Entre matar al toro y comer su carne


«Primero fue necesario civilizar al hombre en relación con el hombre. Ahora es necesario civilizar al hombre en relación con la naturaleza y los animales, … en las relaciones entre el hombre y los animales, las flores, y todos los objetos de la creación, hay una gran ética. Una ética, apenas percibida como tal, que a la larga saldrá a la luz, y será el complemento de la ética humana». Victor Hugo

Decía alguien en las redes de forma muy graciosa que cuando Roma quitó el Premio Nacional de echar Cristianos a los Leones, hubo resistencias. No quiero ni imaginar lo que tuvo que suponer ese cambio paradigmático, cultural, social y político en la Roma de aquel tiempo. El edicto de Milán en el 313 y algunos otros más tuvieron la culpa de aquel cambio de paradigma, en el cual se normalizó la relación con los cristianos, tratándolos de criaturas con derechos igual que cualquier otra. En aquel tiempo, por fin los cristianos dejarían de ser comidos por los leones. Fue un primer paso para civilizar al ser humano con respecto a otros seres humanos. Un paso aún no completo, visto las guerras de nuestros días.

Pero la ética humana no debe estancarse meramente en lo humano. Lo siento, pero ver matar a un toro no tiene ninguna gracia, no es civilizado, ni humano, ni ético. Por suerte los tiempos están cambiando y  ahora el tratar de no matar a un toro parece que tiende a normalizarse. Entiendo que esto es un primer paso para comprender que los seres vivos son seres sintientes, y como tales, deben ser respetados, cuidados y protegidos. Es algo simbólico que cualquier día de estos, la humanidad empiece a entender esta relación primordial con los animales y prohíba las corridas de toros. O al menos, las corridas que tengan como finalidad la muerte del animal. Porque digo yo que pasar la capota podría mantenerse como fiesta si ello no contribuyera al maltrato y la aniquilación.

Pero la cuestión es más profunda que la de no matar a un toro. Porque si aceptamos que la fiesta nacional es una barbarie propia de otros tiempos, también lo es lo que hay detrás de otras especies como las gallinas, los cerdos, las vacas, los conejos, los pescados, etc. Si matar a un toro es cruel, también lo es comer su carne. Llenarnos la boca y el estómago de sangre es igual de cruel con un toro que con un pollito recién nacido, aunque nos entusiasmen tanto las alitas de pollo rebozadas con harina o el jamón serrano aderezado con sal.

Sería hipócrita admitir la crueldad para unos y no para otros, siendo la crueldad del toro quizás la menos cruel, por eso de que al menos el toro puede defenderse e incluso, salir airoso si es capaz de destripar a su adversario el torero. Resulta más cruel normalizar lugares como los mataderos, las carnicerías o las pescaderías, que hasta el nombre duele si lo miramos con un poco de mayor objetividad y sensibilidad.

La crueldad humana con los animales no tiene límites, pero también es cierto que, una vez atravesados esos límites de ferocidad, saña y bestialidad, nace un movimiento adverso y reaccionario que aboga por un mundo menos cruel y más ético con la naturaleza. Los animalistas, vegetarianos y pacifistas imponen una moral más profunda, y advierten de la necesidad de cambiar nuestros hábitos por otros, que, además, han demostrado ser más saludables.

Quizás nuestras sociedades estén próximas y preparadas para ese cambio de paradigma, al igual que en su día se decidió por edicto dejar de matar cristianos. Tal vez pronto dejemos de matar a los toros en la plaza, y de paso, en los mataderos al resto de animales. Y quizás algún día veamos eso como algo aberrante, del mismo modo que ahora nos sería aberrante ver a un cristiano rodeado de leones, destripado en medio de un circo o una plaza por el simple gusto del espectáculo.

Deja un comentario