Las respuestas de Leviatán. Una mala historia de verano


Acabo de salir de un baño de agua fría. Diez minutos, quizás veinte, sumergido en líquido trasparente, absorto de todo cuanto pasaba en este caluroso verano. Necesitaba relajarme tras dos horas paseando por la campiña bajo un sol de infierno, a cuarenta grados a la sombra, viaje desde la aldea de Mesas a La Montaña. Diez kilómetros de infernal paseo para olvidar a Leviatán. Mi encuentro con él ocurrió esta mañana. Me levanté temprano para llevar el coche a revisión al taller. Había prometido a B. que le dejaría el auto para que se fuera con sus amigas al sur de Portugal. Pero parecía que todo iba a conspirar en contra. A primera hora de la mañana, en mitad de Córdoba, paré el coche en un semáforo y una despistada me dio un gran golpe por detrás. Lo primero que pensé fue en las vacaciones de B. Luego en la conductora de atrás. Aparcamos y la pelirroja despistada, preciosa por cierto, estaba bien. No su coche que quedó destrozado. El mío, milagrosamente, intacto. Aprovechando que estaba en la capi dejé el coche en la revisión y cogí un autobús para hacer trámites burocráticos. Hacía tanto tiempo que no hacía trámites que llevaba un año sin DNI y el carnet de coche caducado. Fui primero a la seguridad social pues me habían notificado que tenía el coche embargado por una deuda de quinientos euros. En la Unidad Uno me recepcionó, tras la cola pertinente, una amable funcionaria que me informó que mi expediente pertenecía a la Unidad Dos, a unos cuarenta minutos andando. Paciente, fui a la Unidad Dos. Tras la paciente cola, un amable funcionario me dijo que mi expediente ya no estaba en la Unidad Dos, sino que había sido dirigida de nuevo a la Unidad Uno. Le expliqué que en la Unidad Uno me habían informado de lo contrario. Y me dijo que no, que el expediente estaba claramente en la Unidad Uno. Otros cuarenta minutos después estaba en la Unidad Uno. Expliqué a la amable funcionaria lo ocurrido y me derivó a la segunda planta, puerta izquierda, donde otra funcionaria, la jefa de los expedientes de embargo, me atendió amablemente con su acento argentino. Miró mis chanclas, y mis barbas de cuatro días, y mi cara de cansancio. Creo que sintió algo de lástima y por eso hizo de su acento una especie de bálsamo plagado de amabilidad. Le expliqué mis viajes de una unidad a otra y su veredicto fue desesperante: “no sólo no te puedo ayudar desde la Unidad Uno, ya que tu expediente ha sido definitivamente derivado a la Unidad Dos, sino que además, el embargo no es de quinientos euros sino de dos mil”. Me quedé en silencio durante un minuto interminable. En los últimos segundos me salió de forma espontánea una mueca extraña, parida entre rabia sumisa, risa esperpéntica y dolor blasfemo. Le di las gracias por su amable atención y le desee un buen día. Cuando iba ya echando humos de nuevo a la Unidad Dos, se me cruzaron definitivamente los cables. Miré mis cuentas. Por suerte, cosas del destino, y pensando de nuevo en las vacaciones de B. y el temor a que se fuera con el coche embargado me animó saber que un cliente había pagado justamente hoy y podría hacer frente a mi expediente de embargo. Me fui algo contento al banco para pagar la deuda. Había una cola infinita, desesperante. Estuve alrededor de unos cuarenta minutos de reloj en la inmensa oficina de uno de los bancos más ricos de nuestro país. Me acordé, para relajar algo la tensión, del hombre al que la amable argentina había atendido antes que yo. Como la puerta estaba abierta pude escuchar la desesperante conversación: “Debo veinte mil euros a la seguridad social, pero si me embargan el coche y la nómina, ¿cómo voy a sobrevivir?” La amable funcionaria está acostumbrada, en los tiempos que corren, a llenar su oficina de expedientes de expropiación, embargos y demás artilugios que el Estado Leviatán utiliza para a los que no pueden más, acabar de rematarlos. Si no sirves, si no eres capaz de sobrevivir al depredador Sistema, nosotros nos encargamos de eliminar lo poco que quede de ti. Como ellos son funcionarios, no entienden qué hay detrás de una empresa que quiebra, de un autónomo que intenta sobrevivir al día a día. No entienden lo desesperante que resulta pagar todos los meses cualquier impuesto, cualquier IVA repercutido o soportado, cualquier arancel, cualquier modelo 036, cualquier régimen de la seguridad social, cualquier autónomo cuando tus clientes no te pagan y cuando algunos de tus clientes, por cierto, es el propio Estado o alguno de sus organismos… Lo entendí cuando fui a la Unidad Dos, expliqué todo lo que había pasado, el cómo milagrosamente había pagado mi deuda con ellos y que, en un arrebato de chulería o insensatez quería darme de baja como autónomo. Como no había más simpáticos funcionarios en la sala a esas horas, me atendió el jefe de la unidad. Su mirada déspota y criminal me hacía pensar en lo peor. Maleducado, sin ganas de pegar un sello a las dos de la tarde de un treinta de julio no entendió mi solicitud desesperada: “quiero darme de baja como autónomo”. Me miró con cara de hola y adiós, con una mirada chulesca y un ademán desmedido. Le salió una sonrisa sarcástica y me dijo: “para tramitar la baja necesita ir a la Unidad Uno y traer rellenos los modelos tres y cuatro”. Primero me quedé de piedra. No me podía esperar esa respuesta. De nuevo me salió una sonrisa que no pude disimular. El funcionario arrogante, molesto por mi respuesta, me dijo: “¿Ha dicho usted algo? ¿Me ha parecido escuchar decir algo?” Me volví a reír en su cara. Solo tenía ganas de convertirme en una lechuga o en un bicho sacado de una novela de Kafka… Angustiado y pestilente por todo, viendo que había pasado toda la mañana burocrática dando paseos de una a otra unidad de la Seguridad Social llevé el coche al lavadero del bueno de M., en Mesas, y quise darme, para relajarme, un paseo de dos horas bajo el sol… Al menos el coche estará listo para B. y yo dejaré pasar un año más antes de mover algún otro papel. Al menos mañana podré abrazarla y reír un rato recordando todo el anecdotario de hoy… Al menos, el baño de agua fría me sentó bien y ahora me perderé en alguna sombra, pensando como se puede vencer a Leviatán y sus tentáculos antes de que la rabia del pueblo se apodere de todo…

(Foto: diez kilómetros de paseo desencajado en el verano andaluz).

8 respuestas a «Las respuestas de Leviatán. Una mala historia de verano»

  1. Jooo Javier…como te admiro…y no montaste un pollo de cuidado? menudo autocontrol!! Yo reconozco que en estos casos y despues de tantos altercados en un mismo día me pierdo un poco, aunque ultimamente me controlo más 😉
    Seguro que Tomas Hobbes te estaba observando y el hombre pensaba mientras te reías, que el Lobo podría contigo…menos mal que hay excepciones como tú… por suerte para toda la humanidad.
    Un abrazo para tod@s

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    1. Pobre Javier… yo también te admiro, como Isabel, por no montar un pollo y por esa sonrisa que a pesar de los contratiempos y de los cuarenta grados a la sombra, todavía eres capaz de mostrar en la foto 🙂

      A pesar de todo, B. y sus amigas podrán salir de viaje… y recuerda que todos los funcionarios no somos tan insensibles (aunque en las bibliotecas normalmente no nos tocan asuntos tan desagradables)

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  2. Javier, con tesón e infinita paciciencia venciste al caos que te toco vivir hoy.
    Poner orden en el caos y sacar adelante tus propósitos no me parece «Una mala historia de verano»….:)

    bss

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  3. Sencillo a bote pronto tras leer tu artículo.

    Abandonando las murallas que me protegen,decidí enfrentarme al Leviatán del Estado.Ya no lleva cuernos ni huele a azufre,pues ahora viste formularios eternos, que tramitan seres insensibles que solo siguen las reglas por el dictadas.

    Nota: Te dejo una bella canción, para que la copies y la pongas en tu coche liberado, con el fin de que tu maravillosa B la disfrute camino de Portugal:

    Un abrazo en tu Alma.

    Rafael

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  4. Si yo voy para Hornachuelos y te encuentro asi en el camino ni me paro le piso al acelerador a fondo… ! que susto! dice M. que vengas esta siesta andando a por el coche, es broma, E.M.A.

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