Cuando el ánimus vuelve


Jung nos hablaba de la sizigia ánimus-ánima para descifrar los avatares que provienen del consciente y el inconsciente colectivo del hombre y la mujer y que nos empujan a lo que él llamaba el «sí mismo», es decir, la esencia de la plenitud humana. Cuando el ánima o el ánimus o el ánimo vuelve a nosotros, se encienden las palancas de la vida y nos empuja a la actividad que debe conducirnos hacia ese yo esencial, hacia ese mundo de la consciencia plena. La materia por sí misma es animada por este ánimo, por esta alma o espíritu que todo lo envuelve, según las teorías hilozoístas. La diferencia entre un vivo y un muerto es precisamente ese ánimo, esa alma animada, encarnada.

Cuando en vida sentimos desánimo, es una señal de que una parte de nosotros, ese aspecto vida, se está alejando. El desánimo, la depresión o la tristeza es ese camino hacia una muerte en vida, hacia un momento en el que algo esencial se aleja de nuestra existencia. Cuando esto ocurre, lo mejor es descansar, pasear, estar tranquilos. No hay que preocuparse en exceso, solo estar atentos a ese proceso de desánimo y esperar a que el “alma”, como decían los antiguos, vuelva de nuevo a nosotros. Ese «ven Señor Jesús» de los cristianos, el maranatha arameo, no deja de ser una imploración a que el Espíritu nos atraviese y venga a nosotros.

Este mes que he estado entre fiebres y resfriados, notaba como el ánimo desaparecía. Estaba apático y con poco deseo de hacer cosas. Me lo tomaba con calma, reconociendo que a veces la luz de la vida se ensombrece por cualquier motivo. Como los astros, entendía que solo debía esperar al nuevo ciclo. Y en esa espera reposaba y hacía lo propio de cuando se está sin ánimo. Hace un par de días, sin motivo aparente, quizás porque ya empezaba a recobrar la salud, el ánimo volvió, y con ello, el deseo de adentrarme de nuevo en el camino jerárquico del «sí mismo», de la búsqueda o el reencuentro con el ser esencial. Utilizo expresamente las palabras de Jung cuando se refería a este camino como un recorrido jerárquico, donde los arquetipos pasan de un lugar a otro hasta llegar al centro, al ser esencial, en una especie de procesión iniciática donde hay que ir venciendo ciertas pruebas.

Recogiendo esas ideas he ordenado el trabajo a seguir en los próximos meses, y esta vez, no voy a empezar la casa por el tejado, como hice en el otro proyecto, sino que empezaré siguiendo la sabiduría de los antiguos constructores, es decir, empezaré con la construcción de una pequeña logia (lugar donde encarna el logos) o taller donde guardar las herramientas adecuadas. En el trozo de terreno que tenemos hay un pequeño círculo hermético que ahora utilizamos, cuando el tiempo lo permite, para tomar el sol y trabajar al aire libre. Esa plataforma, que tiene exactamente la misma medida que la pequeña cabaña del septentrión, servirá de base para esa pequeña logia.

Este fin de semana pasamos un tiempo ordenando y reciclando las maderas de la antigua construcción, tal y como hicimos con la cabaña del primer proyecto. Ya tenemos algunas maderas que iremos puliendo, barnizando y colocando debidamente. A medida que vayamos vendiendo libros y entrando recursos, iremos construyendo con paciencia, serenidad, alegría y constancia.

Vamos a ver si somos capaces, años después, de construir este pequeño lugar que utilizaremos como espacio de meditación, estudio y servicio, herramientas indispensables para poder construir algo mayor. Si todo va bien, será un lugar aislado, silencioso, lleno de libros, y un pequeño rincón donde meditar al amanecer y al atardecer, como hacíamos en aquellos tiempos. Y desde allí, desde esa pequeña logia o taller, seguir construyendo catedrales llenas de ánimus, de ánima, de espíritu. Un lugar donde, emulando a Hermes, encarne el significado, el puente entre lo inconsciente y lo consciente, en definitiva, la luz, el maranatha.

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