Bestiario


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Esta mañana fuimos ingenuamente al mercado de animales para comprar un par de cabras que nos ayuden con la selva que está inundando toda la finca. Faltan muchas manos para atender la inmensidad de este lugar, así que pensamos en la simbiosis animal como trabajo cooperativo. Al llegar a la feria de ganado sentimos que nos encontramos en otro mundo, en otra galaxia, en otra dimensión. Había gente traficando con animales, vendiéndolos como antiguamente se vendían a los esclavos al mejor postor. Algo que en siglos pasados era normal ahora nos parecería inaudito. Lo que al principio parecía ser un bonito paseo se convirtió en una especie de pesadilla. Aquellos animales pronto iban a ser comprados, asesinados, descuartizados y devorados por el inconsciente colectivo. El tráfico consistía en la compra y venta de animales vivos para luego utilizarlos como alimento. Detrás de la nave donde se apostaba por las pobres criaturas habían puesto lugares donde se podían degustar, comer, saborear. En unas grandes ollas asaban carne de ternera, o de cabrito, o de conejo, o de pollo. Lo peor de todo eran esas ollas gigantes donde metían pulpos vivos en agua hirviendo. Luego los sacaban y los troceaban para ser engullidos. La imagen era atroz. Los pulpos apilados unos contra otros, asfixiados por el peso de sus congéneres, esperando angustiosamente su final mientras el agua hervida avisaba del momento.

Al ver esa tragedia, fuimos y compramos todos los conejos que pudimos. Por 3,5€ la pieza nos llegó para comprar diez. Toda una camada lista para deglutir. “Esta es una buena camada, os gustará mucho en cuanto engorden un poco más”, dijo el amable trozo de cebo, un ser rechoncho y curtido cuyo cuerpo había sido engordado a base de bichos. “No son para comer”, contestamos amables pero con cierta repugnancia interior. ¿Cómo de verdad se pueden comer esas criaturas? Entonces el hombre nos miró con desconfianza… ¿Para qué sino iban a ser esos conejos enlatados en esa esclavitud sumisa?

En unos días soltaremos libres a esas diez criaturas. No sabemos la suerte que correrán aquí en los prados y bosques. Quizás sean presa de un zorro o no puedan escapar a las garras de un águila. Tal vez alguno pueda vivir dignamente algún tiempo. Realmente no lo sabemos. Pero sí sabemos que no acabarán en una olla metálica con agua hirviendo. Sí sabemos que no formarán parte de la macabra ley natural que deja de tener sentido en seres que se autodenominan “conscientes”. ¿Conscientes de qué? ¿Acaso de la frágil vida de esos conejos? ¿Acaso de la dulce mirada de las terneras o el suave tacto de los corderitos que pastan libres la hierba? ¿Conscientes de la bondad de esos pollitos que no tuvieron tiempo de valorar la vida? ¿Alguien realmente es del todo consciente en este planeta?

Creo sinceramente que no tenemos consciencia. La consciencia debe venir acompañada de cierta sensibilidad, de cierto amor hacia los más pequeños del reino animal, de cierta compasión hacia los seres sintientes. Pienso, y me incluyo, que las bestias somos nosotros, que a sabiendas del dolor que infligimos, preferimos seguir comiendo carne y sangre y vísceras.

El próximo día veinte volverá la siguiente feria de animales. Será nuestra obligación moral intentar salvar al menos otras diez vidas más. No hacerlo sería ruin y repugnante. Ya no se trata de consciencia. Sólo de justicia, de libertad, de fraternidad, de compasión.

Una respuesta a «»

  1. hola amigos!! Javi no se si es este el espacio para comentar lo que me apareció al leer el articulo. Pues que se procrearan mas entre ellos, primero le tendrán que hacer un «corral» al aire libre que les permita estar en la naturaleza y luego cuando empiecen a tener sus crias los iran dejando mas y mas a campo abierto pues esas crías ya serán mas salvajes. Tal vez no sea adecuada mi ocurrencia. Me alegra saber que pudieron liberarlos de una olla. Abrazos del alma!!!

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