Hacia una consciencia de paz empezando por la comida


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Desde la rue du Stand hasta el bulevar Georges-Favon hay apenas dos minutos. Como en Suiza se suele comer a las doce de la mañana, suelo ir al Mikado, un restaurante de sushi donde siempre compro una tarrina de arroz y otra de espinacas con sésamo. Es lo más vegetariano que puedo encontrar. La chica morena siempre le dice a la pelirroja en un español perfecto: “siempre te toca a ti”. Se refiere a que siempre es la pelirroja la que, con una amplia sonrisa, me atiende a la hora de pagar la comida. Compartimos varias palabras y saludos y salgo corriendo para acompañar el arroz y las espinacas con una sopa de miso. También me he aficionado a unas algas coreanas nori que se preparan a modo de aperitivo. Todo en un ambiente cordial, amoroso, sencillo, alegre.

Antes de venir a Ginebra me dieron los resultados de las analíticas que me había hecho y tras muchos años de dieta galletariana pensé que serían catastróficos. Pero el resultado fue que estaba todo correcto. Ni azúcar, ni ninguna carencia ni desequilibrio aparente. Llegué a la conclusión de que lo importante de la comida es que no exista violencia alguna en ella. No tan solo me refiero a la hora de que no exista un sacrificio de sangre, sino también, a la hora de recibirla en nuestros cuerpos. Si comes una galleta o un alga nori con una sonrisa y agradecimiento a la hora de recibirla en nuestros cuerpos, no debería hacernos ningún mal.

Eso también ocurre con las relaciones humanas. Necesariamente tendemos a desconfiar, a ser egoístas con el otro, a mirar con recelo todo lo que venga de uno y otro. Es difícil mantener una posición alegre y tranquila. Muchos vivimos aún en la depredación, en el miedo a ser agredidos. Viendo las noticias te das cuenta de que aún estamos en un mundo violento donde unos agreden al otro simplemente por creer o pensar diferente. La violencia no tan solo es física, también es psicológica.

Me pregunto qué pasaría si desde pequeños nos educaran a amar lo que comemos. Alguien debería inculcarnos agradecimiento y actos pacifistas a la hora de comer. Ayer, millones de pavos fueron sacrificados y consumidos por esa tradición extraña del día acción de gracias (Thanksgiving Day en inglés). La fiesta original seguramente era secular y tenía que ver con el fin de las cosechas, a modo de agradecimiento o fiesta que daba por concluida las actividades propias de la recolección. Realmente deberíamos recuperar el sentido original, al mismo tiempo que deberíamos inculcar ese agradecimiento de forma diaria. Habría que llevar a los niños desde muy pequeñitos a granjas escuelas para que supieran la procedencia real de las alitas de pollo o de los nuggets. Cosas tan inofensivas en apariencia pero que llevan consigo una gran carga de violencia congénita. El código abierto de la violencia nace en nuestros platos, en nuestros hábitos, en nuestra propia ignorancia consumista.

Nos preguntamos muchas veces con cierta incredulidad como es posible que aún existan terroristas, o guerras o violencias de todo tipo. No debería extrañarnos tanto cuando aún, en ciertos hábitos, nos parecemos más a los animales que a los seres humanos completos. Un homo animal se alimenta de sangre. Una persona consciente y responsable adquiere hábitos de consumo más responsable consigo mismo, pero sobre todo, sensibles ante el resto de seres sintientes.

En el Mikado podría haber escogido cualquier cosa para comer. Incluso podría haber incluido en mi diera cualquier otro tipo de alimento de procedencia animal. Pero al no hacerlo, de alguna forma estoy evitando un trozo, aunque sea mínimo, de terror. Algo menos de violencia se ha generado hoy en el mundo cuando en vez de comprar un producto compramos otro. Algo menos de terror asoma por cada país cuando empezamos a elegir las cosas desde una consciencia diferente. Una sonrisa a la pelirroja del Mikado y un poco de arroz es suficiente para seguir viviendo. Alegría y sencillez ante un mundo excesivamente complejo y extraño.

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