Téiné merahi Noa Noa


 

En las prestigiosas universidades, los doctos catedráticos y eminentes profesores contratados suelen utilizar una peculiar jerga que los dota de su merecido mérito académico ante los demás. Epistemología, disquisición, retórico, paradigmático, heurístico, teleología, fenomenología, dialéctica, metodología, prolegómenos, … Si la cosa no queda muy clara, el profesor emérito puede hacer gala de sus conocimientos añadiendo a la jerga palabras aún más complejas, como axiológico, exégesis, semiótica, antinomia, epifenómeno, ontología, hermenéutica, … Si ya quieres ser la leche de la leche y ser distinguido por culto y extremadamente exquisito y poseer un áurea especial, entonces añades palabrejas en latín, tales como a priori, praeludium, ad hoc, ad infinitum, ceteris paribus, de facto, ex nihilo, in situ, per se, sine qua non, tabula rasa… y si añades alguna en griego, lo petas: katharsis, gnothi seauton, eudaimonia, dialektikē, telos, …

Todo esto viene porque esta noche alguien se presentó en sueños diciendo que se llamaba Noa, y para poner énfasis en su nombre, lo repetía doblemente: Noa-Noa. Habría que recurrir a la hermenéutica de todo lo acontecido en el día de hoy para enlazar ese sueño con la propuesta de trabajo en el Csic para trabajar como antropólogo y etnógrafo en el instituto de antropología. Me imaginaba en la entrevista diciendo cosas trogloditas después de haber estado diez años viviendo en los bosques y montañas totalmente asalvajado, sin mucho contacto con la civilización excepto para lo prudencial, y sin nulo contacto con la academia, excepto con mi directora de tesis para enviarle cada cierto tiempo los avances de la investigación.

Noa-Noa venía del futuro para señalarme algo que ya no recuerdo, por esa fragilidad que los sueños poseen cuando pierdes el hilo que los conduce. Algo que decía, oye, recuerda cuando eras un tío culto y hablabas con cierta agilidad y valentía de cuestiones complejas, alejado de la queja constante del débil y fortaleciendo el discurso disruptivo con acciones ontológicas sobre el ser y su existencia. «Téiné merahi Noa Noa». Fragancia intensa y fresca, dicen los que saben.

Ocho semanas y un día querida Noa Noa. Y un susto que me volvió a la fragilidad esta mañana temprano, al alba. Y luego cargar esos cientos de libros por el Retiro, sudando esa pesada carga, con la esperanza de que la caseta 217 se llene de gente con deseo de gnothi seauton y vengan todos a apoyar las nuevas utopías que justamente hoy se ponían milagrosamente en marcha, con sigilo y temeridad y celo y miedo.

Noa Noa, estamos en la recta final, y no sé a qué señor vender lo que resta de vida. El tiempo ahora sí que es oro, y no tengo ganas de malgastarlo en cosas baladís. Lo de arrastrar hoy las cajas hasta la caseta ha estado bien, por eso de hacer algo de deporte. Pero ahora los sueños tienen que volver como lo hacían en la infancia, y seguir soñando con cosas profundas como tú, Noa Noa, o como la semiótica o la exégesis de aquello que no se ve pero se intuye.

Intentaré superar el complejo que tenemos en este país con el inglés, como si el castellano no tuviera la suficiente fuerza como para dotarnos de mayor talla. Miraré a otro lado y soltaré algunas palabras en griego y latín si me preguntan algo en esa lengua intrusiva. La causa antropológica lo merece. Y la verdad es que me apetece ponerme el gorro de niño culto, hacer análisis ontológicos y volver al mundo de la academia aunque sea solo por un corto tiempo, lo justo para que Noa Noa se manifieste de nuevo, como una fragancia intensa y fresca, y parte de la nueva utopía quede construida. La pela es la pela, y ahora hace falta pela. O como diría si tuviera la toga de doctorsito: el vil metal constituye un elemento sine qua non, y en la coyuntura presente, es menester una considerable aportación pecuniaria proporcional a lo que acontezca.

Antropología de las Comunidades Utópicas


Después de muchos años de esfuerzo pude doctorarme como antropólogo (diría más bien como antropoloco, tal y como me bautizó un colega de profesión). Ha sido una carrera apasionante hacia un mundo indolente (el humano) cargado de aprendizaje y aventura. Como diría Nietzsche en La Gaya ciencia, ha sido como encontrarme ante la sociedad de los últimos hombres, ante las últimas utopías, la de nuestro tiempo, que son necesarias por la urgencia en la que vivimos. Ante la religión de la indolencia y la comodidad, de lo pusilánime, de la sobre exposición de los caprichos del mercado que da la espalda a los desafíos de la transformación y sus ideales, que diría Nietzsche, aquí queda esta muestra de esperanza, de utopía, de esencia que hace que lo humano merezca la pena. Un pequeño elixir, una ambrosía necesaria para seguir viviendo.

Con este libro me despido de mi trabajo doctoral, de mi carrera académica y de mi pedagogía sobre lo utópico. Entraré en un silencio extraño, sin saber muy bien hacia donde me conducirá, como el de Siddhartha de Herman Hesse cuando decidió quedarse junto al río con Kamala. Coincide su presentación con el cierre de un importante ciclo en mi vida que empezó en 2005. Son diecisiete años de utopías, de sueños, de esperanza. Y ahora, el cuerpo y el alma solo piden silencio, reflexión, calma. La utopía de volver a reconciliarnos con el nosotros desde la dichosa distancia de los espacios imposibles.

Sobre el libro podemos decir lo siguiente:

El interés de esta Tesis Doctoral focaliza el análisis de un conjunto de comunidades utópicas contemporáneas desde perspectivas teóricas próximas a la crítica postmoderna. Etnografiadas durante años en diferentes localizaciones de cuatro continentes, este estudio socio-antropológico pondrá de relieve las características, devenir e imagen social de esta compleja y apenas conocida realidad social.

La perspectiva será no solo espacial, es decir, abarcará no solo el “estar allí”, conviviendo con los sujetos utópicos en sus propias comunidades, sino también temporal, ya que se pondrá asimismo énfasis en la continuidad, en la existencia de grupos y comunidades heterodoxas a lo largo de la historia. La nueva critica ética, el problema ecológico y el temor a una inminente cuarta extinción nos guiarán hacia la exploración de creencias milenaristas de nuevo cuño surgidas de los nuevos movimientos religiosos nacidos en la llamada Nueva Era. Un detenido repaso por estos cultos, que con dificultad se ciñen a un patrón reconocible, nos permitirá comprender de qué manera algunas ideas son utilizadas en la llamada era postcapitalista o, para los más críticos, era ecocapitalista. Nos acercaremos a las comunidades utópicas entendiéndolas como reductos significativos de aquella contracultura que se ha alineado con los nuevos tiempos, exploraremos sus espacios simbólicos y su idea de progreso basado, entre otras premisas, en el decrecimiento y la simplicidad voluntaria.

El libro se puede adquirir en el siguiente enlace: 

https://www.editorialdharana.com/catalogo/antropologia-de-las-comunidades-utopicas?sello=dharana

Planificación familiar en tiempos de colapso


 

Lo primero que mi hermana y su novia me preguntaron cuando llegué a las faldas del Montseny era si ya tenía novia. Entre risas empezamos a mostrar una posible lista de candidatas que podrían resultar idóneas para poder enfrentarnos a la difícil tarea de las relaciones parentales. Después de un año y medio de soltería, uno se siente feliz por disfrutar de este tipo de libertad extraña a la que no estaba acostumbrado, siempre tan entretenido en los últimos tiempos con parejas que duraban lo que dura un suspiro.

La máquina de supervivencia en la que se encuentran nuestros genes es compleja. Richard Dawkins lo explicaba en su Gen Egoísta. La reproducción humana, en estos tiempos de colapso, parece no tener sentido. Las parejas se juntan, pero no por la necesidad imperiosa de reproducir la especie, sino más bien, por la necesidad de llenar algún tipo de vacío, o por estar acompañados, o por viajar juntos en esta nave o escuela planetaria. El móvil de estar juntos ya no es el gen y su perpetuidad, sino otros difíciles de cuantificar.

En mi caso ha ocurrido algo extraño y completamente inverso a la norma establecida. Lo que mis genes me demandan es una planificación familiar para poder procrear en un entorno privilegiado. En mis circunstancias personales esto es harto complejo. Primero por mi propia edad avanzada, rozando ya casi los cincuenta, aunque al parecer, nuestros cincuenta se parecen a los treinta o cuarenta de nuestros ancestros. Dicho así, parece que aún somos jóvenes para esto, pero con la experiencia suficiente para educar en otros valores más sofisticados y profundos. La otra circunstancia compleja es la propia configuración de mi vida. Vivir en los bosques no es aparentemente el fenotipo apropiado para una reproducción adecuada. Un gen egoísta descartaría enseguida mi condición de fenotipo extendido para la procreación y extensión de su supervivencia sino fuera porque algo está cambiando. Y es aquí donde entra la reflexión filosófica y genética.

Realmente ocurre que los bosques te alejan de la visión moderna de una sexualidad basada en la sensualidad y el placer y te acerca más a la visión “antigua” de practicar sexo para aumentar la prole y asegurar la supervivencia de la especie. Esto es una paradoja cuando, según algunos datos alarmantes, nos estamos aproximando a la sexta extinción global. Pero quizás de ahí parte el instinto primitivo, la posibilidad de que los más aptos se adapten a los peligros que posiblemente podamos enfrentarnos en el futuro. Un bosque-isla podría ser un perfecto refugio para una futura hecatombe mundial. Pero sin ser alarmistas, un bosque podría ser el lugar perfecto para que una nueva generación de seres sensibles pudiera crecer bajo el manto de valores de solidaridad y cooperación, de apoyo mutuo y amor a la naturaleza. Digamos que mis genes me exigen, de alguna manera, que ponga la posibilidad de que seres sensibles encarnen en una tierra amable y solidaria.

Supongo que los genes egoístas están buscando fórmulas cooperativas para sobrevivir, viendo e intuyendo el colapso al que nos estamos precipitando, especialmente en esa aberración llamada «gran ciudad». Realizar una planificación familiar en torno a esa idea de supervivencia de la especie, puede resultar fría y demoledora. Pero sin duda, resulta algo trascendente. Tener hijos en la ciudad es un patrón caduco que reproduce un modelo (el de la ciudad colapsada) igual de caduco. Crear vida en los bosques, bajo un modelo de convivencia diferente basado en valores diferentes, es quizás el futuro al que nos avocamos. Pasaríamos de un gen egoísta en los términos de Richard Dawkins a un gen colaborador o cooperativista, como más tarde sugirió. El gen cooperador daría paso a un gen inmortal, que desea sobrevivir en todos los medios, o que de alguna manera va proclamando la necesidad de poder adecuar nuevos cuerpos en nuevos entornos para que otras almas puedan encarnarse en un futuro.

Tener cuerpos sanos en entornos sanos donde se practica el yoga o la meditación, el estudio concienzudo y filosófico del ser humano y la vida y donde se realiza una amable práctica espiritual compartida quizás sea el entorno benévolo que los genes vayan buscando en un futuro. Buscar a consciencia alguien con estas ideas es sin duda una de las tareas más complejas para la futura planificación familiar. Querer tener hijos sanos en un entorno privilegiado y en un contexto espiritual quizás sea el modelo que muchos seguirán en los próximos años. El ser humano evoluciona hacia lugares de emancipación y consciencia mayores. Y eso requiere de entornos sanos adecuados para ellos. Los niños-ciudad se están convirtiendo cada vez más en niños-máquinas. Los genes reclaman una evolución diferente y lo hará en entornos donde los niños estén de nuevo reconectando con la naturaleza. Los niños-bosques serán en un futuro la esperanza para la supervivencia colectiva. Reflexionemos sobre esto…

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«Unga-unga» o sobre la polémica del bilingüismo


En los tiempos protohistóricos, se mezclaban todo tipo de culturas y lenguas. Antes de que el popular «unga-unga« diera paso a lenguas más sofisticadas, en lo que ahora se llama Cataluña se mezclaban las lenguas íberas, especialmente la de los pueblos layetanos y lacetanos, con los protovascos de entonces, conocidos como los aquitanos, especialmente en la zona de los Pirineos y el Valle de Arán. Además de esas corrientes culturales, había minorías étnicas como las colonias griegas y fenicias que aportaban su dosis de complejidad lingüística. A todo esto había que añadir las influencias celtas y las del idioma sorotáptico que quedaría en el sustrato cultural de aquellos lejanos tiempos.

Luego llegaron los romanos y su gran imperio lingüístico, cultural y de asimilación con su latín de la región del Lacio. No deja de ser paradójico que lo que ahora llamamos castellano o catalán sean hijas bastardas de su lengua madre, la lengua de un imperio invasor. La paradoja es mayor cuando intentamos rasgarnos las vestiduras en cuanto a pureza cultural, pensando que nuestra lengua, sea la que sea, es más legítima que la otra. Pura paradoja dialéctica.

Cuando los romanos se marcharon y dejamos de hablar la lengua de la ahora llamada Italia, el latín degeneró en diferentes variantes, en parte por las nuevas invasiones y conquistas (especialmente germánicas y árabes) y en parte por la propia involución lingüística. Cataluña volvió a ser bilingüe entre árabes de la Cataluña Nueva, vascos y occitanos de la Cataluña Vieja y un cúmulo de mezclas que dieron origen a las actuales lenguas.

La historia lingüística se ha ido tejiendo, como ocurrió alguna vez con el latín, gracias al idioma de la calle, a lo que es conocido como la lengua viva y vulgar. Al igual que el latín se corrompió por la gente de los pueblos, transformándose en diferentes lenguas romances como el castellano, el catalán o el gallego, ocurre lo mismo hoy día. La lengua viva de la calle no es la que se impone en los colegios, en las instituciones o en los gobiernos (la lengua culta de todo imperio que se precie). Es la lengua que habla libremente la gente en sus barrios, con los suyos, en la intimidad. Esa cultura, ese sustrato, ese lenguaje, sea el que sea, tiene que convivir el uno con el otro, porque forma parte del espíritu de cada territorio, de cada pueblo cuya síntesis y unión no es la pobreza de una genuina lengua, sino la riqueza multicultural que siempre ha bañado nuestros valles y montañas. El alma de un pueblo siempre nace de sus paradojas complementarias, no de sus vergonzantes complejos.

Celtas, fenicios, griegos, cartaginenses, romanos, visigodos, árabes, occitanos… convivieron unos con los otros, hablando múltiples lenguas. Culturalmente hablando no puedo sentirme muy orgulloso por el hecho de hablar dos lenguas nacidas de una conquista extranjera como fue la romana, por eso me quedo atónito ante la guerra cultural que vivimos en nuestros días. Es como si un apache de Oklahoma se sintiera orgulloso de haber olvidado su lengua nativa kiowa y defendiera a capa y espada el inglés invasor y asimilado. Es cierto que como íberos hemos perdido nuestras raíces, si es que aún nos queda algo de eso, pero también es cierto que lo que nos queda, unas lenguas de asimilación, degeneradas de una lengua invasora, es lo que nos mantiene unidos.

Respecto a la polémica de Netflix, por mí como si quieren hablar en chino mandarín… nunca nadie podrá arrebatarnos la lengua de la calle, del pueblo, de la gente, sea la lengua que sea. Y en Cataluña, la gente, espiritualmente alineada con la cultura de los tiempos, como siempre ha sido, es y será bilingüe. Lo siento, pero la pureza cultural solo es posible en el imaginario colectivo de sectarios o totalitarios. Y solo cuando entendamos esto, podremos abrazar libremente la riqueza cultural que nos rodea sin juicio, sin prejuicio. Que cada uno hable lo que quiera y como quiera y que ninguna institución ni gobierno nos diga cómo tenemos que hablar. Y si no nos entendemos, siempre nos quedará el «unga-unga«.

Pd.

Según una encuesta realizada por la Generalidad de Cataluña en 2013, el castellano es la lengua materna del 57,58% de los ciudadanos censados mayores de 15 años, mientras que el catalán lo es de un 33,46%, incluyendo en ambos casos a los bilingües perfectos por lo que la suma supera el 100%. 

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Eva Justin, higienismo y ómicron. De cómo el pasaporte sanitario termina con nuestra libertad


Hubo una antropología perversa en nuestra reciente historia europea. La Alemania Nazi introdujo el «Gesundheitspass” o «Pasaporte Sanitario» que deshonraba a quien no lo poseyera. En aquella época fascista, no se podía acceder a edificios públicos, teatros, museos, escuelas y lugares de trabajo, si no poseías ese pasaporte. Cuando decimos que era una idea fascista queremos decir que eran unos hechos que atentaban contra la libertad individual, y al hacerlo, la esencia del ser humano, simplemente desaparecía.

Eva Justin fue una reputada antropóloga que dedicó parte de su vida a trabajar con las razas, a decidir qué razas eran más perfectas y evolucionadas que otras. Colaboró con el régimen nazi para clasificar a unos y a otros, y para otorgar a los puros el certificado médico, el Gesundheitspass, o el otro aún más terrible, el pasaporte de la raza, el Ariernachweis. Muchos de los niños que investigó, casi todos de la etnia gitana, terminaron aniquilados en cámaras de gas.

Como antropólogo podría observar los hechos de forma imparcial e incluso justificar que en nuestros tiempos, en nombre de la salud pública, se nos quiera obligar de forma directa o coercitiva, a vacunarnos. Pero estaría, como hacía Eva Justin, clasificando a unos seres humanos sobre otros, y pervirtiendo la historia alegando que los puros (los vacunados) tienen más derechos que los impuros (los no vacunados). Es aterrador y es una aberración, un atentado en toda regla contra la libertad individual edulcorada con esa frase manida del “bien general”. Pero en el fondo existe un atentado gravísimo contra los derechos y libertades que se consiguieron tras el hundimiento de todas las dictaduras de nuestro continente. Como antropólogo, no deseo ser una Eva Justin que colabora con el régimen que se está estableciendo, y mi obligación es denunciar esta aberración histórica.

Desde la Europa nazi, Europa no había vivido semejante acto de discriminación. Diferenciar entre vacunados y no vacunados atenta contra los pilares europeos, y aceptar esta discriminación sin denuncia ninguna, está abriendo las puertas para que en un futuro el totalitarismo vuelva a nuestras vidas. Sin libertad de elección, con discriminación por estar o no estar vacunado, no hay futuro.

Sin darnos cuenta, estamos aplicando los valores del higienismo, donde los sanos y puros tienen derechos y libertades por encima de los impuros, de los no vacunados, los cuales no pueden tener libertad de movimiento, expresión o decisión. Ahora que la sociedad ha sido domesticada y que el noventa por ciento ha aceptado vacunarse sin ningún tipo de garantías sobre un medicamento totalmente experimental, ¿qué será lo próximo que nos pedirán en nombre de la seguridad? ¿Qué otras libertades perderemos en las próximas décadas? ¿Hasta dónde llegará la fiscalidad de nuestras vidas, y la consiguiente separación social entre los buenos y los malos ciudadanos?

Ómicron suena a algo terrible, como si de repente se hubieran desencadenado un devastador apocalipsis. Es la jerga del miedo. Cuanto más terrible parezca algo, más fácil será domesticar a una sociedad atemorizada. A medida que el tiempo pase y el experimento concluya y la masa madre esté preparada, será más fácil el control total de la humanidad. La domesticación será necesaria. Termina la vida, empieza la supervivencia.

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Webinar: Apoyo Mutuo y Economía del Don


Suena Thunderstruck. Qué locura. Pero representa la locura en la que llevo envuelto desde hace unas semanas, y más especialmente, desde hace unos días, derivada de un error en un código postal que cambió de repente el destino de dos personas. Es difícil y complejo de explicar, quizás algún día en algún libro novelado donde lo real supere la fantasía. Son cosas que pasan, que no te esperas, pero ocurren de repente. Y todo ello cuando esta misma tarde tengo que decir algo sobre la Economía del Don, el decrecimiento, el apoyo mutuo, la simplicidad voluntaria y la cooperación en una cosa que ahora llaman webinar o algo así.

Teóricamente soy experto en esos temas, porque hice una tesis doctoral sobre eso, y prácticamente, porque intenté llevar al campo, la teoría. Soy experto y me reclaman para hablar sobre ello. No me gusta dar conferencias aunque ya haya dado algunas pocas, y menos aún por internet, que siempre me parecen frías y lejanas. Pero dicen que los nuevos tiempos serán así, unos tiempos en los que los seres humanos se aislarán cada vez más y se separaran unos de otros, atrapados únicamente por una malla llamada internet, un mundo virtual, irreal, un mundo de fantasía carente de contacto y calor.

Releo el prólogo que hice al libro “El Apoyo Mutuo” del príncipe Kropotkin. Ya va por la cuarta edición. Solo quiero refrescar ideas. No tengo tiempo para preparar una charla de dos horas, así que explicaré un relato de mi vida en el campo, añadiendo anécdotas que reflejen que otro mundo es posible, incluso un mundo basado en la economía del don y el decrecimiento. Repaso también la tesis doctoral, con abundante material etnográfico y teórico. Observo que no hay nada nuevo bajo el sol, pero que de alguna manera los tiempos inevitablemente vivirán ese legado revolucionario. En eso soy optimista, a pesar de los tiempos que corren.

Todo esto coincide con la inesperada noticia de que acabamos de lograr un premio bien merecido a una labor editorial, un segundo premio nacional a la mejor edición facsímil de un libro auténtico y único: Poeta en Nueva York. Aún no me lo puedo creer. Estoy cansado, atónito, sin tiempo para nada, pero feliz. Supongo que estos premios se los dan a uno cuando han pasado muchos años, cuando te sientes ya mayor y cansado. Será eso.

Me alivia saber que ya no estoy solo en el proyecto de comunidad. Me siento acompañado por dos guerreras que han decidido apoyar esta locura a tiempo completo. Siento un gran alivio, especialmente ahora que empiezan los siete años de construcción de la Escuela.

A pesar de todas estas cosas difíciles de resumir unas horas antes de hablar sobre el decrcimiento -qué paradoja- pienso que falta algo. Tantos años trabajando en estas ideas, en intentar ponerlas en práctica, en compartir el elixir de las mismas, y no doy con la clave de lo que falta. De alguna manera, como el título de la canción, me siento algo atónito. ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué más se puede hacer? Realmente, si tuviera algo más de recursos y no tuviera que dedicar tanto tiempo a tantas cosas, seguramente ahora lo mismo, pero con mayor intensidad, con mayor resolución, con mayor profundidad. Ayer se lo decía a una amiga: tengo ganas de dedicarme a mi verdadero don, que es escribir, transmitir desde la experiencia, volcar el elixir de la vida en el otro.

La reunión y charla será esta tarde a partir de las 18:30 en Zoom
https://us02web.zoom.us/j/
ID de reunión: 883 7860 2963
Código de acceso: 112631

 

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El crisol humano


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© Mitch Miller

Aquella tarde en New York sentí un poco de miedo. Harlen era un sitio de minorías que dominaban aquel territorio. Allí, con mi piel blanca, bajito, rubicundo, yo era la minoría, la excepción, el extraño. Cuando eres minoría, por el motivo que sea, y todos te miran raro, sientes cierto temor. También en el Magreb, cuando me despertaba en cualquier parte después de una noche de insomnio en el coche y de repente, al alba, me veía rodeado de marroquíes. O en Tijuana o en Etiopía o a veces en algunos slums de Bombay o Calcuta. Realmente no se trata del color de la piel, sino del símbolo arquetípico que ese color carga consigo.

Los que éramos emigrantes o hijos de emigrantes siempre hemos estado marcados por ese estigma. Ya fuera en una u otra tierra, siempre hay un trato de condescendencia hacia lo diferente. Lo noto incluso ahora, que estoy en tierra extraña, siendo yo el extraño, el extranjero. Lo notaba cuando vivía en Alemania o cuando estudiaba en Andalucía o cuando me crecí en aquel barrio obrero y marginal del área metropolitana de Barcelona.

La historia racial de América tiene un esplendor maravilloso, pero también una triste historia. América de Norte fue repoblada por personas que huían del viejo continente por motivos religiosos, también por esclavos del África negra, o por la pobreza de aquellos que buscaban tierras para labrarse un futuro. La mayoría de los norteamericanos son de origen alemán. El 15% de los estadounidenses son de origen germano. Le siguen los de origen irlandés, con un 10%. Con un 8% los de origen africano y tras ellos los de origen inglés. Tras los ingleses existe una larga lista de orígenes diferentes entre europeos, latinos y asiáticos.

Se puede decir que Estados Unidos es uno de los países etnográficos más ricos del mundo. Si se pudiera simplificar todo en tres categorías principales: blancos, latinos y negros, los primeros representarían más de un 70 % de la población, los segundos más de un 15% y los negros, más de un 10%.

A pesar del esplendor maravilloso de ese crisol de razas y orígenes, es una evidencia clara, y claro ha quedado en estos días, que existe un racismo y una xenofobia de unos sobre otros. Como decía al principio, ese recelo siempre tiene que ver con lo minoritario o con lo extraño. Como si de alguna forma ya viniera marcado de serie el estigma obligado a aquello que es diferente al nosotros. Lo diferente, lo extraño, lo ajeno a nuestra cultura o “familia” cultural siempre asusta, o se rechaza, a veces de forma consciente y otras de forma condescendiente.

El racismo blando también existe. La xenofobia laxa está ahí, en cualquier parte. En algunos países ya no es una cuestión tan solo de patrias, sino de origen. Unos se consideran más puros que los otros y con más derechos, por el hecho de llevar allí más generaciones o por el hecho de hablar una lengua diferente. Otros, simplemente no soportan la idea de convivir con negros, latinos o asiáticos. Incluso los hay que no soportan vivir con gallegos, andaluces o murcianos. De todo hay en este mundo multicolor bañado por el estigma al diferente.

Aún estamos muy lejos de ver al otro no por como habla, viste, piensa o actúa, sino por el brillo de su alma. Aún nos quedan muchos siglos por delante antes de poder entender que el otro no es más que una parte de nosotros mismos aún no reconocida. Un agregado díscolo. El otro solo es un reflejo de aquello que somos, vestido con unas u otras pieles. Aún estamos muy lejos de amar al otro independientemente de su origen, de sus creencias, del color de su piel. El ser humano es hermoso precisamente por todo ese crisol de diferencias. Amar la diferencia es amarnos a nosotros mismos habitando lugares extraños. Amar al extraño igual que al semejante es mirar de frente a Dios.

 

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Lo universal solo pasa a través de testimonios individuales


 

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Con Manuel, de A Ferrería

El sábado fuimos a dar una vuelta por las hermosas montañas del Courel. Visitamos varios lugares hasta que llegamos a la bella aldea de A Ferrería, en el concello de O Incio. Es un lugar que impresiona por su historia, por sus construcciones antiguas, por su gran balneario construido a finales del siglo XIX y ahora abandonado, pero sobre todo, por su gente. En la última casa del pueblo vive Manuel con su hija. Durante estos seis años solíamos visitarlos en verano acompañados de grupos que hacían la semana de experiencia. Formaba parte de una de las actividades, el visitar el Courel, A Ferrería y a Manuel y su hija.

Manuel vive en una casa hermosa y modesta, que guarda un tesoro tras sus paredes. Atravesando una singular galería que comunica dos construcciones, te encuentras de repente con un pequeño paraíso cruzado por el río Antiguo. El pequeño valle, todo de Manuel, culmina en una hermosa cascada que impresiona por el lugar y la hermosura.

Cuando llegamos no vimos a nadie, así que con la confianza de otros tiempos, nos atrevimos a allanar la morada de Manuel, atravesar la galería y penetrar en su pequeño rincón. Hacía al menos dos años que no iba por allí y estuvimos un buen rato contemplando la cascada hasta que apareció Manuel con su fouciño, su inseparable y ya viejo perro pastor y su pequeño rebaño de ovejas que corrían tras él. Al principio nos miró con cara de enfado porque no nos reconocía hasta que me presenté: “Soy Javier, de O Couso”. O Couso, dada su peculiaridad, es muy conocido por estos valles. Manuel paró un momento y de repente se le iluminó el rostro de alegría. “¡O Couso!” Exclamó casi como si hubiera visto una aparición. Se alegró enormemente de vernos de nuevo y pronto, ante nuestras curiosas preguntas, empezó a relatarnos su historia de vida, su propio testimonio individual, encarnando dentro de sí lo universal de un tiempo que ya no existe.

Manuel nació en el año 1933. Cuenta ahora con 87 años pero su energía y su vitalidad no corresponden con su edad. Nos contaba sus aventuras cuando emigró a Bilbao y luego más tarde, en los años cincuenta, se marchó durante diez años al norte de Alemania. Era hermoso escuchar la emoción en sus palabras, en sus gestos, imitando las labores que hacía en uno y otro trabajo. Añoraba aquellos tiempos de aventuras, de emigración, de mucho trabajo e ilusión por la vida. Una ilusión que no ha perdido. Sigue trabajando duro en la huerta, de la cual se enorgullece, aunque se quejaba de que desde hace tres años está todo muy extraño y ni siquiera los castaños dan fruto. También con las ovejas, con sus pequeños bosques que cuida con esmero para que no crezcan las silvas. Al hablar y nosotros escuchar con atención, nos vimos de repente transportados a otro mundo.

Contaba orgulloso como sus padres habían conseguido comprar al dueño de aquellas tierras, el conde de Campomanes, todo lo que ahora tenían y disfrutaban. Eran tiempos de caciquismo, de minifundios, de mucho esfuerzo, trabajo y sacrificio. Tiempo de pobreza y emigración. En aquella época hacía pocas décadas que se había terminado de derrumbar el gran Imperio Español. Abarcaba casi toda América del Sur y parte de América del Norte, incluyendo casi la mitad del territorio que hoy conocemos como Estados Unidos. Para Manuel, esos hechos, esas pérdidas, habían ocurrido en un tiempo muy cercano, y aún denotaba su voz la nostalgia de toda aquella grandeza. También la tristeza por haber vivido, de niño, la Guerra Civil. Nos relataba con sumo detalle la decadencia de la Galicia de los balnearios y de las minas de hierro, habituales en aquellas tierras, donde el mismo había trabajado durante muchos años antes de la emigración.

Fue una tarde de experimentar lo valioso del testimonio personal. El relato vivo de las gentes que han sobrevivido a todos los tiempos. Recordé la hermosa labor que desde la Editorial Séneca hicimos durante muchos años rescatando las historias de vida de personas anónimas, que relataban, algunos ya en avanzada edad, toda su trayectoria vital. Me hubiera gustado seguir con esa labor antropológica, etnográfica. Hubiera sido hermoso disponer de medios o tiempo para seguir dando voz a testimonios vivos como Manuel, un héroe de otro tiempo. Gracias de corazón por esa siempre cálida acogida y por ese siempre grato encuentro. Gracias por acercarnos a la grandeza de entender que cada voz, que cada testimonio, ya sea oral o escrito, muestra ante nosotros un trozo de tiempo, una historia, un espíritu.

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Doctor en antropología


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Ayer ante el tribunal, en Sevilla

“Toda ciencia viene del dolor. El dolor busca siempre la causa de las cosas, mientras que el bienestar se inclina a estar quieto y no volver la mirada atrás”. Stefan Zweig

Después de casi quince años de esfuerzo y trabajo, me siento realmente feliz. Sólo quería compartir esta felicidad. Sin más. No para sentirme privilegiado, ni para desarrollar un aura mística que envuelva ningún tipo de premio o éxito. Es solo una felicidad interior que no busca reconocimiento. Ni admiración, ni trato privilegiado. Solamente agradecimiento y compartir.

Toda ciencia viene del dolor, decía Stefan Zweig. Ahora puedo entenderlo. Ayer tuve un parto. Doloroso, muy doloroso. Pero luego, al ver la criatura, llegó la felicidad, la quietud, y el deseo de no volver la mirada atrás. Sólo quería compartir esto y abrazar con calma este momento. Escribiendo cosas íntimas durante tantos años, no podía dejar de relatar esta alegría íntima y especial.

No sé de dónde vino mi necesidad de hacer una tesis doctoral. Quizás pueda ayudar de alguna manera para algo. Ayer cerraba la defensa pensando algo así como “ahí lo dejo, por si puede servir de algo en la producción de conocimiento”. A pesar de ser una tesis totalmente heterodoxa y extraña gustó al tribunal. Hubo críticas de forma y contenido, como es natural en cualquier tribunal. La crítica forma parte del proceso de construcción de ideas. Intenté justificar esas deficiencias desde el principio, pero con humildad, sinceramente.

Un estudio multilocal en más de catorce países y cuatro continentes. Más de setenta entrevistas que seguramente fueron muchas más. Más de cincuenta comunidades que seguramente fueron muchas más, y casi quince años de estudio y etnografía intensa. Algo excesivamente extenso e inabarcable para intentar ordenarlo en tan solo unas páginas, que de mil pasaron a quinientas y de quinientas a trescientas con letra pequeña para disimular una tesis excesivamente abultada. Por dentro estaba feliz y satisfecho, y porqué no decirlo, aliviado y orgulloso de haber finalizado un gran trabajo.

¿Y ahora qué? Me hicieron algunas sugerencias motivadoras, dada la originalidad y la actualidad del trabajo. También me dijeron que, de alguna manera, al ser pionero en esta temática, quizás me haya convertido, sin saberlo, en una especie de gurú de las utopías y las comunidades. Y por supuesto, la motivación de que realice libros que puedan profundizar en todo lo aprendido y seguir produciendo así conocimiento.

Si estuviera en mis manos, o si tuviera el dinero suficiente para hacerlo, terminaba de reformar la casa de acogida, dejaba todo listo para que la gente estuviera allí cómoda y me marchaba tres meses a las islas Trobiand, en el mar de Salomón. De alguna forma fue allí donde empezó realmente nuestra disciplina. Aislado entre aguas, escribiría esos dos libros que me pidió el tribunal, uno personal, con mis vivencias en los bosques, y otro etnográfico, para ayudar a la disciplina en su crecimiento. Pero ahora me encuentro atrapado en mi propia utopía, qué paradojas, al menos hasta que encuentre la manera de que sea un lugar habitable, cómodo y accesible, sin goteras, sin frío, sin peligros.

Al final de mi intervención les lancé la pregunta, ¿y ahora qué? Sigo sin saberlo. De momento disfrutar de la alegría de ser doctor en antropología, título que dediqué a mis padres y que agradecí a tantas y tantas personas que durante estos años me han apoyado en esta locura. La lista es interminable, aunque aprovecho para dar las gracias a María, a Dolores, a Manuel Jesús, a Agustina, a Ruth y a Jesús que fueron hasta allí para apoyarme y darme calor en el parto. Gracias de corazón.

También al tribunal, compuesto por un alemán, un griego, un catalán, un castellano-manchego y una andaluza. Al presidente, el doctor Julián, de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, a su secretario, el doctor Richard, de la Universidad de Sevilla y a los vocales, la doctora Pilar de la Universidad de Huelva, al doctor Anastasios de la Universidade Nova de Lisboa, y al doctor Joan de la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona. Por supuesto también a Manuela, mi directora de tesis, que aguantó los avatares de este proyecto durante más de una década.

“¿Y volverás a O Couso?”, me preguntó el tribunal. El lunes volveré, tengo que seguir creando utopías, tengo que seguir quitando goteras y arreglando tejados. Cuando eso termine, quizás empiece a construir otro tipo de utopías, o ayudar a crearlas en otros lugares. Como buen constructor de arquetipos, seguiré construyendo y compartiendo visiones e inspiraciones.

Seguramente estaré un tiempo en la quietud, en el disfrute, sin mirar hacia atrás. Pero la vida también viene del dolor, así que pronto tocará ponerse de nuevo en movimiento, volver a caminar, a peregrinar, quizás esta vez sin exceso de rumbo, como en el Camino del Loco, que va mirando alegre el paisaje sin percatarse mucho del horizonte inmediato. Por unos días disfrutaré del paisaje, y luego, ya veremos. Ahora, a disfrutar unos días de ser doctorcito, y luego volver al anonimato, el silencio y el servicio. Gracias de corazón por las cientos de felicitaciones que he recibido. Gracias de corazón por apoyarme desde el lazo místico.

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¿Cómo resumir toda una vida en media hora?


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© Noel Bodle

Ando encerrado, aislado e incomunicado en alguna parte del sur peninsular, muy cerca de la legendaria Sevilla, donde el viernes defiendo la tesis doctoral. Intento abstraerme de los problemas del mundo mientras ensayo y repito una y otra vez el discurso, la defensa, quitando cosas, poniendo otras, buscando diapositivas adecuadas que ilustren de alguna manera lo que quiero expresar mientras miles de recuerdos se amontonan ante tantas y tantas experiencias antropológicas.

Soy un inconformista. Pienso que debería haber dedicado al menos cuatro meses a este momento para así poder resumir tantos años de investigación etnográfica, tantos países visitados, tantas comunidades compartidas. Hacerlo bien, para hacerlo de forma decente y sobre todo para honrar la memoria de cada uno de los momentos vividos. Pero todo se me va de las manos, tan preocupado siempre en las diez mil cosas que vienen una y otra vez a esta vida alto agitada, nada aburrida, excitante, aventurera, un poco loca a veces, pero amplia y extensa. Más de setenta comunidades en trece países y cuatro continentes durante casi quince años. ¿Cómo resumir todo eso en media hora?

A pesar de las dificultades, la vida me resulta apasionante. Una vez pase el viernes, el que será seguramente mi último examen académico, sentiré la necesidad imperiosa de seguir estrujando la vida aún más. Quiero vivir deliberadamente, enfrentarme desnudo a los hechos esenciales de la vida y desechar, como diría el poeta, todo aquello que nos aparte del hecho fundamental de estar vivos. Si soy honesto, puedo decir que he vivido, pero también puedo decir que aún sigo con vida, que todo no termina el próximo viernes y que tras superar con éxito esta prueba, sentiré la profunda necesidad de expandirme, de ensancharme, de preñarme de alma y espíritu.

Ya habré saldado mi deuda con la sociedad. Mi deuda material y académica. Y en ese momento, a partir del viernes, ya solo me quedará entregarme a lo intangible, al espíritu de los tiempos, a la vida que recorre cada átomo de todo cuanto existe. Ya no tendré que demostrar nada, ya no tendré que recaudar migajas de supervivencia e interrogarme sobre el qué comeré o el qué vestiré. Ya nada de eso me importará tanto como el vivir, como el sentir que me entrego a la vida y todos sus misterios.

Realmente el retraso provenía de ese miedo escénico de dar el salto de fe, de tirar un paso hacia adelante, hacia ese vacío que se observa cuando uno desea dejarlo todo atrás. El retrasar la vida hace que dejemos de vivir. Es cierto que no me puedo quejar, es cierto que pude exprimir al máximo cada uno de los segundos vividos. Pero también es cierto que ahora ya no habrá milésima que se me escape. Abrazaré a todos los abrazos, amaré a todas las estrellas, triunfaré ante la muerte porque ya no me importará morir. Ya no tendré excusas de ningún tipo para hacer libremente todo aquello que siempre he querido hacer. Ya no tendré excusas para seguir ocultando mi verdadera naturaleza.

El viernes bucearé a las profundidades de las máscaras, me despojaré de las viejas vestimentas y saldré desnudo al océano infinito de la existencia. Haré lo posible por perseguir la felicidad, por agradar al mundo de los arquetipos y disfrutar de sus ingenios y maravillas. No buscaré nunca más la luz porque intentaré humilde y esforzadamente convertirme en espectro luminiscente. La luz se tejerá aquí dentro, replicando los alaridos de la luz exterior. Las sombras ya no podrán usurpar más el trono de aquel rey que nunca debió abandonar las impresionantes extensiones del alma. ¿Cómo resumir toda una vida en media hora? No creo que sea posible, excepto viviendo. Ámate lento, me repito mientras sonrío. Me repito mientras respiro y siento vida.

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Defensa de tesis doctoral


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Tener estudios no es sinónimo de tener inteligencia. Tampoco dice nada sobre nuestra sabiduría o nuestra habilidad para comportarnos correctamente en el mundo. Siempre fui un mal estudiante. De pequeñito confundía las consonantes, no sabía lo que era lo más elemental del lenguaje. Permanecía siempre en silencio y nunca hablaba. A veces, cuando me preguntaban, podía responder con un lloro a falta de palabras. Siempre fui excesivamente tímido e introvertido. En la primaria siempre fui un desastre.

En la secundaria no tuve mejor suerte: repetí dos cursos. En el primer año de carrera universitaria no aprobé ninguna asignatura. Un profesor al que le tenía cierta simpatía me quiso ayudar. Me aprobó su asignatura y eso hizo que no me echaran de la universidad. Cuanto le debo a la generosidad de ese hombre.

La segunda carrera tardé el doble de años en terminarla y ahora, tiempo ya lejano de aquellas primeras torpezas, puedo decir con cierto orgullo que he tardado la friolera de quince años en terminar una tesis doctoral. Como decía, tener estudios no es sinónimo de tener inteligencia, y también viceversa. Siempre fui un mal estudiante.

El éxito de esa defensa tiene más que ver con la constancia, el esfuerzo y el trabajo que con mi capacidad reflexiva o mi inteligencia. No soy una persona excesivamente hábil a la hora de ordenar y aplicar la inteligencia. Siempre sufrí de falta de inteligencia emocional, pero también de inteligencia racional. Mi capacidad para enfrentarme al mundo es por pura supervivencia. Quizás he sabido, de alguna forma, adaptarme a todo lo que poco a poco me iba sucediendo.

La adaptación no define la inteligencia. He conocido a decenas de personas excesivamente inteligentes, pero siempre con carencias de adaptabilidad hacia el mundo. Al ser un mal estudiante, con una capacidad limitada para casi todo, eso me hizo sobrevivir sutil y sigilosamente por el mundo de las sombras.

Eso que a priori podría entenderse como algo negativo tuvo su propio contrapunto. De la falta de inteligencia y la supervivencia entre las sombras hizo que naciera una cierta lucidez, una pequeña luz interior que pudiera guiarme. Lucidez entendida como pequeño punto de luz, como guía necesaria. No un conocimiento o una inteligencia superior, sino un punto de visión diferente.

La adaptabilidad me hizo comprender ciertas fuerzas y energías que se desarrollan en el ámbito humano. La combinación de las mismas, no necesariamente una combinación inteligente, produjo algo de luz, de lucidez. Esto es paradójico.

En la defensa de la tesis hablaré de la paradoja de la antropología como arte, más que como ciencia social. La tesis parece más una etnografía intimista, un relato narrativo que una exposición racional de datos sistematizados en un marco teórico y en contexto de narrativas científicas. Podría decir que la ciencia estricta está hecha solo para personas inteligentes. Pero el arte, la narrativa intimista, requiere de un poco de luz, de lucidez.

Algo así como una visión diferente de las cosas, algo que ayude a ver el mundo desde otra mirada. Sin mayor mérito que ese. Sin mayor merecimiento. Espero poder explicarlo humildemente en esa defensa, añadiendo que siempre fui un mal estudiante, de pésima inteligencia y de últimas de vagón.

Estáis invitados.

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Dos antropólogos en Marte


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Esta mañana trabajando en los tejados de la casa de acogida. Aquí se aprenden todos los oficios. No puedo desvelar quién hizo la foto, pero si os sirve de consuelo, diré que es de Plutón

Es una suerte compartir trabajos con colegas. Los antropólogos somos extraños y una raza en extinción por eso es toda una sorpresa el encontrarte con uno, y además, con alguien que está haciendo un trabajo de investigación sobre el tema que se ha saldado con casi quince años de mi vida. A su compañera de vida les gusta llamarnos “antropolocos”. No le falta razón. A base de estudiar al ser humano en todos sus contextos culturales, uno se vuelve raro, extraño, extraterrestre.

Esta mañana nos dábamos cuenta cuando subidos al tejado relatábamos anécdotas de la profesión, de nuestras carreras como observadores participantes, como activistas del género humano. Le confesé que estaba enamorado de mi objeto de estudio, y de tanto cortejar a unos y otros, terminé contaminado, asimilado, vacilando entre si dar rienda suelta a mis delirios académicos o ceñirme a la vivencia, a la praxis, desde aquello tan manido de la acción-participación. Admito que el “campo” epistemológico en el que me encuentro no tiene desperdicio y de que pocas cosas serían capaces de apartarme de este lugar. Eso me hace pensar, ahora desde la más absoluta de las serenidades, que mi camino seguramente será en solitario. Nadie en su sano juicio se vendría a pilotar una nave marciana dónde lo más normal que puede divisarse son algunos árboles y montañas. El resto es tremendamente extraño.

Si hubiese marcianos creo que los primeros que tendrían que ir en misión especial para comprender al “otro”, al “extraño”, al “exótico”, deberían ser los antropólogos. Me apuntaría de inmediato a la misión de intentar contactar con mentes diferentes, culturas ajenas a las terráqueas. Si algún día hubiera un contacto masivo los antropólogos deberían interaccionar con los alienígenas, porque somos de los pocos científicos sociales que podríamos persuadir a los otros para que no nos invadieran, o para que no nos exterminaran por ser, al parecer, una especie de plaga para el ecosistema de nuestro hermoso planeta. Los antropólogos tenemos una sensibilidad diferente a la hora de tratar con el mundo. Nuestra vida está llena de relativismos, de cinismo, de incoherencias, de pesadas bromas a deshoras que nadie entiende y que aburren o se hacen pesadas. Por eso creo que podríamos tratar de tú a tú con marcianos. Ellos, como los niños, que son inocentes, captarían enseguida nuestro modus operandi y sin juzgarnos, se pondrían con nosotros a filosofar sobre la vida encima de los tejados.

Hablamos tanto en el tejado sobre cuestiones metafísicas y profanas, que la faena iba a un ritmo diferente. Eso me alivió, porque el otro día, bajo la lluvia, terminé dolido por todas partes. Así que el trabajo amenizado con la charla filosófica y antropológica nos hizo poder estar allí arriba, en las alturas, disfrutando de los paisajes otoñales mientras clavábamos tablas a medida. Para compensar un poco el relajado ritmo de la mañana estuvimos hasta media tarde subidos a los tejados, hasta las seis. Luego tomamos una infusión y el tiempo pasó volando ante la hermosa y emocionante noticia de que el núcleo familiar se queda un tiempo más.

A veces me preocupa la fase de enamoramiento de este tipo de proyectos que siempre es hermosa y emocionante. Luego viene la rutina, el frío, las pruebas incontables. Un antropólogo que tiene la cabeza en marte puede asumir la dureza de este oficio en entornos salvajes y anárquicos como este. Pero me doy cuenta de que las condiciones son duras, y quizás sea eso lo que me atraiga de este lugar al mismo tiempo que hace que mis potenciales novias salgan huyendo de aquí. La dureza hace que interiormente te fortalezcas, que veas la vida con total desapego, con una visión más amplia, al mismo tiempo que requiere de sacrificios incontables difíciles de entender por la media de los mortales.

Esta visión bucólica del trabajo de campo experimentado y entremezclado desde la vida personal choca frontalmente con lo académico. Me doy cuenta de que el haber estado quince años investigando las comunidades no tiene nada que ver a estar unos años viviendo y participando activamente en una de ellas. Son mundos diferentes, y por eso no es de extrañar que la ciencia sufra de atrasos importantes. Es complejo poder tener una mente abierta y holística más allá de los corsés académicos y sus ortodoxias endogámicas.

La vida es compleja, pero la vida observada lo es aún más. Si te interrogas sobre la vida y sus fenómenos llegas a conclusiones inexactas, pero si además te empeñas en experimentar la vida desde su más profundo embrollo, ahí todo se complica. Uno puede intentar teorizar sobre el amor, pero nunca podrá explicar la sensación que uno siente cuando alguien a quien amas profundamente te besa los labios, te mira con profundidad o te acaricia el pelo en una tarde de otoño. Se podrá hablar sobre las cosas, pero experimentarlas y vivirlas en carnes propias es bien diferente. Me resultaría complejo explicar la sensación de libertad y amplitud que sentía esta mañana subido en los tejados, clavando maderas con un colega antropólogo y divagando sobre la vida y sus misterios. Nadie que no haya podido experimentar eso puede entenderlo.

Es cierto que podría estar haciendo miles de cosas, pero nadie podría entender la felicidad interior que siento al saberme partícipe de una gran obra. Los antropólogos entendemos mucho de relatividad. Más allá de la superficie, la línea y el cuerpo, no está, lo siento querido Einstein, el tiempo. Más allá de todo eso está el observador, y si me apuran, lo observado en sus procesos. Lo marco en plural, porque no hay un proceso que se pueda captar en cámara fija. Existen múltiples procesos que determinarán cada decisión que tomemos, a la vez que esa decisión determinará para siempre todo lo demás. Estar encima de un tejado es como estar en Marte. Desde allí se pueden ver los procesos, los arquetipos, en definitiva, se puede sentir la Gran Obra palpitando dentro de un compás de maravillosa realidad.

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Religiousness and Spirituality in the New Utopian Movements


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Mi casa en la vida salvaje

Este es el título que una revista internacional de impacto, -así la llaman en el mundo académico- ha tenido la delicadeza de publicar desde Suiza. Un primer artículo en inglés que tiene que venir precedido de algunos más para poder doctorarme. Algo de lo que me entero tarde y mal debido a mi intensa inmersión en el campo de estudio y mi más absoluta desconexión del mundo académico. La noticia es buena porque si consigo al menos una publicación más, la comisión académica dará por válido mi currículo y podré presentarme ante el tribunal de tesis este mismo año. Todo con un año más de retraso debido a la sorpresa, tanto de mi directora de tesis como del departamento de antropología como la mía propia, al cambiar los baremos mínimos para poder acceder al título de doctor. Algún día contaré con detalle todo este maremágnum de cosas inexplicables que andan retrasando, quizás para bien, todo este asunto.

Lo cierto es que cuando de forma valiente y osada dejé mi cómodo trabajo en Barcelona para emprender la carrera de doctor en antropología con la idea de dar alguna vez clases en la universidad, nunca pensé que esa loca decisión me llevaría por estos derroteros. Ahora que los derroteros están más que explotados y asimilados, me pregunto interiormente si debo tomar la vieja idea, el propósito inicial de seguir mi vida por el mundo académico o una vez doctorado, renunciar al mismo. Es algo que marcará un antes y un después porque realmente todo la vida de esta última década se ha expresado gracias a ese impulso inicial, a esa idea mía de escribir libros y dedicarme a la ciencia social.

La exploración de la religiosidad y la espiritualidad en los nuevos movimientos utópicos solo ha sido una excusa para adentrarme en ese interrogante. Para saber si la vida apasionante que he vivido hasta ahora tiene continuidad o requiere una revisión profunda. Si debo virar el timón de la barca hacia otros derroteros o debo continuar explorando estos mares utópicos. Lo cierto es que cuando tuve la oportunidad de dar clases en la universidad como profesor en prácticas la experiencia fue positiva, pero tampoco tan apasionante como en un primer momento llegué a pensar. Disfruté de la experiencia porque en aquel momento estaba dando rienda suelta a mis sueños. Ser profesor universitario parecía el sumun de lo que en aquel momento podía aspirar. Pero ahora vivo una vida salvaje y me costaría mucho atender a los requisitos de un horario, de una formalidad, de un corsé que dicta constantemente reglas que uno debe seguir para entrar en eso que llamamos mundo normal.

Digamos que el objeto de estudio ha logrado alejarme de la intención primera que me llevó a él. Es lo que en antropología llamamos perder la visión etnográfica, perder el marcado distanciamiento necesario para poder hablar con cierta objetividad. Ocurre cuando el estudioso se pierde en la jungla, se enamora de una nativa y desaparece para siempre. Eso me pasó. Eso me pasa. Me enamoré del objeto de estudio y me perdí en la selva. Ahora solo volveré a la academia para seguir con el trámite burocrático de defender mis ideas sobre las utopías, pero dudo mucho que vuelva a pisar un aula ni como alumno ni como profesor. Una vez terminado el paripé formal, volveré a la jungla y me perderé para siempre. Si tengo que elegir entre ciencia y esencia, me decanto por lo segundo. Inevitablemente.

Por si a alguien le interesa, aquí dejo el enlace del artículo:
https://www.mdpi.com/2077-1444/10/3/166

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Mithra


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Mithra, el dios solar Pérsico, nació, en una cueva, el 25 de diciembre. Sus primeros adoradores fueron pastores que le trajeron regalos, y fue acompañado en su vida por doce discípulos a los que reunió en una última cena, entre otras espectaculares coincidencias con el cristianismo.

Los paralelismos entre Mithra y el cristianismo son como poco, sorprendentes, y las conclusiones al respecto no pueden sacarse de manera simple y precipitada.

Mithra ya había sido adorado por los iraníes durante siglos cuando Zarathustra fundó la primera religión revelada. Zarathustra anunció la primacía de Ahura Mazda, el Señor Sabio declarando que Mithra fue a quien Ahura Mazda nominó «como digno del culto hacia mí.» Cuando las tribus arias emigraron de las estepas rusas se llevaron tambien a sus dioses con ellos diseminando asi su tradición por el mundo. Así en el Imperio romano, esta misma deidad se llamó Mithras, y era la figura central de una religión de misterios que durante casi quinientos años rivalizó con la Cristiandad.

(Fuente: Sophia Perennis)

Mañana es el fin del mundo, pero la vida sigue…


fin

Ayer tuvimos 6498 visitas en el blog. Ha sido nuestro nuevo record gracias a la indexación de un artículo que una buena amiga puso en su popular sitio. Al principio pensé que era una señal inequívoca del inmediato fin del mundo, un número que pretendía indicarnos los segundos exactos en el reloj del juicio final. Pero luego intenté calmar mis ansias de supervivencia y empecé a repasar con calma las noticias para ver si había alguna señal y vi, calmado, que todo seguía igual. También miré con curiosidad las otras teorías y creencias con respecto a tan importante momento de destrucción y aniquilación total, y esto fue lo que aún me tranquilizó algo más.

Son muchas las tradiciones que hablan del fin del mundo. En la mitología nórdica, el Ragnarök o destino de los dioses es la batalla que se perpetra entre los dioses, liderados por Odín, en el fin de los tiempos.

Existen otras escatologías –tratados de las realidades últimas- que pretenden describir con detalle el final ineludible. Zoroastro, en el mazdeísmo, describió con gran detalle la batalla final entre Ahura Mazda, el bien, y Angra Mainuy, el mal.

En el budismo, será Maitreya el que aparecerá al final de los tiempos como signo de esperanza y paz duradera.

El hinduismo se encarga de destruir cíclicamente todos los mundos. Vishnú es un gran aspirador de mundos y destructor de los mismos cada cierto tiempo.

En el islam aparecerá en el juicio final el Mahdí o Guía final, el cual volverá para pronunciarse sobre la verdadera religión universal.

Tanto los judíos como los cristianos esperan al Mesías en la Parusía, el advenimiento glorioso o segunda venida del Cristo, la cual, además, está proclamada últimamente y con mayor insistencia por los grupos que componen todos aquellos movimientos milenaristas.

De los mayas y su fin de los tiempos que ocurrirá exactamente mañana, ya se ha hablado insistentemente. Pero como siempre, nada aparente ocurrirá, como nada ocurrió en el año 2000 ni en 1999 ni en 1987 ni en el año 1000.

Hubieron otros fines del tiempo anteriores. Jesús de Nazaret predijo el inminente fin de los tiempos en una o dos generaciones. También hizo lo mismo Pablo de Tarso en la primera centuria. Martín de Tours dijo que todo acabaría en el año 400. Para Beato de Liébana el fin del mundo terminaba el 6 de abril del 793, y para el Papa Inocencio III, el fin del mundo llegaría 666 días a partir del surgimiento del Islam. El mundo también se terminó en 1689 para Benjamin Keach, el 16 de octubre de 1736 con la colisión de un cometa según William Whiston, en 1792 según Shakers, el 20 de noviembre de 1822 según unas monjitas chilenas. Willian Miller tuvo que modificar varias veces su fecha del fin de los tiempos al ver que una tras otra nada ocurría. Para el reverendo Michael Baxter todo terminaba en 1875. En el siglo XX hubo al menos una docena de fechas hasta culminar la inmediata que ocurrirá nada más y nada menos que mañana.

Pero como mañana la vida sigue, no se preoucpen, el milenarismo va a llegar de nuevo con dos fechas más: el 9 de febrero de 2027 según la biblioteca de los muertos y el 2060, según Newton.

Los dioses tramposos


Loki,_by_Mårten_Eskil_Winge_1890

«Si enciendes una lámpara para alguien más, también aclaras tu camino«. Buda

Desde el origen más remoto de las primeras culturas, entre ellas la interesante cultura sumeria, se habla de los dioses tramposos, término acuñado por la antropología para designar a esos parientes cercanos de los dioses, semidioses, titanes o gigantes, que de alguna forma, traicionan al mundo celestial para beneficio del hombre. Sus nombres son casi infinitos: Loki, Krishna, Furrina, Sun Wukong, Veles, Indra, Aniruddha, Mohini, Govinda, Kutkh, Susanoo, Maya, Rambha, Kokopelli, Eshu, Huehuecóyotl, Paynal… Jung también habló de ellos como los Trickster desde un punto de vista arquetípico, viendo en la imagen del Loco o el Payaso como esa figura transgresora que se salta las reglas y normas.

Fue Alfred Korzybski quien nos indicó eso de que “el mapa no es el territorio”. Los dioses mayores lo sabían, según nos cuenta la mitología, y los humanos, con la ayuda de los dioses tramposos, inventaron los mitos, la tradición iniciática y las creencias para llegar a ellos. Nuestro mundo limitado por el lenguaje y por nuestro propio sistema nervioso no nos permite alcanzar el mundo real, solo imaginarlo o pervertirlo con nuestras apreciaciones.

Es por eso que durante mucho tiempo, hubieron revoluciones celestiales que pretendían ayudar al hombre a conquistar esa realidad. Los dioses, asustados, decidieron esconder la verdad en aquel lugar donde el hombre nunca buscaría: en su interior.

La «conciencia de la abstracción» es una forma de abordar, según el propio Korzybski, esa realidad que no vemos. Las técnicas de meditación o la oración podrían ser atajos para penetrar eso que en la antigüedad daban por llamar el “misterio”, y así alcanzar la realidad verdadera.

Los dioses tramposos pretendían ayudar al humano a trascender esa realidad limitada para liberarlos de su esclavitud y ceguera. Los ejemplos más destacados o conocidos fueron Lucifer y Prometeo. Al primero se le conoce como al ángel caído que ayudó a la primera humanidad a comer del árbol prohibido del conocimiento. Los dioses, asustados, expulsaron al hombre del paraíso para impedir que también comiera del árbol de la vida, es decir, de la inmortalidad, alterando con ello la jerarquía celestial. De Prometeo se dice que robó el fuego de los dioses, es decir, la luz, el conocimiento, entregándoselo a los mortales humanos.

Los mitos babilónicos y mesopotámicos explican con más detalle esta guerra oculta entre los llamados dioses y los semidioses o dioses menores. Marduk fue un dios mesopotámico erigido por los dioses mayores, los Anunakis, como cabecilla para aplastar una rebelión contra los dioses menores, los Igigi. Estos mitos son apasionantes y se están poniendo de nuevo muy de moda en la ola de la newage. Está bien que pensemos en ellos y profundicemos en sus misterios… Siempre y cuando no nos desvíen ni nos confundan del lugar secreto, la cueva del corazón, el interior.

( Ilustración, el dios tramposo Loki, de Mårten Eskil Winge, 1890).

El etnocentrismo etnocéntrico


Estimado amigo,
agradezco de corazón sus palabras a las que no quito ni un ápice de razón.
Conozco muy bien la cultura islámica y tengo muchos amigos que practican esa y otras formas de entender el mundo. Todos mis respetos va para ellos. También he leído con sumo cuidado los libros sagrados de diferentes culturas. Sobre las aberraciones de cada uno de ellos podríamos sacar al trasluz cientos de ejemplos, tanto textuales como históricos. Nuestra propia cultura cristiana no escapa de los mismos.
Resulta difícil medir la barbarie en los tiempos que corren.
Mi artículo solo respondía a esa idea etnocentrista de que lo que aquí hacemos en Occidente es lo mejor y debe exportarse al mundo, a los otros mundos.
Creo ante todo en la libertad del ser humano. Y si una mujer quiere llevar burka que lo lleve. Allá ella con su vida privada. A mí no me ofende ni me siento ofendido por ello. Ni tampoco me ofenden las otras culturas, con sus cosas y sus manías. En muchos países «modernos» se practica la pena de muerte y a todos nos parece lo más normal y civilizado del mundo. Para otras culturas, el hecho de que comamos vacas y cerdos puede ser algo tan sumamente horrible y repungante… En fin…
En todo caso, agradezco su aportación y su sinceridad.
un abrazo sentido,
Javier

 


De: A. B.
Enviado el: miércoles, 11 de abril de 2012 16:28
Para: javier.leon@editorialseneca.es
Asunto: Articulo sobre el Burka

Sr Leon.

He leido su articulo en la revista plural y me he quedado impactado no solo por su opinion, sino por la inmensa contradicciòn que existe entre lo que usted plantea y lo que El Burka representa (la fotografia elegida no le ayuda a usted en lo mas minimo). He intentado buscar una explicacion sensata a su opinion y no se me ocurre otra que el total desconocimiento de lo que la tradicion islamica ha propuesto y aun propone para la vida de las mujeres, lo que de manera tan violenta impone en los paises en que este sistema totalitario gobierna.

El Burka es solo la minuscula ventana de lo que realmente estas mujeres padecen en sus casas, violencias no solo psicologicas e intelectuales sino tambien fisicas y sexuales, metodos claramente explicados en los Suras del libro sagrado y en las mezquitas de este su Pais. La libertad de la mujer es un bien que ha costado muchisimo engendrar en occidente (usted ya lo menciona en su articulo al hacer un paralelo con la prision de la mujer en tiempos de fanatismo cristiano) y que todavia hara falta educar y entender, el Burka no es la expresion de una libertad cultural señor Leon, es el simbolo del miedo que el hombre ha tenido desde el inicio de la civilizacion al inmenso poder de lo femenino, es la expresion mas agresiva y explicita del secuestro de la sabiduria femenina por la falta de confianza de lo masculino. El Burka tiene la misma belleza que tiene un jilguero en una jaula, es decir ninguna, ambos son simbolos de la codicia y el miedo humanos.

Yo le invito amablemente a que lea el Coran y el Hadiz (yo tuve que hacerlo tambien) para que pueda usted comprobar con su entendimiento de manera directa de lo que le hablo. Si es que es cierto que somos el baluarte de la tolerancia, que debemos hacer entonces con lo que atenta contra ella de manera tan clara y directa?.

Comparto su sueño de un mundo pacifico, justo y prospero, pero no creo que podamos conseguirle si no nos quitamos las gafas sentimentales que a veces nos quitan claridad y nos dejan en zonas de confort, adormecidos de incienso y musicas relajantes.

Atentamente.

A. B.

La Edad Oscura


Pocos observan la degeneración de nuestra cultura, de nuestra sociedad y de nuestros valores. Pocos caen en la cuenta de que la edad del Kali Yuga, la Edad Oscura según la tradición hinduista, está estrechamente vinculada a toda esta perversión en la que nos encontramos como raza y humanidad. La decadencia de lo ario, que según los Vedas es la raza que domina el mundo en esta era, tiene que ver con la autodestrucción a la que vamos avanzando con pasos agigantados. Como una especie de cáncer para la Tierra que al degenerar mata incluso a su huésped, así nos comportamos.

No creáis que esto es un pensamiento pesimista. La destrucción forma parte de la vida porque así actúa la Ley Natural. Vida, Muerte y Resurrección. La naturaleza siempre tiene ese poder de regeneración. Se puede quemar un bosque pero en poco tiempo la vida vuelve a crecer en el mismo. Se pueden destruir imperios enteros pero lo humano vuelve a resurgir en otra parte o en otro tiempo.

Según la tradición Shivaita, el Destino del Mundo tiene mucho que ver con lo que en el Lingä Purana son llamados ciclos vitales de existencia, lo cual asume inevitablemente en su interior la extinción de todo cuanto existe. Los ciclos más importantes son llamados: Krita Yuga, Treta Yuga, Dvapara Yuga, y finalmente Kali Yuga. Tienen una duración respectiva de 24.195, 18.146, 12.097, y 6.048 años. Según el calendario tradicional hindú, el Kali Yuga, la edad en la que nos encontramos, comienza en el 3.102 antes de Cristo. Este calendario divide en cinco partes la conocida como Edad Oscura o de Hierro: Alba del Kali Yuga 3.606 a.c., Kali Yuga 3.102 a.c., Medio del Kali Yuga 582 a.c., Comienzo del Crepúsculo 1.939 d.c., Final del Crepúsculo del Kali Yuga 2.442 d.c.

Vemos por lo tanto que el comienzo del final, el cual empezó en 1.939, en una época convulsa para la humanidad con las dos grandes guerras mundiales como colofón de todo, no ha hecho más que empezar. Aún nos quedan por delante cuatro generaciones más para adentrarnos en el final de la Edad Oscura y empezar un nuevo ciclo de mayor esplendor. Esperemos que mientras todo esto ocurra, los Sabios reestablezcan el nuevo plan en la Tierra. El plan de resurrección, de luz y de vida.

La fuerza del Edipo


La expresión del amor la aprendemos de nuestros padres, pero muchos quedan atrapados en esa energía sin saber transmutarla con la edad. Madres que duermen con sus hijos, hijos que viven con la madre casi toda la vida. Padres que se enlazan subconscientemente con su hija, creyendo incluso que es ella su pareja, y no su pareja real. Madres solteras y con hijos que sabotean nuevas relaciones porque han creado ya un vínculo de pareja con su descendiente. Padres incapaces de tener relaciones sexuales con parejas por miedo a defraudar a su hija. Hijos e hijas que sienten tanta fascinación por sus padres que no pueden entablar relaciones serias con personas de su edad. Mujeres que se enamoran de hombres diez o veinte años mayores, buscando con ello seguir con el lazo incestuoso de su padre. Personas que buscan parejas que no sobrepasen en nada a sus padres. Edipos intelectuales en los que los hijos repiten los patrones y valores de sus padres: todos somos de derechas o izquierdas, todos somos de tal equipo de fútbol, todos vamos a los mismos sitios, y vivimos en los mismos pueblos, y queremos y amamos a las patrias de nuestros ancestros. Personas que buscan extranjeras para que no puedan competir con sus padres. Padres que ponen a sus hijos los mismos nombres o padres que se ponen celosos de sus parejas cuando estos se llevan excesivamente bien con sus hijos. Otros que viven apegados a amores imposibles, amores platónicos, similar al amor inconsciente e imposible que sentimos de pequeños hacia nuestros mayores. Algunos van buscando que otros nos abandonen de forma subliminar. Buscamos parejas imposibles para que luego cualquier excusa sirva de detonante destructivo de la relación. Así seremos la novia o el novio eterno de nuestros ancestros, o descendientes, de tenerlos en el caso de madres o padres solteros con hijos. Personas incluso que se meten a monjes, o llevan una vida de puro celibato porque así serán los novios eternos de sus padres, o personas que confunden su sexualidad para sabotear con ello constantemente relaciones. Incluso la búsqueda de maestros y gurús que puedan ser referentes de esos padres que en algún momento nos abandonaron. O la búsqueda superficial de expresiones de poder, o de hombres o mujeres de poder, para anclarse en esa energía ancestral que pretende realzar nuestra línea sanguínea. Cientos de problemas sexuales no resueltos precisamente por estos lazos caducos.

Todo esto surge por los afectos de los que no sabemos salir cuando somos niños, reproduciendo de mayores los apegos que deberíamos haber superado. Como padres, debemos saber acompañar a los hijos en todas las etapas de la vida, siempre de forma correcta sin confundir los roles de unos y de otros. Como hijos, debemos estar alerta para no reproducir lazos que ya no tocan y que hay que sanar. He visto madres que besaban a sus hijos en la boca, que dormían con ellos, aborreciendo el sexo con sus parejas, o el simple contacto. Madres que ya tenían pareja –su hijo- y que desean parejas de mucha mayor edad, con la vida resuelta y segura –el padre-.

Vivimos muchas veces en nudos incestuosos, como los llama Jodorowsky, de los que  no somos conscientes. Vivimos anclados en relaciones que no son sanas porque no hemos resuelto del todo situaciones pasadas, traumas de la infancia o relaciones que no han superado su estadio natural. Hay muchas formas de consumar una pareja ficticia anclados aún a la energía familiar. Lo podemos ver en las parejas que no funcionan, en los maridos que necesitan estar siempre fuera de casa o que están anclados excesivamente en el entorno familiar con frecuentes visitas a los mismos descuidando su propia familia.

La verdadera entrega en el amor solo es posible cuando hemos resuelto estos laberintos del pasado, incluyendo en ellos todo tipo de traumas, conscientes, inconscientes y subconscientes. Algunos podemos verlos e identificarlos, otros, necesitamos de un profesional o terapeuta para hacerlo.

(Foto: Esta tarde cortando leña para pasar el frío invierno mientras reflexionaba sobre la fuerza del Edipo. ¿Será por la forma fálica de los troncos?).

 

¿Qué es la cultura? Caminando hacia las extensiones del espíritu…


Como antropólogo podría dar cientos de discursos intentando justificar el carácter y el espíritu de eso tan abstracto que llamamos cultura. Como editor podría decir otro tanto y como escritor me llevaría días escribir y describir resumidamente lo que entiendo por cultura. Cuando ahora me preguntan, intento resumirlo en dos palabras: es el espíritu de un pueblo. El alma particular de cada lugar y de cada tiempo.

Dicho así parece una salvajada que pretende traspasar a la Ilustración y su “cultivo del espíritu”. Pero creo ciegamente en esta afirmación.

El hombre, lo humano, es un proyecto inacabado. Se experimenta así mismo, se trasciende, penetra la realidad de forma singular, es capaz de imaginar mundos y crearlos, y es capaz de imitar a la naturaleza, pero también de extenderla. Y esa extensión, esos ramajes que son mayores que la suma de sus partes es el espíritu humano, esa vaga y abstracta ensoñación que pretende animar de alguna forma el corpus humano en un tiempo y en un espacio determinado.

Algunos pensadores alemanes como Fichte y especialmente Helder ya hablaban del espíritu de los pueblos o volksgeist, en alemán. Para los chinos y especialmente para el taoísmo, los acontecimientos humanos nacen del Taiji o Gran Polaridad, ese acontecimiento que surgió después del Wuji o estado primigenio del Universo no diferenciado. Para los japoneses y practicantes del budismo zen, es el Ensō, que sería ese momento en el que la mente se muestra libre y vacía dejando simplemente que el espíritu se ponga a crear.

Y es en este punto de creación donde la cultura tiene mucho que ver con lo que estamos tratando, porque la cultura solo nace cuando hay un aspecto creador, un algo que nos diferencia y provoca una identidad propia, un Taiji que provoca mutaciones.

Toda esta reflexión venía a cuento porque el otro día, en un pleno municipal donde debían tratar los presupuestos para el año que viene, se preguntó sobre la partida de cultura. Un año más, esta partida sería una de las más pequeñas y ridículas, mucho más pequeña incluso que la partida de festejos, por poner solo un ejemplo. Y es particularmente curiosa la forma que tenemos de descuidar “el espíritu” de un pueblo, aquello que realmente nos alimenta como unidad social.

Es por eso que me fascina ser antropólogo y ser editor. Lo primero porque me permite bucear en el espíritu humano, en sus culturas, explorar su alma más profunda. Lo segundo porque me permite ser un pescador de almas. Cada libro, cada autor representa un trozo de ese corpus colectivo, de ese espíritu de este tiempo y de este lugar. El poder rescatarlos de ese océano de incertidumbre me permite, como en el Taiji, provocar mutaciones culturales, y por lo tanto, me permite prolongar el espíritu del pueblo. Cada elección, cada libro editado, está de alguna forma imprimiendo un carácter particular en esa cultura. Cada pensamiento que puede ser plasmado en un libro está inyectando una nueva forma de entender el mundo, una nueva visión y una nueva mutación del espíritu cultural. Dicho así, es una tarea fascinante, comprometida e increíble que me enorgullece.

Por eso, cuando vayas a tu estantería y puedas ver esos libros uno tras otro respira profundamente porque ahí encerrado hay un trozo de espíritu humano, de espíritu cultural. Volvamos a recordar las sabías y profundas palabras de Lorca sobre la importancia de alimentar la sed de nuestras almas con libros, muchos libros: http://www.creandoutopias.org/2011/05/lorca-medio-pan-y-un-libro/

El poder de las redes, el poder de las personas


Como antropólogo estudioso de las comunidades utópicas me fascinan las ideas que surgen en torno a ese nuevo modelo de comunidad que nace en las redes. Una comunidad viva, dinámica, que expresa sentimientos y pensamientos de forma ágil y rápida y que son transmitidos de manera increíble por cientos y miles de personas. Es tan explosiva su fuerza que ya hemos visto las consecuencias en esta crisis, especialmente en los países árabes y en los movimientos que han surgido en los países occidentales. Y es importante entender las sinergias que de forma tan rápida se mueven en las mismas porque dan una idea de cuanto están cambiando los tiempos y de qué manera se expanden los pensamientos simientes, las ideas-fuerzas que han de transformar nuestras sociedades y nuestro mundo.

Hay un poder que se está desarrollando y que nos anima a la creación activa. Y hay personas que con su fuerza son capaces de movilizar ese poder, esa energía activa en nosotros. Os pondré un ejemplo. En estos dos días, la amiga Suzanne Powell (http://suzannepowell.blogspot.com/ ), un hermoso ángel venido de universos lejanos, añadió algunos escritos de mi página en su blog, el cual arrastra a multitudes hacia su centro de gravitación. Sólo tuvo, con un gesto, que dirigir su atención hacia un artículo y toda la fuerza fue arrastrada hasta este lugar, multiplicando en poco tiempo por diez las visitas que normalmente recibía (adjunto estadística para que veáis como esa fuerza se puede reflejar en una gráfica). Sin duda, SP es un ser excepcional capaz de manejar con sus ideas fuerza todo un cúmulo de energía. Lo hermoso, lo apasionante, es que la dirige con amor, desapego y entrega al prójimo. Y esa entrega, ese servicio que trasciende lo humano y traspasa las barreras de lo común se manifiesta en nuestra era inclusive en las redes sociales. Pues que su fuerza siga iluminando y que su poder siga aumentando en bien de nuestra humanidad…

 

(Foto: ayer un nuevo récord de visitas en Creando Utopías: 3340)

El tribunal académico dijo sí


A las seis de la mañana ya estaba despierto. A las ocho ya recibía mensajes y alguna llamada de ánimo. A las diez ya estaba en la universidad de Sevilla, casi a cuarenta grados de temperatura. Pasado el medio día en punto, tras una larga exposición por mi parte sobre las utopías y las comunidades,sobre la Nueva Cultura Ética,  sobre mi trabajo antropológico, la metodología empleada, los objetivos principales, los casos paradigmáticos y un largo etc,  el tribunal me felicitaba por el trabajo realizado y me otorgaba la mayor nota: sobresaliente. A las dos me paré en Lora del Río para celebrar el acontecimiento en un restaurante chino. A lo grande. Ensalada de primero, pan chino, rollito y arroz. En ese momento me llamaron mis padres nerviosos para ver como me había ido. Mi padre, emocionado, se puso a llorar. Creo que nunca lo había visto llorar. Pero ellos más que nadie han sufrido estos años de locura de su hijo. De repente, yo también empecé a llorar. Y empecé a recordar todos los viajes, todas las incomprensiones de unos y de otros, todos los lamentos, todas las cosas que dejé atrás, todos los amigos, las emociones, las durezas del camino. Aún recuerdo esos dos años que tardé en convencer a mi pareja para que nos fuéramos de Cataluña, dejando una buena posición, una bonita casa y un cómodo trabajo sólo porque quería hacer la tesis doctoral fuera de allí. Y así lo hicimos. En julio del 2005 me licenciaba en antropología en Barcelona y me aceptaban para el doctorado en Sevilla. En agosto pusimos la casa en venta y en septiembre la vendimos. En octubre yo ya estaba viviendo en la Sierra de Hornachuelos. Así de rápido fue todo, como si ese y no otro fuera nuestro destino. Y luego pasaron tantas cosas que ni las recuerdo. Mis “multisituados” viajes, como los he llamado hoy en la defensa de la tesina. Mis idas y venidas a California, a Escocia y Alemania. Los viajes por Etiopía, por Mongolia, por India… Y las escapadas a Dinamarca, Francia, Italia, Suiza, Suecia, Noruega, Inglaterra, Holanda… Tantas que no sabría contarlas. Pero los profesores del tribunal estaban contentos porque habían leído un trabajo diferente, único y atractivo. Y mi directora emocionada porque por fin habíamos dado el paso, por fin nos habíamos sacudido los miedos por presentar ante el mundo académico un trabajo tan singular. Sí, lloraba con mi padre porque no ha sido sólo una tesis, sino además, una experiencia vital. Así que ahora me siento libre, aliviado, feliz. Un viejo sueño se ha cumplido, un sueño que empezó hace muchos, muchos años, y que por cabezonería de tauro he conseguido cumplir contra viento y marea. Hoy ha sido un gran día, y para celebrarlo, comí en un chino. Gracias de corazón por vuestras llamadas y mensajes… Me he sentido estos días muy acompañado y feliz de teneros…  Ahora, una vez conseguida la Suficiencia Investigadora y el Diploma de Estudios Avanzados que me permite dar clases en la universidad, puedo enfrentar con calma y alegría el ansiado doctorado. Un año más de esfuerzo y me podré colgar por fin esta medallita personal. Ahora sí que podré decir eso de “profesor universitario busca trabajo”. Suena hasta bien…

 

El mito de la ciudad de los Ángeles


Hace unos años, en julio de 2006, el antropólogo Javier León emprendió un viaje a Los Ángeles, en California, para indagar sobre la supuesta influencia franciscana que según el mito y la leyenda, había surgido de la Sierra de Hornachuelos. Según había escuchado, el nombre de tan insigne ciudad estadounidense se debía al bautismo realizado por los mismos habitantes que siglos atrás habían habitado el monasterio de Los Ángeles, en Hornachuelos. La coincidencia de nombres y fechas parecía demostrar esta leyenda.

Se ha escrito mucho sobre la historia y los mitos del monasterio de Los Ángeles, situado en la Sierra de Hornachuelos, desde que en 1490 fuera fundado por el II Conde de Belalcázar1, el cual, en su vida religiosa fue Fray Juan de la Puebla. Con el tiempo, su influencia y fama se extendió a más zonas, siendo incluso cabeza de la Provincia Franciscana de Los Ángeles.

En la época de la fundación del monasterio, fueron descubiertas las Nuevas Indias, siendo la Orden Franciscana una de las que más aportes evangelizadores embarcó hacia el nuevo mundo. Ya en el primer viaje de Cristóbal Colón, le acompañaron dos hermanos legos de la orden. Un total de 8.441 franciscanos marcharon a América en la época española, lo que significó el 55,91 % del total de los 15.097 evangelizadores enviados por España. Por todos es conocida la participación activa del monasterio de Hornachuelos en la evangelización de América, donde tuvo su propia importancia. Por poner un ejemplo, fue Fray Cristoval Rabaneda, nacido terrenalmente en Posadas y espiritualmente a la vida religiosa en el monasterio de Los Ángeles, quién fundara en Perú la Provincia de la Santísima Trinidad.

El monasterio siempre se ha llenado de mitos y leyendas, las cuales alimentaron su fama no sólo en el pasado más remoto, sino en nuestro presente más contemporáneo. En nuestra actualidad, corre por el pueblo de Hornachuelos la leyenda de que la ciudad californiana de Los Ángeles debe su nombre al monasterio que durante siglos fue habitado por los franciscanos. Si bien esta ciudad fue fundada cerca de una misión franciscana, habría que investigar con mucha cautela la casual coincidencia.Dicho mito inspiró un viaje hace unos años a la ciudad norteamericana de Los Ángeles para indagar in situ la realidad de esta afirmación. Visité la ciudad vieja, El Pueblo, como allí se la conoce, e indagué por sus calles, archivos y bibliotecas. La decepción vino cuando descubrí que toda la información relativa a la época de la fundación de la ciudad había sido conservada en México, país al que pertenecía por aquel entonces la Alta y la Baja California. Algunos restos de aquel no tan remoto pasado están custodiados por monseñor Francis Weber, en la Misión de San Fernando del Rey, en la biblioteca de Doheny.

Sin embargo, algunos datos eran claros con respecto a la fundación de la ciudad y el porqué de su nombre. Fue el franciscano mallorquín fray Juan Crespi en 1769 quién dio nombre al río que se hallaba cerca de lo que hoy se conoce como ciudad de Los Ángeles. El nombre acuñado por este misionero fue el de “EI Río de Nuestra Sefiora la Reina de Los Ángeles de Porciúncula”, seguramente no en honor al convento de Hornachuelos, sino del primer convento que fundó San Francisco en Asís. El 4 de septiembre de 1781, un grupo de colonos gobernados por Felipe de Neve establecieron una comunidad en aquella zona a la que le dieron el nombre de “El Pueblo de Nuestra Señora la Reina de Los Ángeles de Porciúncula”, por el nombre del río que años antes había bautizado el religioso Juan Crespi. De ahí derivaron más tarde la ciudad y el condado de Los Ángeles. Fueron, por otro lado, Fr. Francisco Palou y su maestro Fr. Junípero Serra, ambos de la Provincia de San Francisco de Mallorca, los que fundaron la mayor parte de las misiones de California.

Aún así, estos datos a priori negativos para la gloria del antiguo monasterio, no deben quitar importancia a su fama y popularidad. Esta expansión y esta fama sólo puede ser entendida si analizamos la sacralidad del lugar y de aquellos que se esforzaron en acrecentarla. Los lugares llegan a ser sagrados y se encuentran saturadas de ser, de energía, a raíz de un hecho simbólico, un acto religioso o cualesquiera otro método que haga de ese lugar u objeto, algo diferente. El lugar u objeto, aparece como dotado de una fuerza extraña que lo diferencia de su medio y le confiere sentido y valor. Eso es precisamente lo que ocurre en la Montaña de los Ángeles, lugar sacro por excelencia y dotado de un valor añadido que lo diferencia del resto de los lugares comunes. Prueba de ello es que más de quinientos años después de su fundación, sigamos hablando de él con curiosidad y emoción. Existen muchos textos, pasados y presentes, que pretenden ensalzar la popularidad del lugar. Una muestra de ello lo vemos en el siguiente texto:

“Cerca de Hornachuelos se encontraba el monasterio franciscano de Nuestra Señora de los Ángeles, la casa madre de la Provincia franciscana de los Ángeles, Provincia a la que pertenecía el convento de Palma y a la que pertenecería el de San Antonio de Padua de Lora. Nuestra Señora de los Ángeles, la “montaña santa de los Ángeles”, como en ocasiones se la llamaba, era un centro comarcal de peregrinación. Allí acudían los loreños: la devoción que en toda aquella comarca se tiene con aquel santo convento y sus oratorios, y la estima y veneración en que la tienen, no es cosa que sabré decir como esto es, porque no se tiene por dichoso el que no ha visitado aquel celebrado santuario; ni le ha visto criatura que no se haga lenguas en alabanza de sus excelencias y del espíritu de devoción que allí se experimenta. Allí se vienen a hacer las confesiones generales desde muchas leguas, y tanta frecuencia hay de confesiones y comuniones … que son muy contados los días del año en que dexa de haber gente para eso de las ciudades de Córdoba y Écija, de Carmona,

Palma, Lora, Las Posadas, Montilla, La Rambla de Hornachuelos y … de todo aquel contorno”.

Alejandro Guichot y Sierra hace una minuciosa descripción de todas las leyendas surgidas a su alrededor. Las más conocidas sin duda son la leyenda de la mujer penitente1, la visita de Felipe II, el Salto del Fraile, los cuerpos incorruptos, el Santo Niño de Écija… Tales leyendas dieron fama al lugar, lo cual produjo un sinfín de visitas. Además, sirvió de inspiración al duque de Rivas para su obra “Don Álvaro o la Fuerza del Sino”, que más tarde Verdi transformó en su ópera “La Forza del Destino”.

La leyenda o el mito del origen de la ciudad californiana de Los Ángeles no deja de ser hermosa y romántica, pero viendo los datos aquí aportados, vemos que carece de sentido alguno. Aún así, existe un nexo común que une a un nombre con el otro. Una misma inspiración que nació de un mismo personaje y creció en el tiempo multiplicándose el mismo ideal en diferentes lugares tan dispares. Los Ángeles, no es sólo un nombre, es el símbolo de una inspiración que ha arrastrado a muchos a viajes y descubrimientos. Yo mismo me lancé a la búsqueda de ese viaje en la lejana California y volví no decepcionado, sino ávido de acrecentar y multiplicar aún más la fama de este lugar.

 

El último café


Treinta grados en Sevilla a las dos de la tarde. Comida con la directora de tesis justo en frente de la facultad. Conversación distendida y alegre, optimista. Repaso de algunas cosas que habrá que modificar antes de la defensa. Contentos, y en mi caso, jubiloso. Hace algunos años dejé muchas cosas para saborear este momento. Así que me sentía con los sesos derretidos por el calor, pero feliz, muy feliz. La directora de tesis también estaba contenta por culminar tras duras pruebas un camino recorrido. A veces largo, a veces penoso.

Repasando esta noche la tesis he viajado por todos esos lugares que daban orden y concierto a este trabajo académico. Tantos y tantos lugares visitados y tantas y tantas personas que pasaron, algunas fugaces, otras para quedarse para siempre dentro de mí…

Un cruce extraño de sensaciones esta tarde. La realidad parecía evanescente e intangible, pero viva e íntima. Había un motor vital que todo lo movía, acompañado de una sensación entre el duermevela, la ficción y la fantasía. Treinta grados de calor insoportable pero estoico, en un momento pulcro e hilvanado por la sensación de querer más, de desear más.

Había hoy una brillante transversalidad en todo cuanto ocurría. El café, el último café tras años de paciente espera, ha quedado inmortalizado en una evasión onírica. Aún lo saboreo mientras digo adiós a un ciclo y doy la bienvenida a lo nuevo. Y que lo nuevo sea poderoso y lleno de esplendor.

 

La Pascua y la resurrección de la vida


El tránsito del invierno a la primavera siempre ha venido acompañado de múltiples celebraciones, ritos de paso y liturgias de toda índole. Desde hace milenios se representa este tránsito en la primera luna llena del equinoccio de primavera. En estos periodos de transición se reclamaban los Misterios y se producía el acercamiento entre las Enseñanzas y la Vida. El huevo, símbolo alquímico por excelencia del principio vital, era utilizado como representación del cosmos. Y es en la entrada de la primavera, estación fértil por excelencia, donde el hombre ha pervivido con la tradición de comer el huevo cósmico, mito de la creación, del ser primordial y de la existencia. Del mismo nació el dios Fanes, deidad hermafrodita de hermosas alas doradas que se le representa naciendo del huevo cósmico. La cristiandad también recuperó la tradición del huevo de Pascua, un rito judío que se trasladó al mismo momento de la resurrección de Jesucristo, simbolizando con ello la victoria de la vida (la primavera) sobre la muerte (el invierno). Así, los ritos paganos se trasladaron a las religiones institucionalizadas, sirviendo de vehículo cohesionador para la cultura del momento.

Y ayer tuve una experiencia antropológica de primer orden cuando vi como se realizan los huevos de pascua en el norte de Europa. Primero se seleccionan los huevos, los cuales son rodeados con flores o granos de arroz o hierbas. Se cubren con capas de cebolla cuidadosamente, metiéndolos posteriormente en unas viejas medias. Se crea con ello una tira de huevos que se tiñen con cebolla hirviendo en agua. Las hojas de cebolla sueltan un tinte especial que da color a los huevos. Cuando están hervidos, se retiran las capas de cebolla, las flores y demás ornamentos y se crean fantásticos dibujos. La verdad es que el resultado es sorprendente. Al día siguiente, cada uno coge un huevo y nace un nuevo rito, que consiste en golpear tu huevo con el resto. El que resiste el golpe, habrá ganado y sus deseos se cumplirán para el nuevo año solar. Que así sea y que todos los sueños cósmicos se cumplan, más allá de nuestras pequeñas voluntades.

 

La leyenda áurea


También conocida como “Leyenda Dorada” o “Leyenda Sanctorum”, fue una recopilación del siglo XIII realizada por el dominico Santiago de la Vorágine sobre la vida, obra y milagros de cientos de santos de la cristiandad. Una de las más conocidas es la leyenda del romano Jorge de Capadocia, lugar de la actual Turquía, el cual, ante el inminente sacrificio de una bella princesa en la cueva de un dragón, éste le alcanzó el corazón con su lanza dándole muerte al mismo. Dicen las crónicas que Jorge de Capadocia murió el 23 de abril del 303, considerado por sus hazañas santo de la cristiandad.

Las leyendas son profundas y encierran un velado mensaje, un arquetipo que se transmite generación a generación en la psique de la humanidad. Y las leyendas y los mitos acaban, a veces, en tradiciones. Tradiciones hermosas como la de Sant Jordi en Cataluña. Al parecer, cuando la sangre del dragón cayó a la tierra, de sus gotas surgieron rosales rojos. De ahí que con el tiempo surgiera la costumbre de regalar una rosa a la persona amada…

Esta mañana, mientras volvíamos de la Montaña a Madrid, pasamos por las Navas de Tolosa y empezamos a recordar las batallas de las antiguas hordas cristianas contra los reinos musulmanes. Mientras pasábamos por el estrecho de Despeñaperros entre lluvias y montañas inmensas, me imaginaba la dureza de la batalla y lo hermoso de la paz presente. Esa paz que estalla en la decadencia de occidente necesita cada vez más de mitos y leyendas. Por eso, aunque de forma simbólica, no he podido con la tentación de regalar una rosa cargada de cierta emoción y esperanza… Por eso, algo se mueve dentro de mí cuando el arquetipo de San Jorge atraviesa con su lanza el dragón que todos llevamos dentro…

 

Paseo por la evolución


Hemos pasado el día en los yacimientos de Atapuerca y el museo de Evolución Humana de Burgos. En los paseos, pensaba en lo increíble que resulta la historia de la humanidad, de la vida, de la consciencia. Veía como el homo sapiens había sobrevivido a tantos y tantos obstáculos y peligros. Casi parece un milagro que ese mismo homo que hasta hace poco debatía su supervivencia entre cavernas, ahora esté escribiendo un texto consciente, con algo de música de fondo, iluminado por la tenue luz de una lámpara, sentado cómodamente en un sillón suspendido en la séptima altura de un edificio de esa colmena humana que hemos dado por llamar ciudad. Cuando en el museo veía la torpeza con la que fabricaban las primeras herramientas en piedras de silex, casi me parecía algo de magia todo lo demás: los ordenadores, los móviles, los coches, las ciudades… ¿Cómo es posible que de tanta incerteza, casualidad, suerte y toda serie de hechos fortuitos se haya creado todo este complejo existencial? Si encendiéramos un ordenador de última generación en mitad de una selva y en él pudiéramos ver y escuchar el Allegro ma non troppo de la novena sinfonía de Beethoven, ¿podríamos pensar con cierta tranquilidad metafísica que todo eso ha podido surgir de ese verde intenso, de esos ríos, de ese bosque, de esa naturaleza? ¿No parecería más bien algo de otro planeta? ¿Y si realmente fuese así? ¿Y si nuestras consciencias fueran algo inyectado desde otro mundo, y de ahí que el virus que se gestó en nuestras primitivas mentes haya podido crecer hasta crear maravillas como La Flauta Mágica de Mozart o la dulce creencia de un Arquitecto del Universo? Lo cierto es que cuando paseábamos por la Sima de los Huesos, o la Gran Dolina, o la Sima del Elefante, no podía más que fascinarme por lo que la naturaleza, en su proceso evolutivo, ha sido capaz de crear… Si el Homo Antecesor levantara la cabeza, seguramente no daría crédito a todo lo que hemos llegado en tan solo un par de millones de años… Simplemente maravilloso, milagroso, increíble… El Homo Sapiens ha superado todas las expectativas de la Gran Creación… ¿hasta donde seremos capaces de llegar?

 

El libro de los gestos


Cuando entras a una sala llena de gente, lo primero que puedes observar es la forma en que se organizan los círculos, y sobre todo, y lo más divertido, es ver como se interrelacionan unos con otros y como la comunicación no verbal expresa cosas asombrosas. Las imágenes transmitidas con este “paralenguaje” son estudiadas por especialistas, especialmente en las ramas de la antropología de la gestualidad o la psicología. Gracias a diversos estudios sabemos que nuestra comunicación no verbal, es decir, los gestos, confieren el 90 por ciento de nuestra expresión, de todo lo que decimos, quedando la palabra relegada sólo al 10 por cien.

Antropólogos como el norteamericano Edwar T. Hall estudiaron temas como la próxemica, es decir, como organizamos el territorio y la distancia para comunicarnos con los otros. Ray Birdwhistell fue pionero en la investigación sobre la kinesia, es decir, los gestos o movimientos corporales. Por ellos sabemos que existen “un conjunto de signos mucho más complejos que el lenguaje humano y con mayor contenido en cuanto a lo que expresamos tanto voluntaria como involuntariamente. Es decir, todo lo que hace referencia al «cómo se dice»: gestos, expresiones faciales, movimientos corporales, el espacio que nos separa del otro,… comunicación a través de la forma en que vestimos, en como nos mostramos, en como nos sentamos, si miramos o no a la cara, si hablamos despacio o deprisa,…todo ello son signos que permiten a la persona que nos escucha hacerse una idea de quiénes y cómo somos”.

Esto es importante a la hora de visualizar un panorama, interpretar una conversación o vislumbrar emociones ocultas, diálogos incoherentes o contradicciones extrañas. De ahí lo divertido de interaccionar en grupos o con personas. Con cierto afino, puedes “ver” y “leer” cosas que sin atención no tendrían mayor relevancia. Casi todos los círculos son grupos de afinidad que vienen organizados por el estatus de cada uno de ellos. Normalmente, cada grupo suele liderarlo alguien con cierto carisma, ya sea porque el resto le otorgue ese carisma o porque él mismo, por sus méritos, lo posea innatamente. A su alrededor se agrupan personas que desean saber más de él, que desean estar a su lado simplemente porque eso les otorga cierto “endiosamiento” o poder social o que por afinidad o amistad resultan pertenecer a un mismo grupo. Los vínculos de afinidad pueden ser por muchas causas. Grupos de intereses, familiares, de estatus, de poder… Lo curioso de todo es observar como se jerarquizan las afinidades, y a qué cosas son capaces algunos para intentar estar “ahí” o para llamar la atención sobre “algo”. Si volviéramos a entrar a esa sala llena de gente podríamos observar y jerarquizar a los mismos en una clasificación divertida, la cual podríamos ordenar interpretando los gestos, las miradas, los diálogos no verbales que tanto nos dicen. No perdáis la oportunidad de jugar a leer en el libro de los gestos… Puede ser una aventura fascinante…

Rito de pasaje Cherokee



Los indios Cherokee tienen un hermoso rito de pasaje para procurar el pase de la edad infantil a la edad adulta del niño que ya está listo para este importante cambio en su vida.

Su padre le lleva al bosque, con los ojos vendados y le deja solo. Él tiene
la obligación de sentarse en un tronco toda la noche y no quitarse la venda
hasta que los rayos del sol brillan a través de la mañana.

Él no puede pedir auxilio a nadie. Una vez que sobrevive la noche, él ya es
un hombre. Él no puede hablar a los otros muchachos acerca de esta
experiencia, debido a que cada chico debe entrar en la masculinidad por su
cuenta.

El niño está naturalmente aterrorizado. Él puede oír toda clase de ruidos.
Bestias salvajes que rondan a su alrededor. Quizás algún humano le puede
hacer daño. Escucha el viento soplar y la hierba crujir, él sentado
estoicamente en el tronco, sin quitarse la venda. Ya que es la única manera
en que podrá llegar a ser un hombre.

Por último, después de una horrible noche, el sol aparece y al quitarse la
venda, es entonces cuando descubre a su padre sentado junto a él. Su padre
veló toda la noche, para proteger a su hijo del peligro.

Así, nosotros tampoco estamos nunca solos. Aun cuando no lo sabemos, siempre hay alguien que está velando por nosotros, sentado en un tronco a nuestro lado.
Cuando vienen los problemas, lo que tenemos que hacer es sólo confiar.