo nuestro. Todo sea por la causa.

Luego la tarde fue diferente. Empezó el aluvión de visitas inesperadas de familia y amigos y la cosa se ánimo, al menos anímicamente. Los amigos complacientes y compasivos compraron libros a mansalva, llenando nuestro espíritu de animó. Es verdad que una empresa no puede vivir de los amigos, que diría un buen gerente o un manager, como se llama ahora (si no puedes vivir del emprendimiento, vete a trabajar al Mercadona, me reprocha siempre un buen amigo). ¡Pero qué diablos! Jesús se rodeó de doce amigos y mira la que lió. O como decía la graciosa Bruja Avería: solo no puedes, con amigos, sí. Toda una lección de confraternidad.

Una de las amigas me secuestró y me llevó a tomar un refresco. Tiene un proyecto ecológico en una de las fincas más grandes de nuestro país. Toda una aventura de crear un entorno protegido que le lleva a cuestionarse lo complejo de estas empresas que tienen una gran carga ideológica, con dotes de esperanza y promesa para una nueva humanidad. Nos desahogamos de lo lindo por lo difícil que resulta emprender en el mundo rural, a veces tan anclado en creencias y supersticiones que vienen a decir que si vienes de fuera con ideas nuevas eres una bruja o un brujo que hay que lapidar o quemar en alguna simbólica hoguera. Sí, aún estamos así. Ella lo vive en el oeste salamantino y yo lo viví durante diez años en el rural gallego.

Nos dimos un sentido abrazo y nos despedimos con la promesa de que el mundo libre, perdón, del pensamiento libre, tiene que seguir avanzando y protegiendo la naturaleza y al propio ser humano de sí mismo. Una empresa compleja, pero necesaria para la supervivencia de todos.

Así que aquí estamos de nuevo, en la feria del libro de Madrid, en la caseta 217, suplicando para que vuelvan a caer aluviones de amistad y fraternidad para seguir adelante, diciéndolo sin pudor y sin ánimo de que nuestro añorado Calimero vuelva a las andadas. Con un compartir, un abrazo suficiente, por eso de que las horas de feriantes son largas y poco amenas, excepto cuando alguien inteligente se aproxima y te pregunta si tienes algún libro de algún librepensador quemado en alguna hoguera de antaño o justiciado por la barbaridad de la ignorancia. Como Juan, que venía todos los días a charlar, y a cada charla, se llevaba algún libro de alquimia antes de marcharse a Estrasburgo a dar clases de derecho. O la persona que acaba ahora mismo, mientras escribía estas letras, de llevarse la mejor edición del mundo de (con permiso de la francesa) de El misterio de las Catedrales, muy bien acompañada de un libro no apto para las masas de Dion Fortune. Entonces ahí uno disfruta de la charla, de ver que el mundo no está del todo perdido y de que algún día, lo romántico podrá convivir en armonía con el pensamiento crítico y la lectura espiritual que reclama meditación, estudio y servicio, o lo que es lo mismo, hacer de personas buenas, personas mejores.

Ayer con Lidia y Julieta que vinieron de muy lejos…

¿Dos estados? Mejor uno grande, libre, fraternal y con salida al mar, desde el río, cualquier río


Está claro que asimilar pueblos a estados está sobrevalorado, pertenece a un pensamiento antiguo y no soluciona los conflictos que atraviesa la humanidad en estos momentos. Es evidente que el conflicto palestino-israelí no tiene una buena solución a corto plazo, a no ser que todos buscaran en el mundo de la generosidad sacrificios honrosos.

Tal y como está ahora configurado el mapa, la franja de Gaza es una anomalía, una prisión, una cárcel totalmente devastada por las bombas. También el queso gruyere en el que se ha convertido Cisjordania, donde palestinos malconviven con colonos judíos en un auténtico polvorín. El lío es inmenso, inclusive el plan de las Naciones Unidas de 1947, el cual divide de forma muy artificial un territorio ya totalmente descompuesto y sin sentido.

Israel no acabará su guerra hasta dejar toda Gaza destruida. El ojo por ojo lo llevan al extremo más absoluto, amplificado y atroz. Los palestinos, por su parte, se aferran a lo que ellos consideran su tierra, su legado, su historia. Pero, ¿de qué sirve luchar por una tierra yerma, desértica y destruida? ¿Qué sentido tiene? ¿Realmente vale la pena?

Por eso y muchas otras cosas que serían difíciles de describir es un sinsentido la solución de los dos estados, a no ser que uno de ellos tuviera capacidad para desplazarse bajo un nuevo mandato de las Naciones Unidas y un acto de extrema generosidad de otro tercer estado, por ejemplo, el egipcio cediendo parte del Sinaí o del Jordano cediendo parte del suyo, o inclusive, extendiendo la frontera Jordana un poco hacia el sur, comiendo parte de Arabia, y así poder crear una Palestina a dos bandas olvidando la atrocidad que desde hace cincuenta años los israelíes están realizando en la antigua Palestina, y también viceversa.

La solución más lógica (y utópica) sería que palestinos e israelíes pudieran convivir en un solo territorio y en un solo estado laico y democrático, como hermanos, como antiguos afiliados que conviven felizmente más allá de fronteras, identidades, religiones, culturas o lo que fuera. Algo así como lo que ya ocurre en Jerusalén, donde diferentes creencias conviven más o menos bien, aunque ahora, dadas las circunstancias, con mutuo recelo.

La idea del exterminio mutuo solo traerá más dolor a las generaciones futuras. La idea de la convivencia, después de lo que ha pasado en estos últimos meses, es baladí. La idea de que terceros se impliquen y cedan generosamente o a cambio de un importante monto como ocurrió con la cesión de territorios por parte de México a Estados Unidos a cambio de dinero, no sería una terrible solución si con ello ambos pueblos pueden vivir por fin en paz, y de paso, también el resto de la humanidad.

La franja de Gaza tiene una extensión de unos 360 km cuadrados. Algo más pequeño que la ciudad de Teruel, en España. Cisjordania no llega a los 5.800 km cuadrados, algo así como La Rioja, por hacernos una vaga idea. El Sinaí mide 60.000 km cuadrados. Imaginemos que Egipto, con un acuerdo internacional importante, cediera, aunque fueran diez mil km cuadrados de su soberanía, de los cuales la comunidad internacional ayudaría a reconvertir en hogares dignos y ciudades equipadas para sus nuevos habitantes. Algo parecido a lo que en su día ocurrió con el pueblo judío, pero sin repetir la historia. En vez de destruir, construir, aún a costa de que sea en otra parte, y aún a costa de que sea lejos de lo que alguna vez fue un “hogar”.

Si la idea del Sinaí no funciona, Arabia Saudita tiene un territorio de más de dos millones de kilómetros cuadrados, siendo el treceavo país más grande del mundo. Quizás con ellos se podría llegar a un acuerdo generoso. Solo la región de Tabuk, la más cercana a Palestina-Israel, tiene una generosa extensión de 146 mil km. cuadrados.

Sea como sea, los que hemos tenido que emigrar, más allá de la inevitable ñoñería emocional, del recuerdo y del anhelo, tanto nos da vivir diez kilómetros más al norte o al sur. O cien, o mil, con tal de vivir con cierta tranquilidad, paz interior y bienestar material (no sabéis lo bien que se vive lejos de los nacionalismos que durante tantos años asfixiaba mi pobre pero aguda inteligencia). En un mundo globalizado, el ser humano lo único a lo que realmente puede aspirar es a vivir en paz, en salud y dignidad. Y eso, desde hace mucho tiempo, no ocurre en ese lugar del mundo, excepto para unos pocos.

El anhelo de fronteras asociadas a lenguas, culturas o religiones es algo caduco, inservible y trasnochado (lo estamos viendo en el empeño de Rusia con Ucrania y de Israel con Palestina). En la aldea global en la que inevitablemente vivimos, debería pesar más el anhelo de fraternidad y bienestar por encima de todas las cosas. La añorada libertad de los pueblos, del ancho mar al río, y del río al ancho mar, solo será posible cuando bajemos las armas y tengamos capacidad de convivir en cualquier río y en cualquier mar y tener como vecino a cualquier ser humano. Solo eso nos hará dignos y libres. Aquí y en la Conchinchina, qué más da.

Téiné merahi Noa Noa


 

En las prestigiosas universidades, los doctos catedráticos y eminentes profesores contratados suelen utilizar una peculiar jerga que los dota de su merecido mérito académico ante los demás. Epistemología, disquisición, retórico, paradigmático, heurístico, teleología, fenomenología, dialéctica, metodología, prolegómenos, … Si la cosa no queda muy clara, el profesor emérito puede hacer gala de sus conocimientos añadiendo a la jerga palabras aún más complejas, como axiológico, exégesis, semiótica, antinomia, epifenómeno, ontología, hermenéutica, … Si ya quieres ser la leche de la leche y ser distinguido por culto y extremadamente exquisito y poseer un áurea especial, entonces añades palabrejas en latín, tales como a priori, praeludium, ad hoc, ad infinitum, ceteris paribus, de facto, ex nihilo, in situ, per se, sine qua non, tabula rasa… y si añades alguna en griego, lo petas: katharsis, gnothi seauton, eudaimonia, dialektikē, telos, …

Todo esto viene porque esta noche alguien se presentó en sueños diciendo que se llamaba Noa, y para poner énfasis en su nombre, lo repetía doblemente: Noa-Noa. Habría que recurrir a la hermenéutica de todo lo acontecido en el día de hoy para enlazar ese sueño con la propuesta de trabajo en el Csic para trabajar como antropólogo y etnógrafo en el instituto de antropología. Me imaginaba en la entrevista diciendo cosas trogloditas después de haber estado diez años viviendo en los bosques y montañas totalmente asalvajado, sin mucho contacto con la civilización excepto para lo prudencial, y sin nulo contacto con la academia, excepto con mi directora de tesis para enviarle cada cierto tiempo los avances de la investigación.

Noa-Noa venía del futuro para señalarme algo que ya no recuerdo, por esa fragilidad que los sueños poseen cuando pierdes el hilo que los conduce. Algo que decía, oye, recuerda cuando eras un tío culto y hablabas con cierta agilidad y valentía de cuestiones complejas, alejado de la queja constante del débil y fortaleciendo el discurso disruptivo con acciones ontológicas sobre el ser y su existencia. «Téiné merahi Noa Noa». Fragancia intensa y fresca, dicen los que saben.

Ocho semanas y un día querida Noa Noa. Y un susto que me volvió a la fragilidad esta mañana temprano, al alba. Y luego cargar esos cientos de libros por el Retiro, sudando esa pesada carga, con la esperanza de que la caseta 217 se llene de gente con deseo de gnothi seauton y vengan todos a apoyar las nuevas utopías que justamente hoy se ponían milagrosamente en marcha, con sigilo y temeridad y celo y miedo.

Noa Noa, estamos en la recta final, y no sé a qué señor vender lo que resta de vida. El tiempo ahora sí que es oro, y no tengo ganas de malgastarlo en cosas baladís. Lo de arrastrar hoy las cajas hasta la caseta ha estado bien, por eso de hacer algo de deporte. Pero ahora los sueños tienen que volver como lo hacían en la infancia, y seguir soñando con cosas profundas como tú, Noa Noa, o como la semiótica o la exégesis de aquello que no se ve pero se intuye.

Intentaré superar el complejo que tenemos en este país con el inglés, como si el castellano no tuviera la suficiente fuerza como para dotarnos de mayor talla. Miraré a otro lado y soltaré algunas palabras en griego y latín si me preguntan algo en esa lengua intrusiva. La causa antropológica lo merece. Y la verdad es que me apetece ponerme el gorro de niño culto, hacer análisis ontológicos y volver al mundo de la academia aunque sea solo por un corto tiempo, lo justo para que Noa Noa se manifieste de nuevo, como una fragancia intensa y fresca, y parte de la nueva utopía quede construida. La pela es la pela, y ahora hace falta pela. O como diría si tuviera la toga de doctorsito: el vil metal constituye un elemento sine qua non, y en la coyuntura presente, es menester una considerable aportación pecuniaria proporcional a lo que acontezca.

El abismo del feriante


 

“No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido? Fijaos en las aves del Cielo, que no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. (Sermón de la Montaña)

Admito que no me llevo bien con todo lo que esté relacionado con las ventas. No soy un buen vendedor. Recuerdo que cuando era estudiante y buscaba algo de dinerillo para pagar los estudios probé trabajar de comercial. Lo intenté con Círculo de Lectores y a pesar de mi amor por los libros, solo aguanté un día, sin vender absolutamente nada. No soy capaz de vender nada, y de ahí que nuestra querida editorial, carezca de un marcado espíritu comercial. A falta del mismo, vivimos casi de lo que la Providencia requiera para cada día. Y es verdad que sin caer en la excesiva preocupación para no ofender al Samaritano ni a su hermoso Sermón de la Montaña, hacemos lo posible, para al menos, seguir creando utopías.

Lo cierto es que hoy fuimos a recoger las llaves de la caseta 217. Entramos por el principio y vimos la gran avenida de casetas, los afanados editores y vendedores con grandes palés llenos de cajas que a su vez abrigaban libros deseosos de ser vendidos. Al final de la avenida, entre los últimos, está nuestra caseta. El sorteo quiso que nos tocara allí a lo lejos, donde los afanados compradores llegarán sin apenas aliento y sin dinero. Qué mala pata.

La Feria del Libro de Madrid da vértigo. ¿Cómo competir eficazmente contra las 358 casetas que hay este año, siendo nosotros una de las últimas? Y de entre ellas, ¿cómo competir con las más de ocho mil editoriales y los más de setenta mil libros nuevos que se editan cada año?

Es difícil la vida del feriante. No importa lo que vendas, si libros o bragas. Ese “me lo quitan de las manos” tiene un sentido poético, desesperado, esperanzador. Solo hay que hacer números para entender la cara de muchos que viven de la feria, de los mercadillos, de la venta ambulante. Por poner nuestro ejemplo, para poder amortizar el precio de la caseta hemos calculado que deberíamos vender al menos quince libros al día durante las dos semanas de feria. Esto significa que si vendemos solo quince libros al día, habremos trabajado en vano. Y si vendemos uno más, nos llegará para el bocadillo del mediodía.

¡Ay qué pánico me dan las ferias! Con sus calores, con su gente que pasa sin decir buenos días, buenas tardes, buenas noches. O cuando se quedan mirando un libro, y parece que lo vas a vender y preparas ya el cambio por si te da un billete de veinte y luego alguien le llama por teléfono, se distrae en la llamada y desaparece sin la compra. ¡Ay!

¡Ay la feria! Menos mal que luego viene alguien emocionado porque acaba de encontrar ese libro de nicho que nadie edita por ser solo apto para enamorados de las cosas raras y saca su billetera, orgulloso y feliz por el descubrimiento, sonriente por el hallazgo e, inquebrantable, pregunta si aceptamos tarjeta y nosotros sacamos nuestro datáfono y nerviosos tecleamos el importe exacto. ¿Quieres bolsa? Le preguntamos incrédulos. Y luego ese “gracias” infinito porque, si Dios quiere, solo quedarán catorce libros por vender para amortizar ese instante.

¡Ay la feria, qué dura! Si no fuera porque luego pasan por allí amigos, familiares y vecinos que se compadecen de uno y tras preguntar cómo va la cosa, sacan un abrazo acompañado del gesto inevitable y se escucha en los cielos: “¡Aleluya! ¿Acaso no vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido?”