In memoriam Mercè Pallarés Sarri


 

Nunca sabemos qué decir cuando alguien importante se marcha. Y para nosotros, para todos los que amamos y formamos parte de la familia de O Couso, Mercè no solo era importante, sino que era uno de nuestros referentes, nuestra guía, nuestra líder, un pilar importante que siempre estuvo ahí en lo bueno y en lo malo. Hoy nos ha dejado, tras sufrir un repentino cáncer fulminante, y todos los que nos reuníamos alrededor de aquel viejo tronco caído, nos hemos quedado huérfanos.

Tras el cierre de O Couso, nunca perdimos el contacto y siempre nos escribía emocionada y feliz desde África, donde andaba últimamente desarrollando misiones humanitarias con los refugiados que quedaban atrapados entre esos dos mundos tan dispares. Hace pocos días nos llamaba con esa calma y esa paz interior que le caracterizan informándonos de la noticia. “Mi vehículo no está bien, pero yo estoy bien, en paz, tranquila”.

La primera vez que vino a O Couso fue en los comienzos, allá por el año 2014. Nosotros llevábamos pocos meses enfrascados en la rehabilitación de aquella antigua ruina, y ella, que hacía el camino de Santiago, se enteró de la noticia de que en Samos unos por entonces jóvenes valientes y audaces habían emprendido una gran aventura comunitaria. Vino para un día, pero ya nunca se marchó.

Todas las mañanas, nos preguntaba si podía quedarse un día más. De alguna manera, se enamoró de nuestro esfuerzo, de nuestra osadía, de nuestras meditaciones en una ermita medio derruida, de nuestros cantos devocionales, de nuestra disciplina aventurera. Desde aquel primer instante, la conexión fue mutua. Todos los que la conocimos, enseguida caímos en la cuenta de que un ángel nos visitaba cada vez que venía a O Couso. Y después de aquella casual primera vez, vinieron muchas más. Cada año se atrevía a venir dos o tres veces para echar una mano, y siempre traía consigo media docena de nuevos “catalanes” deseosos de participar en aquella utopía. Ella misma creó una pequeña comunidad dentro de la comunidad, “los catalanes”, como los llamábamos cariñosamente. Y de esa manera, se creó una institución cargada de emoción, de alegría y de compartir.

Su visión y forma de ver la vida eran para nosotros un bálsamo. En las peores decisiones, ella siempre quitaba hierro y relativizaba lo más duro. “Da igual, no te preocupes”, solía decir con ese catalán tan acentuado que le caracterizaba. Mediadora incansable, siempre buscaba y encontraba lo mejor de cada ser humano. Como médica, siempre encontraba algún alivio no solo para las dolencias de la carne, sino, sobre todo, para las dolencias del alma. Todos acudían a ella buscando y encontrando misericordia. Su fe y esperanza, su humildad y caridad en el más amplio sentido, le acompañaron hasta el final.

Mercé, querida, aunque ahora inevitablemente te lloramos, siempre aparecerá una sonrisa en nuestro recuerdo, un amor infinito hacia tu persona, un poderoso deseo de que nos protejas allá donde estés, como siempre hacías, con esa tan ancha y sublime generosidad tuya. Nos dice Jordi, tu querido sobrino al que tanto amabas y al que tanto trajiste a O Couso para calmar su efervescente adolescencia a base de cantos y meditaciones, que ya nunca más iremos a “180”. Ahora seremos buenos, como tú lo eras, porque sembraste en nosotros tu ejemplo de bondad como nadie nunca lo había hecho.

Misión cumplida, querida Mercè, nos vemos en el otro lado, ese que tanto añorabas y que ahora te abraza en su infinita inmortalidad. Gracias siempre por todo lo que nos diste…

“Mira la felicidad, está aquí,
y ahora, nada que hacer, ni a dónde ir, nunca más, con prisa…”

Cuando los ángeles vuelan


Cuando el silencio reina en ambas columnas es porque algún tipo de tristeza se apodera de los aposentos de esa alma errante que viene y que va, y que, de alguna manera, en algún rincón o cruce de caminos, debe despedirse inevitablemente de alguien. Ya son algunos ángeles los que nos abandonaron hasta hace no mucho. Aún recuerdo los ojos profundos de mi abuelo Antonio, azules, inocentes, dulces, amables, bondadosos. La edad se los llevó, y los tiempos aquellos en los que uno, cuando era niño, solo deseaba que llegaran las calores del verano para viajar en esas interminables carreteras que todos los migrantes atravesaban ansiosos hacia sus tierras de origen. No era mi tierra, sino la de mis padres (eso lo descubrí años después cuando allí viví y me trataban como extranjero), y su emoción no era la mía, un niño en aquellos tiempos. Mi emoción era otra, y tenía que ver con aquellos paseos interminables buscando entre los palmitos, hojas perfectas para crear escobas con mi abuelo. Recuerdo su bastón, y su sombrero, y su sonrisa, y su mirada, siempre melancólica, siempre atenta, siempre luminosa.

Y luego se fue el otro Antonio, mi mentor editorial, siempre tan generoso y tan dispuesto a ayudarme. Y tanto que lo hizo, y por eso siempre lo recuerdo, con su enfermedad avanzada, pero con las botas puestas hasta el final. Me ayudó incluso tras su partida, porque en vida ya no podía ayudarme más. Me dio lo que tenía y lo que no tenía con tal de que no abandonara, en una de esas crisis necesarias, el oficio de editor. Antonio, yo quería dar clases en la universidad, le decía con pesar. Aguanta, me decía él, hay pocos editores como tú, y son necesarios. Qué pena que se fuera tan pronto, y que honda huella dejó en los que tuvimos la suerte de conocerle. Nunca olvidaré su despacho, donde quedábamos para conspirar y hablar de libros y vidas, siempre acompañados de esa especie de crema de almendras que él tomaba y yo con él.

Y al poco tiempo se fue Pepe, otro ángel, de la misma tierra que Antonio, y de la misma nación que mi abuelo. Otro que la vida se llevó así sin más, avisando con tiempo, para que pudiéramos despedirnos como Dios manda, despacio, apreciando lo bueno que nos dio, que no era más que bondad, amabilidad y un infinito ejemplo de saber estar. Pepe nos dejó huérfanos, especialmente a su mujer, y a sus hijos, entre los que me incluyo, y a sus nietos, que ya han crecido y que pronto volarán. Cuando iba a la ciudad de Malaka, dos eran las visitas obligadas, una a Antonio, y otra a su vecino Pepe. Esa era la ruta inevitable durante años. Años que se hicieron cortos, porque la vida pasa, sin más.

Y sin avisar, justo en ese verano que iba a venir desde Ginebra a Galicia para conocer mi pequeña cabaña y mi loca utopía, se marchó M. Antonia. Ese fue un dolor muy grande, tan grande que durante muchos meses la lloraba en silencio, entre bastidores y fronteras, entre lugares donde solo el espíritu habita. Nunca entendí cómo un ser tan grande, con el que compartía chocolates a escondidas en aquella añorada oficina suiza y con el que nos escapábamos a comer pizza o fondue, plato muy típico de los macizos montañosos de Jura y el norte de los Alpes, pudo marcharse sin más. Tres veces al año era insuficiente para disfrutar de su alegría innata, de su bondad contagiosa, de su entrega a una vida de total servicio y renuncia. Tantas y tantas veces conspiramos para hacer de un mundo bueno, un mundo mejor, tantas y tantas veces nos mirábamos con esa complicidad de las almas reencontradas, intentando exprimir cada segundo de vida juntos. ¡Qué misión tan grande le habrán encomendado ahora! Siempre soñaba con ocupar su puesto cuando se jubilara, porque era un lugar de entrega y servicio, pero cuando se marchó, dejó de interesarme, entendiendo que lo que verdaderamente deseaba era estar a su lado, sin más. Disfrutar de ella y de su pareja, al que tanto admiro. Le Petit Lancy ya no es lo mismo sin ella. Y tampoco ese entrañable paseo, tan emocionante y dispar, que separaba el apartamento de los voluntarios de la oficina y el trabajo.

Y justo hace ahora pocos días, con un pequeño hilito de voz, me llamó para darme la noticia. Estoy bien por dentro, el conductor está feliz como siempre, pero mi vehículo se va, está estropeado, me decía con esa dulzura suya, con ese amor tan expansivo hacia la vida eterna. Cuando la escuché esa mañana y me dijo que habláramos por la tarde, de alguna manera sabía lo que me iba a decir. Me marché al nuevo almacén, tan blanco y luminoso, mi pequeño templo, mi sagrado reino de los libros. Allí hay un pequeño sillón donde a veces juego con mi hijo, o mejor dicho, donde observo cómo mi hijo “ordena” los libros. Empieza con los que tiene más a mano: Las Odas Sagradas de Salomón, el Kybalión, El Evangelio de Tomás, … Y luego alza la mano, para ver si alcanza libros más profundos, más sabios, más inquietantes. Ese día pasé la tarde solo, con la excusa de que iba yo a ordenar libros. Esperando su llamada, en el sillón, casi llorando. Y cuando llamó y todo sonó a despedida, me quedé callado, llorando, en silencio. La tarde se oscureció y con ella el mundo entero y todos los demás días hasta hoy. Y así llevo desde ese día, en esa pena, en esa oscuridad, en ese desánimo, sin saber qué hacer, qué decir, hacia dónde mirar. Preguntándome por qué los ángeles se marchan tan pronto, y qué grandes misiones les aguardan en las Moradas Divinas, de haberlas. Porque de todos los ángeles, este roza el grado de arcángel, y fue nuestra luz en el camino utópico, nuestra guía, nuestra defensora, nuestra protectora, nuestra líder, nuestra madre y hermana y amiga y consejera. Nunca nadie ha podido tanto disfrutar de un alma tan pura, tan necesaria, un sacramento encarnado, un portento celestial que debió encarnar para enseñarnos el camino.

Se nos va, se nos va la vida, se nos van los seres queridos, los seres amados, los seres que engrandecen nuestro pecho con su ejemplo y vida, con su generosidad extrema, con su bondad exquisita. Se van las civilizaciones y lo sagrado, la luz y la lucidez, lo bueno, lo ético, lo hermoso. Palidece el mundo cada vez que un ángel se va. Y sin duda, haberlos haylos, porque yo, más humano de lo que desearía, los he visto, los he abrazado, los he admirado, los he amado. He podido tocar, con ligerísima consideración, sus amplias alas, y al hacerlo, he recobrado toda fe.

El giro subjetivo


Sonaba Free yourself, de los Canarios, mientras me dejaba deslizar desde las tímidas montañas hasta las llanuras. Llegué al impresionante aserradero y mientras observaba las portentosas maderas alguien me abordó. Le expresé mi intención de comprar algunos troncos, bases y tarimas para construir una modesta logia, una cabañita donde colocar mis libros personales de mística y antropología, alguna vela con su pequeño altar para meditar y un tímido escritorio donde trabajar. En definitiva, un Sancta Sanctorum donde meditar en silencio, estudiar y buscar nuevas fórmulas de servicio.

En las ligeras ondulaciones del aserradero había cientos de gamos y pavos reales que nos miraban con curiosidad. Le dije a mi interlocutor que el dueño de aquel lugar debía estar orgulloso. “Yo soy el dueño”, me dijo complaciente. De todos los que allí trabajaban, me estaba atendiendo el mismísimo Santiago Ramos Izquierdo, de Maderas Rado. Santiago, de 77 años, me explicaba orgulloso la historia de su empresa, la cual empezó cuando terminó la mili, hasta entonces. A pesar de su edad, no tenía ganas de jubilarse, porque disfrutaba de sus gamos, sus maderas y sus pavos reales.

No quise entrar en detalles de para qué iban a ser utilizadas sus maderas, pero me fui satisfecho por el trato y el rato agradable de charla complaciente y sincera. Pedí presupuesto para postes R4 de tres metros, tarima sueca solapada y sus bases. Qué emoción pensar en la construcción de una pequeña logia, de nuevo, de cero, sin nada.

De allí me fui al Ecocentro a llevar algunos libros que la buena de María, la gerente, me había pedido. Me escribió hace unos días para ver cómo podíamos colaborar, y en esas andamos, buscando sinergias que puedan ser útiles para ambos. Con lo que ahorré en los portes de Correos, pensé en sentarme en alguna terraza a tomar una merienda, pero llegaba tarde a Casa Asia. Allí estaba el sabio Agustín Pániker, que nos iba a dar una intensa charla sobre la espiritualidad en occidente y oriente. La última vez que lo vi fue en el garaje de su casa de Barcelona. No recuerdo muy bien cómo llegamos hasta allí, pero sí recuerdo que había pasado mucho tiempo de eso. Así que fue un placer poder saludar al maestro y editor al mismo tiempo que disfrutaba sobre su lúcida charla sobre el giro subjetivo, la diferencia entre reencarnación (hinduismo) y renacimiento (budismo), el saber que Buda no fue un “iluminado”, sino más bien un “despierto” (Bodhi (बोधि)), y toda la profundidad de su dialéctica influenciada por ese marco inventado llamado Oriente vs Occidente, inexistente excepto en la narrativa del eurocentrismo.

A la charla fui con la amiga Mayte, reconocida presentadora de televisión española, retirada de la primera línea, pero empecinada en hacer y rehacer entrevistas y reportajes de máxima calidad. Aún la recuerdo cuando presentaba hace muchos años Informe Semanal, y qué gran honor el poder escuchar ahora de su sabiduría tras haber entrevistado a cientos de personas ilustres de nuestro tiempo. La conocí hace muchos años de la mano de Rosa Sinespina, un misterioso autor editado por nosotros, medio alquimista, medio científico reputado, que se esconde en ese pseudónimo para no revelar su verdadera identidad, un importante cargo de dirección en el proyecto internacional de fusión nuclear  IFMIF. La última vez que lo vi fue en el bautismo de su primer hijo. Y justo ayer hablaba con él para prologar un libro sobre cábala que pronto editaremos, un libro sobre la mística de los trece pétalos de la rosa.

Uno se impregna del magnetismo de aquellas personas que como Santiago, Agustín, Rosa o Mayte, cada uno en su oficio y a su manera, transmiten a los demás. Es como aquel libro de “encuentros con hombres notables”, de Gurdjieff. Pues lo mismo. El privilegio de encontrarte con gente notable, no importa si vende maderas, da conferencias, es el jefe de un proyecto internacional de fusión nuclear o sale en televisión. Lo importante es el momento único de la ocasión, el momento único del encuentro, del compartir y del relacionarse sin esperar nada más que colaborar en el giro subjetivo, en la morada interior que todos tenemos, en el extracto en el que las almas, de alguna manera, se unen y reconocen, como una vela que enciende a otra para transmitir la luz, revelando, en el despertar, que todos somos Uno, y que nada nos separa ni nos diferencia en la verdadera realidad. Eso, en la tradición budista, se llama renacer. Algo así ocurre cuando te reencuentras con el otro. Renaces, te expandes, te iluminas, y al hacerlo, te vuelves receptáculo de generosidad y vida. La empatía estética, que diría Theodor Lipps. El giro subjetivo.

 

L’amic Retrobat


 

“Dios, he sido enviado aquí ciego para aprender a ver. Recordar que siempre estabas ahí conmigo. ¿Pero sabes lo difícil que ha sido? ¿Se podría haber previsto todo esto?” (“Without a Map” de Markéta Irglová)

En el instituto nos hacían leer en catalán esta novela de Fred Uhlman, “L’amic retrobat” (“Reencuentro”, en castellano). Los años ochenta y los noventa era el tiempo de lo que allí llamaban la normalización lingüística, muy alejados aún de todo lo que vino después. La gente abrazaba entusiasmada esa idea de convivencia y de normalización de dos lenguas hermanas que aprendíamos con alegría. Tras la primera oleada de emigración nacional (especialmente del sur al norte del país) de la cual yo era parte y testigo, vino una segunda ola venida de países Latinoamericanos. Fue ahí, en esa segunda ola, en plena normalización lingüística, a principios de los años noventa, cuando conocía a Carlos y su familia. Una caminata nocturna por la ruta mariana hasta el santuario de Montserrat, la montaña mágica para unos pocos, hizo que los astros se conjugaran y nos uniera en destino común.

Mis idas y venidas por medio país nunca nos alejaron. Más bien lo contrario, nos unió de alguna manera, inclusive cuando me marché a vivir a Escocia tan entusiasmado por mi tesis. Sin embargo, algo pasó cuando hace diez años me marché a Galicia y allí nos perdimos la pista. Galicia supuso para mí una desconexión casi total del mundo que hasta ahora había conocido. Encerrado en el proyecto y en esa pequeña cabaña durante casi diez años, en aquellos bosques fríos y nublados me olvidé de lo más esencial.

Pero este año supuso el cierre del proyecto y mi vuelta a Madrid, y con ello, el cierre de una época a veces algo oscura, para volver poco a poco a cierta luz, a cierta claridad. En esa claridad he puesto orden en todos mis asuntos materiales primero, en los emocionales después y espero que en los intelectuales y espirituales en poco tiempo. En este año de tránsito desde el septentrión hacia el centro he podido equilibrar toda mi vida personal, reconectar con amigos que tenía abandonados desde hacía tiempo y volver a situarme en un lugar privilegiado para observar y retomar ciertos propósitos vitales.

El broche de oro a todo este asunto de equilibrios y armonías llegó ayer. El día anterior habíamos estado en el hospital enfrentándonos a una operación. Por suerte todo salió bien y pudimos ir a recoger nuestro regalo de reyes, nuestro nuevo coche eléctrico con el cual pretendemos empujar de forma más ecológica a nuestra pequeña empresa editorial, viajando de nuevo todo lo que haga falta para conseguir relanzar la empresa, y de paso que lo hacemos, reconectar con los viejos y nuevos amigos y con los viajes, tan abandonados este último tiempo. A la vuelta de todo ese agotador día quedé en Madrid al día siguiente con la familia de Carlos.

Fue muy emocionante después de diez años volver a verlos, a esta que consideré durante mucho tiempo mi segunda familia. Volver a casa de los tíos de Madrid y encontrarme con Carlos (padre) y Olivia (madre) y luego, la guinda, la aparición estelar de mi viejo amigo Carlos (hijo), el cual hacía muchos años que no veía. Fue francamente emocionante y para mí muy, muy, muy importante. Por eso, una de las mejores cosas que me han pasado este año, más allá de la bonanza en otros aspectos, fue el reencuentro con Carlos, l’amic retrobat.

Tras el encuentro y el abrazo, volví a la Sierra Oeste con nuestro nuevo y silencioso amigo ID4 (un caballero andante necesita siempre una buena cabalgadura), en presencia, con tanta tecnología abrumadora, escuchando mi añorada “Without a Map” de Markéta Irglová, dando las gracias a la vida por este increíble año que espero sea la base para unos años de prosperidad interna y externa compartida, porque el amor, sin relación, no es amor. Gracias Carlos, gracias familia, por tan hermoso regalo. Ahora toca caminar, sin un mapa, por la fe, y no por la vista.

Sirva este último blog de este año para abrazar a todos esos amigos que fueron, están y serán. Sirva de homenaje a los que siempre estuvieron, en lo bueno y en lo malo.

Que tengáis todos un feliz año nuevo, y que las siembras pasadas den fruto bueno en este nuevo renacer. Muy feliz 2024. Gracias 2023 por todas las experiencias y aprendizajes.

 

 

De aquellas Tierras Altas


En la Comunidad de Findhorn, Escocia, en 2019.

«Basta ya de hablar de los viejos tiempos, es hora de hacer algo grande…Quiero que salgas y hagas lo necesario para que funcione…Tantos aliados…Tantos aliados»… Thom Yorke

Estimado M.,

Gracias por la explicación, que para nada me parece pesada. Más bien al contrario, apasionante. Además, es como menos curioso que en tu ADN exista sangre de las Tierras Altas. Me hice ese análisis, sintiendo la misma curiosidad, hace algunos años, pero me daba 70% íbera y 30% romano. No quedé muy convencido, así que me haré alguno más por contrastar resultados (ya me recomendarás alguna empresa), porque siento que en ese reduccionismo genético se olvidaron de la seguro inevitable sangre mora, la sangre celta, fenicia, griega, tartessa y cartaginense, la sangre germana y tantas otras que han atravesado nuestra piel de toro y de la que todos, sin excepción, hemos tenido algún cruce.

Ya me contarás cuando tengas un rato sobre tu investigación sobre la enligthnement. Siento mucha curiosidad y me retrae a ese invierno del 2007 cuando me helaba entre Edimburgo e Inverness buscando ideas para la tesis. Es curioso pero las primeras líneas de esa tesis (tú que eres amante de esas sincronías extrañas), también empezó en el siglo XVIII, con el fenómeno que en Escocia se conocía como las “Highland Clearances” . Te adjunto el primer párrafo solo por curiosidad. 

«La curva de aprendizaje, la clara frontera que enfrentamos para iniciar este trabajo comenzó en el frío invierno de 2007. En las primeras semanas de aquel gélido año llegamos a una de las comunidades pioneras del movimiento utópico de nuestros días, la comunidad de Findhorn, ubicada en una hermosa bahía al norte de Escocia, a unas tres horas de Edimburgo. En siglos pasados estas tierras fueron conocidas por un fenómeno histórico llamado las “Highland Clearances” o expulsión de los gaélicos, un desplazamiento forzado de la población mayoritariamente agrícola de las Tierras Altas que ocurrió a lo largo de todo el siglo XVIII. Paradójicamente, también se conoció como las “comunidades abandonadas”, dando fin al antiguo sistema de clanes escocés y dando comienzo, de paso, a una visión de la tierra más económica y productiva. Antes de esa expulsión, en toda Escocia existieron diferentes formas de organización social y comunal como los “clanes” o los “burgh”, sistemas que habían basado su existencia en fuertes lazos solidarios. Paradojas de la historia, la comunidad de Findhorn representaba un nuevo fenómeno con fuertes lazos de solidaridad en las Tierras Altas, una auténtica Gemeinschaft, por utilizar el término alemán de Tönnies (1979), un lugar donde los hijos de la contracultura habían establecido un campamento base y ponían en práctica sus relaciones y afectos de forma organizada e intencional».

No deja de ser paradójico que mientras te leo, siento cierta envidia extraña. Si alguna vez me he sentido cómodo en alguna tierra ha sido en Escocia y Alemania. Y cuando me dices que ahora estás viviendo allí, siento cierta añoranza profunda. En España me siento algo extraño, especialmente ahora con el lío que nos traemos con las identidades, pero allí me sentía como en casa. No sé si debido a alguna reminiscencia abstracta, o algún hecho más concreto, como bien dices, pero esa es la realidad. Aquí en la Sierra Oeste de Madrid lo único que siento es alivio por volver a cierto anonimato y soledad, y paz, mucha paz. En este pueblecito de no más de dos mil habitantes, me siento cómodo. Pero solo es eso, comodidad, no sentido de permanencia, cosa que ni tan siquiera siento por mi Barcelona natal o por la Andalucía de mis ancestros más próximos.

Disfruto como hacía tiempo que no lo hacía de mi tiempo, sin tener que atender a nadie, sin tener que dar explicaciones a nadie, sin preparar desayunos para decenas de personas o subirme con lluvia a tejados en ruinas. Aquí no me enfado con nadie ni nadie se enfada conmigo. Nunca pensé que la vida burguesa de estar en una casa calentito, arropado con una bata azul de terciopelo y rodeado de cuatro perros, hermosa pareja y un hijo en ciernes, rozara la idea de cierta felicidad. Una vida simple sin batallas ni conquistas, sin éxitos ni derrotas, algo llano, algo pausado, algo quizás superficial, pero que roza una tierna profundidad simbólica. Ahora mismo no deseo más, ni quiero más. Ni siquiera deseo hacer algo grande, más allá de la grandeza de traer al mundo desde lo invisible y el anonimato Vida, Consciencia, Amor.

La aventura de estos años me ha llevado a muchos límites, y la paz de estos meses no tiene precio. Y te cuento esto porque me imagino que allí, en Escocia, lejos de los medios y el ruido mediático al que estabas acostumbrado, de las luces y sombras de este país, te sentirás algo así, aliviado, tranquilo, anónimo, libre, en paz. O al menos ese es mi deseo.

Gracias por compartir un trozo de tiempo. Como te decía más arriba, te envidio sanamente, al mismo tiempo que me arropo tranquilo en este momento de estabilidad y sencillez. De aquellas Tierras Altas siento anhelo. Pero ahora toca bucear en la necesaria regeneración vital. El descanso del guerrero, que diría aquel.

Un abrazo grande y sentido,

J.

De aquellos corazones rotos


 

Hoy paseábamos por el embalse de la Jarosa y la sierra de Guadarrama. Hacía muchos años que no nos veíamos ni sabíamos el uno del otro. Fue uno de los primeros y valientes pioneros que decidió instalarse en la utopía gallega y uno de los primeros que se marchó con el corazón roto, por la dificultad del lugar, de la convivencia, de las condiciones. O Couso fue un lugar de encuentro y aprendizaje, de dura enseñanza, y también un lugar que nos puso excesivamente a prueba. Sentí mucha pena cuando se marchó, y nunca llegué a pensar que más tarde serían muchos los que llegarían y se marcharían de igual manera.

Demasiados corazones rotos que se compensaban con tantas y tantas alegrías que por allí ocurrieron. Tras casi tres horas de paseo me dijo que en el fondo aquello fue como un trabajo, y que nunca nos deberíamos haber tomado las cosas de forma tan personal. La verdad es que el anhelo de convivencia fraterna en un escenario excesivamente complejo y difícil fue toda una prueba en todos los ámbitos, tanto en el personal como en el profesional.

Nunca se lo llegué a reconocer, y tampoco lo hice hoy por falta de tiempo y por el emotivo paseo en el que queríamos ponernos al día de tantas cosas, pero en el fondo, muchos de los postulados por los que llegamos a discutir, pasado el tiempo, le hubiera dado la razón en la mayoría. Yo me aferré a la idea de que para que ese lugar tuviera sentido tenía que postular alto y rozar la utopía. Él era mucho más pragmático y puso los acentos en muchas partes que adolecíamos. Nunca encontramos un punto de equilibrio, ni siquiera años más tarde cuando todos los que por allí pasaban ponían el acento en los mismos errores una y otra vez.

Por un lado, conseguimos parte de la utopía, pero el precio que pagamos, visto con la distancia, fue excesivamente alto. Ahora, con cierto temor, me pregunto si mereció la pena, si todo aquello que hicimos, más allá de los lazos que se tejieron y las relaciones humanas que de allí nacieron, estuvo a la altura de nuestras aspiraciones. El tiempo y las personas que por allí pasaron lo juzgarán. A mí siempre me quedará el consuelo de que al menos lo intentamos.

Lo cierto es que habían pasado diez años desde nuestros primeros encuentros allí en Malasaña y desde que empezamos con ilusión a tejer el sueño.

Queríamos un proyecto en el que todos fuéramos iguales, pero en el fondo no era así. Algunos aportaban más, otros arriesgaban más, otros trabajan más y otros se comprometían más. Él tenía razón en que deberíamos haber partido desde una base más cooperativista y menos enclaustrada en una fundación. La fundación tenía como cometido que no se desvirtuara la idea original, función que ejerció con sus pros y sus contras hasta el final. Pero al no existir un sistema cooperativista, no partíamos desde una igualdad absoluta.

Lo cierto es que desde las cartas que envié en el día de Todos los Santos, este paseo de hoy ha sido la primera muestra real de verdadera reconciliación con el pasado. Corazones rotos que se unen años después con risas y anécdotas e historias, olvidando lo malo y recordando con emoción lo bueno. Los caminos de hoy se nos han hecho cortos, pero la reconciliación ha merecido la pena. Espero y confío que existan más excursiones como esta, con él y con todos aquellos que se fueron heridos, con todos aquellos que se encallaron en el camino y con los que no logré atenuar el bache, el agravio o la desilusión.

Directa o indirectamente hice mucho daño a mucha gente de buena voluntad que quiso echar una mano. Es cierto que se hizo mucho bien, pero también es cierto que por el camino quedaron muchos cadáveres, como decía una y otra vez un amigo amenazando con ese: «te quedarás solo». A todos ellos un sincero “lo siento”, y también una mano abierta para pasear una tarde cualquiera por cualquier bosque encantado.

Es verdad que al final me quedé solo en aquel lugar, pero también es verdad que ya no habrá más corazones rotos en ninguna otra utopía soñada.

Gracias Iván por el paseo de hoy. Gracias por tantas y tantas cosas bellas.

Gracias M. Antonia


Tú eres yo,y yo soy Tú. No es evidente que nosotros «inter-somos». Tú cultivas la flor en ti mismo, para que así yo sea hermoso. Yo transformo los desperdicios que hay en mí, para que así tú no tengas que sufrir. Yo te apoyo; Tú me apoyas. Estoy en este mundo para ofrecerte paz; Tú estás en este mundo para traerme alegría. Thich Nhat Hanh.

Terminé al año hablando de Vida, y empiezo el nuevo año hablando de muerte. De dos muertes que me han tenido en silencio pausado y delicado estos días. La primera me la guardo por lo difícil que me resulta hablar de ella. La dejaré desgarradora en mi intimidad, abrazada para siempre en el devenir futuro. Esas muertes silenciosas que nunca se cuentan, ni se mendigan, ni se comparten. Esas muertes anónimas que nunca vieron la vida.

La segunda me ronda desde hace unas semanas y duele, porque todas las muertes duelen. Se marchó nuestra querida M. Antonia, un ser alegre y excesivamente generoso para no tenerla en el recuerdo todos los días. Se marchó sin despedirse, sin decir adiós, en silencio. No quiso compartir su dolor, su cáncer, su espacio y su tiempo que se apagaban. Tan generosa, no quiso que nos lleváramos de ella un mal recuerdo, un sufrimiento innecesario.

En julio tenía programado venir con su hijo y su pareja a Galicia, para visitar el proyecto y pasar aquí unos días. Ese viaje nunca ocurrió. Ese mismo mes le diagnosticaron el principio del fin. Ahora me siento extraño y vacío. Como si alguien importante se hubiera marchado, alguien que de alguna manera sostenía un anhelo necesario y una esperanza futura, un hilo irreductible.

La conocí en Ginebra con la excusa de la edición de uno de los libros azules. Compañera de estudios de una de esas organizaciones que te enseñan a meditar, estudiar y ser útil al mundo, se empeñó en que juntos dedicáramos tiempo a revivir la obra de AAB. Así que tras el primer contacto, y durante muchos años, empecé a viajar a Ginebra, tres veces al año. Para mí esos viajes eran como unas pequeñas vacaciones que intercalaba entre el apartamento de los voluntarios en la bella Petit Lancy, en el margen izquierdo del Ródano, y las oficinas que había en la capital. Siempre obviaba el tranvía porque el paseo por el pequeño bosque que separa ambas ciudades merecía la pena. Luego llegaba a la oficina y siempre me esperaba M. Antonia con aquellos riquísimos chocolates de Ragusa que tanto me gustaban.

Nuestra complicidad era el chocolate, las risas y su mallorquín cerrado y gracioso que compartíamos en la sección española de la fundación durante horas. Entre risas y trabajo, iba sacando el avituallamiento de chocolates que preparaba cuando sabía de mi llegada a Ginebra. Los días y las semanas en aquel anónimo rincón del mundo cobraban significado gracias a esa bella alma que inspiraba confianza, cercanía, amistad y servicio compartido. Nunca pedía nada, nunca reclamaba nada, y siempre lo daba todo: presencia, alegría, generosidad y luz, mucha luz. Me encantaba verla con su pareja trabajar en el mismo sitio, cómplices y felices por saberse partícipes de una misma aventura. A veces me invitaban a su apartamento a cenar, o nos escapábamos para saborear alguna pizza o alguna tradicional fondue suiza por las calles ginebrenses.

Desde que M. Antonia se marchó, me ocurre lo mismo que me pasó con la pérdida de mi querido Pepe y mi querido Antonio en el 2016, ambos amigos y mentores malagueños. Tengo un sentimiento de orfandad, de abandono, de falta de algo importante en mi vida. Supongo que por la gran luz que desprendía M. Antonia, somos muchos los que nos sentimos así, abatidos, descolocados, huérfanos. La lloraré en silencio, con la esperanza albergada de que siga protegiendo todo el trabajo que emprendimos juntos, y todo el cariño que ambos nos teníamos.

Gracias M. Antonia por todo lo que dejaste, ahí, bien enterrado en los corazones sensibles que lograron abrazarte. Echaré de menos tu presencia, tus chocolates, tu sonrisa, tu abrazo siempre sincero, aquella mirada franca que atravesaba cualquier alma, aquellas cartas que siempre terminaban con tu hermoso «en amoroso servicio». Siempre en mí, siempre en ti, tú eres yo y yo soy tú. Nos vemos en el otro lado para seguir inspirando y protegiendo la sagrada luz.

Moriremos de amor


«Esperanza: pequeña luz que se enciende en la oscuridad del miedo y la derrota, haciéndonos creer que hay una salida. Resplandor azulado que anuncia el nuevo día en la interminable noche de tormenta». «Historia del rey transparente», Rosa Montero

Hoy es un día muy importante para una persona que ha sido muy importante en estos tiempos. Quería hacerle algún tipo de gesto o regalo, y he decidido que el mejor regalo que le puedo hacer es volver a mi centro, al equilibrio, a esa resurrección inevitable que uno debe acometer cuando de alguna manera has muerto a un pasado que ya jamás volverá.

El ser humano tiene dos tipos de vibraciones. Unas altas, otras bajas. Cuando navega por las frecuencias altas es capaz de lo más maravilloso. Cuando se derrama en frecuencias bajas es capaz de lo más terrible. Ambas frecuencias residen en nosotros, y cada día elegimos ser una buena persona o un ser temerario. En estos meses he sido capaz de ambas cosas, y de la síntesis de ambas, he sacado un gran aprendizaje.

Así que hoy me levanté con el deseo de ser diferente, o al menos, de ser diferente a como había sido estos días, semanas y meses, donde al perder cierto centro, uno se pierde a sí mismo. Hoy quería volver al centro, al equilibrio, al amor, al ser consciente que siempre he pretendido ser. Volver, en definitiva, a mi esencia de segundo rayo, al amor-sabiduría.

Al volver a cierto centro, lo primero con lo que me topé en el ordenador era un archivo con datos astrológicos, una fecha y un mensaje predictivo: “moriremos de amor”. He sentido cierta emoción, porque no hay mejor manera de vivir, que muriendo de amor y resucitar al mismo. Algo así me ha pasado estos meses. He muerto literalmente de amor. Y al hacerlo, he resucitado a la vida.

Quizás por ello, tras el gran incendio, tras la gran tormenta, tras la gran derrota, siento de nuevo esperanza, esa pequeña luz que se enciende en medio de la noche, en la oscuridad del miedo y la derrota, en ese ocaso que es la nada. Han sido días largos de tormenta, de frío interior y de alejamiento. Ahora toca renovarse, volver al centro, volver al ser.

Y una manera de hacerlo es volver a cuidarme. Para ello estoy haciendo muchos cambios vitales en mi vida. Una de las cosas que he vuelto a retomar es el antiguo Patreon. A partir de ahora, todas las publicaciones serán apoyadas por mecenas, tal y como hacía hace cuatro años.

Lo que más me gusta en el mundo, mi don, de tener alguno, es la escritura, y deseo seguir escribiendo, inspirando, apoyando a los demás como pueda. Creo que la creatividad debe valorarse, y que, al hacerlo, es capaz de transformar más vidas, de inspirar a más gente. Este blog lleva abierto desde 2008, y sois ya más de cinco mil personas las que lo han ido siguiendo durante este tiempo. Estáis todas invitadas a seguir las aventuras de este utópico en el nuevo blog, agradeciendo desde ya todo vuestro apoyo.

Así que estaré encantado de volver a veros allí, en el siguiente enlace:

https://www.patreon.com/creandoutopias

Gracias de corazón por apoyar los sueños y las utopías.

Pd. Feliz aniversario querida A. Todo lo mejor para esta nueva revolución solar. Gracias por todo lo que has hecho en mí.

 

Suzanne Powell: soñar con los muertos


Hoy tuve un bonito sueño con la amiga que se marchó hace unas semanas. Suzanne Powell aparecía con alguien más y me guiaban por sus estancias y moradas hasta llegar a un lugar donde estaban escribiendo juntas un libro titulado algo así como “Guía para ayudar a los Guías”. Suzanne Powell sirvió de guía a muchas personas. Dotó de esperanza a un gran número de seguidores y con su peculiar estilo, abrió las puertas de la espiritualidad a mucha gente. Alguna vez hablamos del futuro que creíamos lejano, y nos preguntábamos sobre quién guiaría a los guías de la especie humana, y sobre quién cuidaría de ellos cuando no tuvieran fuerzas o estuvieran agotados.

Hace unos días fallecía el maestro budista Thich Nhat Hanh. Fue cuidado y asistido en uno de sus monasterios gracias a los miembros de la Orden de Interser que él mismo había creado. A diferencia de Suzanne, Thich Nhat Hanh había entendido la necesidad de crear comunidades de vida conscientes donde unos cuidaran de los otros, y pudieran desde el esfuerzo grupal, practicar y compartir el Dharma. La espiritualidad comprometida o activista requiere no solamente hablar de espiritualidad, sino ponerla en práctica. La creación de comunidades de vida espiritual es una buena forma de hacerlo.

La joven y hermosa Alba murió recientemente, de forma abrupta e inesperada. Llegó hace unos años a este lugar haciendo el Camino de Santiago. Esa experiencia de peregrinaje interior le impactó. Su transformación espiritual la vivió con intensidad y cambió su vida para siempre. Para muchas personas, el peregrinaje a “tierras santas”, produce una transformación interior. Sentí un crujir interior cuando me enteré de su muerte. Tenía todo un camino por delante para convertirse en una buena guía para muchos. Estaba labrando su futuro de forma que su mundo transformaría también a parte del mundo. Alba venía de los confines de Rusia, alta, preciosa, alegre, profunda. Nunca pudo crear su Shanga, ni siquiera pudo inspirar a muchos en su breve vida, pero dejó una huella en la que de alguna manera la pudimos (re) conocer.

Soñar hoy con Suzanne me ha hecho repensar la muerte. La muerte y la vida, la fragilidad de nuestro devenir y peregrinar por este hermoso y único planeta. La muerte de Alba, de Thich Nhat Hanh o de Suzanne me han producido cierta alerta interior. Quizás Suzanne, con la que hablé mucho sobre ese tema en nuestros retiros y paseos, me ha querido decir algo con ese sueño. Algo así como “cuídate” y “cuida” a los guías que te rodean. A toda esa gente que frecuentamos y son fortaleza para nuestro espíritu. A toda esa gente que da su vida en una entrega suprema, en una constancia perseverante. Cuidar a los guías de la especie humana para que nos ayuden en nuestro tránsito, en nuestro peregrinar por el mundo. Cuidar a los que cuidan, cuidar a los que guían e inspiran.

Soñar con los muertos es como saberlos vivos al otro lado. Estoy convencido de que Suzanne, en su particular reset, ha podido ver todos sus errores y sus aciertos. Pero, sobre todo, ha podido ver todas las personas a las que pudo inspirar con su divina presencia. Confío en que esté bien al otro lado y confío en que pueda seguir obrando el bien desde el más allá. Su guía nocturna me ha servido para ver luz allí donde antes había sombras.

En las entrañas del Camino Medio


Esta mañana paseando por Madrid

Quedamos esta mañana a las nueve en punto en el Tavolo Verde, el lugar donde Casado le ofreció a Cayetana un prometedor futuro político. Tras el distendido desayuno y la alegría por el reencuentro, me llevó a su pequeña cueva. En el centro de la ciudad, junto a la embajada de Francia, existe una inquietante réplica de la cueva de San Ignacio. Es un lugar secreto, donde se accede por un parking en una de las zonas más caras de Madrid. Su guardián y morador es un gran amigo que organiza desde allí su vida material y espiritual.

Desgranar y ordenar esos mundos es complejo, por eso me ha fascinado poder ver cómo, de alguna manera, su forma de ordenar el complejo mundo de la materia le acerca a cierta espiritualidad, a cierta llamada a la que atender. Ser rico materialmente está bien, pero está mucho mejor si viene acompañado de cierta riqueza espiritual. Ahí está el Camino Medio de Buda. Lo material no está reñido con lo espiritual, sino que se complementan y se necesitan. Encontrar el justo equilibrio es la proeza, el reto, la praxis.

El Mesías opinaba de forma diferente, pero su mensaje siempre fue revolucionario y alternativo. El Reino de los Cielos debe encarnar en nosotros para poder desarrollar el Cielo en la Tierra. Una excelente complejidad más allá del mundo dual dónde nos movemos. Tras los días en Gandía, hice una parada para comer a las afueras de Madrid con unos buenos amigos. Llegué aliviado por estar de nuevo como en casa en el Jardín del Morya, un bello lugar cargado de energía Crística. Ese lugar es fascinante porque moran buenas personas, diría que personas que son de mi sangre espiritual, y que compartimos siempre desde esa alegría. Hablamos de política y me recordó mis tiempos en los que andaba embarrado en la misma. Estar en política es necesario. Quiero decir que es necesario que buenas personas estén en política para poder ofrecer ese Reino de los Cielos a un mundo tan oscuro y perverso como es el del “poder”. Animé a mi amigo a que lo hiciera desde la profunda convicción de que personas como él deberían guiar este mundo. Abrimos esa brecha, esa posibilidad, con el ideal de no posponerlo para otras vidas.

Seguí mi camino hasta Palacio. Siempre identifiqué Palacio a esos lugares que distan mucho de mi pequeña cabaña. Viví en ellos en un tiempo pasado, y ahora me gusta volver de vez en cuando para recordar ese Camino Medio, esa necesidad de no marcharme de un extremo a otro como antes hacía. Del Palacio a la Cueva/Cabaña y de allí de nuevo a Palacio. Me alegró mucho volver a ver a mi querida amiga, que ejercería de espontánea anfitriona mientras trabajábamos en su nuevo libro. Ha sido un encierro de fin de semana excepcional, hermoso, de mucho trabajo pero también de hermosa amistad y sueños futuros. Ha sido como estar en casa, como estar de nuevo con esa otra familia estrecha, cómplice. Meditábamos, cantábamos, hacíamos algo de yoga y al trabajo. Exactamente igual que en nuestra pequeña comunidad.

Este año me he propuesto ejercer de editor y me he estado preparando por dentro y por fuera. Herramientas nuevas, coche nuevo donde poder aparcar gratis gracias a su etiqueta cero emisiones y, sobre todo, la convicción de que volver a empezar desde la experiencia y sabiduría adquirida puede garantizar nuevos éxitos materiales. La diferencia con antaño es que esos éxitos ya no son para mi gozo personal, sino que serán compartidos. Ya no hay nada para mí que no sea lo estrictamente necesario para seguir adelante con ese propósito o misión que me conmueve por dentro. He tenido que hacer un profundo movimiento de discernimiento, y ahora toca ponerlo en práctica.

Ahora estoy viajando hacia el sur de Toledo. La idea es impulsar un nuevo libro que haremos con alegría y perseverancia, un libro que nos debe hacer brillar. Sonrío cuando pienso en la posibilidad de seguir escribiendo, de ayudar a otros a buscar sus dones y talentos y de poner en marcha proyectos que pueden traer al mundo un poco de luz. En el fondo, quizás eso sea lo más espiritual. Hacer brillar a personas para que el mundo se llene de esa luminiscencia tan necesaria. Encender el fuego, regenerar nuestra cultura, reponer el buen nombre de la vida humana e incluir en ella la llamada espiritual con todas sus consecuencias. Con energía crística, búdica o de cualquier otra índole, pero con impulso espiritual, es decir, con algo que nos pueda trascender.

Cuando terminemos todo esto, seguiré mi viaje hasta mi Barcelona natal. Allí estaré unos días buceando en el mapa que deberá guiar mi mundo en el próximo año. Se presentan dos viajes importantes si todo va bien: uno a Estados Unidos y otro a México. Ambos por motivo de trabajo: trabajo antropológico, editorial y espiritual. Este año vuelvo a ser un poco más yo. Empiezan las obras de la futura Escuela, y debo salir a los Caminos para conseguir todo tipo de recursos, ya sean humanos, materiales o espirituales. En el fondo, así se tejen los sueños. Saber dónde estamos, cual es nuestra realidad, y qué estamos dispuestos a cambiar para mejorarla o ampliarla. Este año será un año de ampliación, de cosecha, de preparación de una nueva tierra. Será un año de Camino Medio, un año de salir de mi cómoda cueva para que la luz nos guíe de nuevo y la Gran Obra continúe.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

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Dejaos guiar por el espíritu


«Dejaos guiar por el Espíritu». (Gal 5,16)

La de ayer fue una mañana luminosa. Fuimos a meditar y al terminar apagué la luz de la vela como hacemos todos los días. Alguien molesta por el gesto me preguntó porqué había apagado la vela. No entendí la pregunta y no contesté. Así que volvió a preguntar por segunda vez. En esa segunda pregunta me sentí extraño y ajeno, como un forastero que llega a un lugar, comete alguna torpeza y no sabe como salir del lío. Fue algo anecdótico pero misteriosamente me cautivó durante toda la mañana. Tras la meditación y algunas gestiones cogí el pico y la pala y empecé a echar una mano, tras instalar una nueva tubería y un nuevo grifo, en la zanja. Hubo un momento que me sentí cansado, agotado, ofuscado por la pesadez de ese tipo de labores. ¿Qué hace un doctor en antropología cavando zanjas? Siempre la misma pregunta, y siempre la misma respuesta: construyendo en la Gran Obra. La Gran Obra es como los místicos antiguos llamaban a la construcción del Ser Humano Completo, el antiguo Opus Magnum de los alquimistas. Esa era, antiguamente, una de las gloriosas obras del Gran Arquitecto del Universo. Siempre incompleta, siempre inacabada, siempre desnuda.

Miré el cielo desnudo, limpio, azul, brillante. Alcé la mirada y capté una brisa del este. Me recordó la canción de Mary Poppins: “Viento del Este y niebla gris, anuncian que viene lo que ha de venir. No me imagino lo que va a suceder, más lo que ahora pase ya pasó otra vez”. Sentí que una nueva ola venía, una ola del zubuya, una nueva reminiscencia, y había que aprovecharla, subirse en ella y dejarse arrastrar hacia sus mágicas sincronías. ¡Era una oportunidad, un nuevo viento del este! Pensé entusiasmado.

Dejé la pala y el pico. Corrí hasta la cabaña. Envié un par de mensajes lanzando una moneda al aire etérico. Recibí una respuesta: había que viajar al Este. Hice una pequeña maleta, me cambié de ropa y de zapatos, dejando los harapos llenos de barro y sudor atrás y vistiendo algo decente. Dejé el légamo atrás, cogí el coche y a mediodía en punto, hora zulú, empezó el viaje.

En todo ejército que se precie, hay tres delitos condenables: el de insubordinación, el de cobardía y el de involución. Esa mañana había apagado ritualmente la vela. Como todas las mañanas, y recibí en mi cansada espalda tres delitos condenables. Eso me impulsó a buscar el viento, el aire fresco, el adelantar mi viaje, hasta llegar, a media noche en punto, a las playas mediterráneas.

Hoy ha sido un día lleno de señales, mágico, verdadero, “vora el mar”. Digamos que pudimos subir a la cresta de la ola. Las almas se reconocen, las viejas almas se reencuentran, se crea un hermoso egregor, y empiezan las señales, las sincronías. Era el cumpleaños de Grau, la cual me mandó dos audios que escuchaba desde el barrio de Grau, mientras atravesaba el colegio de Grau. Ayer noche llegó ella, la joven rebelde, la hermosa alma libre a la que tanto respeto le tengo por su ancianidad espiritual. Llegó a la misma playa, al mismo mar en el que yo había aterrizado, casi a la misma hora. Así que nos vimos para comer, junto a nuestro anfitrión amable, entrañable, “bon home”, posible futuro caballero de la luz, guerrero de la paz. Caminamos por la playa, disfrutamos de las sincronías que se iban desarrollando una tras otra. Reencuentro de magos, recuerdos de viejas aventuras, caballeros andantes, de alguna mesa redonda de antiguas Avalon. Anécdotas que perduran en el campo etérico, algo que ya pasó otra vez, y que solo tenemos que recordar.

El proceso de convertir lo solido en gaseoso en alquimia se llama sublimación. Se puede aplicar al sexo, a la vida, al espíritu. Apagar una vela puede ser para otros un estado sólido. Pero puede, mediante la transformación alquímica en el atanor conveniente, convertirse en un acto de sublimación. Hoy ha sido un día sublime. Gracias queridos A. y H. por este día entrañable e inolvidable. Las metas futuras de la especie humana están a salvo en vuestras manos. La Gran Obra está garantizada en vuestros corazones.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

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Los lazos hilozoistas


Aquí en el año 2012, cuando me mudaba a Madrid y daba ya por muerto al entrañable amigo Priusito. Por suerte, resucitó… y dobló su vida útil.

He venido de nuevo al sur atraído por una especie de lazo hilozoista. No podía dejar abandonado, después de tantas aventuras juntos, a mi entrañable amigo Prius. El hilozoísmo es una antigua doctrina que nos dice que la vida y la sensibilidad son inherentes a todas las cosas en la naturaleza. Es algo así como pensar que todo lo que existe tiene vida propia, inclusive aquellas cosas que aparentemente parecen inertes. De ahí que después de tantos años, sienta cierto lazo de unión con mi viejo coche y no haga más que rescatarlo una y otra vez.

Aún no lo sabemos a ciencia cierta, pero todos los seres están unidos por lo que los antiguos llamaban el lazo místico. Ese lazo energético, de vida, une todas las cosas, desde las más sencillas a las más complejas. Los lazos se tejen y destejen, se agrandan o reducen dependiendo de muchas cosas. Cuando alguien nos abandona sentimos un gran desgarro en el estómago que nos deja sin aire. Ese desgarro viene provocado por la ruptura de aquellos lazos invisibles que nos unían. Hay un desgarro insoportable, un dolor. Ocurre lo mismo cuando muere alguien por el que sentías algo o tenías un vínculo especial. El dolor es provocado por esa ruptura invisible.

Ocurre también con los objetos, de ahí que muchas veces sintamos apego hacia ellos. Deshacernos de alguna cosa equivale a romper algún tipo de lazo. La práctica del desapego es compleja porque no siempre es efectiva. Siempre hay algo que nos une a lo otro, al otro. ¿Cómo olvidar a aquella persona que tanto querías? ¿Cómo se puede hacer eso si en algún tipo de plano etérico seguimos unidos, ya sea por recuerdos, por lazos de amor, por deseo, por una pasión o enamoramiento aún no apagado?

Cuando algo o alguien entra en tu vida con fuerza, es muy difícil deshacer esos lazos. Te pueden acompañar durante toda la vida, o incluso, podría decir que nos pueden acompañar durante vidas enteras, así, en plural, porque, ¿para qué vamos a limitar las experiencias sentidas al recuerdo de un instante? Esos lazos continuarán, se volverán a unir, volverán a pasar pruebas juntos. Por eso, cuanto antes logremos abrazar en paz al otro, antes podremos seguir avanzando.

Como ahora no tengo novias que rescatar ni amigos extraviados, pues, ¿por qué no rescatar un objeto vivo? La soltería tiene sus ventajas, y este año de soltería está dando muchos frutos. Llevo aquí unos días mirando el tiempo. Mañana no nevará y parece que saldrá algo el sol en el norte. Es un buen momento, antes de que empiecen las lluvias y las nieves, para subir al viejo Prius al septentrión. No podré reparar todas las averías que le han salido en estos últimos días, pero intentaré darle una pequeña vida junto a la cabaña, en agradecimiento por sus servicios, por sus viajes por tantos y tantos lugares. El lazo que nos une, ¿no es suficientemente importante para que nos demos otra oportunidad? ¡Ay ese empeño mío de rescatar siempre lo imposible! De intentarlo una y otra vez a pesar de todo, a pesar de los fracasos, de las rupturas, de las caídas. Uno siente una gran pena cuando mira las cosas y sabe que algún día perecerán. Todo, inclusive nosotros, dejaremos de latir, de caminar, de respirar, de existir. Pero ahí estarán los lazos, la vida que todo lo impregna, el sentir de que algo dejamos en este mundo. Mañana aventura. A ver si llegamos sanos y salvos.

Suzanne Powell, in memoriam…


«Y recuerda aquello que está escrito
Amar al semejante es mirar de frente a Dios» (Los Miserables).

Ayer a medianoche me llegaba la noticia. Me quedé sin palabras. Suzanne había muerto. Salí fuera del restaurante y dejé a los hombres de negro por un momento. Tomé aire. Luna llena de Escorpión y Eclipse de Luna. No podía haber elegido mejor momento. Me la imaginaba subiendo a su nave y volviendo por un tiempo a su lejano planeta, lejos de los humanos, como ella nos llamaba. Misión cumplida, pensaría con su sonrisa traviesa.

Durante un largo tiempo nos escribimos hermosas cartas de amor. Incluso llegamos a soñar que tendríamos un hijo en común, aunque fuera un hijo simbólico o imaginado. Fuimos amigos y amantes espirituales. También tuve la fortuna de ser su primer editor. Aquel chico joven que vio en ella una luz especial y apostó por aquella desconocida chica rubia irlandesa, graciosa, simpática, atrevida. Aún recuerdo cuando dejó Barcelona con su niña Joana. “Por si viene la ola, mejor estar lejos del mar”. Tenía siempre humor para todo. Terminó viviendo en mi piso alquilado de Majadahonda. Agradecido por todo lo que hizo por mí le regalé lo que tenía en ese momento. Los muebles, la televisión de Dolores, aquel hermoso sillón, mi cama, las estanterías… Solo eran cosas. Cosas sin valor, excepto la emoción de pensar que ella le haría buen uso. «Dormiré en tu cama», me decía siempre buscándome las cosquillas.

La primera vez que conseguimos llenar un salón con más de mil personas me regaló una chimenea para mi bonita casa de diseño. La llamó la “chimenea del amor”. ¡Le hacía tanta ilusión hacerme ese regalo! Nunca olvidaré la cara y el abrazo y el sobrecito lleno de corazones con esos detalles que ella solo podía hacer. Estos recuerdos podrían parecer algo cursis, pero me llenan el alma recordarlos, recordarla, añorarla. Me hubiera gustado amarla más, sentirla más, corresponderle más. Pero su amor siempre era infinito para todos, y a ese infinito, los pequeños mortales de la tierra nunca podíamos llegar.

Escribimos juntos el Reset Colectivo, y luego, más tarde, encerrados en un hotel de El Escorial, nos atrevimos a escribir Atrévete a ser tu maestro. Nos levantábamos temprano, buscábamos aquel rincón tranquilo junto al gran piano y nos poníamos a trabajar. Los días pasaban rápido entre el humor y la alegría, entre los compases de aquel tiempo que se permitía lleno de aventuras. Sus bromas infinitas y su buen humor decoraban la belleza del compartir. Quería que fuéramos al Caribe o algún lugar lejano para escribir ese libro. «No puedo Suzanne, tengo que hacer el Camino», le decía. Así que buscó un lugar cerca de Madrid y allí nos encerramos hasta que tuvimos el segundo libro.

Suzanne era un pequeño ángel atrevido disfrazado de bella mujer divertida, amable y cariñosa. Nunca encuentras palabras adecuadas para describir a alguien especial. A veces su excesiva ingenuidad le daba malas pasadas. Aún recuerdo cuando empezó a hacerse famosa y yo le advertía paciente de los peligros del éxito. «Ten cuidado Suzanne, te puedes caer». A los pocos meses de aquella pequeña bronca se rompió la cadera patinando en la pista de hielo de nuestro querido Joaquín. Cuando fui a verla y la vi allí tumbada convaleciente en la cama y sonriendo como siempre a pesar de los dolores le regañé: “te advertí que ibas a salir herida”. Ella hacía broma y se metía con mis galletas y mi siempre preocupante mirada.

Hace unas semanas nos escribimos. “Cuando pases por Madrid avísame y te hago un reset”. Para ella hacer un reset era como bendecir para siempre la vida del otro. Pasaron los días y pasé por Madrid varias veces con el remordimiento de no haber llamado a Suzanne para quedar y echar unas risas.

Me hubiera gustado mirarla de frente, abrazarla por última vez, darle las gracias por haber creado tantos milagros a tanta y tanta gente. Gracias a ella y su idea de encerrarnos en un hotel para escribir su segundo libro hizo que retrasara mi viaje al Camino de Santiago en el año 2013. Ese retraso provocó que ocurriera ese otro milagro llamado O Couso. Mientras yo me perdía por los caminos ella me pedía que volviera a Madrid. En broma siempre le decía que a Madrid también llegaría la ola, que era mejor vivir en las montañas. La ola no llegó nunca, pero ella cabalga ahora en su mágico universo.

Gracias Suzanne. Gracias por todo lo que hiciste en mí, gracias por lo que hiciste por tanta gente. Buen viaje a casa, buen retorno al Universo. Ahora ya estás en tu  “Camino de la mariposa azul”…

Pd.- A los que me estáis preguntando de qué murió Suzanne, al parecer fue de una infección que se complicó en el hospital. Quiso morir en paz en su casa, con los suyos, sonriendo. 

La cultura del esfuerzo


A las seis y media sonaba el despertador. A las siete me despedía de mi anfitriona en Mora, muy cerca de Toledo, dónde hemos cocreado un bonito libro que pronto verá la luz… ¡Qué tiempo más hermoso a su lado! Me gusta la gente feliz que enriquece tu vida, la adorna y la embellece.

A las ocho había quedado para desayunar en Ciudad Real con una buena amiga de los tiempos de universidad. Esas amigas que te hacen volar y ya anidan para siempre en alguna parte del extenso corazón. Qué bueno volverla a ver después de tantos años. Con nuestras arrugas, con nuestras canas, pero la misma sonrisa, la misma complicidad y los mismos interrogantes. Ella también se hizo escritora y eso me llenó de paz. “No sé por qué lo hago”, me confesaba mientras yo sonreía por dentro. El ser humano necesita crear, expandirse, brillar, pensaba en silencio. Todos tenemos nuestra propia luz… Todos hemos nacido para ser luz.

Tras desayunar seguí la ruta con el amigo Geo y llegamos a la hermosa y entrañable sierra de Córdoba. Allí estaba mi madre y su pareja. Comí con ellos, di un paseo por los caminos que durante años fueron mi refugio. Dado que el coche sigue estropeado, dejé a Geo con ellos ante la posibilidad de alguna avería en mitad de la nada. Por suerte el coche arrancó y me llevó sano y salvo de nuevo a Jerez, en esta ahora casa vacía que cuidaré durante unos días y me servirá de refugio para seguir trabajando.

Aquí he venido a esconderme para poder trabajar en la editorial. Necesito ponerme al día con el sustento, sacar libros adelante, sentirme útil en esa maravillosa oportunidad de crear puntos de luz condensadas en páginas de papel reciclado. Este año ganamos un premio nacional a la mejor edición. En los próximos meses deseo resucitar la editorial, poner en orden los pagos y poner en valor el esfuerzo y el trabajo cultural que durante todos estos años hemos cometido.

Lo de la cultura del esfuerzo fue el temazo con el que disfrutaba las tardes de esta primavera pasada con nuestra querida Paula, nuestra hermosa arquitecta, en esas interminables sobremesas en las que nos deleitamos entre sueños y promesas. La echamos de menos, sobre todo por su optimismo, por su alegría contagiosa, por su ilusión y por su voluntad y osadía a la hora de sacar adelante mil asuntos, trabajos, responsabilidades y compromisos. Me recordó un poco a mí mismo cuando tenía su edad y podía abarcar tantos asuntos. Su ejemplo me impulsó estos meses a dirigir mis pasos de nuevo hacia esa cultura del esfuerzo, especialmente en estos tiempos donde lo que menos se destila es precisamente eso.

En el trabajo, en el amor, en las relaciones, la gente descuida esa cultura, ese compromiso, ese trabajo, esa responsabilidad de atender y proteger todo aquello en lo que nos involucramos. Lo fácil es no comprometerse, “fluir”, esa maldita palabra que ahora está tan de moda y que resuelve la cobardía de no enfrentarnos a las cosas, a las personas, a las relaciones.

Fluir es bello cuando uno está conectado a la Fuente, a aquello que nos da vida, a aquello que nos introduce en el halo mágico de la existencia. El otro fluir, el fluir pequeño, es simplemente una excusa para no embarrarnos, para no involucrarnos en la cultura del esfuerzo. Buscamos siempre delicados pastos donde descansar, donde mirar siempre a otro lado. Sin embargo, recuerdo a mi querida Paula con añoranza y me digo: esta vez me voy a esforzar, me voy a involucrar más, voy a exprimir el jugo de la vida hasta que consiga poner en orden todos mis compromisos y responsabilidades.

Gracias querida Paula por la inspiración, y disfruta de tus sueños allá en las Bahamas. Sé que tu fuerza nos acompaña, y sé que tu inspiración me está haciendo volver de nuevo a la cultura del esfuerzo. Pronto brillaremos en nuestra celeste bóveda.

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El tamaño de nuestro saber


Ayer paseando por el Centro Q con su moradora y mis dos queridas guías en este espacio tiempo…

 

«Todo aquello que el ser humano ignora, no existe para él, por eso, el universo de cada uno se resume en el tamaño de su saber.» Albert Einstein

Es así como obra el mundo. Es nuestra visión particular, específica, inmediata, la que construye nuestra realidad. Nos damos cuenta en este escenario. Para unos es un paraíso, para otros, un infierno, una cutrez, una ruina. Si pudiéramos objetivizar el lugar, diríamos que a priori es hermoso, lleno de árboles, de mil flores de todos los tamaños y colores, cargado de cierta belleza y dentro de un decorado único. Pero este dato objetivo no es suficiente, porque cada cual trae su mochila, su lastre, su visión, sus expectativas.

El tamaño de nuestro saber también permite moldear la realidad. Podemos vivir en una realidad fija, programada e inmóvil, o podemos abrir constantemente brechas en el tiempo, atravesar espacios y dimensiones desconocidas, expandir cada instante hasta que se haga infinito. Incluso podemos hacer de nuestro particular paraíso una puerta dimensional hacia otros infinitos, hacia otros paraísos.

Eso debió pasar la noche del sábado. Se estaba abriendo una brecha de tiempo, una oportunidad de modificar lo programado, lo que se esperaba. Había una demanda y una necesidad y la pudimos ver, entender y acompañar. Sostener las demandas que están más allá del velo es algo complejo, pero cuando nos percatamos de ellas sucede lo milagroso. El milagro no es más que una expansión de nuestra visión, de nuestro saber, que se aferra de repente a una línea de tiempo diferente. Es lo que llaman una “oportunidad”. Las oportunidades siempre están ahí, esperando. Si estás preparado para verlas y surfear con ellas, solo tienes que subirte a la ola y ver qué ocurre. El océano de la oportunidad es siempre infinito, y hay que estar atentos para que no se escapen. Son nodos donde todo puede cambiar de repente, y crear el milagro de la transformación. Son momentos únicos donde la vida puede cambiar para siempre.

La oportunidad de esta brecha de tiempo se presentó ante una pequeña angustia nocturna. Un pequeño grupo de valientes deseaba ir hasta el Centro Q, en un lugar del maestrazgo aragonés, en mitad de la nada. No tenían cómo llegar hasta allí y de repente pudimos ver la brecha, la oportunidad, el instante de la ocasión, lo milagroso. A pesar de que era tarde y no había nada programado, me ofrecí a llevarlas con la única condición de que solo podría hacer un viaje de ida y vuelta, y no permanecer más de una noche. Lo hice irracionalmente, sin pensar, desde la más profunda de las intuiciones. Las peregrinas, sin creérselo, aceptaron. Pedí cinco minutos para ver si podía reorganizar la agenda, marché, hice algún cambio y regresé aceptando el reto. Un viaje de muchos kilómetros a través de la nada, un viaje de ida y vuelta donde no podía permanecer más de una noche.

Ayer mismo (parece que hayan pasado mil años) estábamos atravesando las profundidades del país, de un lado a otro, hasta llegar al destino. El destino realmente no era el Centro Q, sino el propio viaje. Allí se abrieron más brechas, más “oportunidades”, más ocasiones para abrazar lo milagroso. No podemos interferir en el libre albedrío de los demás, ni siquiera alterar su espacio-tiempo, a no ser que surja la pregunta, la duda, la “oportunidad”. El tamaño de nuestro saber debe estar preparado para poder empujar, advertir o guiar si esto fuera necesario. Si has visto el camino y lo has hollado mínimamente conoces sus peligros, y es bueno que si alguien quiere dirigir sus pasos hacia la puerta estrecha, advertir de lo que hay detrás de ella, siempre con humilde y sigiloso silencio.

Llegamos sanos y salvos al hermoso Centro Q, muy cerca de las Grutas de Cristal. Los paisajes eran espectaculares y Neus nos acogió con cariño, con amistad, con hermandad. Nos sorprendió gratamente su testimonio de vida. Estábamos presenciando la vida de una eremita del siglo XXI, con una existencia basada en los primeros alegatos del monacato primitivo, el de oriente y occidente, fusionados en un mismo lugar. Su humilde morada, su estilo ascético, su vida simple, nos conmovió. De alguna forma, ese viaje tenía otro destino, otra oportunidad, y allí, viendo y compartiendo ese instante con Neus, se abrió otro campo cuántico de coyuntura, de ocasión. Solo la vida y sus tiempos, sus ritmos y cadencias sabrá dotarnos de sabiduría para comprender cómo se teje el destino. El tamaño de nuestro saber seguirá expandiéndose a medida que sacrifiquemos nuestros miedos, comodidades y devenir en pro de una vida sencilla, amplia, profunda. Y ese saber deberá servir a todos aquellos que abracen la oportunidad. La oportunidad de este siglo no trata de conectar con nuestra alma individual, sino que, una vez realizado este trabajo mágico del alma, poder abrazar y conectar con el alma grupal. Esto aún no se entiende y no es posible explicar, pero ese será el reto para los próximos mil años. Conectar con el alma grupal para que la iniciación grupal llegue a nosotros. En esas andamos. Ese es el viaje, la expansión hacia el tamaño de nuestro nuevo saber.

Gracias Neus, gracias África y Katara por este viaje hacia el Ser…

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Notas del Camino Editorial


Hermoso, cálido y entrañable regalo que Luis me realizó en la culminación de Welton.

 

El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino también en saber para qué se vive”. Dostoievski.

A las cinco de la mañana sonó un ruido en el bosque que me desveló. Era muy temprano pero ya no podía dormir. Estuve un rato ojeando la pequeña biblioteca y sin querer, medio a oscuras, me topé con una hermosa encuadernación de lo que fue nuestra aventura editorial entre los años 2008 y 2010, en plena crisis. Era un cuidado resumen de notas, cartas y recortes sobre Welton, la iniciativa de nuestro querido Luis para lanzar un nuevo sello editorial con nosotros.

Pasé un buen rato releyendo cartas y recortes de aquella época y sentí cierta emoción interior. Honor, tradición, disciplina y excelencia eran las ideas que buscaban inspirar aquel nuevo proyecto. Planes de negocio, optimistas expectativas de crecimiento y romanticismo, mucho romanticismo para añadir una gota de dulzura a unos años complejos y difíciles. De alguna manera, había mucha búsqueda de sentido. Lejos de la necedad y la deslealtad a la que la ciudad nos tiene acostumbrados, queríamos contribuir con un verso al poderoso drama, como decía Whitman en alguno de sus escritos. Luis demostró, con el paso del tiempo, que era una persona leal y que, a día de hoy, sigue encumbrando la amistad con pequeños gestos que le hacen grande. Al guardar su pequeño tesoro en esta variada cabaña, de alguna forma se añoran ciertos tiempos.

Aunque cualquiera que indague un poco podría desvelar sin mucho esfuerzo la identidad de aquellos primeros socios editoriales, personas importantes y reconocidas, nunca me alejé de la imagen romántica de crear un proyecto editorial, a pesar de hacerlo rodeado de banqueros de prestigio y hombres de negocios de reconocida trayectoria mediática y económica. Más allá de esa pequeña dosis de glamour, había un verdadero sentido de proeza y coraje. Una forma de danzar, aplaudir, exultar, gritar, saltar, brincar, seguir viviendo, seguir flotando, como decía Whitman. En el fondo había un profundo deseo por saber para qué se vive, y porqué nosotros nos habíamos reunido en aquel tiempo para compartir nuestros mejores dones. Ellos ya habían conseguido fama, dinero y gloria, pero sabían que ese no era el verdadero propósito de todo este drama. ¿Para qué realmente hemos venido al mundo? ¿Para ganar dinero? ¿Para tener una familia? ¿Para tener un trabajo? Yo era un antropólogo excéntrico que vivía una vida completamente libre y descarada. Mis socios nunca sabían si buscarme en Alemania, en Mongolia o en la India. Siempre danzando de un lado para otro, mi forma de vivir les creaba simpatía por ese halo exótico con el que tanto disfrutaban en nuestras siempre divertidas reuniones. Y ellos eran tan diferentes a mí que disfrutaba de igual forma con todo el cariño, la amistad y la hermandad que se generaba ante lo diferente.

“Coged las rosas mientras podáis; veloz el tiempo vuela. La misma flor que hoy admiráis, mañana estará muerta”, decía Whitman. Tiene que haber en las cosas que hagamos, más allá de una mirada mezquina o hedonista, un sentido trascendente. De alguna forma intuíamos, más allá de los costes materiales, que las palabras de nuestros libros y sus ideas podían contribuir, modestamente, a cambiar el mundo. Había un sentido de libertad en esa idea, y tanto Luis, como Mario, como César o como a mí mismo, nos emocionaba la esperanza futura de poder contribuir con nuestro libre y a veces un poco loco verso constructivo. No podíamos construir catedrales, pero queríamos construir versos, palabras, poesía, ciencia. Queríamos construir edificios de honor y virtud enladrillados palabra a palabra, idea a idea, con su propia marca, con el propio testimonio de un tiempo único.

Los tiempos luego se volvieron extraños. Los sueños se apartaron y cada uno siguió su camino. Como dijo el poeta Robert Prost, “dos caminos divergen en un bosque, y yo tomé el menos transitado de los dos, y aquello fue lo que cambió todo”. Hubo un momento que me saturé y algo dentro de mí me hizo bajarme de aquel carrusel que empezaba a marear. Quise buscar el camino menos transitado hasta que por fin lo encontré en estos bosques. Mirado con la distancia, de alguna forma me siento algo egoísta. Aquí, encerrado, muchos piensan que estoy apagando mi llama, cerrando la oportunidad para florecer a esa trascendencia de la que antes hablábamos. Pero quizás todo sea aparente. Quizás la llama solo está resguardada de los vientos y las lluvias de esta década extraña.

Podía haber tenido algo de recorrido o futuro si hubiera seguido aquellas tentadoras propuestas que durante años llamaron a mi puerta. Pero siempre había algo que latía con fuerza dentro de mí: el anhelo de libertad, de lealtad absoluta al ser que me anima. Deseaba seguir mis impulsos más íntimos, y como diría Viktor Frankl, seguir mi mirada autotrascendente. Todo ser humano está siempre proyectando hacia algo más allá de sí mismo. Y en este tiempo de camino reposado, deseo seguir indagando sobre la idea de saber para qué se vive. Aquel tiempo fue único e irrepetible, pero estoy convencido de que fue un eslabón necesario para crear la historia que a continuación vendrá.

Gracias querido Luis por aquel regalo. Gracias por aquellos versos, por aquellas notas en el Camino Editorial. Gracias Mario. Gracias César. Gracias Óscar, gracias Sara, padres originarios de aquella primera criatura.

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¿Y si volviéramos a empezar?


 

© Gavin Dunbar
© Gavin Dunbar

 

Estoy rozando los cincuenta y puedo decir que a nivel personal, he logrado casi todos los éxitos que me había marcado en la adolescencia. Podría pensar que ya estoy disfrutando de una pronta jubilación y que estoy haciendo acopio de todo lo sembrado. Es cierto que uno siempre puede aspirar a más, pero a veces, lo inteligente es aspirar a menos. Para algunos esto podría ser síntoma de fracaso, o de fin de trayecto. Sin embargo, para mí es como volver a empezar desde otra base, desde otra ética, desde otra posición privilegiada, desde una generosidad diferente.

Leía hoy a alguien que decía que “hay que hacer buenos amigos, mantenerlos por el resto de la vida, y que sean personas a las que admiras y te agradan «. Esta mañana salía temprano de casa de una amiga que me agrada y a la que admiro profundamente. Es una de esas personas originales, difíciles de encontrar y más difícil aún de conocer. Tuve la suerte de poder entrar en su vida de forma sigilosa y admirar toda su existencia. Exteriormente pocos pueden entender su forma de vida, pero como decía, siento una profunda admiración por lo que es y representa.

Antes de coger la moto y volver a mi pequeño paraíso por la mañana temprano le mostraba con una sonrisa abierta ese agradecimiento. Me hizo una bonita foto junto al vehículo, una foto que no se puede mostrar por su incalculable valor, pero que representaba de alguna manera el amanecer brillante de esa sensación de que siempre se puede volver a empezar. Hacía seis grados de temperatura en todo el trayecto de casi cien kilómetros de un lado a otro, pero disfrutaba alegre de las vistas, de la niebla junto al río Miño y de los frondosos bosques que rodeaban todo el recorrido.

Esta semana es motivadora. Cuando hueles a septiembre, inevitablemente las neuronas se conjugan para retraerte a esos inicios de clase, a esa aventura de volver a empezar un ciclo con nuevos amigos, con nuevos relatos, con nuevas aventuras. Son momentos de contar como nos ha ido el verano, qué hicimos y cuales fueron los amores que vinieron y se fueron. Es tiempo de cierta nostalgia pero también es tiempo de volver a empezar.

Y uno puede empezar de nuevo a los cincuenta o a los sesenta o a los setenta o incluso a los ochenta. Siempre que se tenga ganas y motivación uno puede transmitir de nuevo ese entusiasmo por la vida. Debo admitir que durante unas semanas he tenido dudas sobre casi todo. Sentía cierta nostalgia y ganas de descansar de todos los avatares. Pero de repente, empiezan las campanadas de septiembre y uno se reactiva, se llena de vida y vigor, se expande interiormente. Es algo propio del otoño. Una especie de energía extra que nos prepara pacientemente para soportar el largo y frío invierno.

Uno se va haciendo mayor, y los amigos cada vez van siendo menos. Pero observo que los que quedan son verdaderos, y además, observo con cierta alegría interior que los que hay me agradan y admiro. Aprendo de ellos, son mejores que yo y por lo tanto siempre una fuente de aprendizaje. Me enseñan a ser pacientes, a ser austero, algo más social y amable. Me enseñan a bucear en la vida sencilla o a amar con pasión aquello que hago. También a hacer las cosas bien, aún a pesar de que uno siempre se equivoca. Me enseñan a ser mejor persona y a ver en la vida un verdadero significado profundo. Me enseñan a mirar desde mi ventana el misterio que rodea todo lo que vivimos y acontece. Ese misterio me recuerda que hoy puede ser un buen día para caminar de nuevo.

Sí, mañana es septiembre queridos. Así que quizás pueda ser un buen momento para volver a empezar. No importa la edad, no importa hacia dónde dirijamos nuestros pasos. Volver a empezar es la esperanza sobre el mañana, la alegría conmovedora de sentirnos vivos, la admiración secreta por la vida. No perdamos tiempo, aún podemos volver a empezar, aún podemos sentir el viento gélido en nuestro rostro mientras surcamos las nuevas veredas.

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 Encuentros Eleusinos. Hablemos de milenarismo, desde Segovia


 

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Vistas desde mi habitación en la Casa de Espiritualidad de Segovia, con su impresionante acueducto en casi primera línea

La frase célebre de Fernando Arrabal en aquel también célebre programa de Fernando Sánchez Dragó caló en la memoria de muchas personas. Un Fernando Arrabal provocador, sincero y borracho ponía patas arriba el plató de televisión ante un Dragó comedido y formal que pretendía conducir el programa con cierta dosis de heroísmo. Los jóvenes que en aquella época veíamos a contertulios cultos y extraordinarios en muchos sentidos sentíamos cierta envidia intelectual. Quién me iba a decir a mí que años más tarde editaría al primero y me sentaría en una misma mesa con el segundo para hablar precisamente, y aquí está la sorpresa del asunto, sobre milenarismo.

Esta mañana, entre tinieblas y oscuridad, salíamos temprano hacia tierras de la Alcarria. La idea era aprovechar mi viaje hacia Segovia y desviarme para llevar a una joven postulante hacia su futuro hogar: el monasterio de Buenafuente, en la provincia de Guadalajara. El viaje, en silencio, fue precioso en cuanto a paisajes. Especialmente el trayecto entre la sierra de Guadalajara y Segovia, ya en solitario, admirando cada orografía como si fuera única e irrepetible. Algunos lugares me sonaban de viajes anteriores, como los paisajes de Sigüenza y Atienza, con sus espectaculares castillos, o la propia Alcarria, ahora tan añorada y que tantas veces visité en tiempos que ahora me parecen remotos.

A pesar de la larga distancia entre Galicia y el remoto monasterio, y de ahí a Segovia, llegué puntual a la cita en la Casa de Espiritualidad. Estaban los amables Sara y Javier organizando de forma dantesca un encuentro en plena pandemia. Hacía tiempo que no los veía y de alguna forma me alegró la añoranza del reencuentro. Y también Fernando, ya cambiado por el paso del tiempo, pero tan vital como siempre.

Los encuentros Eleusinos que esta hermosa triada organiza todos los años, ya van por el XXX, intentan emular en nuestro tiempo el encuentro con la gnosis, con los sabios y con la sabiduría perenne que atraviesa y sobrevive. La verdad es que estoy sinceramente agradecido a la invitación para poder mañana dar mi particular visión sobre el milenarismo, el final de los tiempos y el Apocalipsis que este momento de pandemia parece estar demostrando. Mi opinión al respecto es un poco peculiar, y espero que mañana no me echen, como buen hereje, de la sala donde impartiré dicha opinión. Como soy un auténtico aguafiestas provocador y siempre que me invitan a algún tipo de acto público termino metiendo la pata, espero que entre máscara y máscara todo pase desapercibido y vuelva pronto al recogimiento y a la ataraxia donde vivo.

En fin, espero, pase lo que pase, poder divertirme, disfrutar de la compañía de Fernando, que hacía tiempo que no veía, casi desde que éramos vecinos, el mi casero y yo su inquilino, en ese añorado barrio de Malasaña. Mañana al ruedo, triste y solitario, y que sea lo que el fin de los tiempos quiera.

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Vocación misionera


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En la Pascua de 1992, en Siete Aguas, con el grupo de Barcelona. Aquí, con 18 añitos y ya con barbas. Por aquel entonces solía calzar espardeñas. 

Y les dijo: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura».
Evangelio de Marcos 16:15

Estaba repasando la previsión de ediciones para este año, que será pobre y escasa pero bien motivadora, cuando me llegó una noticia que me dio un vuelco el corazón. A principios de los años noventa, cuando rondaba los 17 o 18 años, solía ir con un grupo de amigos a una de las casas que las misioneras de Verbum Dei tenían en el barrio gótico de Barcelona. Eran tardes preciosas donde explorábamos con nuestra curiosidad la figura de Jesús, sus hechos, sus mensajes. Cantábamos y rezábamos al mismo tiempo. A veces hacíamos retiros espirituales en lugares como Piera, en la comarca de Anoia, en Barcelona, o Siete Aguas, en la comarca de la Hoya de Buñol, en Valencia, donde solíamos celebrar la Semana Santa junto a cientos de jóvenes venidos de todo el mundo. Sentíamos una gran admiración por la imagen de Jesús venida de las manos de esas misioneras de corazón limpio y puro. Había dos de ellas que dirigían nuestras vocaciones espirituales: Leire y Geni.

Treinta años después recibo noticias de Geni, la cual, por su franqueza y vocación, influyó positivamente nuestras mentes y corazones. Me llega de manos de un buen amigo que conocí en aquella época en la casa de retiros y que años más tarde, tal fue la influencia, bautizó a una de sus empresas con el nombre de Geeni. Esta feliz misionera se encuentra en la Amazonia desde hace ya unos años, atendiendo a los grupos indígenas de los Sateré-mawe y los Manaos, los Machineri y los Yaminahua, poblaciones que se encuentran en la zona fronteriza entre Bolivia, Brasil y Perú. Me ha sorprendido ver una foto suya aparecida en un artículo con su cara treinta años después. Me alegró de corazón saber que su vocación era real y continua viva. Hay personas que son auténticos héroes. Geni siempre lo fue para nosotros.

¿Qué fue de mi vocación? En uno de los retiros de Semana Santa, sufrí una llamada que abrió mi corazón de forma indescriptible. Sentí dentro de mí como si todo el amor del mundo hubiera atravesado mi pecho. La sed espiritual de aquellos tiempos hizo que la “gracia” se manifestara de forma profunda y verdadera. Sentí el apostolado como misión, sentí la necesidad de ir a las misiones. Tuve una profunda conversación con Geni que me alentó a tomar tierra. Sus sabias palabras le quitaron a ese joven de temprana edad el deseo apabullante e irracional de compartir la nueva buena sin apenas tener ningún tipo de experiencia en el mundo. De alguna forma, Geni hizo de barrera amorosa y comprensiva entre mi impulso, mi llamada y mi juventud. En aquellos tiempos en los que prefería ir a orar o leer la Biblia en vez de ir a la discoteca, aquella charla supuso una noticia que llevé durante años con cierta pena.

Un año después de aquello, en 1992, me marché a hacer el Camino de Santiago, intentando poner orden en mi batalla interior. Al terminar el Camino, y mientras descansábamos en el albergue del Seminario Menor de la ciudad compostelana, conocimos a dos jóvenes alemanas diez años mayores que nosotros, vegetarianas y con una profunda vocación espiritual. Mantuvimos una larga correspondencia durante años hasta que una de ellas me invitó a marcharme a vivir a una comunidad del Arca que había fundado Lanza de Vasto en Francia. Ante mi rechazo, de nuevo con la excusa de mi juventud y mis deseos de ir a la universidad, años más tarde aquella mujer me invitó a ir a otra comunidad en México, rechazando por segunda vez la invitación. Allí le perdí la pista. Sentía profundamente la llamada, pero el miedo a enfrentarla era mayor.

Aquellas fueron oportunidades claras de seguir mi vocación interior, pero a veces por miedo y otras por mil razones propias de la juventud, siempre rechacé la llamada. Durante todos estos años sentí siempre una necesidad de servicio y compartir. Desarrollé mi vocación interior haciendo trabajos de voluntariado con Cáritas o la Cruz Roja o cualquier organismo que se presentara ante mí y al que yo pudiera ser útil. Con los amigos de Verbum Dei trabajé algún tiempo colaborando en lo que podía con niños con síndrome de Down o personas con problemas múltiples. Después me hice trabajador social e intenté desde la profesionalidad ayudar a los otros. Estuve de trabajador social en una asociación del Raval, en Barcelona, que se llamaba L’Hora de Deu. Siempre había largas colas en aquel lugar porque corría la voz de que un nuevo asistente social ayudaba a todo el mundo sin excepción. Aquello fue agotador.

La vocación iba y venía y siempre buscaba la forma de ser útil. La última vez que hice el Camino de Santiago, en 2013, sentí de nuevo la llamada. Esta vez no me convertí en árbol de laurel y seguí la senda señalada. Desde entonces estoy aquí, en los bosques, buscando la forma de ser útil, pero, ¿qué pasó con la vocación? Ahí está, desplegándose ahora en silencio, sin necesidad de nada, orando en aquellos lugares donde solo Él puede hallarme.

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Sobre guerreros y constructores


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© Mari Feni

Al Nuevo Mundo mi primer mensaje. Tú que diste el Ashrama, Y tú que diste dos vidas, Proclamad. Constructores y guerreros, reforzad los peldaños. Lector, si no has comprendido, relee de nuevo tras un tiempo. Lo predestinado no es accidental, las hojas caen a su debido tiempo. Y el invierno es sólo el presagio de la primavera. Todo es revelado; todo es alcanzable. Te cubriré con Mi escudo, con que tan solo atiendas tu labor. He hablado. (Hojas del Jardín del Morya).

Las horas del día se agotan rápido. De repente empiezas a viajar, a sabiendas de que la aventura será larga e intensa, y las frecuencias de la realidad empiezan a modificar el significado de las cosas. Pararse en cualquier lugar, contemplar el atardecer, dejar que el aire te empuje hacia elevada poesía. Un viaje largo pero hermoso, con buena compañía, con buenos compinches y aliados. Llegamos al hermoso Jardín del Morya y allí nos esperan dos bellas almas que nos abren su casa y allende también su corazón. Hablamos de los siete rayos, de la magnificencia del lenguaje oculto, de la complacencia de los arquetipos, de la sublime promesa que alguna vez se hizo a constructores y guerreros.

Compartimos libros, recuerdos y enseñanzas. Sientes que estar como en casa significa abrazar esa complicidad más allá de las formas, esa poética brisa que momentos antes sentíamos en la carretera y que ahora se traslada a almas sensibles, cercanas, familiares.

Podríamos tirarnos horas y días caminando por cualquier camino y hablar en silencio, con miradas, con guiños, con esa complicidad propia de la familiaridad. En esta vida aún nos faltó coordinar mejor los tiros, los propósitos, pero estamos aprendiendo. Primero a reconocernos bajo el manto oculto de la enseñanza, luego a bucear en nuestros triángulos, en nuestras llamas, para empezar a preparar el fuego que deberá atraer a nuevas ascuas. Aprendemos y nos llevamos la enseñanza al átomo simiente para luego trasladarla a los siguientes escenarios. Allí será todo más claro, más nítido. Estamos aprendiendo a hacerlo. Y en próximos viajes el reconocimiento será más claro y directo, más diáfano, y también el servicio al que prestamos pleitesía a veces como guerreros y otras como constructores.

Mañana el reencuentro de almas se amplia. Habrá que estar atentos, sigilosos, para no confundir las pruebas de la personalidad con lo que realmente se manifiesta. No dará tiempo a mucho más. Solo a expresar brevemente un guiño, suficiente, para poder seguir hollando el sendero.

Leo de nuevo la última frase de Hojas del Jardín del Morya, donde ahora me encuentro como manifestación simbólica de esa energía y dice así: “Os preguntarán como cruzar la vida. Responded: igual que se cruza un abismo sobre una cuerda tensa –Bellamente, cuidadosamente, y raudamente”. Ahora mismo me siento sentado en esa cuerda tensa, y noto la brisa, la libertad de saberte acorde con tu propósito, la belleza apacible de la mera contemplación, con el cuidado y mimo merecedor, y raudo, porque la vida siempre tiembla ante la desesperante llamada del tiempo. Solo puedo decir que el abismo se abre con dulzura, y caminamos la vida con sencillez y amor.

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Vida Oculta


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“Que el bien siga creciendo en el mundo depende en parte de actos no históricos; y que las cosas no vayan tan mal entre nosotros como podría haber sido se debe en parte a aquellos que vivieron fielmente una vida oculta y descansan en tumbas que nadie visita”. Mary Ann Evans

Uno. Tras un día intenso y bello de compartir con almas de elevada inteligencia y profundidad, me acuesto tarde, intentando digerir la exégesis de ese día. La cabaña acoge silenciosa. Su misión es clara: dar calor, cobijo, seguridad. Tenía mucho trabajo atrasado e iba deslizando uno a uno cada pensamiento para ordenarlos en esquemas, en posibilidades reales. Dormí algo y a las seis de la mañana ya estaba en pie, dispuesto a enfrentar el viaje. Cansado pero feliz.

Dos. La recojo en la oficina. Podía aprovechar para ver a la familia y descansar unos días de la dureza que a veces la soledad envuelve a ese hermoso balneario. Hablamos tímidamente de algunas cosas. Me encantan sus profundos ojos verdes. Tiene mirada tierna, amable. Me gusta echar una mano siempre que puedo, así que la acompaño hasta el sur de la ciudad, aunque yo debía antes ir al centro y luego al norte. Me desvío, voy corriendo hasta el centro, mal aparco el coche, cojo la caja de libros, subo corriendo a esa hermosa casa, abrazo, dispensa, corro hacia el lavabo, había alguien más en la habitación, saludo, me despido de los libros que viajarán esta semana a República Dominica y de su hermosa y generosa autora a la que amo en la complicidad fraternal.

Tres. Salgo tranquilo hacia el norte de la ciudad, hasta el hermoso Jardín del Morya. Me gusta llamarlo así porque me recuerda a esa vibración. Llego puntual tras seis horas de conducción. Ella ha preparado una rica y suculenta comida que compartimos mientras nos ponemos al día de todos los últimos avatares. Me siento como en casa, me siento en familia. Tras la sobremesa nos vamos al cine. Somos incondicionales de Malick y me gusta ver sus películas con el jardinero del Morya. Me doy cuenta de que amo a ese hombre, y a su familia, con ese amor fraternal que uno siente ante la presencia de los suyos. La película no defrauda. Me siento muy identificado por el guiño a los objetores de conciencia. Fui uno de ellos. Cuatro años en caza y captura. Eran otros tiempos. También eran otros tiempos de mucha oscuridad los de Franz Jägerstätter, ese objetor de conciencia con los que muchos nos identificamos. La película de Malick es una obra maestra, y merece la pena recordar la necesidad de contemplar con detalle la vida en toda su amplitud, en todo su maravilloso sacrificio para que la luz venza siempre a la oscuridad. Tras la película y la emoción, por la mañana temprano, al alba, fuimos a pasear a la Casa de Campo. Allí nos cruzamos con conejos, pajarillos del bosque y ya amaneciendo, con el Presidente. Fue emotivo saludarlo mientras paseaba bien acompañado por un amigo y sus pertinentes escoltas. Luego pasamos los tres la mañana juntos, cada uno tejiendo su mundo, pero acompañados, felices, en paz, en pequeña comunidad, «porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Esto es misterioso y poco entendido. Pero si te abres a esa experiencia, puedes vivificar su metanoia profunda.

Cuatro. La mañana pasó rápida y tuve que marchar de nuevo al centro de la gran ciudad. Llegué puntual a la cita y tuvimos tiempo de charlar sobre lo humano y lo divino. Cominos algo en la antigua escuela libre. Me gustó mucho la charla que discurría sobre la invisibilidad, sobre el dejar pasar la luz de forma diamantina, no brillando como un dorado sol, sino siendo transparentes. Compasión, regeneración, propósito, misión ineludible. Tras la comida, a las cuatro éramos cuatro. Reinó el silencio. Meditamos, construyendo un egregor que algún día, inevitablemente, deberá hablar y decirnos algo. Algo une de forma invisible a las almas que se reconocen como iguales. Algo ocurre en los planos intangibles para que las cosas ocurran según el trazo arquitectónico, arquetípico, ejemplar. Hay mucha sed en en el mundo y pocas las fuentes. Hay que seguir intentándolo, una y otra vez. Meditar, silencio, manifestación, presencia, contemplación.

Tres. Cenamos. Disfruto de estas cenas en familia. Soy acogido con cariño y disfruto de todas esas familias que tenemos de forma discreta, oculta. No podemos explicarlo todo, a veces hay que decir las cosas con velos y de forma especial, delicada, hermosa, poética. Uno se siente feliz. La fragilidad compartida siempre fortalece. Quedo agradecido y con ganas de seguir explorando y aprendiendo. Compartir es el principio que rige todo el universo. Nada en la vida tiene sentido si no es compartiendo. Podremos ser más o menos tímidos, más o menos alegres, más o menos osados y atrevidos. Pero siempre debemos compartir. Si lo hacemos, entramos en el río de la vida y todo fluye. El agua siempre busca salidas, se decía. El agua debe correr inevitablemente. Si se siente la llamada es porque alguien llama al otro lado. Hay que escuchar la llamada y atenderla. Luego esperar. Fuerza y energía.

Dos. Mañana, tras otra reunión, tocará viaje. Seremos dos a la vuelta, igual que a la ida. Sus ojos verdes son bellos, también su paz. No se puede juzgar, no vale la pena, solo maravillarnos de la belleza de la vida, de su gracia, de su espontaneidad.

Uno. Mañana, seguramente de madrugada, de nuevo soledad. De nuevo vida oculta, anónima, invisible, diamantina.

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Imbolc


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Triángulo fundacional de la futura Escuela

Sabemos que los rituales son importantes. Generan un clima apropiado para interaccionar con las fuerzas sobrenaturales. Se hizo un pequeño ritual y se creó un triángulo en la base de la futura Escuela. Hoy me sorprendió ver una fotografía antigua de sus inicios, creados por la tejedora de palabras junto a una amiga.

A pesar de la importancia del ritual y la celebración posterior, nuestra forma de festejar la fiesta celta de Imbolc ha sido sentados en la hierba, desgranando ocurrencias frente al prado verde y disfrutando de esta extraña primavera en pleno invierno. La tejedora de palabras recurre a universos simbólicos nada ordinarios para describir la realidad. Me gusta su visión de las cosas, su absoluto desapego hacia cualquier elemento que constituya alguna piedra en la construcción de lo ordinario. Su elegancia vespertina produce vértigo. Escucharla es como trasladar la psique a otro modo de entender la realidad, más impregnada por el argumento mágico de que todo es posible, inclusive el poder celebrar una fiesta sin hacer nada, excepto mirar al horizonte.

Como ni ella ni yo somos muy festivos, nos limitábamos a compartir cualquier momento. Me gusta esa confianza de no tener que hacer nada, de no tener que demostrar nada, de relajarse frente a un prado tan verde aquí en el norte y disfrutar de las miríadas de elementos y elementales que la propia imaginación adivina. Nuestra falta de apetito hacia lo banal es mutuo, así que podríamos pasar una eternidad sin necesitar nada, sin esperar nada a cambio excepto bucear en la contemplación, en el misterio.

No tenemos ningún éxito que celebrar. No alardeamos de ninguna conquista. Ambos somos monjes mendicantes, ambos seguimos bajo los votos de pobreza, obediencia y castidad. Ambos abrazamos la regla de oro, y subliminamos el llanto amoroso a la propia inquietud existencial. De alguna forma necesitaba verla a modo de tener un aliado cerca. El viernes de nuevo recibí una mala noticia que se suma a la tragicomedia en la que ando metido desde hace unos meses y sentía la necesidad de compartir la inquietud de este tiempo con alguien de confianza. Así que me agarré a su invitación como un clavo ardiendo, saboreando la oportunidad de sentir la alianza de los mudos.

Esta vez me tomé la noticia como un reto. No quise arrastrarme hacia ninguna parte. La miré impasible, a sabiendas de que era una prueba más en el camino y a la que debía hacer frente con fuerza y valentía. Pienso, ahora con mucho desapego, que este tipo de proyectos está lleno de retos. Especialmente cuando la visión es fuerte pero los medios materiales son pocos o ninguno. Ahora entiendo que necesitaré mayor fortaleza para el próximo ciclo que se avecina. Ahora entiendo que este primer septenario solo ha sido un ciclo de pruebas para fortalecer con endereza lo que ha de venir.

Por eso me sentó bien pasar la tarde con una buena amiga a la que estimo profundamente. Ahora sabemos, tras las pruebas sufridas, que nuestra amistad nace del lazo místico, y que desde allí, no nos queda otro remedio que colaborar mutuamente en cualquier empresa. Es esa sensación que uno siente cuando se encuentra con su familia etérica. Hay elementos en la vida que se unen para, juntando visiones, tener un mayor panorama de todo cuanto ocurre en este misterio cósmico. Sólo nos queda averiguar de qué forma ser útiles a la causa mayor que siempre abrazamos, vida tras vida.

Celebrar el punto medio entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera con buena compañía es un regalo. El Sol alcanzaba hoy quince grados en Acuario, y se podría decir que el mundo de la fertilidad empieza a prepararse para la primavera. No se esperan grandes cosechas para este año, pero como siempre ocurre, seguiremos sembrando hasta que llegue el buen tiempo. Los vientos que arrecian, seguiremos soportándolos con endereza, con fortaleza, desde la virtud.

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Una noche en el monte pelado junto al caballero de la rosa


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© Loscar Numael

“Hemos nacido el uno para el otro, y estamos seguros de hacer grandes cosas juntos”. Strauss a Hofmannsthal

Chaikovski siempre en su drama cósmico. Mussorgsky, tenebroso y vehemente. Strauss, sin embargo, ilustra su pasión volcánica con los sonidos fogosos de las trompas. Eso nos dice el crítico. Hubo tres momentos de emoción, de comunión entre los maderos con cuerdas, las traveseras, los tambores, los instrumentos a decenas que embriagaban la gran sala del Auditorio Nacional, la sala sinfónica. Ya no recuerdo la última vez que fui a un concierto. Iba con la baronesa, con su chófer y la corte de diplomáticos que se reunían de vez en cuando para disfrutar de acordes y sintonías, de movimientos culturales y pictóricos que el glamour selecciona cuidadosamente. Disfrutaba de aquellas veladas, de igual forma que lo hacía en los arrayanes de la pobreza buceando en los sonidos que la naturaleza provocaba dentro. El sonido es sagrado, pero cuando es acorde con el mundo angélico, se vuelve pura magia. Un concierto es como el grito de un arcángel que se alegra al ver pasar a lo humano con deseos de entender ese enigmático idioma que es la música.

¿Quién puede entender algo tan milagroso? ¿No es un milagro que de la madera de un ébano o un joven abeto puedan surgir esos sonidos? ¿Y qué tienen que decir esos metales que danzan unísonos para expresar la vehemencia del trono celeste? Uno no entiende la música hasta que no se convierte en música. Lo decían sobre el Camino y la Senda, pero sirve de igual manera para la aventura de derretir el alma en las olas sempiternas de la melodía. La vida siempre nos habla en clave de fa, y a partir de ahí, surge lo milagroso.

Todo eso después de un día intenso que empezaba al alba, a eso de las seis, cuando ya a esa hora construía en mi raciocinio imágenes de despertar. Soplaba una sutil brisa que se colaba entre las mantas. Desperté y entendí el frescor. Nada me tapaba excepto el deseo de sentirme seguro y a salvo. Desayuné temprano en familia, con la excelencia de esos anfitriones que te miran con dulzura. Uno se siente en familia cuando te invitan hasta las profundidades de cualquier cocina y tienes la capacidad de abrir cualquier cajón o frigorífico en búsqueda de alimento. Sentí el milagro y la utopía material de ese mundo. Abres un grifo y sale agua. Abres la nevera y está llena de alimentos de mil colores. El calor salía de esos tubos sinfónicos cargados de agua hirviendo. ¿Cómo no podemos verlo? La utopía material existe, y en la ciudad, por más que nos cueste apreciarlo, es una realidad. Gratitud, solo puede uno sentir gratitud por cada pequeño esfuerzo humano que nos ha llevado hasta los albores del paraíso. Gratitud, solo gratitud.

Por ello me sentí agradecido de poder disfrutar de esos placeres tan habituales en el mundo civilizado y tan extraordinarios cuando vives próximo a la naturaleza. La poesía de lo sencillo, de lo cotidiano, lo maravilloso de la vida buena que surge del placer de las cosas más simples. ¡Lástima de no tener tiempo para ver la vida de esa forma dulce a veces, doliente otras, pero siempre magnífica! Lástima de ese tiempo que se va y no es capaz de volvernos humildes y agradecidos, viviendo a veces en las marañas del orgullo ingrato y la insensatez del egoísmo extremo. ¡Ay si pudiéramos ver toda esa riqueza!

Y luego la meditación. No sólo se medita en los bosques, en escondidas y remotas ermitas abandonadas con algún aroma de incienso. También en lugares perdidos de la gran ciudad hay personas, seres, caballeros de la rosa y príncipes del bien que se arrodillan humildemente ante la inmensidad y entran en silencio. «Soy afortunado», me decía mientras cerraba los ojos en compañía de ese hermoso aristócrata que arde entre el aroma de una rosa y bulle de pasión ante la presencia siempre imponente de una cruz perfectamente alineada. Encendimos la luz tibia de la vela, para adentrarnos silentes en lo mistérico. Allí tiembla la voz, allí todo se arremolina entre susurros provenientes de planetas y universos. Allí todo es paz y calma.

Y tras el silencio el trabajo. No daba crédito cuando ordenaba en un portafolios tan virtual como la sutil firmeza de lo etérico, un acontecimiento tan importante como la implantación, diría que cósmica, de una piedra angular. Imaginaba la piedra cúbica, pulida, símbolo de la virtud y la perfección de todo cuanto existe soportando el peso de la gran obra, de la escuela futura. Disfrutaba con esa imagen y sus símbolos, siempre ancestrales, encomendados a la visionaria misión de sellar la puerta donde se halla el mal y abrir para siempre la puerta del bien, de la luz, de la misericordia. Faltan manos, me decía, faltan muchas manos para poder obrar el bien, para entregarnos abiertos a la bondad, a la virtud, al poderoso ciclo de la luz. Faltan manos, me repito una y otra vez.

Corriendo y deprisa por las calles de la gran ciudad llegué puntual a la cita. Comida a tres en la casa de la tejedora de coronas. Amplitud de almas en familia, en comunión. Triada necesaria, símbolo de hermandad y plenitud. Felicidad por estar con esa familia amplia que te abraza el alma y suspira anhelando el mundo bueno. Agradecido por todos los apoyos sufridos, por todas las visiones compartidas, por todas las vidas compartidas, porque no fueron una o dos, fueron cientos, quizás miles, de ahí el reconocimiento abierto, sin filtros, sin fisuras. Y vendrán más, irremediablemente. Y allí estaremos de nuevo, intentando una y otra vez trabajar para el mismo amo, para el mismo señor.

Y luego, antes del viaje de vuelta, el concierto, con la Frankfurt Radio Symphony, con el virtuoso y jovencísimo Fumiaki Miura. Con Mussorgsky, Chaikovski y Strauss. Una noche en el monte pelado junto al caballero de la rosa. Gracias caballero por tan inesperado regalo, por tan generosa visión, por tan bello compartir, por tan ingeniosa aventura. Gracias por esas manos generosas y ese necesario paracaídas que no esperaba, pero que se abrió de repente en los cielos, en caída libre.

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Los viejos creyentes


https://www.youtube.com/watch?v=6GpGSXwyo7A&t=92s

Agafia Lykova nació en la taiga, en el más remoto bosque boreal ruso, en una tina de pino ahuecada en el año 7453 desde la creación del mundo, según la antigua cronología. Sus antepasados eran viejos creyentes, aquellos cristianos ortodoxos partidarios de la vieja liturgia que no aceptaron la reforma de Nikon en 1654. Debido a que fueron  perseguidos, muchos de ellos se refugiaron y aislaron en lugares remotos. Hoy conocía la historia de Agafia que aquí comparto.

Conocí no hace mucho a alguien que de alguna forma me recuerda a Agafia. No sé muy bien cómo llegó, pero una fría noche de invierno caminó desde su casa hasta aquí, se equivocó de camino y terminó pasando una de las noches más frías del año medio congelada a pocos kilómetros de nuestra casa. Bella, elegante, totalmente extraterrestre e inteligente, quizás una de las mujeres más inteligentes que he conocido. Hablar doce idiomas es solo una anécdota. Vivir como una auténtica anacoreta posmoderna, sin dinero, sin recursos y sin prácticamente nada es solo una forma de vida extinta, pero valiosa en sí misma, muy parecida a la de los viejos creyentes, muy parecida a la de Agafia.

Puedo decir que una vez me salvó la vida. Cada vez que la recuerdo imagino un pozo oscuro y una mano, la suya, que me sustrajo de una muerte segura. Tuve la suerte de viajar a Israel con ella y fue uno de los viajes más fascinantes que recuerdo. Intenté enseñarle el oficio de editor pero su libertad siempre fue irreductible. En una feria del libro en el sur de la península, sin dinero, sin nada, decidió desaparecer. No supe de ella en mucho tiempo. Estuvo más de tres meses viviendo en bosques, en caminos, mendigando comida, malviviendo, pero libre.

Hoy, tras meses sin verla vino a verme. Estaba muy cambiada. Algo más delgada y demacrada. Tuvimos un buen rato de charla, comimos algo y se marchó. Me gustó verla con su nueva vida, con su luz hermosa y enraizada algo más a la tierra. Sentí alegría por ella, y un gran desapego por mi parte.

Siento compasión por Agafia, por todas las Agafias del mundo. Me imaginaba a mí mismo con setenta años, aquí en la cabaña, con algún gato, mirando el cielo, esperando ver algún rayo de sol. Como un viejo creyente escondido en los bosques, rezando con fe y esperanza ante el advenimiento final mientras busco en los entresijos de la vida una fina hebra.

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Gracias de corazón por vuestro ánimo


Ánimo viene de alma. Aunque aquí en nuestra realidad parcelemos el alma, el gran espíritu es uno y se manifiesta en una unidad invisible que soporta todas sus manifestaciones. La realidad es una, y llega distorsionada a nuestra realidad particular. O mejor dicho, la distorsionamos y parcelamos con nuestra mirada.

Por eso cuando esta mañana recibía el apoyo y el amor incondicional de todos estos amigos, de todas estas almas bonitas que ayer no pararon de llamar y escribir para darme ánimos, sentí interiormente esa verdad de unidad. No estamos solos, no estamos caminando en un desierto. Si alzamos la mirada, ahí están todas las luminarias que forman parte de nuestro cuerpo invisible, de nuestra memoria colectiva. Por eso esta mañana lloraba de emoción al contemplar ese reconocimiento grupal, al comprobar que cuando pones la energía del amor al servicio de los demás, lo único que estás haciendo es reconocer esa unidad, abrazar esa fe de pertenecer a algo mayor, más grande, más poderoso, más universal.

Me quedaría corto si tuviera que agradecer uno a uno todas las muestras de cariño recibidas en estos tiempos complejos. Cuando no desfalleces ante la adversidad, cuando intentas amar a tus enemigos incondicionalmente, inclusive apoyándoles en sus causas y alentando sus vidas, comprendes que todo son pequeñas parcelas de nuestra mente pero que en el halo invisible viven y conviven en la unidad del espíritu.

Por eso en el amor en acción, en la generosidad infinita de unos sobre otros, se manifiesta siempre lo milagroso. Eso no es más que reconocer aquello que realmente somos, aquello que nos une y aquello a lo que aspiramos con fuerza en nuestras vidas presentes y futuras. La unidad de la humanidad no es más que sentir el aliento común, el pasajero palpitar de todos los corazones unidos en una sola música, en un concierto global que desea, en lo más profundo de todo, abrazar al otro, amar al otro, responder a la mirada infinita del otro.

Ese es el misterio de cuanto ocurre de verdad. Entenderlo y abrazarlo es la tarea más ardua que se nos ha dado. Poder amar, abrazar al otro incondicionalmente, sea quien sea, venga de donde venga, es el reto de este proyecto que entre todos estamos levantando. Es ahí donde comprendemos, ante la sorpresa del nuevo día, que el trabajo real del ser humano es abrir su corazón al diferente y respetarlo tal y como es. Por eso amo a los que en estos días, meses y años me han puesto difícil esa tarea. Son ellos los que nos conducen con sus pruebas a la mayor de las incondicionalidades. Son ellos, sin darse cuenta, los que ayudan a comprender que a pesar de nuestros errores, de nuestras infinitas pruebas, solo nos queda amar.

Gracias de corazón por vuestro ánimo amigos. Soy otro tú, y por ello os abrazo agradecido con la esperanza de un nuevo día, con la voluntad de continuar, cueste lo que cueste, levantando en el mundo nuevas utopías… Gracias por ese ejército de luminarias que lo hace posible…

Gracias especialmente a Marian y a María por su amor infinito y por la idea del video. Y a todos los que han participado en el mismo, mi mayor reconocimiento y gratitud.

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Satisfecho y en paz


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Con mis queridos Antonio y Manuel Jesús en un rato de frío y risas

En 2011 pasaron muchas cosas. Recuerdo que estaba en República Dominicana y desde el otro lado del mundo recibía unos hermosos mensajes de amor. Hoy, de forma casual, aparecieron y los leía con cierta alegría interior. Cuando en la vida encuentras a personas que te quieren y te tratan con cariño, dulzura y amor, te sientes agradecido y te sientes realmente vivo, en sintonía con todo lo que ocurre. Como ayer, que vinieron dos amigos desde muy lejos sólo para pasar un rato de frío en la feria con este menda.

Pudimos reír y celebrar en el banquete de la amistad la necesaria oportunidad de amar y ser amados. Qué puede quedarnos si no esa experiencia de amor, de relación, de amistad. A veces miro todo el pasado y siento cierta nostalgia. Como cuando hoy recordaba aquellas largas veladas mientras veíamos “Doctor en Alaska” en aquellos años pletóricos de vida. Ahora el tiempo pasa, y todo lo observo con cierta paz de la misma forma que deseo interiormente seguir exprimiendo cada segundo de existencia, fracaso tras fracaso, éxito tras éxito, dolor tras dolor, alegría tras alegría.

Hoy cerraba la persiana de la feria. Han sido diez días intensos. Materialmente sin ganancia, pero me llevo hermosos recuerdos y preciosas reflexiones entre amigos y libros. Al llegar a la Montaña de los Ángeles, a esta hermosa sierra plagada de leyendas, he sentido cierto abatimiento y cansancio. Si hubiera tenido fuerzas, hubiera seguido la ruta hacia el septentrión. Pero toca descansar un poco, revisar lo acontecido y seguir pronto el viaje, el Camino. No hay descanso, no hay tregua. Nuevas aventuras esperan, nuevos retos, nuevas avenidas donde atravesar curioso, con deseos de seguir experimentando la fuerza esencial de esta oportunidad que estamos viviendo. Es duro, no hay pausa, no hay descanso, pero debemos estar agradecidos. Agradecidos por todas esas personas que pasaron por nuestras vidas. Por aquellas que quedaron y por aquellas otras que se fueron. También agradecido, como hoy, por aquellas que de forma tímida vuelven y te saludan y te hacen recordar viejos tiempos.

Esta noche dormiré tranquilo, en paz. Ahora sé que pase lo que pase, hice lo que pude, sin mayores cuestiones. Cuando remiraba uno a uno todos los libros escritos, todos los prólogos o capítulos en los que participaba sentía cierta satisfacción interior. Ya hace años que no escribo nada, a pesar de que tengo algún otro libro ya casi terminado. Pero los días se suceden tan rápidos que sólo hay oportunidad de hacer lo que se pueda. Así que me marcho satisfecho, porque hice lo que pude, y el mundo sigue girando. Ya se terminaron las prisas y las exigencias por llegar a ninguna parte. Ahora la vida, calma, se derrama con la frecuencia necesaria, con la cadencia oportuna. Y ahí, esperando, los amigos. Gracias a todos por haber compartido este trozo de vida. Gracias por estar ahí, en lo bueno y en lo malo.

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Caminos y encomiendas. La importancia de los espacios sagrados


Siempre sentí una especial devoción y admiración por mi querida María. Una mujer entera, sensible, profunda, además de inteligente y libre, muy libre. Aún recuerdo nuestro primer encuentro en Malasaña, en el tristemente desaparecido café Ruíz, un lugar emblemático, al mismo tiempo que hacía las veces de oficina cuando vivía en aquel pequeño zulo y los espacios de coworking no estaban aún de moda. La excusa del encuentro era hablar sobre comunidades, yo como supuesto experto en el tema tras años investigando las utopías de nuestro tiempo y ella como promotora de una fundación interesada en crear un proyecto de comunidad de vida. Esa era la excusa, pero detrás de todo ese escenario había algo profundo, algo que en ese momento ni siquiera podíamos imaginar.

Lo que ocurrió después forma parte de la magia, o diría que de lo milagroso. Los caminos se volvieron a entrecruzar una y otra vez en diferentes lugares y nuestras vidas se unieron para siempre cuando decidimos atender a los llamados de lo sagrado y nos pusimos manos a la obra, a veces de forma torpe, a veces de forma ingenua, para crear la encomienda de O Couso. A pesar de las dificultades, nos convertimos en custodios y preceptores de aquel lugar, en devotos vigilantes de ese espíritu que pretendía de nuevo proteger los espacios sagrados y ayudar a los peregrinos del alma en su tránsito y caminar. Es cierto, habían cambiado los escenarios, los tiempos y las excusas, pero la esencia seguía siendo la misma. Como si nada hubiera cambiado en miles de años.

El llamado era claro. La misión, como aquellos antiguos franciscanos que se adentraban en la selva para evangelizar al mundo, tenía su propia paradoja. Cómo adentrarnos en la luz en un mundo tan aparentemente oscuro. Cómo seguir los pasos de aquellos que durante tanto tiempo habían infringido las reglas comunes para adentrarse en la selva humana, herejía tras herejía. ¡Cuantas pruebas nos aguardaban! ¡Cuántas tentaciones nos esperaban para abandonar el camino y sucumbir plácidamente a otros menesteres que abortaran el proyecto común!

La importancia de crear espacios sagrados lo explica muy bien María, cofundadora del Proyecto O Couso, en este video que comparte. No se trata de espacios físicos, sino de espacios de silencio y encuentro con lo que más amamos. Los espacios físicos, las encomiendas, solo son testimonios, símbolos necesarios que pueden servir de guía en el camino. Lugares como O Couso solo pretende ser eso, un arquetipo manifestado que nos pueda guiar hacia los adentros, hacia la compleja esencia de lo que somos y así luego poder desarrollar esa complejidad en nuestras vidas cotidianas, en nuestra familia, con nuestros hijos, con nuestra familia y amigos, con nuestras parejas, en nuestros trabajos y lugar de actividad ordinaria.

Gracias María por tu luz y guía y gracias por recordarnos la importancia de seguir adelante, pase lo que pase. Gracias de corazón por compartir tu vida, con la Vida. Seguiremos, halo tras halo, conquistando lugares para consagrarlos a la Gloria de la Gran Obra.

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A la sombra de la Gran Montaña…


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Esta mañana paseando por las faldas de Montserrat

Llevo unos días de insomnio. De nuevo el estado de ansiedad volvió. Ayer eran las cuatro y aún seguía despierto, dando vueltas en la cama. Los abogados no se ponen de acuerdo y seguramente iremos a juicio. Esa idea me aburre porque tengo ganas de cerrar etapas, de cerrar ciclos, de cerrar las canillas del llanto. Aunque el guerrero esté abatido, hay coordinación en todo cuanto hace. Aunque las batallas hayan sido duras y ahora la tristeza pose sobre su espada inválida, hay un sentido profundo para cada instante. Ahora me doy cuenta de que no medí bien la fuerza y metí mucha presión para dilucidar el futuro. Mis palabras fueron muy duras, pero tenían que serlo. Necesitaba saber la verdad, aunque la verdad a veces velada, no guste. No me gusta la gente indecisa, la gente que se autoengaña y con ello daña a los demás. Necesitaba esa presión para empujar al destino. Un guerrero no espera a ser arrastrado por el agua. Actúa, aunque en esa acción sepa que lo perderá todo. Actué y perdí. Además por partida doble. La pérdida siempre es una gran enseñanza, aunque no te deje dormir por las noches.

En mi primer ataque de ansiedad me daba por no dormir y no comer y perdí diez kilos. En este me ha dado por no dormir y comer mucho. Seguramente, de seguir así, en poco tiempo me convertiré en una bola de cebo. En el hábito de caminar encuentro cierto alivio, pero hoy tuve dos desayunos y dos comidas. Tengo que distraer la mente, tengo que salir, quedar con unos y con otros. Eso me recomiendan que haga y eso intento hacer cuando el ánimo me lo permite. Tengo que caminar mucho.

Había quedado para desayunar por segunda vez en Barcelona. Me levanté temprano. Me duché. El pelo, ahora corto, contrastaba con la barba que de nuevo crecerá para que se adapte así a la nueva aventura que espera en los próximos días. Hay que ser prácticos. Me miré al espejo. No vi nada, excepto un rostro cansado. La ropa olía a limpio y fuera hacía frío, mucho frío. Cogí el metro y me bajé algunas paradas antes para poder pasear por Barcelona. Tras un corto paseo buscando los rayos del sol, ella llegó puntual a la cafetería en alguna bonita esquina modernista de la Eixample. Dos cruasanes de chocolate y dos cafés con leche de soja nos acompañaron. Contemplaba con calma a mi alrededor y veía como todo encerraba cierta perfección. La mirada de la camarera, la situación de las mesas en la segunda sala, el olor a café espumoso, el paso de la gente que entraba y salía buscando un rincón tranquilo para saborear un momento de paz. Incluso aquel papel arrugado descuidado en una de las mesas tenía su propia gracia. Todo escondía algún tipo de mística extraña, desvelada cuando despiertas al mundo de la visión arquetípica.

Qué hermoso es hablar con personas que te miran a los ojos y son transparentes, amorosas, claras, reales. Curioso que los dos viviéramos en nuestros pasados en la hermosa ciudad alemana de Göttingen. De repente, cientos de miles de recuerdos se amontonaron en la conversación, que se quedó corta por lo inspiradora de la misma. Hablamos de lo difícil de ser hombre en estos días donde la masculinidad está en entredicho. Hablamos de lo blandengue y de la necesidad de retomar la fortaleza, los roles perdidos. Rozamos nuestras almas con el detalle del momento, de forma natural. Ella, hermosa, dirigía una sonrisa al mundo, valiente, fuerte, sincera. Yo, temeroso, me inclinaba sediento ante la grandeza de comprender que cada segundo puede ser valioso, imprescindible, tremendamente único. Brotaban fuentes de clara agua y bebía de ellas. Un guerrero cansado necesita beber mucha agua. Estos días, estos largos meses, ando sediento de manantiales.

Hay una fuerza y un designio en todo lo que ocurre. En mitad de la conversación me llamaron. Otra cita me aguardaba. Salí agradecido con tres joyas bajo el brazo. Tras la despedida, subí al coche mal aparcado en uno de los laterales. Guardé silencio mientras viajamos lejos de la ciudad, entre montañas, hasta la Gran Montaña, recordando cuando vivía en aquellos valles sinuosos y serpenteantes. Cierta emoción me recorría al recordar los tiempos en los que navegaba por aquellas laderas. Paseamos por las ancianas calles de aquel perdido lugar. Agradecíamos cualquier rayo de sol que zigzagueaba por entre las veredas. Tras un corto paseo, llegamos hasta el olivar y de vuelta al pueblo. Comimos algo mientras unas cabras salvajes intentaban huir al monte en mitad de la plaza. Hablamos, comimos y cerramos los ojos ante la luz del día. Respiramos. Sentimos la vida. Sentimos el origen de todas las cosas a la sombra de la Gran Montaña. El guerrero, cansado, respiraba vida. Su espada, ahora inservible, reposaba en la mesa, bañada por el aura inmortal de las fundamentales leyes de la equidad. Ahora la noche espera, larga, sediciosa, indecisa.

Reencuentros con el ángel


a

Uno siempre duda sobre la existencia real de los ángeles. Te haces mayor, te vuelves incrédulo y descartas toda esa poesía mística con la que nos adormecían en esos cielos celestes de dudosa existencia. Sin embargo, a veces ocurre que conoces personas que rozan el estado angélico y de repente la duda desaparece, la fe renace y la esperanza de que todo aquello sea real, y no producto de la imaginación soñadora, florece en nuestros corazones.

Cuando era joven frecuentaba aquellos lugares donde se hablaba y practicaba cierta ascesis mística. Debía contar con unos dieciséis o diecisiete años cuando la vi por primera vez en algún lugar de Barcelona donde un grupo reducido de gente se reunía para meditar. Ella tenía dos años más que yo y su hermosura, más de otro mundo que del tangible que frecuentábamos, relucía a raudales. Nunca imaginé que jóvenes tan hermosas pudieran frecuentar lugares tan inusuales para esa edad. Ambos deberíamos estar descubriendo el mundo de las emociones, de los encuentros, de las relaciones propias de la juventud. Ambos deberíamos estar experimentando, a esa edad, todo aquello relativo al mundo. Sin embargo, ambos, rechazando lo que por edad nos correspondía, cada uno a su manera, optó por frecuentar aquellos otros lugares de búsqueda de rectitud y moral espiritual.

Han pasado muchos años de aquellos tiempos. Ella continúo explorando fielmente sus creencias hasta que profundizó en lo más alto de la perfección mística. En sus moradas pudo contemplar y sentir el mundo magnánimo de las virtudes. De alguna forma pudo elevar su vibración hacia lugares prácticamente inalcanzables para los mortales. Mi caso fue más torpe, dando palos de ciego de aquí para allá sin implicarme nunca de forma fiel a ninguna idea o creencia, buscando libremente conjuros epidérmicos que pudieran calmar mi sed ensoñadora. Mientras ella iba escalando las montañas de la claridad, los espacios de las benignidades del mundo, yo iba torpedeando cada pequeña conquista para no elevarme demasiado y permanecer anclado al fangoso barro de la mentira, de los abismos insondables, de la petulancia académica. Un mundo contaminado de palabras pero falto de hechos. El dichoso camino medio necesitaba dinamitar cualquier atisbo de luminosidad para no quedar atrapado en las celestes cumbres del mundo intangible y seguir así obrando, sin mucho éxito, en la siembra terrestre.

Ayer, veinte años después, tuve la suerte de volver a verla. Quedamos para charlar en el mismo lugar sagrado donde nos conocimos, un espacio luminoso que crea una gran grieta en esta inmensa marea grisácea que cubre toda la ciudad. Un punto de luz en la mente de Dios protegido por un cuerpo angélico fuerte y sabio. Ella, ahora ya instalada en su condición celestial, desprendía esa luz propia del mundo angélico. Podía mirarla solo con tímidas ráfagas luminiscentes, intentando que su luz no cegara aún más mi oscuridad. Su belleza de otro mundo seguía intacta, ahora acompañada de esa aura dorada que cubre todo su cuerpo angélico. Su fortaleza, su constancia, su trabajo interior y su perseverancia y discernimiento han provocado un arquetipo perfecto de virtud.

Charlamos durante una hora recordando viejos tiempos, hablando de las dificultades de la vida ordinaria y de lo complejo que resulta profundizar en la vida extraordinaria sin caer en la trampa de la superficialidad, de lo mentiroso y banal. Luego participé de una meditación y me marché de nuevo a la oscuridad del mundo subterráneo, agradecido por haber tenido la oportunidad de saborear, aunque fuera por un instante, ese trozo de cielo. Sí queridos… los ángeles existen, los he podido abrazar, los he podido tocar, los he podido reverenciar con el respeto y la admiración que merecen. Están entre nosotros, son de carne y hueso aunque desprenda esa luz cegadora. Y están aquí para ayudarnos, para recordarnos el mensaje de la vida eterna.

Gracias de corazón a M. M. por su mágica presencia, por su milagrosa vida de entrega y por su valentía como mujer joven y hermosa por haber sido capaz de discernir y sobrevivir a esa condición luminosa. Me encantó volver a verte después de tantos años. Me encantó volver a mirarte con esa mirada inocente que contempla el mundo con admiración y agradecimiento. Gracias, gracias, gracias…

Conversaciones con una meiga


 

a

Como las magas no entienden de tiempo, llegó un poco “tarde”. Para ella era la hora justa. No sobraba ni faltaba ningún minuto. Llegó en el tiempo de la “ocasión”. Lo importante es que llegó después de un largo viaje. Como no pudimos comer juntos, la merienda se convirtió en una comida-cena improvisada, con una sabrosa sopa de fideos y guisantes de la cual abusamos para así atender con fuerza a la magia. Hay que tocar tierra para poder mirar al cielo.

Tras el paseo por el lugar para que viera y sintiera las energías del mismo, nos fuimos al salón y todos nos dispusimos alrededor de ella. A cada uno de nosotros nos miró fijamente a los ojos y penetró en nuestros corazones. Hizo las preguntas oportunas y enseguida, conectándose con alguna fuente desconocida para nosotros, empezó a estirar de nuestros latidos hasta que desveló nuestros secretos. Lloramos cada vez que extraía algún dolor, alguna experiencia enterrada, alguna flaqueza, pero, sobre todo, nos llenamos de esperanza cuando con sus sabias palabras nos guiaba hacia el camino, hacia la sanación, hacia la fuerza oportuna para equilibrar cada una de las heridas.

Se hacía tarde y quedaba yo. Como quería conocer la editorial tuve la suerte y el privilegio de disfrutar de una conversación a solas entre libros. Gozamos un rato de la energía de las librerías cargadas de tomos y nos sentamos uno en frente del otro para empezar la sesión en la pequeña salita. “Si te fijas, eres joven y a pesar de ello has hecho muchas cosas en la vida. Lo más importante de todo lo que has hecho es que has conseguido enlazar mundos, crear puntos de luz y entregarte al servicio de forma contundente y consciente. Eso ha creado en ti y a tu alrededor un punto de fuerza que atrae a mucha gente, pero también a muchas energías”. En este punto de la conversación es cuando empezó a ponerse seria pues estaba a punto de entrar en el mundo de los arquetipos. “Si crees en las fuerzas y las energías, lo que te ha ocurrido en estos meses es que has sufrido un poderoso ataque que casi termina contigo. Sólo por la fuerza de los seres que te protegen has podido sobrevivir. Podrías haber muerto porque has abierto puertas y mundos y ahora estás vulnerable”. A medida que hablaba iba entendiendo cosas que pasaron en estos meses. La noche oscura del alma casi me llevó al abismo. Cosas que no podía entender ahora cobraban sentido.

Empecé a respirar hondo y empecé a poner atención a todo sin decir nada. Sus palabras y su forma de decir las cosas eran especiales. Entraban en el corazón y lo desnudaba. De repente conocía secretos de mí mismo que nadie sabía excepto yo. “Esas fuerzas te han quitado lo que más querías. Han sabido hacerlo de forma sabia. Si te fijas, todos tenemos alguna debilidad. Si tu debilidad es el dinero, la ambición, te van a atrapar por ahí. ¿Por qué crees que lo que más querías te lo han arrebatado ofreciéndole algo irrenunciable e irresistible para su debilidad? Ha sido utilizada en su debilidad, y ante la elección, no podía renunciar a ello. Ella, como tú, sucumbió ante su debilidad. Sin embargo, esa es su debilidad, su elección y aprendizaje, pero su alma te sigue amando y protegiendo. Por las noches te acompaña y te protege”.

Escuchándola podía de alguna forma entender mis sueños recurrentes, y también entender la forma en la que había pasado todo. De alguna manera sentía algún consuelo y cierta paz interior. “Tienes muchas virtudes trabajadas, pero ahora toca centrar la atención en tus debilidades. Todo esto que ha pasado ha sacado tu rabia y frustración, pero tu mayor debilidad es la “justicia” y la “fe”. Es eso lo que tienes que trabajar para que todo el equilibrio se vuelva a restablecer”.

Pasaron las horas y yo seguía escuchando atentamente. Realmente lo importante no eran las palabras, ni siquiera la conversación discurrió de esta manera pues solo recuerdo algunas ideas vagas. Era su energía, era su poder a la hora de ver, intuir y atravesar mi alma. Sentía que me encontraba ante una auténtica maga, no de esas que van engatusando a las mentes débiles con cuentos para adormecer sus heridas, más bien una poderosa alma capaz de atravesar todos tus adentros, mirar sin fisuras dentro de ti en tus recodos con confianza y acierto, ayudando a empoderarte en el trabajo mágico del alma. Hay personas que te tocan y lo hacen para siempre. Hay auténticos magos que te transforman por dentro. Ayer tuve la suerte de conocer a una auténtica. No fue lo que dijo, fue el cómo lo dijo. No fue lo que decía, fue todo lo que tocaba por dentro cuando lo decía.