Hay cosas que no cambian…


 

Ya llevamos tres meses en este hermoso lugar rodeado de naturaleza y bosques. A nuestra derecha tenemos el Monte del Pilar y a nuestra izquierda el inmenso y protegido Monte de El Pardo, que se extiende al norte de Madrid con casi 16.000 hectáreas de bosque, y donde está ubicado el Palacio de la Zarzuela, residencia de Sus Majestades los Reyes de España.

A pocos metros de nuestra casa, paseamos algunas tardes de un lado para otro. Hoy hemos atravesado el puente que separa el residencial de las propiedades de Palacio. Siguiendo unos metros por el viejo Camino de Casa Quemada, te encuentras de repente con unas grandes verjas que separan el mundo principesco de ese otro mundo de súbditos.  Al otro lado había una graciosa disputa entre gatos y jabalíes, mientras que unos gamos la miraban con cierta curiosidad. Nosotros nos aferrábamos a la verja disfrutando del espectáculo y preguntándonos porqué sólo una familia podía disfrutar de toda esa riqueza natural. Ella, desde el sentido común, expresó un profundo “hay cosas que no cambian”, y yo, desde mi irracional rebeldía prefería pensar que hay muchas cosas que aún quedan por cambiar.

Recordaba entonces mis peregrinajes por fincas infinitas que en los últimos años se había convertido en algo natural. Y me preguntaba, al igual que preguntaba a sus dueños, qué sentido tenía el poseer tantas y tantas tierras inabarcables por un solo ser humano.

Y ahora, viéndolo todo con cierta distancia, solo veo un sentido profundo para todo eso: el que los campos, los montes y los valles y las llanuras y toda tierra excesiva sea liberada de nuevo, y vuelva a la libertad de antaño. Porque, ¿cómo es posible comprar y vender la tierra de nuestros antepasados? ¿Cómo es posible que unos pocos posean la tierra de muchos?

Miré de nuevo a los gamos, y luego pensé que al menos esos pocos habían conservado esa riqueza cinegética. Pensé que si no hubiera sido por esos pocos, quizás esa riqueza ahora no existiría, y que el hombre depredador hubiera terminado con todo. Pero también pensé que estábamos en otro tiempo, y que por fin, el humano había entendido muchas cosas sobre el respeto al orden natural.

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