Suena fado. Llueve. De aquí a unas horas, dado que no podremos ir a ver las procesiones, vendrán unos amigos a comer ensalada y pasta. Entre caballos y diosas, caerá la noche. La tierra mojada, olores intensos, el verde, las flores, algún jilguero despistado, recostado sobre algún nido en el pequeño olivar de una docena de árboles, no más. La roca húmeda, ahora ya sin lagartijas, pero plagada de caracolillos que emulan el deambular de la vida en todo tipo de condiciones. Fincas que se remojan con el agua, espantando a las madrigueras los animalillos del bosque. En frente puedo ver dos de ellas, Nublos, con tantos recuerdos de la infancia, y San Bernardo, donde está insertada esta casa de estilo racionalista, blanca, extraña con sus grandes ventanales y la presencia de luz, más luz, mucha luz. La manta que cubre nuestros cuerpos porque hace algo de frío. La luz del sur atenuada por el gris de las nubes que pasan ligeras tiradas por los anemois, los dioses del viento: Bóreas, Noto, Céfiro y Euro en sus respectivos puntos cardinales. La suavidad del tacto, la complicidad de la tarde, y de las miradas, con su azul intenso y su fresca brisa de sueños órficos. El presente condensado en un aliento. Recordando la conspiración de acuario y los quehaceres del propósito, el propósito que los maestros conocen y sirven. Los paisajes también pueden ser una llama. Nuestras pequeñas voluntades deambulan sin mayor objetivo que el de vivir. Ayer, el camarero del Parador de Carmona se negó a servirnos un café. No fue una negación tácita, sino implícita en su mirada. Esas miradas destruyen un paisaje, son capaces de alterar el orden de cualquier hermoso paisaje, como el que se contemplaba desde ese increíble lugar. No le dimos importancia porque ya empezaba a hacer frío en la terraza. Por eso hay que tener cuidado con los detalles. Porque cualquier mirada o gesto es capaz de reventar la humedad de las piedras, el paseo de los caracolillos y el romanticismo de una tarde de primavera. Por suerte, hoy no es el caso, y todo transcurre con cierta tranquilidad y paz. Una paz a la que no me acostumbro a pesar de que a veces, es justa y necesaria.

Los calores de las mantas, junto a unas miradas cómplices, son lo que dan nombre a lo que se llama hogar. Lasa lagartijas volverán, como vuelven los amores sinceros.
Me alegro Javier de que comprendas lo que quise expresar ayer cuando intenté expresar lo que significa una mirada. Uno solo es un sencillo trovador que anda almacenando experiencias y acumulando errores.
Pero ya sabes…a la bohemia hoy en día…la llaman gilipollez. ¡Cosas de «progres» subvencionados!. Un abrazo en tu Alma.
P.D.: En uno de mis viajes a Portugal, encontré un rincón entrañable en Cascais, en donde dos viejecitos me cantaron esta canción entre algunas botellas de «vinho verde». ¡Hay cosas, que no tienen precio!:
http://youtu.be/SQnwRB4bQPo
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Cuánto guarda tu alma, cuantas ansias y escondites habitan en ti…
La poesía del camino surge y estalla en mil tonalidades y espacios.
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Los detalles pueden ser lo mejor de cualquier situación, acción, pensamiento… me encantan los detalles.
Javier tendrás que pensar sobre tu última frase, pero no ahora.
Un abrazo.
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veo que estas en la monaña, reconozco tu lámpara de sal del inalaya,no se porque la luna ha afectado mucho al personal, junto con la primavera,que la sangre altera, la lluvia esta haciendo su trabajo bien hecho no solo para mojar la tierra, sino que está neutralizando tantas vibraciones fuera de lugar, espero logre limpiar a fondo,que hace falta,
si tengo un momento de lugar me gustaria hablar un tema contigo, no es de nadie,ni chismorreo es un tema generico,aparte yo me quedo esa frase tan buena de la MALA RODRIGUEZ,no voy a salvar el mundo salvaré mi culo y lo que me de la gana,TE DEJO ESTO POR SI TE ABURRES.
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te dejo esto que tanto le gusta a mi hija, disfrutalo es muy bello. no vale llorarrr.
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