Notas del Camino Editorial


Hermoso, cálido y entrañable regalo que Luis me realizó en la culminación de Welton.

 

El secreto de la existencia no consiste solamente en vivir, sino también en saber para qué se vive”. Dostoievski.

A las cinco de la mañana sonó un ruido en el bosque que me desveló. Era muy temprano pero ya no podía dormir. Estuve un rato ojeando la pequeña biblioteca y sin querer, medio a oscuras, me topé con una hermosa encuadernación de lo que fue nuestra aventura editorial entre los años 2008 y 2010, en plena crisis. Era un cuidado resumen de notas, cartas y recortes sobre Welton, la iniciativa de nuestro querido Luis para lanzar un nuevo sello editorial con nosotros.

Pasé un buen rato releyendo cartas y recortes de aquella época y sentí cierta emoción interior. Honor, tradición, disciplina y excelencia eran las ideas que buscaban inspirar aquel nuevo proyecto. Planes de negocio, optimistas expectativas de crecimiento y romanticismo, mucho romanticismo para añadir una gota de dulzura a unos años complejos y difíciles. De alguna manera, había mucha búsqueda de sentido. Lejos de la necedad y la deslealtad a la que la ciudad nos tiene acostumbrados, queríamos contribuir con un verso al poderoso drama, como decía Whitman en alguno de sus escritos. Luis demostró, con el paso del tiempo, que era una persona leal y que, a día de hoy, sigue encumbrando la amistad con pequeños gestos que le hacen grande. Al guardar su pequeño tesoro en esta variada cabaña, de alguna forma se añoran ciertos tiempos.

Aunque cualquiera que indague un poco podría desvelar sin mucho esfuerzo la identidad de aquellos primeros socios editoriales, personas importantes y reconocidas, nunca me alejé de la imagen romántica de crear un proyecto editorial, a pesar de hacerlo rodeado de banqueros de prestigio y hombres de negocios de reconocida trayectoria mediática y económica. Más allá de esa pequeña dosis de glamour, había un verdadero sentido de proeza y coraje. Una forma de danzar, aplaudir, exultar, gritar, saltar, brincar, seguir viviendo, seguir flotando, como decía Whitman. En el fondo había un profundo deseo por saber para qué se vive, y porqué nosotros nos habíamos reunido en aquel tiempo para compartir nuestros mejores dones. Ellos ya habían conseguido fama, dinero y gloria, pero sabían que ese no era el verdadero propósito de todo este drama. ¿Para qué realmente hemos venido al mundo? ¿Para ganar dinero? ¿Para tener una familia? ¿Para tener un trabajo? Yo era un antropólogo excéntrico que vivía una vida completamente libre y descarada. Mis socios nunca sabían si buscarme en Alemania, en Mongolia o en la India. Siempre danzando de un lado para otro, mi forma de vivir les creaba simpatía por ese halo exótico con el que tanto disfrutaban en nuestras siempre divertidas reuniones. Y ellos eran tan diferentes a mí que disfrutaba de igual forma con todo el cariño, la amistad y la hermandad que se generaba ante lo diferente.

“Coged las rosas mientras podáis; veloz el tiempo vuela. La misma flor que hoy admiráis, mañana estará muerta”, decía Whitman. Tiene que haber en las cosas que hagamos, más allá de una mirada mezquina o hedonista, un sentido trascendente. De alguna forma intuíamos, más allá de los costes materiales, que las palabras de nuestros libros y sus ideas podían contribuir, modestamente, a cambiar el mundo. Había un sentido de libertad en esa idea, y tanto Luis, como Mario, como César o como a mí mismo, nos emocionaba la esperanza futura de poder contribuir con nuestro libre y a veces un poco loco verso constructivo. No podíamos construir catedrales, pero queríamos construir versos, palabras, poesía, ciencia. Queríamos construir edificios de honor y virtud enladrillados palabra a palabra, idea a idea, con su propia marca, con el propio testimonio de un tiempo único.

Los tiempos luego se volvieron extraños. Los sueños se apartaron y cada uno siguió su camino. Como dijo el poeta Robert Prost, “dos caminos divergen en un bosque, y yo tomé el menos transitado de los dos, y aquello fue lo que cambió todo”. Hubo un momento que me saturé y algo dentro de mí me hizo bajarme de aquel carrusel que empezaba a marear. Quise buscar el camino menos transitado hasta que por fin lo encontré en estos bosques. Mirado con la distancia, de alguna forma me siento algo egoísta. Aquí, encerrado, muchos piensan que estoy apagando mi llama, cerrando la oportunidad para florecer a esa trascendencia de la que antes hablábamos. Pero quizás todo sea aparente. Quizás la llama solo está resguardada de los vientos y las lluvias de esta década extraña.

Podía haber tenido algo de recorrido o futuro si hubiera seguido aquellas tentadoras propuestas que durante años llamaron a mi puerta. Pero siempre había algo que latía con fuerza dentro de mí: el anhelo de libertad, de lealtad absoluta al ser que me anima. Deseaba seguir mis impulsos más íntimos, y como diría Viktor Frankl, seguir mi mirada autotrascendente. Todo ser humano está siempre proyectando hacia algo más allá de sí mismo. Y en este tiempo de camino reposado, deseo seguir indagando sobre la idea de saber para qué se vive. Aquel tiempo fue único e irrepetible, pero estoy convencido de que fue un eslabón necesario para crear la historia que a continuación vendrá.

Gracias querido Luis por aquel regalo. Gracias por aquellos versos, por aquellas notas en el Camino Editorial. Gracias Mario. Gracias César. Gracias Óscar, gracias Sara, padres originarios de aquella primera criatura.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

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2 respuestas a «Notas del Camino Editorial»

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