EDUCAR EN VALORES: UNA FÓRMULA PARA LA RECUPERACIÓN Y EL “REGRESO”


El barrio de Chembur, en Bombay, es un buen lugar para la última reflexión de este viaje por Oriente. Por sus contrastes de pobreza y miseria, por su carga semántica en cuanto a lugar olvidado, por servir de ejemplo de todo aquello que desde la afortunada atalaya del bienestar produce nausea o hastío. El calor asfixiante empieza a golpear y los ruidos se tornan cada vez más insoportables. Los cuervos se organizan en legión para rebuscar algo de comer. Sus quejidos se meten tan adentro que da la sensación de que salen plumas por todas partes. Los mosquitos inundan cualquier parte sombría acechando en los momentos de distracción. Ahí fuera, más allá de estas cuatro paredes mohosas y cansadas, las calderas del infierno empiezan a hervir las ollas de la sinrazón. La conquista del reino del orgullo y el egoísmo empieza su particular batalla y sus particulares sacrificios.

En estas condiciones resulta difícil escribir con cierta sensatez algo coherente, algo que implique sapiencia sin restringir los accesos y cavidades del alma, pero no quería despedirme de Asia sin una última reflexión. La experiencia en India, en nuestra particular India de pobreza y miseria ha sido francamente dura en muchos aspectos. No sólo porque nos hemos dado de bruces con una humanidad cruel, sino más bien por la sensación aberrante de descubrir que esa crueldad no es una maldad genuina en nuestra raza, sino el producto de una macabra y elaborada ignorancia. Una ignorancia que tiene como premisa la fe absoluta en el progreso egoísta e incontrolado. Un progreso vacío, carente de significado e inteligencia, ciego. Un progreso equivocado a cuenta de tropiezos individuales y hábitos colectivos.

Este descubrimiento ha sido el precio de renunciar a un viaje de placer para indagar y hollar los senderos de la indigencia humana. El precio de un billete caro por la visión y las experiencias vividas. Por toparnos de bruces con una realidad ignorada en los circuitos turísticos. Cargamos nuestras mochilas con la esperanza de la alegría y la sonrisa. Ese era nuestro visado particular para entrar en el lado oscuro del corazón humano. Y nuestra nariz de payasos era el sello que nos identificaba como seres peregrinos extraordinariamente extraños a la naturaleza común. Al ideario común de la prudencia acostumbrada y rebosante de infortunios y carencias extremas.

Los ejemplos de crudeza han cundido. Los países en vías de desarrollo viven acelerados. No existe la paz melancólica de una puesta de sol o el canto de un cisne en un cristalino lago nocturno. Es como si los días no fueran suficientemente largos y los estiraran hasta el límite renunciando con ello a la serenidad de un paseo, de una mirada, de una franca sonrisa. Es como si vivieran en la creencia de que jamás alcanzarán el bienestar profundo hasta que no imiten las asperezas consumistas del primer mundo. Ignoran, además, que el primer mundo desea estar de vuelta de todo y existen luminarias que hablan ya de nuevos valores posmaterialistas y posconsumistas. Un debate que pretende proyectar la utopía de un nuevo mundo, de una nueva forma de entender la existencia desde la autorrealización y la emancipación material. De unas correctas relaciones basadas en la generosidad y el respeto común.

Pero este debate aún está lejos de sus mentes. Tener un buen móvil es síntoma de ser alguien en la vida. Un coche es el premio al progreso, y si además tiene aire acondicionado, es síntoma de que la vida ha sido plena y se ha cumplido con el deber existencial, sin importar si en ese deber se incluye a los otros, al mundo, o sólo a una particular visión reducida de todo cuanto somos. Por eso la prisa por comprar o vender algo. Cuando paseas por las calles de Bombay o Calcuta, es como si todos estuvieran en esa noria que gira acelerada sin que nada ni nadie pueda pararla. Todos quieren progresar… Como si se hubiera inyectado la célula  sobrante que obliga a bombear miopía por todas partes…

Los que no pueden subirse a ese carro viven alejados de la realidad. Deambulan de un lado para otro como fantasmas errantes. Se paran en cualquier esquina, rebuscan en la basura algo que tragar y se tumban días enteros  en cualquier penumbra para vivir quizás mejor instalados en el mundo de los sueños. Para ellos la única esperanza es que alguien los recoja de las calles y obren el milagro en sus vidas. Como el excelente cocinero que conocimos en el Ashram of Jisu, en la misión jesuita de Pandua, un hombre bueno que meses antes estaba destinado a la destrucción total de su existencia en cualquier estación de tren. O como los cientos de niños rescatados de las calles y que ahora optan por un futuro diferente, lleno de esperanza. ¡Hemos conocido tantos milagros!

Fue precisamente un misionero quien nos puso en la pista y nos dio la clave de todo lo que ocurre: educación. Sólo si se consigue  educar a las gentes se obrará el milagro del cambio. Sólo si hay una modificación en los valores, las calles empezarán a ser más limpias, menos ruidosas, las casas empezarán a ser pintadas y restauradas. Todos harán un esfuerzo colectivo por mejorar y erradicar la contaminación asfixiante, por plantar árboles en el gris asfalto, por dedicar más atención al más necesitado, por contribuir a la justicia social, al orden primordial de todas las cosas. Pero no me refiero a una excelente educación académica donde se aprenda inglés e informática. Me refiero a una educación en valores. A una educación que ponga en práctica la buena voluntad en acción. Que enseñe a ser amable, que explique las fórmulas matemáticas de la dignidad humana, las geografías del buen hacer, los lenguajes del alma generosa y entregada, la naturaleza del bien.

Una educación integral que reorganice las prioridades humanas, que mantenga en vilo la prosperidad diferenciando a todo momento lo necesario de lo imprescindible. Que nos haga entender la importancia del prójimo, de todos los prójimos, incluyendo especialmente a aquellos que por ignorancia o ceguera yerran con más facilidad. Valores que rescaten las almas anémicas que ya los antiguos griegos desterraban al Hades, almas que deben ser repatriadas al mundo de la necesidad espiritual, al mundo de las riquezas ancestrales.

Es por ello que la humanidad debe reinventarse. Comprender que el progreso vacío no conduce a ninguna parte. Que el mundo no puede seguir aspirando al crecimiento infinito. Por ello se hace urgente el volver a empezar. El regresar a la esencia humana para toparnos con las herramientas de la rectitud y el equilibrio. Regresar de nuevo a ese punto donde todo empezó a desbordarse. Parar la máquina, vaciarla de aceite y ruido, limpiarla a fondo y llenarla de nuevas energías más limpias y silenciosas. Los sabios del futuro deben nacer para reconducir esta carrera hacia la catástrofe. Y deben ser inspirados con urgencia por esos nuevos valores que afloran en los campos de la esperanza y la nueva consciencia. Ojala que de entre todos los niños que hemos abrazado estos días exista media docena de sabios capaces de iluminar una nueva tierra y un nuevo hombre… Que así sea por el bien de todos…

5 respuestas a «EDUCAR EN VALORES: UNA FÓRMULA PARA LA RECUPERACIÓN Y EL “REGRESO”»

  1. Tienes toda la razón, debemos educar en valores y no sólo con palabras. Me voy a permitir hablaros de mi padre que desde que yo cumplí 4 años me llevaba de la mano y en nuestros paseos se paraba a saludar a un ciego que vendía cupones y le trataba con respeto; le compraba un cupón y si salía premiado compartía con él parte del premio. Me enseñó a compartir que no es lo mismo que dar limosna. Me enseñó que los niños de mi edad con los dedos asomando por sus zapatos rotos, en los inviernos de Galicia, eran iguales a mi y que yo debía dar gracias a Dios por tener mejor suerte y que nunca, nunca, debería olvidarme de los que pasaban penurias y escasez.
    Mi padre dedicaba su tiempo libre a buscar casa para los indigentes, colegios gratuitos (los Hermanos de San Juan de Dios) para los hijos de «las viudas del mar», le «apretaba las tuercas» al Ayuntamiento para que mejorara los barrios pobres, en fin, llevó una vida de servicio al prójimo.
    En resumen, eso es educar en valores, desde la cuna hay que mostrar a los niños del «1er» mundo todo el abanico social y explicarles con amor que la vida de todos puede mejorar si cada uno de nosotros ponemos nuestro esfuerzo cotidiano en ello.
    No somos propietarios exclusivos de nuestro bienestar, sólo somos sus gestores.
    🙂

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  2. La riqueza de los humanos no esta en tener los mejores zapatos ni mucho menos en ser el mejor vestido ni siquiera en ser el que mejor llena su mesa para alimentarse, no… la riqueza de estos esta en ser consciente de lo que necesita el mundo y con pequeños granitos de arena aportar para conseguir cambiar los valores y hacerce cada día un analisis de consciencia para mejorar lo desmejorado. la riqueza no es material aunque asi nos la han vendido siempre,la riqueza habita en el alma de quien se aventura a regalar aunque solo sean algunas que otras sonrrisas, algunas que otras llamaradas de vida nueva, e incluso de esperanzas, porque de ellos habran aprendido esos pequeños seres y ambicionaran un mejor futuro, me niego a creer que lo que habeis hecho va a quedar en agua de borrajas se que no sera asi para quien tuvo la oportunidad de estar con vosotros un beso fuerte a los cuatro y os envidio… hay que ser muy valiente para llevar acabo vuestra mision y que no queden secuelas sicologicas de ello , pues si es asi , sois los mas ricos, vuestra riqueza cuesta mucho superarla.E.M.A.

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  3. Una canción para los peregrinos de la nariz de payaso:

    «Un día por las montañas apareció un peregrino,
    se fue acercando a las gentes, acariciando a los niños

    Iba diciendo por los caminos: ‘Amigo soy, soy amigo’

    Su manos no empuñan armas, sus palabras son de vida,
    y llora con los que lloran y comparte su alegría, y comparte su alegría»

    Ojalá se cumplan tus/nuestros deseos, Javier

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