Ruido de fondo


“El supermercado es un lugar de espera, nos recarga espiritualmente, es un umbral. Mira qué brillante, qué lleno está de información psíquica, olas, radiación, todas las letras y números están aquí, todos los colores del espectro, las voces y los sonidos, las palabras secretas y las palabras ceremoniales. Solo hay que saber descifrarlas”. Murray, en la película “Ruido de fondo”.

Miro las noticias y el índice de Miedo y Avaricia está en 74, lo cual indica un sentimiento medido de «codicia extrema». Siguen las guerras a pesar de que el año que viene celebramos ochenta años de paz en Europa, o al menos en una parte importante de Europa, todo un logro para el viejo continente. En Corea del Sur van a prohibir la comercialización e ingesta de la carne de perro. Los detractores de esta nueva norma dicen que atenta contra la tradición y su cultura, y dicen que es una ley influenciada por Occidente, añadiendo que aquí comemos carne de vaca, conejo y oveja y nadie dice nada. Es verdad que en Occidente tenemos una doble vara de medir, algo cínica, con respecto a la vida animal. Amamos a los perros, creamos leyes que los protegen casi dotándoles de derecho natural, pero nos comemos a las vacas.

El otro día alguien me preguntaba cuándo y porqué me había hecho vegetariano. El cuándo fue aproximadamente en el año 89, cuando contaba con dieciséis años. El lugar fue en Latour de Carol, cuando tuve una especie de revelación o ascesis mirando fijamente los ojos a una vaca. En aquel pequeñito pueblo del sur de Francia empezó mi particular camino hacia la liberación del espíritu y el logro de la virtud, que dirían los antiguos.

No es que el dejar de comer perro o vaca te haga más sabio y más virtuoso, pero digo yo que algún tipo de recompensa interior o moral habrá. El porqué, fue simplemente por pura conmoción y compasión. ¿Cómo es posible que en Corea del Sur aún se coman a los perros y cómo es posible que en nuestra cultura occidental aún comamos vacas, conejos y ovejas? Algo así debí pensar tan permeable e inocentemente joven.

Ayer, tras unos días en cama por gripe asistí en el centro de Madrid a un encuentro reducido con el Ministro de Exteriores. Estuve un rato buscando qué ponerme porque la ropa se me ha quedado toda pequeña de tanto engordar en esta vida burguesa que llevo (en verdad soy galletariano, pero esto ya lo sabéis). Al final intenté disimular hasta que me di cuenta de que no me había cambiado de calcetines y asistí con unos de esos que te regalan para Navidad. Menos mal que los de protocolo iban también un poco desaliñados para los tiempos que corren y no se fijaron en mis calcetines insultantes. Ay, qué impactante resulta ver como se están perdiendo las formas.

El ministro, un hombre culto e inteligente, de elocuente labia y extraña sonrisa, nos habló del conflicto de Oriente Medio y se empeñó en hablar de paz, más que de guerra. Me gustó su sonrisa socarrona mientras repetía una y otra vez que la socialdemocracia internacional desea la paz mundial. Me hubiera gustado increparle y hablarle de la necesidad de la paz en el plato de comida. Que sí, que amamos a los perros como a nosotros mismos, pero detestamos a las vacas, los conejos y las ovejas casi tanto como a los judíos, los rusos o los árabes. El nuevo mandamiento, que paradójicamente nació en aquella tierra inhóspita, es bastante selectivo. A eso de amaros los unos a los otros, faltó añadir que los “otros” eran todos, no solo los de nuestra incumbencia, y diría yo, no solo a los de nuestra especie. Es decir, que si tenemos capacidad moral para amar a los perros, ¿por qué nos cuesta tanto amar a las vacas, conejos y ovejas? (Y por favor, no seáis simplistas con esa frase tan española: ¡es que el jamón!)

Me hubiera gustado que estuviera el Ministro de Interior, que seguro que entiende más de vida espiritual, para explicarle al de Exteriores que la paz mundial solo será posible cuando se encuentre la paz interior. Me explico: el hecho de que el índice de Miedo y Avaricia esté rozando la codicia extrema está muy relacionado con el hecho de que en Corea del Sur aún coman perros y en Occidente vacas, ovejas y conejos (y jamón). También está estrechamente relacionado con las guerras de Oriente Medio y decenas de países que aún viven en la antigua era del conflicto, en el viejo paradigma de la sangre por la sangre y en la obsoleta consciencia de que para sobrevivir necesitamos ritualizar la muerte en hermosos escaparates de supermercado, los cuales, como en la crítica subversiva que aparece en la película “Ruido de fondo”, aún conservan ese halo místico y casi divino.

De ahí la importancia de tener un verdadero Ministerio del Interior, es decir, un ministerio que vele por nuestra vida interior, nuestra moral, nuestra consciencia, nuestros valores, el silencio y la equidad profunda. No sé, se me ocurre que tal vez debería volver a la política y promover este tipo de ideas y esta nueva cultura ética en las mareas ideológicas que ahora nos gobiernan. Eso de meter la cabeza bajo tierra y decir / pensar «esto no va conmigo» está bien durante un tiempo. Ese sesgo cognitivo denominado efecto avestruz, avaricioso y egoísta, es lo que aleja la rica vida interior de la vasta experiencia exterior.  Hay excesivo ruido de fondo en el mundo, y con eso, es muy difícil la paz mundial y ese mundo amable y maravilloso al que todos aspiramos.

Dicho todo esto, bravo por los perros de Corea del Sur. A ver si tomamos ejemplo en Occidente y movemos ficha por las vacas, los conejos y las ovejas.

2 respuestas a «Ruido de fondo»

  1. Hola, me ha gustado mucho eso de ministro del interior, del interior de las personas, que tan bien nos vendria. Yo tambien soy cuasi «vegetarian» y es un tema que tiene mucho recorrido … yo creo que no se trata tanto de no comer carne como de no seguir haciendo el mandril porque cuanta gente hay que no tiene nada para comer porque vive en la indigencia mas absoluta? como en paises donde los recursos estan en manos de 4 mientras la poblacion en general no tiene nada que llevarse a la boca … o desde el punto de vista de los sentimientos, la inteligencia, etc. etc. evidentemente no hay diferencia entre un mejillon, un perro o una persona o una maravilla de la creacion como puede ser una cebolla de la cual nos diferenciamos (creo) solo en 2 cromosomas. Creo que quizas el debate no es carnivoros vs vegetarianos, puede que el debate sea supervivientes vs eternos, no se si me explico … pero bueno ya me he pasado un poco de «extension» con el comentario. Gracias.

    Le gusta a 1 persona

    1. gracias de corazón anónimo por la reflexión… si queremos paz en el mundo, y en esto soy reincidente, creo que debemos aplicar la paz a nuestro plato de comida, empezar por ahí, y luego extender ese instructivo quehacer a toda nuestra vida cotidiana… un abrazo grande…

      Me gusta

Deja un comentario