Salía de las oscuras reuniones de los hijos de Tubal Caín y recibí una llamada urgente. “Tengo metástasis y me voy a morir”. Me quedé helado y no supe qué decir. Yo iba vestido como si hubiera salido de un funeral, y mientras conducía el coche de vuelta a casa, hubo un momento en que debí teletransportarme a otro lugar lejano. Me desorienté pensando en la muerte y por un momento no sabía dónde estaba. A las pocas semanas, otro viejo amigo murió, aún joven, también de metástasis.
Nos fuimos de vacaciones dos días. Las vacaciones más cortas que recuerdo, si es que en los últimos veinte años he estado realmente en ese estado de gracia que llaman “merecido descanso”. Fue por un empeño o una broma y también para desconectar un rato de casi todo. Ingenuamente, me llevé un gran libro que nunca llegué a abrir. Pensaba emular esa imagen bucólica de tumbarte en algún lugar paradisiaco y leer algo mientras contemplas lugares impresionantes.
Los hijos de Set no deberían juntarse con los hijos de Caín, por más luz que unos quieran ejercer sobre los otros. La oscuridad está ahí y tiene su función, no hay que empeñarse en intentar iluminarla. La muerte está ahí y forma parte de la vida. Los días y las noches, el frío invierno y el caluroso verano. Vivimos en un mundo dual y cíclico y debemos aceptarlo sin empeñarnos en mucho más. El fuego renueva todo aquello que quema, y el agua lo purifica.
Cuando te estás muriendo no tienes mucho margen de maniobra para volver a empezar. A lo sumo, intentar hacer el bien y dejar las cosas en orden antes de marcharte. Cuando crees tener vida te puedes reinventar de mil maneras. En eso tengo afición. Mudarme lejos de donde he vivido los últimos diez años y de repente tener un hijo con más de cincuenta es de audaces. Y la audacia a veces es temeraria, sobre todo cuando recibes esa carta amenazante que te recuerda que no tienes nada y que puedes perderlo todo, de nuevo.
En la fortaleza del que no tiene nada reside el impulso de volver a empezar sin miedo. Por eso ayer, en un arrebato de sensatez o locura, nunca se sabe, decidí hacer algo que llevaba tiempo planeando en silencio. Volver a empezar en el mundo de la edición. Cogí los tres sellos editoriales e hice una lista de todos aquellos libros que llevaban años sin venderse. Más allá del romanticismo y el cariño hacia autores y obras, hice una buena purga. Más de ciento cincuenta obras y cien autores desaparecieron de repente del catálogo. Del sello más antiguo, Séneca, solo me quedé con las últimas novedades, con la idea de montar en los próximos años un sello diferente y de mayor calidad y un catálogo más próximo a los descendientes de Set que no a los de Caín. Eso va a necesitar de mucho tiempo y trabajo, pero creo que era algo necesario. Renovar o morir.
Volver a empezar para dejar algo digno, antes de que la Parca venga a por nosotros. Volver a empezar una y otra vez, cuántas veces hagan falta, antes de que la oscuridad de una enfermedad, una depresión o un arrebato de insensatez se apodere de nuestras vidas. Volver a empezar para que el espacio que hemos construido sea más luminoso. Volver a empezar cuantas veces haga falta, una y otra vez, siempre con la fortaleza de saber que todo aquí en esta vida es provisional, estamos de paso y nada merece más la pena que dejar una buena huella. Eso pensaba ayer y eso hice. Dejar espacio para que, mientras tengamos vida, entren nuevas energías, nuevas posibilidades, nuevas oportunidades. Adiós a lo viejo, y larga vida a lo que tenga que venir, y que sea bueno.

AMÉN….
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