El abismo del feriante


 

“No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido? Fijaos en las aves del Cielo, que no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. (Sermón de la Montaña)

Admito que no me llevo bien con todo lo que esté relacionado con las ventas. No soy un buen vendedor. Recuerdo que cuando era estudiante y buscaba algo de dinerillo para pagar los estudios probé trabajar de comercial. Lo intenté con Círculo de Lectores y a pesar de mi amor por los libros, solo aguanté un día, sin vender absolutamente nada. No soy capaz de vender nada, y de ahí que nuestra querida editorial, carezca de un marcado espíritu comercial. A falta del mismo, vivimos casi de lo que la Providencia requiera para cada día. Y es verdad que sin caer en la excesiva preocupación para no ofender al Samaritano ni a su hermoso Sermón de la Montaña, hacemos lo posible, para al menos, seguir creando utopías.

Lo cierto es que hoy fuimos a recoger las llaves de la caseta 217. Entramos por el principio y vimos la gran avenida de casetas, los afanados editores y vendedores con grandes palés llenos de cajas que a su vez abrigaban libros deseosos de ser vendidos. Al final de la avenida, entre los últimos, está nuestra caseta. El sorteo quiso que nos tocara allí a lo lejos, donde los afanados compradores llegarán sin apenas aliento y sin dinero. Qué mala pata.

La Feria del Libro de Madrid da vértigo. ¿Cómo competir eficazmente contra las 358 casetas que hay este año, siendo nosotros una de las últimas? Y de entre ellas, ¿cómo competir con las más de ocho mil editoriales y los más de setenta mil libros nuevos que se editan cada año?

Es difícil la vida del feriante. No importa lo que vendas, si libros o bragas. Ese “me lo quitan de las manos” tiene un sentido poético, desesperado, esperanzador. Solo hay que hacer números para entender la cara de muchos que viven de la feria, de los mercadillos, de la venta ambulante. Por poner nuestro ejemplo, para poder amortizar el precio de la caseta hemos calculado que deberíamos vender al menos quince libros al día durante las dos semanas de feria. Esto significa que si vendemos solo quince libros al día, habremos trabajado en vano. Y si vendemos uno más, nos llegará para el bocadillo del mediodía.

¡Ay qué pánico me dan las ferias! Con sus calores, con su gente que pasa sin decir buenos días, buenas tardes, buenas noches. O cuando se quedan mirando un libro, y parece que lo vas a vender y preparas ya el cambio por si te da un billete de veinte y luego alguien le llama por teléfono, se distrae en la llamada y desaparece sin la compra. ¡Ay!

¡Ay la feria! Menos mal que luego viene alguien emocionado porque acaba de encontrar ese libro de nicho que nadie edita por ser solo apto para enamorados de las cosas raras y saca su billetera, orgulloso y feliz por el descubrimiento, sonriente por el hallazgo e, inquebrantable, pregunta si aceptamos tarjeta y nosotros sacamos nuestro datáfono y nerviosos tecleamos el importe exacto. ¿Quieres bolsa? Le preguntamos incrédulos. Y luego ese “gracias” infinito porque, si Dios quiere, solo quedarán catorce libros por vender para amortizar ese instante.

¡Ay la feria, qué dura! Si no fuera porque luego pasan por allí amigos, familiares y vecinos que se compadecen de uno y tras preguntar cómo va la cosa, sacan un abrazo acompañado del gesto inevitable y se escucha en los cielos: “¡Aleluya! ¿Acaso no vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido?”

2 respuestas a «El abismo del feriante»

  1. Hola Xavi, no te he encontrado en mis contactos, he estado éste pasado fin de semana en Lugo, y la verdad me apetecía mucho compartir un momento con vosotros, un abrazo muy fuerte!! Soy Cristina de Moaña… Bendiciones!!

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