
La principal causa del origen de la muerte, según el Tao, es el nacimiento. Aún así, nadie conoce el origen del origen. Extraño contraste de verticalidad y jerarquía. Esa es siempre la primera y aparente observación de una mente inclinada a la indagación. Un momento telúrico, enfrentado, sin resolver. Creo que la confusión empezó cuando se denominó Dios a los dioses creadores, así, en plural. No fue un “dios”, sino varios, como afirma la propia Biblia cuando nos habla de los Elohims. El Primer Motor de todo lo creado, al que podríamos llamar el «Creador Principal», no podría ser nunca nuestro “Dios”. Tampoco sería un Dios Absoluto, sino una entidad creada, más allá de cuyo universo hay un algo creado a su vez por OTRO Creador, nos dicen desde las Pléyades. Si seguimos esta secuencia, el Creador del «Creador Principal» puede tampoco ser el que existió primero, y ser a su vez hijo de otro Creador…
Para ilustrar este lío, podemos tirar de una anécdota acaecida estos últimos días con respecto a una cagada de murciélago, o de ratón, o de rata, o… Veamos la confusión jerárquica y su extraño contraste de verticalidad, para entender el origen del supuesto creador. Advierto de antemano que solo mentes agudas, despiertas e inteligentes podrán entender la analogía. La anécdota se desarrolla así:
“Que alentador encontrarme caca de ratón/rata/murciélago en el estropajo de la cocina y en la fregadera. Antes se ha movido un bicho por el tejado a esa altura y ha hecho que cayese”. Dijo algo disgustada la nueva vecina. “¡Vaya! Cómo está el vecindario… pondré una queja al presidente de la comunidad, este año le toca al gato Merlín”. Le dije sorprendido por la desconsideración de los habitantes nocturnos de la casa.
Fui hasta el gran Merlín, el cual reposaba plácidamente en unos de los troncos del antiguo tejado, junto al depósito del agua, al pie de la nueva era. “Merlín -le dije- he recibido queja de la nueva vecina, al parecer se ha encontrado algo de suciedad en la cocina”. Me miró con esa cara de complacencia que siempre pone. Señaló hacia el estanque y dijo: “Esta semana le toca a uno de los patos el mantenimiento de la casa, habla con ellos”. Miré a los patos, y como tenemos un hermoso anticiclón justo encima, andaban reposando junto al estanque, estirando las alas y las patas mientras gozaban del sol y la buena temperatura.
“Hola patitos, buenos días”, les dije. “La nueva vecina ha encontrado suciedad en la casa y busca un responsable”. “Yo no he sido”, exclamaron los dos patos mientras se reían entre ellos. “Pero me ha dicho el gato Merlín que os pregunte, que estáis de responsables de mantenimiento”. “Yo no he sido”, respondieron de nuevo entre risas, intentando emular algún tipo de elusividad cósmica. De repente señalaron a las gallinas: “Hoy es domingo, les toca a las gallinas cuidar de la casa”.
Las gallinas estaban cerca de la huerta, rebuscando entre la hojarasca algún apetitoso gusano que llevarse al pico. Había tres reunidas y cuando me vieron llegar, ante la ausencia de gallo desde la trágica muerte hace unos meses en manos del zorro, se agacharon las tres a la vez y exclamaron: “Písame, písame, písame”. Atendiendo sus súplicas, con una mano las cogí del cuello, e imitando la loable labor de un gallo, con la otra las pisé una a una: “Toma, toma, toma”, les decía mientras golpeaba suavemente su espalda plumífera. “Ohhhh, gracias”, exclamaron las tres al unísono mientras se revolvían el plumaje y miraban el cielo sin entender cómo una mano podía ser portadora de creación. “Bueno ya está bien de sentimentalismos. Me han dicho los patos que hoy os tocaba a vosotras mantener el orden, y la nueva vecina se ha encontrado una catástrofe en la casa”. “¡Ohhhhh, por la memoria del gran Alectrión, una catástrofe!”. Exclamó la tríada al unísono mientras coquetas se despeluchaban el plumaje. “Si es algo grave, es mejor que hables con el gato Chip, él está de guardián y de seguridad”.
Busqué al gato Chip, el más pequeño de todos, bisexual, medio cojo, destronado por unos y por otros, un efebo incomprendido. Solo piensa en tener sexo y con su rabo cortado y sus peculiares andares siempre anda sucio y perdido. Todo un personaje. Lo llamé y lo busqué y al rato lo encontré cerca de una de las cabañas, acosando a la gata Meiga que intentaba huir de sus persecuciones incesantes. “¡Hola Chip!”, le grité fuerte para que dejara el acoso. “¡¡Deja de molestar a la linda gatita!! Eres un pelma”. Le dije. Me miró con cara de deseo, pero no entré al trapo. “A ver Chip, vamos a centrarnos. Que me han dicho las gallinas, que vaya tres, por cierto, que estás tú de vigilante. Ha habido una hecatombe en la casa y la vecina está muy afectada, no sé qué hacer y me han dicho las gallinas que hable contigo”, le dije con ademán de enfado. “No me hables en ese tono que sabes que soy muy sensible. Es por la tarde, y en las tardes es Meiga quien resuelve los conflictos”, me dijo mientras se lamía una pata. La gata Meiga, medio escondida detrás de un árbol rodeado de setas y envuelta en una madreselva dijo: “¡Te he escuchado gato Chip y sabes que no es cierto! ¡Los domingos no tengo porqué resolver nada! ¡Que pregunte al perro Geo, él siempre está dispuesto a echar una mano, aunque sea domingo!”
Mi paciencia estaba hasta los límites y busqué a Geo. Corría por la colina que viene del Castro de Santa Margarita. Venía feliz y lleno de barro. Cuando me vio vino corriendo a saludarme: “Paseo, paseo”, gritaba mientras me rodeaba y saltaba encima de mí. “Bueno, bueno, bueno, como vienes. ¿Dónde has estado todo el día? Qué te tengo dicho de las salidas a estas horas”. Geo seguía saltando: “¡Paseo, paseo!” Gritaba. “¡Geo, no hay paseo! Ha ocurrido algo terrible con la vecina y tenemos que resolverlo. Me han dicho que hable contigo”. Le espeté. Entonces dejó de saltar, agachó el rabo, miró disimuladamente hacia el suelo, y se fue corriendo gritando: “¡¡habla con Gaia!!” “La madre que lo parió”, pensé para mis adentros, cada vez más encendido mientras veía cómo desaparecía por el bosque. “¡Paseo, paseo!”, se escuchaba a lo lejos.
Ante la impotencia manifiesta, ya solo me quedaba hablar con la vieja y gruñona gata negra. La busqué en su sitio preferido, en el hueco de una ventana rota, tomando el sol medio dormida. “Disculpa Gaia”, le dije con mucha delicadeza. “¡Olvídame estúpido! ¿No ves que estoy descansando?” Me dijo mientras gruñía y refunfuñaba. “Es que la nueva vecina…” Intenté decirle… “¡Eres idiota, desaparece! Y dile a la vecina que resuelva ella sus asuntos”… Dijo malhumorada, como siempre, mientras salía corriendo hacia el tejado de la vieja ermita.
Indignado, agotado, iracundo, me fui hacia la cocina para hablar con la vecina y le dije: “Ya hablé con todos los vecinos”, le decía mientras limpiaba la suciedad. “¿Y quién se ha cagado?” Dijo disgustada. “El Creador Principal”, contesté. “¿Cómo dices?”, dijo mientras me miraba desconfiada. “No importa. Espero que no vuelva a pasar”. “¿Pero fue el ratón, la rata o el murciélago, quien se cagó?” Exclamó. “Es una larga historia que tiene que ver con el origen de los tiempos, el extraño contraste de verticalidad y la jerarquía. Otro día lo hablamos”, dije cansado. La cocina quedó rápidamente limpia, y mientras me marchaba, pausado por el contraste entre el tiempo y los tiempos, entendí la principal causa del origen de la muerte y la causa total de toda la Creación.
Gracias de corazón por apoyar esta escritura…





























