Monarquía: un problema irresuelto


Antiguamente existía la creencia sobre la necesidad de proteger el linaje real, es decir, aquel que en los tiempos remotos fue designado por la propia divinidad o por la Gracia de Dios. Esta protección creó un halo de misterio, temor y respeto en torno a la figura del monarca.

Aceptar la monarquía hoy día significa aceptar una clasificación social de castas, tal vez encubierta en ese halo místico de la aristocracia medieval. Una aceptación algo anacrónica y que no aporta nada, excepto la curiosidad antropológica, a una sociedad cada vez más libre del yugo de las creencias y las tradiciones inútiles.

Viendo el asunto desde una perspectiva cercana, la historia de nuestra monarquía española actual no deja de ser surrealista. Los Borbones son descendientes de monarcas franceses. Fue Philippe D’Anjou quién heredó el reino de España tras la muerte de Carlos II sin descendencia. Al ser nombrado rey, cambia su nombre por el de Felipe y su apellido, Bourbon, lo castellaniza. Nuestro rey actual, descendiente de aquella saga y llegado al trono por puro azar, nació en Roma, Italia, y está casado con una emigrante griega que posee, como el rey, «papeles». Fue el heredero legítimo del régimen franquista, el cual lo definió como sucesor (de Franco) a la Jefatura de Estado. Su padre era el tercero en la línea de sucesión si solo contamos a los hijos legítimos que su abuelo, de vida sexual clamorosa y activa, tuvo dentro y fuera de su matrimonio.

Con dicho expediente, en lo político y en lo real, la monarquía no tiene nada que hacer en el futuro, excepto la de mostrar la anécdota simbólica de existir como reliquia viva del pasado donde un sistema de castas privilegiadas se imponía al resto de los mortales. ¿Debemos seguir aceptando ese sistema de privilegios en una sociedad moderna? No en una sociedad madura, inteligente y capaz de observar y criticar todo aquello que ya no necesita para su interacción y progreso. Si el Rey fuera inteligente y sensato, aceptaría su papel simbólico y montaría un museo o dedicaría sus días a lo que realmente le gusta: las monterías, como a su abuelo.

3 respuestas a «Monarquía: un problema irresuelto»

  1. Las mismas castas que los políticos no Javier? ¿O acaso los politicos no tienen privilegios y prebendas? ¿Los políticos no eran servidores públicos elegidos «libremente» (listas cerradas) por el pueblo para representarnos?
    En estos tiempos de pobreza moral y política, donde unos y otros sólo saben echarse a la cara lo peor de lo peor con tal de no perder el escaño, al menos existe una figura, ajena a esas peleas politicas, que desde su posición de Gran Embajador, ayuda a que nuestro pais y nuestras empresas tengan en el extranjero aliados que mejoren nuestra imagen en este mundo globalizado.

    1 abrazo fuerte.

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    1. Opino como tú querido Jaime… hay que abolir todas las castas, incluidas las políticas, la cual se comporta a cual aristrocracia moderna… Siento decir que no creo en los embajadores por linaje, por muy buenos que sean. Y no con ello deseo despreciar su trabajo presente, todo lo contrario. Pero es inadmisible poseer un puesto de trabajo público por ser hijo de fulanito o menganito.

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  2. Todos los españoles somos iguales ante la Ley…los Españoles.

    La montería era de señoritos, de grandes de España o de Reyes. Los caseríos de las fincas de Sierra Morena están llenos de azulejos con las armas del Rey que recuerdan que Don Alfonso XIII estuvo allí de montería. Eso era antes de la guerra. Con la dictadura, los que iban de montería eran los ministros de Franco, los estraperlistas, los especuladores del cemento, los virtuosos de los cupos de importación. Más tarde, los dueños de los cotos, tiesos, descubrieron que podían ir tirando si alquilaban sus fincas para monterías dadas por las grandes empresas para sus compromisos, por los extranjeros ricos que venían de escopeta a Hornachuelos como el que va de safari a África, algo exótico. Resumo: que nadie que cobra el salario mínimo va de montería, joé. Que eso es cosa de ricos. Antonio Burgos.

    La viñeta hace referencia a una cacería en la que participó el Rey Juan Carlos en Rusia y en la que, según denunciaron algunas autoridades locales, se emborrachó a un oso pardo, de nombre Mitrofán, con vodka para que fuese capturado por el monarca

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