Encendiendo la llama del hogar, nuestro verdadero templo


«Jesús ha dicho: Aquel que está cerca de mí, está cerca del fuego, y aquel que está lejos de mí, está lejos del Reino». Logion 82, Evangelio de Tomás. 

Antes de contar cosas sobre el mundo, en sus dos vertientes, el mundo visible y el invisible, me gustaría contar cosas sobre mí, así, en primera persona. Las historias de vida a veces pueden inspirar mucho. De ahí nuestro afán editorial por rescatar y publicar historias de vida que personas, en primera persona, comparten, a veces sin mucho pudor, de aquello cuanto han vivido. Ese compartir no tiene nada que ver con ningún tipo de morbo. El ser humano de hoy ha cambiado el fuego por los píxeles. Antiguamente, los ancianos contaban sus cuentos e historias alrededor del fuego. Era la manera que tenían de transmitir sabiduría y experiencia, de hacer tribu. Por la noche, junto al fuego, al principio en la intemperie, luego en la cueva, más tarde, gracias a la agricultura, en el hogar. Fue así y es así como nacen y mueren las civilizaciones, junto al fuego.

De focaris, el fuego, derivó la palabra focus, el hogar. Poner el foco en la familia, que era el origen de ese fuego donde de alguna manera se forjaba el calor humano, la moral de cada tiempo, los avances y progresos. También era el lugar donde se explicaban las dificultades, donde se discutía, donde se hacía la comida y se tejían los sueños mientras las abuelas urdían a su vez las prendas que protegerían el calor corporal del frío externo. De alguna manera, era donde se forjaba nuestra identidad personal, donde, absortos por el fuego, mirando profundamente sus flamas, nos interrogábamos sobre el misterio de la vida, sobre el quiénes somos. En ese interrogante constante recibíamos, a modo de transmisión, el conocimiento necesario para sembrar todo aquello que con el tiempo seremos algún día. Nos forjábamos a fuego lento, en cada anochecer, con cada cuento, con cada historia.

Hogar de sueños, de ilusiones, pero también de contacto con lo oculto, al menos para los más curiosos, los más inquietos, aquellos que siempre miran hacia dentro y hacia fuera y se preguntan cosas. Lo oculto siempre fue para aquellos que reclaman luz y así poder desvelar los misterios, o como lo llamaban los antiguos, para acceder sigilosamente al Hogar del Padre. Lo oculto es aquello que se esconde, como Dios o la realidad del espíritu, que son dimensiones elusivas (recomendable libro ese: “Elusividad Cósmica”), indescifrables excepto para los sabios y los gnósticos de todos los tiempos que, perdidos en algún paraje inhóspito, creían haber hallado la alquimia necesaria para comprender al universo y a sus dioses.

Si el sentido del hogar se ha perdido, y de paso también el sentido del «templo», de recinto sagrado,  y ya rara vez nos sentamos al fuego para transmitir pensamientos, ideas, emociones o experiencias con los “nuestros”, dejemos que al menos, en nuestra soledad moderna, existan rincones donde acudir, donde tratar con las “viejas sin dientes”, donde descubrir, aunque sea a modo pixelado, un desvelado misterio.

No puedo negar que durante casi diez años conseguimos crear ese fuego, ese intercambio humano, esa magia del calor que traspasa lo ordinario. Ahora que lo miro todo con cierta distancia, admiro y admito esa proeza, ese hilo de esperanza, ese rincón donde bastaba una ruina como excusa para construir hogar, sentido, experiencias, vivencias, gnosis. Comprendo que en el futuro deberán existir más lugares así, más hogares y más templos, a pesar de su dificultad y complejidad.

Le decía el otro día a una amiga que si tuviera los recursos suficientes llenaría el mundo de lugares como el que soñamos durante tantos años y vivimos durante tantos ciclos. Sí, lo volvería a hacer, porque el sentido de hogar y el sentido de templo es algo muy necesario hoy día, donde todos, de alguna manera, nos sentimos solos, pero sobre todo, ausentes, desdichados y huérfanos de espíritu, de fuego, de calor.

Por suerte, tras la experiencia, quedó algo del lazo místico. Es cierto que nada tiene que ver la fuerte y constante experiencia diaria donde el contacto físico era la realidad suprema, con estos píxeles que de alguna forma quieren emular aquellos sueños. No es lo mismo, pero los que hemos experimentado esa experiencia, y sin intención de regodearnos en ella, sentimos la obligada misión de inspirar a aquellos que tengan fuerza o recursos suficientes para volver a recrearlas. Algo muere, pero algo nace de nuevo, inevitablemente. Así que demos aliento a los que, una vez más, seguirán encendiendo la llama, el fuego, el calor, el foco, la sabiduría, la gnosis, en definitiva, el hogar y los espacios sagrados, los templos.

5 respuestas a «Encendiendo la llama del hogar, nuestro verdadero templo»

  1. No dejes que se apague la llama del hogar, ni la fe y menos la esperanza. El día de todos los santos asisti a misa, en un lugar perdido, una iglesia pequeñita, llena de belleza, estaba a oscuras, no había casi nadie, al comenzar la liturgía las luces se encendieron y senti tantas cosas… alegría, amor, agradecimiento, gozo y vida, mucha vida y sobre todo esperanza. No dejes de sembrar, querido Xavier. Gracias por tus reflexiones. Th.♡ desde los bosques frente al mar.

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  2. gracias querida Rosa por tus sentidas palabras… animan a seguir adelante… sigamos transmitiendo calor unos a otros, es la única manera que tenemos de vivir algún día en paz… un abrazo grande y gracias por estar ahí…

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