Que no se ofendan los vendidos


Es cierto que entre los mundos ideales que describía Platón, el mundo de las ideas, y el campo concreto de las batallas radicales, que diría Marx, hay siempre un recorrido largo, histórico y a veces, penoso. En el primer mundo no tenemos muchos motivos de queja si comparamos nuestros privilegios con los de otros países. Aquí puedes caminar por la calle con cierta seguridad, tenemos educación y sanidad universal e incluso, si eres un trabajador esmerado, puedes acceder a ciertos privilegios como tener un automóvil, una vivienda y algo de tiempo para ocio, deporte o vacaciones.

Nos ha costado muchas luchas históricas el poder llegar a estos privilegios que las nuevas generaciones dan por sentados, y que cierta maraña social, a veces empeñada en pensar que lo privado es más valioso que lo público, intenta desmoronar. Lo decimos porque de alguna manera existe un desmantelamiento silencioso y encubierto de lo público, de aquello que tanto nos ha costado conseguir y que ahora resulta producto de queja y malestar. Es como si el carácter público, la universalidad y la gratuidad del sistema ya no tuvieran importancia, o no tuviera valor. Como si de alguna manera quisiéramos imitar sistemas como el norteamericano, el cual deja tan desprotegido al ciudadano medio, como si ese fuera nuestro modelo a seguir.

Que no se ofendan los vendidos, pero escribo temprano desde un hospital y observo, por un lado, lo maravilloso de poder disfrutar de una sanidad pública, y por otro, de todo lo que aún queda por hacer para que esta sanidad sea de calidad, tanto en personal, siempre insuficiente, como en instalaciones, para que el enfermo o el paciente se sienta bien, como en casa, en un entorno que desprenda protección y seguridad, y no dejadez y abandono, como a veces ocurre en muchos hospitales públicos. La sanidad de calidad y universal es una obligación, no una opción, nos dicen los progresistas. Pero no debería ser algo que se tuviera que decir desde cierta progresía, sino que debería ser algo que estuviera integrado en toda la genética social y cultural de todos los pueblos, porque sin sanidad, sin salud, los países y estados no progresan.

Algunos intelectuales nos advierten sobre la tragedia de los bienes comunes, esa en la que algunos individuos tienen esa extraña necesidad de sacar ventajas y beneficios particulares en perjuicio del bienestar general. En términos prácticos, hay políticas que incrementan la transferencia de recursos públicos al sector privado mientras no se dota de recursos a la salud pública. Eso ocurre cuando algunos piensan que lo público puede ser una vía para beneficiar a unos pocos, y no al conjunto de la ciudadanía.

Que no se ofendan los vendidos, pero si no cuidamos de lo nuestro, de lo de todos, alguien meterá la mano donde no debe, se enriquecerá y nos arruinará a todos. No ahora ni mañana, sino sutilmente, sin casi darnos cuenta. Así que a disfrutar de lo votado, pero pensemos cuando volvamos a hacerlo, en aquellos que se esfuerzan por defender lo de todos, y no tan solo el privilegio de unos pocos.

 

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