Sueños, los alaridos del alma


Estimado E.,

Ayer te escribí una carta a mano que te llegará en unos días, Dios mediante, como diría un amigo. Me hizo mucha ilusión recibir la tuya en julio (parece que fue ayer) y me pareció hermoso, a pesar de que aún tengo clavado el genocidio epistolar al que abocaste todas aquellas cartas…

¿Sabes? Estos días he reflexionado (otra vez) sobre nuestra infancia, que fue cuando tú y yo nos conocimos, y sobre todo lo que las carencias infantiles pueden influenciar en nuestras vidas. Es decir, todos esos traumas que aún no hemos superado y que a veces, si estás en baja forma emocional, pueden llegar a pervertir nuestro presente y nuestro futuro. Pensaba en aquellos que capan su vida para no tener hijos mientras que, por otro lado, deciden «salvar» a una familia entera que no es la suya y deciden alimentarla y criarla apuntalando con ello su propia vida. Y pensaba en aquellos otros, en como sus relaciones se muestran siempre desastrosas porque de pequeños nadie les enseñó a amar, ni a abrazar, ni a respetar, ni a nada que tenga que ver con el afecto o el cariño. La ausencia del mismo durante todo el proceso de crecimiento crea en nosotros una serie de barreras que afectan de forma increíble en nuestras relaciones adultas. Lo terrible de todo eso es que casi nunca somos conscientes, y de que, cuando alguna vez llegamos a descubrir todas esos miedos, y esas frustraciones y esos sabotajes, a veces puede llegar a ser demasiado tarde. Esa inteligencia emocional que nunca hemos podido desarrollar debido a nuestras carencias infantiles resultan desastrosas para nuestra plenitud adulta.

Y entonces es cuando surge el interrogante de qué debemos hacer, cual es el camino correcto para poder separar la artificialidad de nuestros actos nacidos de nuestras carencias del verdadero sentido de nuestras vidas. Y por eso cuando me hablas de sueños, me vienen a la cabeza aquellos que aun no hemos podido cumplir, y que se van acumulando en la cuenta de resultados de una vida que no puede más que caer en picado hacia el abismo inexorable de la nada.

Pero soy optimista y creo que aun tenemos margen de maniobra para intentar cambiar algo y no seguir dejándonos arrastrar por nuestras carencias afectivas, por nuestros asuntos aún no resueltos… ¿Cómo hacerlo? Creo que tú das algunas pistas… Mirarnos interiormente y empezar a reconducir nuestros sueños, es decir, nuestra vida, porque los sueños son aquellas cosas que nos indican, que nos dan pistas sobre aquello a lo que hemos venido a hacer, y nos guían siempre por las sendas de la autorealización. No puede ser de otra manera, ellos son los alaridos del alma que imploran desde lo más profundo de nuestros adentros que sigamos nuestro real y verdadero camino. Por eso estamos condenados a seguirlos, cueste lo que cueste. Esas inseguridades de las que hablas, esos miedos, son los obstáculos del camino… Pero ahí está la certeza de que debemos continuar a pesar de ellos… No nos queda otra querido amigo… Así que sigamos aprendiendo, sigamos en el camino, y no apáticos en su borde. Hay que darle importancia a los sueños porque los sueños son nuestra guía… Y es, al fin de todo, nuestra mágica aportación al mundo.

Un abrazo sentido,

Pd.. Esta mañana me he levantado con un sueño. Poder comer un plato de castañas asadas. Ese era mi sueño para hoy. El cual se ha cumplido a media tarde, después de un ligero paseo por los humedales del bosque recién bañado por la lluvia, a dos luces, desplegando su increíble belleza verde otoñal y su frescor nocturno.

Una respuesta a «»


  1. «Mi niña, eres como un colibrí. Mira aquél, en la flor roja, tras la veranda. Son pajaritos pequeñísimos, frágiles y muy veloces, que van de flor en flor, golosos y atrevidos. Parece que quieren probar todas la flores y que pueden estar quietos en el aire. Parecen mariposas, pero ellos viven más tiempo. Una nunca sabe cuándo vienen y cuándo van si no les presta mucha atención. De flor en flor, con su pico largo, las prueban todas.
    Pero son frágiles, m’hijita, y hasta cuando están quietos en el aire, chupando néctar, sus alas se mueven a una velocidad que asusta…
    «Eres buena y frágil, m’hijita, no eres mariposa, pero no te quedes en colibrí.

    Fragmento del Libro «Pura Vida» de José María Mendiluce.

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