Desapego y renuncia a los frutos de la acción


Interésate solamente por el acto, pero jamás por sus frutos; no actúes en vista de los frutos de tus actos; no te apegues a la inacción”. (Bhagavad-Gītā)

En la tradición oriental es muy importante la práctica del desapego. Desapego y renuncia a los frutos de la acción forman parte de un gran conocimiento arcaico que invade la vida de cualquiera que aspire a cierta sabiduría. Estos días en los que la primavera avanza rápido para abrazar nuestro nuevo día, me llegaban voces que insistían en la necesidad de un nuevo reencuentro en alguna parte, en algún lugar, con tal de encender de nuevo la llama de la comunión, de la común unidad, de la utopía. Resulta curioso pensar que cuando teníamos ese tesoro oculto allí entre los bosques, el aprecio era el necesario para ir sobreviviendo colectivamente. Cuando ese lugar desapareció, dejó un gran vacío en muchas personas.

En estos meses he intentado hacer un gran ejercicio de desapego y renuncia, pero admito que aquel lugar, a pesar de su extrema dureza, era un lugar necesario. Me percataba hoy cuando un buen amigo me llamaba y reclamaba “volver a la tribu”. Utilizó esas palabras porque supongo que no encontró algo más definido. Se hacía vocero de otras voces que compartían el mismo anhelo, la misma necesidad, un lugar como aquel que construimos con nuestras manos y corazones donde el ser humano, más allá de las pantallas posmodernas y del individualismo egoísta de nuestros días, pudiera abrazarse tras una sesión de meditación y yoga. Esa necesidad de contacto ante una realidad asfixiante se perdió, y ahora se reclama.

Me da miedo pensar en una segunda parte, al mismo tiempo que me da miedo pensar en toda la energía que habría que desarrollar para poder llevarla a cabo. Mañana iremos a ver una finca de mucha tierra después de haber descartado una docena de ellas por falta de, llamémosle así, “fuerza”. Es verdad que la de mañana es más asequible, pero aún muy lejos de poder ser ni siquiera un ápice lo que alguna vez fue. En estos momentos la «fuerza» está a años luz de la posibilidad.

Interiormente me planteaba que sería posible volver a intentarlo, pero esta vez desde una posición más privilegiada y desapegada. Es decir, no me importaría crear de nuevo un proyecto utópico y dar el noventa por ciento de mis recursos si con ese diez por ciento restante pudiera vivir dignamente. No quisiera repetir el cansancio y agotamiento que sufrí en la anterior década dando todo lo que tenía, incluso aquello que no tenía (y que aún ando devolviendo), con tal de mantener viva la llama.

Creo sinceramente que la utopía sigue siendo necesaria. Ya no me importa la idea de que unos pocos se enfaden o no estén de acuerdo en cosas tan banales como si en el desayuno hay o no aguacates, por decir algo. La experiencia debe servir para algo, y sobre todo, debe servir para emprender aventuras que puedan ser sostenibles en el tiempo.

La ilusión y la exploración siempre quedarán. Prueba de ello es la excursión de mañana. Pero también existe un gran desapego y una gran renuncia. Es cierto que cuando se tiene cierta sensibilidad, uno no puede quedarse mirando de brazos cruzados mientras el mundo se derrumba. Nace la urgencia del actuar, aunque sea en base a no esperar obtener ningún resultado de los frutos de la acción.

Quedarse en casa viendo pasar la vida está bien, sirve para descansar y tener esa cierta e ilusoria sensación de seguridad. Pero el mundo gira, la vida pasa y la necesidad mundial requiere de manos voluntariosas que puedan hacer algo, aunque sea poco. Y también de recursos. Inevitablemente. Cuando el mundo termine, nuestro pequeño mundo, al menos marcharnos de aquí con esa sensación de haber cumplido con nuestra parte. Más allá de palabras bonitas, el mundo requiere de Acción, y pequeñas acciones de cada uno de nosotros.

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