¿Se puede vivir sin tarjeta de crédito?


Hasta hace pocos meses tenía tres tarjetas de crédito que utilizaba sobre todo en mis viajes y para salir de ciertos apuros de última hora. La VISA tenía un crédito máximo de doce mil euros, la American Express cuatro mil y la MasterCard, para todo lo demás, con tres mil euros. La verdad es que daban ganas de marcharse con las mismas y no volver en muchos meses. En algunos países es más fácil pagar con unas o con otras, aunque la VISA es siempre la más popular, de ahí que tuviera tres diferentes. En enero decidí anularlas todas, pagar el crédito que debía y darlas de baja. Fue una decisión muy meditada, sobre todo a la hora de encarar viajes donde a veces resulta imprescindible una tarjeta, por ejemplo, para alquilar coches. Pero la radicalidad del momento y la crisis exigían estas decisiones. Estos meses iba tirando del débito y del cash, es decir, del dinero líquido y efectivo que llegaba a mis manos. Esto tiene sus ventajas, porque nunca gastas más de lo que tienes, pero también sus peligros. Os cuento la anécdota de ayer porque me resulta, además de divertidísima, significante. Tras pasar el sábado con cierta élite económica, académica y política, me marché el domingo a Madrid donde había quedado con A., una hermosa filósofa. Al salir de Barcelona, me envió un mensaje para quedar a alguna hora. Intenté contestarle pero justo en ese momento había agotado el saldo del móvil. Paré en la primera población que vi para recargarlo pero me di cuenta de que en las tarjetas de débito había agotado el dinero y tenía lo justo en efectivo para gasolina. ¿Cómo quedar con una hermosa mujer en esas condiciones? No quería ser yo el causante de ningún conflicto. Tenía un euro suelto y llamé por teléfono a una amiga para que me ayudara con la recarga. Por suerte la llamada fue efectiva y recibí la oportuna recarga que no podía realizar por carecer de débito en la tarjeta, eso sí, para mosqueo de la filósofa, una hora después. Me disculpé con ella para la comida, diciendo que llegaba con retraso y que sólo podría quedar para un café por la tarde. Llegué a eso de las cinco a Madrid con el depósito en reserva y con veintiséis euros en el bolsillo. “Imposible llegar a Córdoba en esas condiciones”, pensé. A. me llevó a un restaurante de lujo en el centro de Madrid. No podía hacer menos que invitarla al café solo y mi café con leche, que sumaron la friolera de diez euros. Estuvimos unas horas hablando y aún tuve tiempo de darle un euro a un mendigo que vino a nuestra mesa a pedir. Me quedaban quince euros para volver. A. quiso alargar la tarde invitándome al cine, y a cenar y… Dadas mis condiciones, me excusé diciendo que tenía que estar pronto en Córdoba y me marché en el momento más divertido. Por suerte me llevó con su coche hasta donde había aparcado el mío, ahorrándome el euro del metro. Nos despedimos y empecé a rodar a no más de ochenta por hora por la autopista durante cien kilómetros. A trescientos kilómetros de Córdoba me paré cuando el coche no daba para más y para asombro del hombre del surtidor eché 15,98 euros de gasolina sin plomo. Las luces del chivato de la gasolina apenas se movieron. Le dije al de la gasolinera: “¿Cree usted que llegaré a Córdoba?”. Me miró extrañado y me contesto: “Si no corre puede que llegue con los trece litros cargados. Por cierto, le sobran dos céntimos”. Le regalé los dos céntimos, por supuesto, porque puestos a reírnos de todo, inclusive de la miseria, pues dos céntimos tampoco me salvaban. Y luego, y tanto que no corrí. A ochenta por hora hasta Córdoba sin parar, con el depósito en reserva y apurando el motor eléctrico cada vez que la carretera o la ausencia de coches a esas horas lo permitía. Llegué, por los pelos y con el motor eléctrico pero llegué tras seis largas horas de risas y cierta angustia por la situación. Me reía porque me resultaba increíble estar gestionando una empresa que factura cien mil euros al año y no tener un domingo por la tarde más que quince euros en el bolsillo. Estas situaciones, y más ahora en tiempo de crisis, pasan en muchas familias. Soy consciente de ello y soy consciente de la función que en esos momentos de no poder más hacen muchas personas de sus tarjetas de crédito, de los préstamos y demás baladíes engañosos que nos sirven para salvarnos de situaciones desagradables. Sin embargo, con este tipo de experiencias estoy cada vez más convencido de la necesidad de prescindir de los créditos y empezar con la buena y sana costumbre del ahorro y la previsión. Lo de ayer fue sin duda algo extremo que últimamente me ocurre con frecuencia. Pero disfruto de estas anécdotas porque me hace ver la importancia de las lecciones aprendidas y de los errores del pasado. El dinero es energía, y qué bien nos viene poder controlarla y llenarla de abundancia y generosidad.

13 respuestas a «¿Se puede vivir sin tarjeta de crédito?»

  1. «Por suerte me llevó en el coche oficial de la embajada hasta donde había aparcado el mío».

    Lo siento pero no podía dejar de mencionarlo pues no sabía que también trabajaban los domingos por la tarde.

    Me gusta

    1. Hablamos casualmente de eso, de que un embajador trabaja los 365 días del año, y que muchas veces no diferencian ocio de trabajo. No había chófer, si te refieres a eso, pero sí coche oficial.

      Me gusta

  2. la libertad tiene un precio,estas dispuesto a pagarlo? . yo no , hace un año y medio quise hacer eso de hecho temporalmente lo hice, pero la seguridad q t da la targeta, amigo, y luego q t quiten lo bailao.

    Me gusta

    1. tengo dos dichos:uno las penas a LOURDES
      OTRO:DE TODO EN ESTA VIDA HAY Q SACAR UN CHISTE.
      TE CUENTO UNA PENA Y NO MIA,la mia te la cuento personalmente y nos reimos los dos,este verano fue mi querido novio a la cafeteria ,se sienta un hombre del pueblo a su lado y le dice:llevo dos dias comiendo melones, nadamas, porq mi vecino q tiene dos niños pequeños a puesto el enchufe d la electricidad en el mio y la factura q he tenido q pagar han sido 500e,y m dio pena y lo dege q la enchufase, el al escuchar esto se levanta y dice: ami no me cuentes esas cosas hombre,en el sentido de q no lo podia oir o q era muy fuerte para los oidos, yo pregunte pero no me dijo q familia era ,supongo q penso q hiria a hacerle la compra ,en fin que no fui,con esto es consuelo d tontos aliviarse con el mal ajeno pero t quiero decir q hay quien las estan pasando canutas , el chiste: el melon es muy diuretico.

      Me gusta

  3. Estimado amigo Javier: Eres fiel a tu forma de entender tu vida, eso te lleva sin darte cuenta a situaciones rocambolescas, que en algunos momentos de tu artículo/notas de diario, hasta me han hecho sonreir.

    Hiciste muy bien en anular tus tarjetas de débito. Pero si viajas a menudo, deberías tener dos con límites mas limitados para casos urgentes. Digo dos, ya que en Cuba me rayaron la VISA en un local comercial y ya me dirás como podían remitirme dinero desde España, ya que casi había gastado el dinero en efectivo en dólares$.

    Me has hecho sonreír en varios momentos como comenté anteriormente, y también sentir una cierta ternura cuando le diste esos 2 céntimos de «propina» al empleado de la gasolinera. Eso me demuestra que sigues siendo un bohemio/romántico total, que en muchas ocasiones se olvida de que tiene que compartir mesa, mantel y otros derivados, con personas importantes. ¡Las dos caras de esta breve vida!.:

    Rafael

    Rafael

    Me gusta

  4. Sí Javier, se puede vivir sin tarjetas de crédito.
    Antes,en la época de mi abuela no existian dichas tarjetas, ella siempre tenía dinero ahorrado, disfrutaba de su vida, no tenía tiempo a pararse y preguntarse el porque de tal y cual cosa, simplemente vivía lo que le había tocado con ganas, con ilusión y energía… y puedo asegurarte que no fue una vida nada fácil, la vivío hasta las noventa y cinco años de la misma manera.
    Ella, mi abuela, nunca tuvo tarjetas; hoy hay demasiadas cosas innecesarias.

    Me gusta

  5. Javier, eres contradictorio..quedas con la élite y tu movil es de prepago!!!
    Ahhhggggggggggg!

    Me gustaría que se hiciesen cosas como estas más a menudo:

    No he visto el documental pero la idea es un buen experimento que vale la pena mostrar.
    Una manera de comenzar a cambiar hábitos, aquí y ahora
    ¿aceptas el reto?

    Me gusta

    1. Mi niña, donde tú ves contradicción yo veo coherencia… Me quité las tarjetas de crédito, y las facturas inútiles como las del móvil. Donde antes pagaba incluso facturas de trescientos euros ahora he pasado a un consumo de treinta euros… ¿Por qué iba a dejar de ser yo mismo por juntarme con personas socialmente «privilegiadas»? No hay mayor privilegio que ser uno mismo…

      Me gusta

Replica a El Loco Cancelar la respuesta