Un mundo de azote


Partida de mus con unos amigos el otro día en un pueblo perdido de Toledo, o, viéndolo de otra manera, buscando la paz en un mundo de azote y guerra…

Después de cinco hechos traumáticos, aquel hombre infeliz intentaba distraer su mente en las tertulias políticas o jugando al mus con los amigos. Cualquier distracción servía para esquivar la crudeza de un mundo enfermo, infértil, desahuciado. Los tambores de guerra cada vez sonaban más fuertes, así que la esperanza de un mundo mejor quedaba menguada por las noticias diarias, esas que digeríamos con sangre y horror como si se tratara de un largometraje interminable y apocalíptico, pero normalizado.

La ausencia paterna no ayudaba. Murió hace ya años y con la misma cualquier tipo de referente, aunque a veces el referente no fuera lo más idóneo. Pero la sangre es la sangre, como decían los antiguos, y por alguna extraña razón, cuando la sangre no está o está lejos, se siente cierto vacío interior, cierta y extraña ausencia.

Los náufragos tienen siempre algo de vagabundos, de peregrinos, de errantes. Cuando el naufragio es económico, uno se puede irremediablemente sentar en alguna terraza o jardín donde de bien el sol. Puede mirar al horizonte sospechando encontrar en el mismo algún atisbo de ilusión. Cuando no hay pan, tampoco hay fuerzas para ir al bosque a por leña, ni al mundanal ruido donde las bombas caen una y otra vez.

Cuando el naufragio es amoroso, uno se interroga sobre la justa medida del agua, ya que cada flor requiere de una dosis exacta. Ni excesiva, ni escasa. Las flores, como el amor, es algo bien delicado, y uno nunca acierta porque las flores se tiñen de primavera o verano u otoño o invierno y en cada estación demanda algo bien distinto.

Cuando llega el día del padre, quien ha perdido al suyo se acuerda de él irremediablemente. De aquellos días en los que lo veías feliz y radiante o de aquellos otros en los que lo sorprendías llorando en algún rincón por los múltiples naufragios a los que la vida nos somete. También, ya en la lejanía, aquellos momentos donde la enfermedad incurable retorcía el alma para que poco a poco cediera y abandonara su trono, su origen.

Cuando la bronca y el reproche se instalan en la vida de cualquiera, uno se da cuenta de que eso es el mundo. Un mundo extraño y enfermo, sin alma, sin espíritu, donde unos luchan contra otros, donde caen bombas que llenan las calles de tripas y sangre, donde el insulto forma parte de la paradoja convivencia y la guerra de la solución final.

Los azotes de la vida son constantes. Los azotes materiales, los azotes vitales, los emocionales, los mentales y también, para los que tengan algún tipo de creencia más allá de lo tangible, los azotes espirituales. No sabría cualificar en orden cual de esos azotes tiene más fuerza. Lo curioso es que la paz de la que todo el mundo habla a veces parece inalcanzable, inexistente. Om shanti, que dicen en el oriente. La paz sea contigo, que dicen en occidente. Y luego todas sus variables, shalom, salaam aleikum… ya nadie se lo cree. Ni siquiera los que creen.

Aquel padre que azota a su hijo, aquel pueblo que entra en guerra contra el otro, aquella enfermedad que nos arrastra inevitablemente, aquel pensamiento inútil que, como una broca, taladra nuestro ser esencial constantemente. Y aquel reproche constante que, como gota de agua, va perforando sutilmente la piedra en la que nos sostenemos.

Hoy me sentaba un rato en el jardín y miraba las incipientes flores primaverales. Había algo de belleza extrema en ese instante de soledad y quietud. Ponía en la balanza de mi pensamiento los resultados de toda una vida frágil y quebradiza. Algo se reía por dentro ante tanta pérdida y azote. Dos meses de números rojos no es nada en comparación con todo lo errado. Cinco pérdidas podrían convertirse en cinco ganancias si uno es perseverante y constante.

Las tertulias políticas o las partidas del mus con los amigos son solo distracciones para intentar soportar esa tenue levedad del ser, y de paso, arraigar la esperanza de que, mientras el sufrimiento pasa, la esperanza pervive. Y la esperanza siempre está ahí, como un inequívoco seguro de vida que te permite seguir adelante, cueste lo que cueste. Como aquellos que buscan la paz en un mundo de guerra. Como aquellos que naufragados una y otra vez, se sientan en el jardín botánico, a la izquierda del roble, que decía el poeta.

2 respuestas a «Un mundo de azote»

  1. Hola Javier, después de leerte tengo la sensación de que tienes una vida interior intensa y marcada por mucho dolor… me identifico en algún momento. También te noto muy contemplativo y comparto esas percepciones espirituales basadas en la simple observación de algún fenómeno natural aparentemente vano para quien pasa de lado sin enterarse… gracias por estar alli.

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    1. Gracias de corazón por tus sentidas palabras. Es cierto que la vida de alguna forma hay que observarla para contemplar en ella los dardos de la belleza. También es cierto que esa contemplación nos ha de llevar hacia acciones que puedan ayudar al prójimo hacia una visión más amplia… En esas andamos. Un abrazo grande.

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