
Ulises, en su regreso a Troya, tuvo el valor de usar su habilidad para pensar. Así se lo relataba Horacio en una carta dirigida a su amigo Lolius, describiendo las proezas que Ulises tuvo que enfrentarse para superar todas las pruebas del camino. Por eso Kant, en un contexto de adormilera social, utilizó el mismo término que Horacio, “sapere aude”, para desarrollar sus teorías sobre una sociedad enferma y oscura. “Atreverse a pensar” era algo más que una propuesta filosófica, era, además, el argumento de una época que pasó de las tinieblas, de la oscuridad, a la luz social. Algo parecido está ocurriendo en nuestro tiempo. Un tiempo oscuro, en plena crisis, decadente y falto de timón que reclama luz, más luz, para que las tinieblas de lo social se conviertan en caminos iluminados hacia una nueva cultura, una Nueva Cultura Ética.
Queremos ser y queremos estar rodeados de personas justas, libres y de buenas costumbres. Por eso la frase parece un eslogan sacado de la mejor de las ilustraciones, aquella que abogaba por el humanismo y la sincera patria de los hombres y mujeres libres, sin banderas, sin rencores. Ciudadanos ilustrados, pensantes, abiertos al cambio y conservadores de las buenas costumbres, esas que jamás debieron tocarse, como los linderos bíblicos que ya advertían que cambiar las fronteras de la moral y el juicio solo podían conducirnos a una sociedad mediocre y una convivencia difícil. Pero no es un eslogan, es la síntesis y la esencia de lo que demandamos en estos días a políticos y poderosos, pero también a nosotros mismos: libertad y justicia, igualdad y fraternidad.
En artículos anteriores sólo quería mostrar precisamente esa decadente moral y esa inexistente ética a la hora de administrar la convivencia y lo público, pero también lo privado. La dignidad, el honor y el buen hacer han sido tan exterminados en nuestro vocabulario ascético que ahora todo vale, todo presume de ser válido con tal de que sirva para algo, aunque ese algo sea el denigrante y viciado enriquecimiento personal a costa del perjuicio al prójimo. Hemos pasado por arte de magia del esencialismo al utilitarismo y de ahí al todo vale, incluso ser político y robar a diestro y siniestro, o ser albañil y jardinero, por no meternos siempre con los mismos, y ser chapuceros o descuidados.
La sociedad que sale a la calle lo hace porque desea recuperar esos valores de antaño. Desea luz, prosperidad, verdad, honor, responsabilidad, juicio, libertad, sosiego, trabajo, dignidad, justicia… y desea vivir en paz con su prójimo, no importa si su prójimo es de derechas o de izquierdas, de Bilbao o de Cuenca, negro o blanco. La sociedad, hastiada y cansada por un declive moral y bochornoso sólo reclama salir de esta sodoma y gomorra en la que hemos convertido alegremente nuestro país, nuestro mundo. Por eso salen a la calle en Saná o El Cairo, en Túnez o Casablanca, en Madrid o Londres o Lisboa o Atenas…
Por eso ahora estamos asistiendo, aunque no queramos verlo, a un movimiento cultural y social que desea volver a lo sano, a lo que nos separa de los animales, a lo que nos une como seres humanos y nos eleva y transporta hacia metas más puramente esenciales, espirituales si quieren llamarlo así. Lo que ocurre en la calle, lo que vibra en nuestro interior, es una sana promesa hacia lo que llevamos décadas reclamando: calma, valor y honestidad y sobre todo… ¡luz, más luz!
De ahí el hartazgo cuando un político, banquero u obrero de la construcción, qué más da, se comporta de forma indigna, ruin e inmoral. Estamos reclamando una vuelta a la esencia humana, o en todo caso, estamos reclamando una Nueva Cultura Ética.
Queremos, gritando con viva voz, disipar las tinieblas que están cubriendo a nuestro país, y quién sabe si a nuestro tiempo y humanidad. Queremos que las luces de la razón vuelvan a llenarnos de justo equilibrio y justa dignidad. Reclamamos un nuevo siglo de las luces y exigimos que la ignorancia, la superstición y la tiranía desaparezcan de los partidos políticos, de las instituciones públicas pero también, de nuestros ámbitos más privados.
Y este ideario, que parece indefinido en la calle, es de clara transparencia en nuestros corazones. Es por lo que siempre hemos luchado como raza humana, como especie pensante, y es lo que está ocurriendo ahora mismo en nuestro tiempo.
Por eso necesitamos honestidad. Por eso necesitamos retomar valores humanistas. Por eso necesitamos valorar en cada momento a aquellos que por su honradez y servicio sean capaces de transformar este diluvio de oscuridad reinante. Por eso somos valientes, y nos atrevemos a pensar…