¿Por qué nos cuesta tanto la comunicación directa?


En estos tiempos que corren dónde todo es mentira, las redes, las relaciones, lo virtual, la televisión, a veces hasta nuestras propias vidas, es muy complejo encontrar fórmulas adecuadas de comunicación directa. Los antropólogos nos volvemos locos cuando queremos encontrar un atisbo de verdad. Tan dados que somos a buscar indicadores, los mismos siempre terminan por destripar las entrañas de lo cierto, lo real. Resulta difícil comprometerse con alguien a comunicarte de forma clara y honesta, abierta a la escucha, con respuestas sentidas desde el corazón, con amorosa aceptación y con delicadeza. Es algo de lo más complejo, y al mismo tiempo, cuando se consigue, es algo de lo más liberador y sanador.

Cuando sientes rabia, celos, soberbia, orgullo, dolor, tristeza, sufrimiento, enfado o cualquier otro tipo de emoción, es complejo realizar una autogestión soberana de dichas emociones. De igual forma, es aún más complejo transmitirlas, compartirlas para que no enquisten en futuras enfermedades, de forma prudente y amorosa. Cuando uno está enfadado, es complejo hablar desde la armonía y el autocontrol.

Sin embargo, aunque nos costara, deberíamos buscar espacios de responsabilidad y libertad dónde poder ser francos en cada momento. Si a uno le entra un ataque de celos paranoico, o un enfado monumental por haber sido herido, o cualquier otra cosa que nos pueda molestar del otro, sería maravilloso y fundamental poder encontrar el momento idóneo para expresar a cada momento nuestro sentir sin ser juzgados, sin ser calificados de esto o lo otro. Es difícil buscar la raíz de muchas de nuestras erróneas actitudes, pero puede llegar a ser fácil sanarlas si encontramos el apoyo suficiente.

Esos espacios de seguridad no existen hoy día. Cuando las cosas se enquistan precisamente por la falta de comunicación, todo termina explotando. Pero cuando lo que uno siente se expresa con completa autenticidad, sea lo que sea, las almas se liberan. Todo el problema de la mediación entre dos partes es la falta de escucha sincera. Para que exista escucha deben existir espacios de seguridad, donde sepas que todo lo que puedas decir al otro está en un entorno seguro. Expresar lo que uno siente y ser escuchado con franqueza es lo que evita malentendidos, enredos en las relaciones, búsquedas de huidas hacia adelante.

Si estás enfadado, dilo abiertamente. Si algo te ha molestado, ten la franqueza y la valentía de expresarlo. Siempre con cordialidad, siempre con respeto, siempre desde la libertad de ese espacio seguro de relaciones sanas y fructíferas. Escuchar a un hijo, a un padre, a una pareja, a un amigo, a un familiar, a un conocido, y luego acompañarle sin juzgar.

Si hay franqueza, transparencia y amor, lo que nos dolía desaparecerá. Los dolores del alma, de la mente, de las emociones, desaparecen cuando han tenido la oportunidad de ser expresados, de ser comunicados, de ser sostenidos por un ser querido, de ser sanados desde el cariño y el amor. El oficio de un cura era el de sostener antiguamente “los pecados”, al igual que ahora el oficio de un psicólogo equivale a sostener los problemas diarios de nuestra mente y nuestras emociones.

Nuestras parejas, nuestros hijos, nuestros padres, nuestros amigos, necesitan igualmente ese sostén cuando se sienten vulnerables o heridos, ese acompañamiento desde el amor franco. Necesitan ese silencio, esa escucha, esa empatía, esa delicadeza que damos a una persona que está enferma, entendiendo en esos momentos que la rabia, los celos, el orgullo o el sufrimiento, son enfermedades del alma. Muchas veces, un abrazo sincero bastan para sanarlos. No construyamos relaciones en base a fantasías o relatos mitológicos. Hagamos que la vida real se manifieste en cada instante, en cada momento, con aquellos que están realmente a tu lado.

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