Amando


Abiertamente consagramos el corazón a todo cuanto amamos. Entonces, las noches se vuelven sagradas y los días se llenan de promesas que consisten en amar con fidelidad, hasta la muerte, sin miedo. La pesada carga de fatalidad que todo lo envuelve irremediablemente es esquivada con grumos de esperanza. Ataduras que nos amarran a la vida sedienta. Sedienta y hambrienta de nosotros sin despreciar ninguno de sus enigmas, recordando lo frágil que puede resultar todo. Así nos atamos al amor, en un lazo mortal que nos aproxima al imaginario de lo excelso. Sin embargo, alguien me hablaba ayer de la fuerza del desapego. El amor sólo es verdadero cuando nace desde la tibieza de no sentirnos atados a nada, ni a nadie, por eso la verdadera consagración pasa por una inevitable conjura del amando. Sólo se puede amar desde el gerundio inmediato. Todo lo demás carece de sentido porque dejó de existir o porque aún no ha existido. Por eso no hay mayor fidelidad que la de amar en silencio, en cada noche sagrada, en cada día sublime, soportando los posos de lo irremediable.

Una respuesta a «»

  1. El amor pausado, en calma… el amor de la plenitud, el segundo o mejor el tercer amor, el amor del descanso, de la conformidad, del compartir, el amor del camino de la vida, de la confianza, del espacio compartido, del propio espacio… el amor a la vida, a ti, a los demas…. el amor en silencio, ese es el verdadero amor.
    No hay verdadero amor, pero si el amor compartido en generosidad.
    Un abrazo Javier, y dejate llenar de amor aunque solo sea un instante.
    Un beso guapo.

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