Nunca sabemos qué decir cuando alguien importante se marcha. Y para nosotros, para todos los que amamos y formamos parte de la familia de O Couso, Mercè no solo era importante, sino que era uno de nuestros referentes, nuestra guía, nuestra líder, un pilar importante que siempre estuvo ahí en lo bueno y en lo malo. Hoy nos ha dejado, tras sufrir un repentino cáncer fulminante, y todos los que nos reuníamos alrededor de aquel viejo tronco caído, nos hemos quedado huérfanos.
Tras el cierre de O Couso, nunca perdimos el contacto y siempre nos escribía emocionada y feliz desde África, donde andaba últimamente desarrollando misiones humanitarias con los refugiados que quedaban atrapados entre esos dos mundos tan dispares. Hace pocos días nos llamaba con esa calma y esa paz interior que le caracterizan informándonos de la noticia. “Mi vehículo no está bien, pero yo estoy bien, en paz, tranquila”.
La primera vez que vino a O Couso fue en los comienzos, allá por el año 2014. Nosotros llevábamos pocos meses enfrascados en la rehabilitación de aquella antigua ruina, y ella, que hacía el camino de Santiago, se enteró de la noticia de que en Samos unos por entonces jóvenes valientes y audaces habían emprendido una gran aventura comunitaria. Vino para un día, pero ya nunca se marchó.
Todas las mañanas, nos preguntaba si podía quedarse un día más. De alguna manera, se enamoró de nuestro esfuerzo, de nuestra osadía, de nuestras meditaciones en una ermita medio derruida, de nuestros cantos devocionales, de nuestra disciplina aventurera. Desde aquel primer instante, la conexión fue mutua. Todos los que la conocimos, enseguida caímos en la cuenta de que un ángel nos visitaba cada vez que venía a O Couso. Y después de aquella casual primera vez, vinieron muchas más. Cada año se atrevía a venir dos o tres veces para echar una mano, y siempre traía consigo media docena de nuevos “catalanes” deseosos de participar en aquella utopía. Ella misma creó una pequeña comunidad dentro de la comunidad, “los catalanes”, como los llamábamos cariñosamente. Y de esa manera, se creó una institución cargada de emoción, de alegría y de compartir.
Su visión y forma de ver la vida eran para nosotros un bálsamo. En las peores decisiones, ella siempre quitaba hierro y relativizaba lo más duro. “Da igual, no te preocupes”, solía decir con ese catalán tan acentuado que le caracterizaba. Mediadora incansable, siempre buscaba y encontraba lo mejor de cada ser humano. Como médica, siempre encontraba algún alivio no solo para las dolencias de la carne, sino, sobre todo, para las dolencias del alma. Todos acudían a ella buscando y encontrando misericordia. Su fe y esperanza, su humildad y caridad en el más amplio sentido, le acompañaron hasta el final.
Mercé, querida, aunque ahora inevitablemente te lloramos, siempre aparecerá una sonrisa en nuestro recuerdo, un amor infinito hacia tu persona, un poderoso deseo de que nos protejas allá donde estés, como siempre hacías, con esa tan ancha y sublime generosidad tuya. Nos dice Jordi, tu querido sobrino al que tanto amabas y al que tanto trajiste a O Couso para calmar su efervescente adolescencia a base de cantos y meditaciones, que ya nunca más iremos a “180”. Ahora seremos buenos, como tú lo eras, porque sembraste en nosotros tu ejemplo de bondad como nadie nunca lo había hecho.
Misión cumplida, querida Mercè, nos vemos en el otro lado, ese que tanto añorabas y que ahora te abraza en su infinita inmortalidad. Gracias siempre por todo lo que nos diste…
“Mira la felicidad, está aquí,
y ahora, nada que hacer, ni a dónde ir, nunca más, con prisa…”



































