Un vagabundo en Dannenberg


 

Hoy ha sido un día de integración en esta pequeña ciudad de algo más de ocho mil habitantes en el lejano oriente de la Baja Sajonia y a unos diez kilómetros de la granja de Anja. Alguna vez en el pasado había visitado este lugar en bicicleta para tomar un helado o ir de compras, o quizás para visitar a los diferentes artistas que comparten su arte en la famosa semana de la Kûltûrelle Landpartie (traducido es algo así como excursión o salida cultural). Por la mañana hemos ido a desayunar a la casa de Marianne, una amiga de Anja y miembro de la comunidad cristiana a la que pertenece. Como es domingo, tras el suntuoso desayuno, había sesión de estudio bíblico. Me ha resultado, como antropólogo, interesante escuchar como aquí viven con cierta devoción la reforma que llevó a cabo Lutero. Además he podido escuchar algunas palabras en el idioma de esta tierra. Hace unos años pude escuchar a Elisabeth, la madre de Anja, relatar en Navidad un cuento típico en la lengua de este lugar, el Plattdüütsch o Bajo Sajón, un idioma que se está perdiendo y que sólo hablan los más antiguos. Anja sabe algo, y de vez en cuando me sorprende con alguna frase en esta habla extraña para nosotros, especialmente porque ignoramos su existencia, pensando que el alemán se extiende uniformemente por todo este vasto país. Mientras los siete componentes de la comunidad explicaban las hazañas de Lucas 18, miraba de vez en cuando por la ventana pues me encanta ver como en este país integran a la perfección vida humana con naturaleza. Todas las casas están divididas por grandes jardines y pequeñas columnas de bosques integrados en la ciudad como algo natural. A veces, los bosques crean pasillos que se convierten en paseos o caminos que conectan unos barrios con otros. Las casas o edificios, que nunca superan la altura de tres pisos, no están separadas por grandes muros de cemento como en España, sino por pequeñas barreras de madera o vegetales a lo máximo. Eso da una sensación de amplitud y no de claustrofobia. Hay un empeño en cuidar los jardines y todo está verde y florido. Pude observar con más detalle todo esto a eso de las tres, ya que había encuentro en la comunidad cristiana. Así que hemos ido al local donde se reúnen y mientras los mayores cantaban y hablaban sobre la Biblia yo me divertía con los pequeños de la comunidad, haciendo a la vez de padre, tutor, monitor y payaso de los mismos. Lo hemos pasado bien. De nuevo comprendo como los niños, ya sean alemanes, etíopes o indios entienden el idioma universal de la sonrisa. Y así ha sido mi primer domingo en Dannenberg, una ciudad amable de gente amable y acogedora que bromeaban con frases en español con este perdido y errante vagabundo.

2 respuestas a «Un vagabundo en Dannenberg»

  1. por lo que leo, debe ser bonito el paisaje, o al menos tu asi lo haces imaginar con tu descripcion, o es que estas muy enamorado de todo. si… es eso, todo cuanto respiras es amor en ese lugar, me alegra mucho «extraño vagabundo» que aspires y retengas todo y cuanto te regala la vida.
    besitos, E.M.A.

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