Volver a empezar desde un garaje


Una oficina en el centro de Córdoba. Una casa de diseño en Sierra Morena. Una embajada. Un hermoso apartamento en una zona residencial. Un zulo en Malasaña. Una librería. Una caravana. Una cabaña. Y ahora, un garaje. Esta ha sido la extraña evolución de una igualmente extraña editorial itinerante. Lo pensaba cansado y abatido después de terminar de colocar las últimas cajas de libros que aún quedaban desperdigadas por casas de familiares. Ahora ya están todos los libros juntos, abrazados, expuestos a los avatares. Cientos de miles de euros en papel apretujados y apilados en un pequeño garaje en la Sierra Oeste de Madrid. Dharana: concentración. Al menos hasta que terminemos, no sabemos cuando, el nuevo almacén y la nueva oficina en la que estamos trabajando muy poco a poco.

En un instante extraño me he sentado en la vieja silla de oficina y veía las cajas acumuladas. Saqué fotos, especialmente a esa primera caja de esa primera edición de ese primer libro que sacamos con el permiso de Jovellanos en la imprenta San Pablo. Era la última de esas primeras e inocentes ediciones que maquetábamos en Word mientras que el que fue el presidente de un importante banco, hacía las portadas desde su gran finca sevillana. ¡Qué tiempos aquellos en los que la prensa nos buscaba para ver qué estábamos tramando! Era todo artesanal, basado en la ignorancia, la inexperiencia, la inocencia y la osadía de empezar una tarea editorial sin saber absolutamente nada de ese mundo. Pero era todo fascinante.

Volver a empezar siempre es retante e igualmente fascinante, especialmente cuando nuestra editorial nunca ha tenido un perfil comercial, y sí mucho empeño en editar libros raros, algunos de culto, que pocos leen, pero se aprecian y se agradecen. Hoy lo hablaba con una amiga cuando le mostraba el presupuesto de lo que puede llegar a costar editar un libro en condiciones normales. Pagar el adelanto de los derechos de autor, la impresión, el diseño, la maquetación, la traducción, los trámites, la corrección y un largo etcétera puede costar entre ocho y diez mil euros por libro. El libro en cuestión podría estar en una horquilla de venta de entre los veinte y cien ejemplares al año. ¿Dónde está entonces la rentabilidad o viabilidad del proyecto?

Esta es la parte difícil de entender. Un diez por ciento de los libros que editamos alimentan al otro noventa por ciento que son menos comerciales, pero para nosotros, cultural y espiritualmente, resultan imprescindibles. ¿Cuál era la rentabilidad de un monje amanuense que dedicaba su vida a la traducción o al copiado de libros de forma artesanal? En verdad su vida era una vida de entrega. Muy parecida a la nuestra. En el Antiguo Egipto los escribas eran muy valorados porque tenían acceso a cierto saber al que accedían solo unos pocos. De alguna manera, ser editor hoy día tiene ese premio. Si bien el noventa por ciento de nuestro trabajo no es nada rentable, hay una rentabilidad interior, espiritual, que no tiene precio, y que merece la pena. Nuestro beneficio no es totalmente material. Tiene algo de mística variable, de introspección inevitable, de entrega y servicio.

Por eso este garaje es un símil especial. Es una especie de reto interior, un pequeño y humilde scriptorium vestido de modernidad que viene a protegernos y potenciarnos para sacar lo mejor de nosotros. Es como la mística rosa de trece pétalos que se abre poco a poco para resplandecer en lo más llamativo de la creación. Volver a empezar desde un garaje es un verso libre, un poema hermoso, un reto que provocará introspección y sabiduría a todos aquellos que desde aquí, les llegue alguno de nuestros cuidados ejemplares. Espero que este año podamos ofrecer nuevas perlas de sabiduría para que la gracia vuelva a nuestros corazones. Y de paso seguir construyendo un scriptorium digno y hermoso para seguir alegres con la labor del saber y la consciencia. Gracias de corazón a todos aquellos lectores que se sumergen con pasión en nuestros corazones y libros. Namasté.

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