Paseos otoñales


De nuevo un día lleno de visitas, de políticos que ultiman y apuran hasta el último minuto, de amigos que se preocupan por sus hijos, por sus amantes, por sus cosas… A las doce y media me he marchado a Correos para llevar algunos paquetes y retirar otros… Me llegó el mallete hecho de madera de olivo de Tierra Santa que un cónsul israelí, amigo entrañable y sabio anciano me envía desde su país. Me ha parecido un gesto hermoso y afectuoso. Ya empiezan a llegar las cartas de Navidad y los regalos… Antes era muy tradicional en eso de enviar postales… Hace tres años escribía las últimas que recuerdo… Fue junto a una chimenea en Alemania… De repente, cuando ya había terminado la última, las arrojé todas al fuego… No entendí el gesto… Llevaba años enviando cientos de postales escritas una a una a amigos y conocidos… ¿Por qué rompí con esa hermosa tradición?

Hoy he dejado el coche en el pueblo y he venido andando. Hacía tan buen día que me apetecía pasear. He visitado el castillo y luego he vuelto por el campo… Deseaba tocar la tierra aún mojada, oler sus hierbas, sentir esta paz interna que me protege y me acompaña… Venía esa placidez en el pensamiento y en el recuerdo, pero al mismo tiempo en el presente… como si estuviera viva dentro de mí… Sentía sosiego y calma, mucha calma… Una extraña felicidad que intento suministrar con serenidad y cariño… Por el camino me encontré con una amiga… Me contaba triste lo mal que le había ido en el amor… Le intentaba dar ánimos y sobre todo, le decía que fuera paciente, que la esperanza existe… que todo, inclusive lo milagroso, es posible. Como dijo alguna vez Ovidio, todo amante es un soldado en guerra. El amor es una conquista diaria, una batalla que no permite treguas ni descansos. De ahí la necesidad constante de esperanza…

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