La poderosa obra continua


«Creo que una brizna de hierba no es inferior a la jornada de los astros
y que la hormiga no es menos perfecta ni lo es un grano de arena…
y que el escuerzo es una obra de arte para los gustos más exigentes…
y que la articulación más pequeña de mi mano es un escarnio para todas las máquinas.
Quédate conmigo este día y esta noche y poseerás el origen de todos los poemas.
Creo en ti alma mía, el otro que soy no debe humillarse ante ti
ni tú debes humillarte ante el otro.
Retoza conmigo sobre la hierba, quita el freno de tu garganta«.

Hojas de hierba (fragmento), de Whitman

Resulta difícil comprender la vida de un poeta errante, de un soñador sonámbulo, de un peregrino ansioso de experiencias. Tan difícil comprenderlo como acompañarlo en su ensoñación. Hoy me daba cuenta mientras vaciaba la última estantería de libros tras dos intensos viajes hacia el Mediodía, cargado de libros, de promesas, de tristeza, de profunda tristeza.

Es cierto que en esta experiencia he crecido un poco, pero ha sido agotador. Lo sentía cuando alzaba el brazo hacia el último libro y lo metía en esa pesada caja que ya casi no podía arrastrar de tanto peso. Sin darme cuenta había sido feliz a su lado. Y digo sin darme cuenta porque me bastaba su sonrisa, su presencia, sus abrazos, sin añadir ninguna queja ni exigencia, sin bostezar los tópicos baldíos. Ahora que su sombra campa por el recuerdo me di cuenta, demasiado tarde, que la felicidad a veces tiene sus exigencias, y que crecer no basta, aunque sea un poquito, porque luego hay que alzar la mano y arrastrar hasta la oscura y pesada caja esas noveles promesas. No bastaba un abrazo y un suspiro si eso no iba acompañado de un significativo aumento de sus sueños, esas ambiciones que adornamos con ilusión y glamur, empañando la esencia de lo que somos y de lo que transpiramos.

Decía el poeta que no debemos permitir que nadie nos quite el derecho a expresarnos, a ser como somos, a sentir como somos. Maldita sea ese día en el que torzamos un solo ápice de nosotros mismos y abandonemos un solo átomo de identidad. Pero también maldito el día en el que, por no ceder en generosidad y mecernos flexibles ante los vientos del cambio y el compartir perdamos todo cuanto habíamos tenido.

La vida es desierto y oasis. Pero hoy, en la fría noche, todo se me hace pesado, porque el alma también es capaz de expresar su cansancio cósmico, aprovechando cualquier debilidad del momento. Y este, que ha sido uno de esos años para no olvidar, de pérdidas constantes y contiguas, agazapadas a un reguero interminable y cansino, no puede más que terminar con más pérdida. Como si no hubiera sido suficiente todo ese dolor acumulado y toda esa rabia contenida.

Pero la poderosa obra continua.  Aunque el viento sople en contra y las calamidades puedan ordenarse por tacto, por tamaños, por olores. Es cierto, querido Whitman, que podemos aportar una estrofa a esta obra interminable, podemos depositar suave nuestra pequeña lágrima, nuestra sonrisa oculta, podemos seguir navegando continuamente por mares de experiencias y oportunidades que harán de nuestra vida algo único y apasionante. «Emito mis alaridos por los techos de este mundo», dijo el poeta. Y es una pena que no quisiera entenderlo, que no pudiera comprender la necesidad de no permanecer en silencio, aunque esa sea la primera estrofa de la auténtica sabiduría. Pero el poeta, el que nace conectado a las estrellas de lo íntimo, siente la necesidad de expresar esos alaridos, de valorar la belleza de las cosas simples, del abrazo, de la presencia, del guiño, de la sonrisa. ¿Qué somos, después de todo, sino esos alaridos? ¿Y quién desea comprender y acompañar al poeta? ¿Quién puede soportar el peso de su desnudez? ¿Acaso no es el poeta un avanzado de su tiempo? ¿Acaso en el futuro no habrá secretos ni modas ni vestidos, porque todos andaremos desnudos y transparentes?  ¿Quién puede comprenderlo y soportarlo al mismo tiempo?

Por eso estoy preñado de tristeza, pero también de alegría. Porque la vida, en su mutante dualidad, nos enseña que hay que seguir anhelante y vivo, como un místico desnudo capaz de compartir lo más íntimo y lo más secreto, aunque sea a solas con el mundo.

8 respuestas a «La poderosa obra continua»

  1. De nuevo me dejas mudo el sentimiento…eres valiente por poner nombre a tus emociones, a tus sentires y plasmarlo…Tu ya eres poeta, un gran «rejuntador» de experiencias que generosamente regala y comparte… ayudándonos al resto a encontrar luz y sentido en nuestro caminar.
    Gracias Javier por tantos y bellos textos. Un fuerte abrazo

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  2. A veces nos empeñamos en aprender mediante el dolor, hasta que llega un día en que decidimos que ya hemos tenido bastante y que a partir de entonces vamos a aprender mediante la alegría, la paz, la abundancia, el placer… Te aseguro que desde ese momento la vida se transforma en algo mucho más bello y placentero. Tú tienes muchos conocimientos ocultos, ¿qué es lo que te impide crear una realidad de dicha?

    Besitos, mucho ánimo, y no olvides que si la unión es de alma a alma siempre permanece aunque cada uno siga su camino.

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  3. No te conozco y, sin embargo, acabas de compartir conmigo un momento tan dolorosamente intimo que me he sentido vulnerable, porque tu alarido penetraba en mi con virulencia y sin permiso.
    Es la primera vez que escribo en un blog. He visto demasiada gente atrapada en una vida virtual que han transformado en real, sustituyendo a la que lo era. Demasiada necesidad de conexion tormentosa, de exposicion personal, hay tanto grito junto en esta virtualidad que realmente llega a ser ensordecedor…

    Pero tu alarido hoy ha llegado hasta mi de una manera desconocida e improvisada.
    Podriamos hablar durante horas de la identidad. Tambien de la generosidad. De como se completan. Incluso de que hay personas que forman parte de nuestra identidad porque nos definen. De que los sueños son personales e intransferibles y nadie puede incrementar los de nadie. Pero no he cruzado esta linea para eso y tampoco se si habra un momento para hacerlo mas adelante.

    Hoy solo queria decirte que he sentido tu alarido por el techo y las paredes de mi casa,, en toda su autenticidad y simpleza, la calma implacable de tu pérdida y la fortisima sensacion de inevitabilidad que trasmiten tus palabras. Siento un enorme respeto por ti como ser humano, porque el tuyo es un dolor de humanidad.

    «Disfruta» de el mientras puedas porque pasara y no debe volver a repetirse. Gente como yo estamos a este lado para que, entre todos, podamos soportarlo.

    Nuestro amigo comun dice que somos pocos y estamos dispersos pero conexos.

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  4. Al final de tu bello y sentido escrito mencionas la palabra alegría, eso tranquiliza. Tienes ganas de que esa palabra inunde tu vida y así será; que no se diga que, los humanos, pretendemos pecar de impacientes 😉

    Un abrazo.

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    1. Esa palabra, cuando respiro alma, se instala evocando la promesa del nuevo mundo. Alegría es solo síntoma de contacto con esa evocación… Pero a veces también siento tristeza, porque también soy humano y es hermoso sentirse así, acompañado de tanta y tanta humanidad… 🙂

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