Bienvenido Noam. Mi nuevo mundo comienza contigo


Supongo que en la vida de cualquier persona hay dos momentos cumbre. El primero es el nacimiento. El segundo, la muerte. De ninguno de los dos somos totalmente conscientes. El primero ocurre desde lo más prístino y puro, y nuestra consciencia se va desplegando poco a poco, como si se tratara de una pequeña y suave ola que nace en lo profundo de un océano y va creciendo a medida que nosotros lo vamos haciendo. El segundo, la muerte, es más misteriosa si cabe. Puede ser una muerte instantánea. Puede ser de noche o de día. Por un brutal accidente o por una enfermedad incurable. Si bien la forma de nacer es una, los motivos para morir son múltiples y variados. Si bien sabemos la fecha exacta en la que nacemos, nunca sabremos la fecha exacta en la que vamos a morir. Nadie puede predecirla, a no ser por propia inmolación.

Hay un tercer acontecimiento importante, quizás el más importante de todos, del cual poco se habla: el nacimiento de un hijo. Nunca lo había pensado ni nunca lo había reflexionado hasta que el 13 de enero, a las 13 horas de la luna llena del lobo, nació Noam, nuestro hijo. Fue un momento que vivimos como único e irrepetible. Fue un momento que superó cualquier expectativa y que trascendió cualquier emoción o pensamiento que hasta ahora hubiéramos tenido. Fue el nacimiento de algo que pocas veces se experimenta y de lo que poco se habla: el amor incondicional y el valor de la esperanza.

Es cierto que con la edad uno hace todo lo posible por amar al prójimo y a la prójima de la mejor manera posible, sin desear el mal a nadie, sin buscar lugares comunes ni oscuros, sino viendo en el otro su punto de lucidez, de luz, de brillo. Llega un momento en que solo deseas amar a todos los seres sintientes de la mejor manera posible y desearles la más plena felicidad. Pero solo cuando participas del acto de la creación, del dispositivo que se despliega cuando la Vida, la Consciencia y el Amor se manifiestan por un acto de sagrada comunión, solo en ese instante comprendes profundamente y sin matices lo que encierra la palabra amor.

No solo es un amor carnal hacia un ser de carne y hueso que ha nacido gracias a nuestra participación. También es una fiesta espiritual, porque de alguna manera, estamos dando la oportunidad a un ser para que desarrolle y despliegue toda su vida manifestada. Y eso mantiene en vilo toda la responsabilidad que se puede desarrollar. Porque, más allá de aportarle bienestar, seguridad y libertad, crece en nosotros el compromiso vital de originar valores, sensibilidad y pensamiento crítico ante una realidad compleja y extraña. También profundidad, para que pueda ver más allá de lo aparente, más allá de lo tangible, y pueda con ello ser capaz de desarrollar en sí mismo todo su potencial humano, todos sus dones y talentos.

Aún es pronto para saber nada de él, ni para cotejar qué habilidades o principios desplegará dentro de sí. No sabemos su grado de inteligencia o sensibilidad, si será o no una persona profunda o espiritual, si será un cocreador, un conservador o un destructor, siguiendo con la tradición oriental. No sabemos si mantendrá una posición egoísta o generosa ante la vida, si florecerán en él habilidades para las matemáticas o para el arte, o para la carpintería o la fontanería. En el fondo, no tenemos puestas ninguna expectativa sobre esas cosas, que él con el tiempo deberá elegir de forma libre y consciente. Nuestra labor será potenciar aquello que él quiera, siempre que sea algo bueno para él y para el conjunto, y siempre que sea para hacer el bien, sin importarnos el estatus o la riqueza que eso le pueda aportar. Nunca escuchará de nosotros eso de que debe ser rico o de provecho. Pero sí que sea buena persona, con él mismo, con el prójimo y especialmente con los inocentes seres sintientes con los que deberá convivir en este hermoso planeta. Haremos lo que esté en nuestras manos para hacer de un hombre bueno, un hombre mejor, pero siempre desde el respeto y la admiración. Haremos lo posible para que dentro de él se desplieguen las semillas del amor y la esperanza, porque de alguna manera, cada vez que nace un ser, nace un grito de amor y esperanza para un nuevo mundo, para una nueva tierra.

Es un shico, es hermoso, es bello. Deseamos lo mejor para él, para que cumpla con su propósito interior y ayude, en la medida de lo posible, a ser partícipe del gran propósito de la Vida, de esa Gran Obra en la que construimos lo mejor de nosotros para ofrendarlo a los otros.

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