
“Uno nunca tiene miedo de lo desconocido; uno tiene miedo de lo conocido llegando a su fin.” Jiddu Krishnamurti
Hace unos días vinieron hasta el proyecto un grupo de personas interesadas en darle continuidad. Nos sentamos distendidamente, tras visitar toda la finca, para que nos explicaran sus propósitos. Al final de la conversación nos ofrecieron trescientos mil euros por la finca. Les comentamos cordialmente que era de agradecer la propuesta, que en total nos habíamos gastado 485 mil euros en la compra y rehabilitación de la misma (sin contar aquí los gastos derivados del proyecto, alojamiento y manutención durante nueve años a cientos o quizás miles de personas que se beneficiaron de la economía del don), y que además aún debíamos casi cien mil euros de todo lo invertido.
Era la tercera oferta que recibíamos en poco tiempo sin que nosotros hubiéramos solicitado o propuesto ninguna venta, más allá de tantear si alguien estuviera ilusionado en darle continuidad al ideal aquí plasmado, y de saber cómo lo harían y desde qué intenciones.
Hoy alguien que vivió en este lugar durante muchos años venía a ayudarnos a ordenar algo de leña de la finca y le comentamos lo ocurrido este fin de semana. En vez de ánimos, recibíamos de su parte una valiente crítica que nos dejó boquiabiertos un par de horas. Sentimos que en su corazón no había aceptado los saludables beneficios del fracaso y que de alguna manera nos culpaba, con o sin razón, de los mismos.
Recibir críticas en el país de la crítica no es algo que nos moleste. Siempre nos sorprendemos cuando las críticas son tan valientes, aunque no hayan sido solicitadas. No pedimos consejo ni guía para saber qué hacer con nuestras vidas o con el proyecto en estos delicados momentos de nuestra vida. Realmente, en este lapso, solo pedimos silencio, respeto a este proceso y descanso, mucho y necesario descanso. Y si entreabrimos las puertas para recibir a alguien y ese alguien empieza con el ruido, con la crítica, con la manipulación o el atropello, nos sentimos francamente violentados. No los juzgamos ni nos enfadamos, porque ni siquiera tenemos fuerzas para eso, pero nos encerramos aún más en nosotros, y nos protegemos, inevitablemente.
Es difícil entender que el problema no es por una cuestión meramente económica, aunque la economía haya pesado tanto. No se trata de trescientos mil euros, ni de medio millón ni de un millón de euros. Hay cosas que nunca pueden ser compradas o vendidas porque tienen un valor incalculable. No se puede vender o comprar un alto ideal, ni una esperanza, ni ese punto de luz que durante tantos años ha resplandecido en nuestros corazones. El alma no está en venta. Tampoco está en venta la ilusión que tantas y tantas personas han puesto en este lugar, aunque ahora muchas de ellas se sientan desalentadas o decepcionadas.
Las utopías a veces se vuelven distópicas. Forma parte de la vida, de los ciclos. Las cosas nacen y mueren. Los proyectos ilusionantes y esperanzadores, la mayoría de las veces, desaparecen o se vuelven grises y opacos. Unos más tarde que otros, pero todo pasa y todo renace de otra manera. El fracaso forma parte de la vida, igual que el éxito o la victoria. Salir laureados de las batallas es un tópico muchas veces inverosímil, porque en toda batalla, siempre se pierde algo. Es cierto que los fracasos tienen mala fama, al igual que las crisis o los momentos de tensión, pero muchas veces son necesarios para ascender hacia otras metas, otras montañas, otros cielos.
Olvidamos que las noches oscuras son necesarias para recibir la nueva alborada. Nunca caemos en la cuenta de que el alma, o por defecto, nuestras consciencias, necesitan dormir, descansar, reponerse, invernar. Refugiarse y cobijarse es natural, para eso se inventaron la noche y el fuego. Todo el mundo necesita de su privacidad, de su espacio, de su pequeño territorio donde gobernar a su antojo su propia dignidad humana y de paso poner límites adecuados. Todo ser necesita calentarse en la noche oscura.
Cuando te despojan de eso, te despojan de todo significado profundo de la existencia. El ser humano sin dignidad, sin descanso, sin reposo, sin espacio de privacidad propio, sin un lugar donde encender el fuego y la llama de la vida, no es humano, de alguna manera se deshumaniza. Nuestra razón de ser en estos momentos es precisamente eso, de ahí que nos parezca sorprendente que nos llamen egoístas por el simple hecho de reclamar descanso o soledad, especialmente cuando llevas toda la vida dándolo todo a los demás, sin descanso, sin soledad. Y realmente, como decíamos, no es una cuestión de dinero ni de egoísmo, en última instancia, es una cuestión de supervivencia psicológica, de recuperación vital.
Solo necesitamos descansar, saborear el fracaso, permitirnos el lujo de observar todo cuánto ha ocurrido para sacar alguna esperanzadora conclusión y algún tipo de enseñanza. El sendero hacia Shamballa, la resplandeciente, tiene sus noches oscuras. Sentémonos junto al fuego, en silencio, y disfrutemos del estrellado manto de la sublime bóveda celeste mientras el universo entero se despliega misteriosamente ante nosotros.
Gracias de corazón por apoyar esta escritura…
De qué, nos alimntamos en cada Ama-ne-Ser?
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