Parix ofrece de forma gratuita unos cursos muy interesantes para los profesionales de la edición. Después de casi veinte años en el sector, la sensación que tengo es que estamos comenzando de nuevo. El curso de este mes trata sobre la inteligencia artificial aplicada al mundo editorial. En el módulo que habla sobre las redes neuronales casi me estalla la cabeza. Cuanta complejidad para vender un libro, pensaba.
Es evidente que en estos últimos meses hemos modificado nuestras rutinas para adecuarnos a los nuevos condicionantes externos. Nos hemos dado de alta de nuevo en la Asociación de Editores, vamos a participar en la Feria del Libro de Madrid, estamos empezando a comprar, siempre que podemos, derechos de autores extranjeros que tienen buena acogida, y por lo tanto, traduciendo libros por primera vez a nuestro lenguaje. Y ya tenemos, por fin, visados los planos de la que será la nueva sede de la fundación y la editorial, esperando que todo lo que estamos sembrando en este presente de frutos en los próximos meses, pudiendo con ello empezar las obras. Esto puede resultar paradójico, pero tiene un sentido profundo. Hacen falta puntos de luz en la mente de Dios, que dirían los místicos.
Es por ello que al mismo tiempo estamos preparando la futura huerta, embelleciendo la parcela que dará cobijo a la nueva sede, esperando que de nuevo sea un lugar inspirador para muchos, e imaginando cosas que podamos compartir desde la fundación para sembrar nuestras pequeñas semillas, o como dicen los místicos, para magnetizar y aportar luz a aquellos rincones de nuestra realidad inmediata.
En el fondo, la raíz de todo es profundizar en la senda de la luz, o dicho de otra manera, en la senda de la consciencia. El ser humano aún se mueve en parámetros “homo-animales”, como decía nuestro querido Ramiro Calle. Esos parámetros nos hacen vivir una vida simple basada en lo más instintivo. Comida, trabajo, seguridad, vivienda, sexo, y no mucho más. Traer consciencia, aportar consciencia en aquellos lugares donde más falta haga, requiere de un trabajo de siembra importante para entender que la vida no se compone únicamente de esos a veces viscerales instintos, sino que, como seres humanos, aún tenemos un vasto mundo por explorar y compartir.
Toda esta creencia que supone que el mundo está necesitado de luz y consciencia, requiere de un profundo esfuerzo para mantenerse desapegado de todo lo que hagamos, inclusive, de todos los fracasos pasados, los cuales, de alguna manera, han sembrado un depósito de experiencia para proyectos futuros. Cada persona que ha podido despertar a esa visión, puede contribuir con su cuota de luz en esta gran tarea mundial en la que cada tejedor colabora con su propio “quantum” de luz que consigue traer desde la montaña del esfuerzo.
En el fondo, el hecho de que me estalle la cabeza con los vectores del lenguaje basado en cosenos y secuencias de números y coordenadas, más todo el esfuerzo por editar libros que, aunque no sean muy comerciales, intentan apoyar el estudio necesario para aportar más luz y consciencia al mundo, ayuda a entender más y descubrir cómo pueden seguir aportando luz y armonía en nuestro entorno, a pesar de las circunstancias.
La luz y la consciencia no deja de ser un alimento, en este caso para eso que de forma muy torpe llamamos “alma”. Los seres humanos que han tenido la suerte de sostener sus vidas con alimentos básicos para la supervivencia, tienen la oportunidad de desarrollar facultades que les permita llevar ese otro tipo de alimentos, los del espíritu, para que encarnen en la tierra gracias a los frutos del árbol de la vida y el conocimiento. Trabajar desde el punto de vista del “observador” nos permite percibir, discernir, reflexionar y considerar desde la luz de nuestro cada vez más desarrollado plano mental, todo aquello que puede ser útil para nuestro progreso individual y colectivo. Y para ello, inevitablemente, debemos modificar constantemente nuestras rutinas diarias para adecuarnos a las más complejas condiciones externas.
