Dejad de criticar al Presidente


© @scottforgot

Las mentes mediocres siempre vivimos ancladas en la crítica o la mentira. La crítica, o ese goteo incesante de opiniones sobre cosas que ni van ni vienen, son uno de los males de nuestros tiempos. Uno de los deportes preferidos del ser humano que se cree inteligente es criticar sin ton ni son. Criticar al vecino, o mejor aún, al presidente de la comunidad de vecinos. Criticar al presidente o alcalde de nuestro pueblo o ciudad. Criticar al presidente de la comunidad autónoma y criticar, por último, y con más saña, al presidente de la nación. Los que se creen más inteligentes también critican a los poderosos, a la mano oculta que mueve el mundo, a los líderes, a la supuesta élite, a la masonería y a las Naciones Unidas.

Un pueblo que basa su existencia en la constante crítica es un pueblo que está condenado al fracaso. Nunca, desde nuestra pequeñez ridícula, entenderemos las causas profundas de los aparentes “errores” de nuestros presidentes de turno. Nunca lloverá a gusto de todos y nunca las decisiones tomadas serán justas para todos. Las llamadas personas de bien, deberían encerrar en su casa cualquier trapo sucio, limpiarlo, olvidar las frustraciones personales y, sobre todo, no proyectarlas hacia los demás. Criticar ya no se lleva, es anticuado, es infantil e innecesario, ni aporta absolutamente nada.

Quien lo haya probado, sabe que no es fácil dirigir una comunidad de vecinos. No es fácil dirigir un ayuntamiento. No es fácil dirigir una comunidad o región y menos aún es fácil dirigir con diligencia y ecuanimidad toda una nación, especialmente si esa nación está compuesta por millones de habitantes dispares y tan diferentes. La política de nuestros días no es una política basada en el amor fraterno, en la inspiración de nobles verdades o de valores superiores, sino en la mendicidad mediocre de lo cateto. El catetismo es una religión, una práctica continua de nuestros políticos (y también de nosotros, los ciudadanos que los votamos), aferrados al sistema de crítica y destrucción del adversario, no importa lo que haga, lo que diga o como respire. El catetismo es prima hermana del patetismo, por eso vivimos en un mundo crispado, lleno de guerras e injusticias absurdas. Vivir anclados en el desprecio al otro es vivir anclados en la guerra constante con nuestro interior. Y nuestra esfera humana demanda otra cosa, un progreso más acuariano, más fraternal.

Es muy cateto y patético criticar a los moros porque son moros, a los negros porque son negros, a los fachas porque son fachas y a los rojos porque son rojos. Es patético vivir anclados en esa corriente de crítica constante, en vez de sustituir esa denigrante actitud por un trato más favorable, por un ambiente más amable, por una continua confraternidad donde unos se ayuden a otros, independientemente de su color de piel o del color de su consciencia o ideología política.

Somos diferentes y por suerte siempre lo seremos. Lo único válido entre nosotros es la convivencia fraternal, no el infantil suplicio por opinar y criticar cualquier cosa que no responda a nuestra limitada capacidad consciencial y evolutiva. Si no somos capaces de entender al otro, es de justicia que nos guardemos la opinión, normalmente cargada de malicia. Sería inteligente y ayudaría a mejorarnos como personas y humanidad el poder cerrar la boca, el poder ahuyentar de nosotros los cien mil males que nos poseen cuando el presidente de turno dice o hace algo.

¿Qué culpa tiene el presidente de no ser de nuestra familia, de no formar parte de nuestro grupo ideológico o no ser nuestro colega con el que ir a jugar al dominó los domingos por la tarde? ¿Por qué no le animamos, más allá de nuestras simpatías personales, con fraternidad a que mejore cuando creamos en consciencia que lo ha hecho mal (pobres humanos que también se equivocan), en vez de escupirle los siete males a cada instante? ¿Cuándo nos lavaremos con lejía la boca antes de volver a criticar gratuitamente a nuestro presidente de turno, ya sea el de la comunidad de vecinos o el presidente de la nación?

Valoremos justamente nuestras palabras y opiniones. Seamos justos o impliquémonos en aquellas injusticias que creamos reclamen un mayor grado de responsabilidad y compromiso. Pero guardemos silencio si no somos capaces de sumar y construir. Trabajemos con pasión en construir un mundo mejor. Y el noble silencio, de verdad, siempre ayuda.

Una respuesta a «»

  1. Bonito discurso, aunque si lo mira bien comprobará que este texto esta repleta de crítica. Criticar al que critica no creo que sea un acto amable y consciente hacia el prójimo. Le sugiero que deje usted que cada cual critique a quien le venga en gana, y que cada cual asuma la responsabilidad de su crítica, no vaya a ser que ahora vayamos a confundir criticar con opinar.

    Es mi opinión…

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