Duele, claro que duele…


Hoy, obediente, despierto, vivo, creciendo en el dolor me he encerrado en mi palacio. He cogido primero el texto de Alexandra y he profundizado en los misterios de esa historia más allá de la historia. He sufrido viendo sufrir a Alexandra, he revivido en mis carnes ese rayo mortal que casi la mata en esa travesía por el desierto junto a su amor, Atis. Luego, obediente, despierto, vivo, creciendo en el dolor he continuado repasando las notas que ella había escrito en la corrección de mi texto ya casi terminado. “Ama hasta que te duela” es el título de este segundo libro. Qué paradójico. Porque obediente, despierto, vivo, creciendo con el dolor puedo amar, aún cuando todo aquello en lo que había creído ya no exista. Así es la esperanza humana, así es su dolor, así es la forma en la que crecemos. Cuando algo está vivo crece, y todo lo que crece duele, porque se mueve, porque se expande, porque roba espacio al universo para preñarse de más vida. Por eso el amor es obediente a ese dolor, y vive creciendo constantemente… Duele, claro que duele, ya lo dijo el poeta, mejor vivo y dolido que dormido como hasta ahora… Ahora sigo escribiendo, corrigiendo, bajo la atenta mirada de Virgilio, de Dante, de Homero, de Nietzsche, que son los que me acompañan estos días, buscando en sus relatos inspiración para los míos… ¡ay el viejo viaje a Itaca!

5 respuestas a «Duele, claro que duele…»

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