Hacia un mundo éticamente verde


Mi compra vegetariana

Si alguien busca real y seriamente vivir una buena vida, lo primero de lo cual tendría que abstenerse por siempre es de consumir carne, porque, sin mencionar toda la excitación de pasiones que provoca ese tipo de alimento, su consumo es simplemente inmoral, en la medida en que involucra la realización de un acto que va en contra de todo sentido moral: matar”. Tolstoi

El modelo fabril desde el que nacieron las ciudades intentó, mediante toneladas de cemento y asfalto,enterrar la tierra, la naturaleza y todo lo que tuviera que ver con nuestro origen más ancestral. Vivir en una ciudad, y lo estoy experimentando en estos días de tránsito por Barcelona, es vivir en un conglomerado de colmenas construido con materiales grises y oscuros. Alguna melancolía se oculta en esa costumbre de adornar las galerías y balcones con macetas que recuerdan que alguna vez, en ese lugar, había campo, naturaleza, bosques y ríos.

Las ciudades futuras ya no serán construidas alrededor de las fábricas. La experiencia humana habrá recordado la importancia de volver al respeto hacia aquello que nos creó, hacia aquello de lo que venimos, de lo que realmente somos. Ya no habrá diferencia entre naturaleza y nosotros, y por lo tanto, ya no habrá un mundo dual donde separemos ambas realidades, sino que nuestros esfuerzos redundarán en la integración de los mismos. Las ciudades futuras serán verdes, estarán llenas de jardines, de bosques, de ríos limpios y llenos de vida. Los edificios serán construidos siguiendo filosofías como la permacultura. Serán ciudades-campo, y no ciudades-fábrica como ahora. Las ciudades-dormitorio dejarán de existir para convertirse en ciudades-vivas, donde uno despierta, no duerme.

Esos cambios son muy lentos. Aún estamos saliendo de la revolución industrial y entrando en la revolución tecnológica. Pero aún nos queda empezar a soñar en la próxima revolución, que será la revolución experiencial. En esa cuarta revolución la tecnología ya habrá jugado un papel importante, acercando al ser humano hacia la necesidad de mejorar su experiencia con la vida, ya no centrada en la subsistencia propiamente dicha, como ocurrió en las anteriores revoluciones, sino centrada en vivir plenamente la vida desde un amplio consenso de bienestar, placer y convivencia ética con la naturaleza.

Experiencia y ética serán las claves de ese futuro. En mi propia tesis doctoral hablaba de Nueva Cultura Ética porque no podrá existir un nuevo mundo tecnológicamente desarrollado si no viene precedido de una profunda ética que lo acompañe. Esa ética, aunque aún tímida, ya la vamos encontrando en las pequeñas cosas del día a día. Especialmente en la alimentación. Estos días que ando solitario en mi particular retiro emocional siento pocas ganas de cocinar y recurro mucho a la llamada “comida basura”. Mi sorpresa, cuando voy al supermercado, es el poder ver productos cada vez más alejados del sacrificio animal. Salchichas vegetarianas, canelones vegetales, embutidos vegetales… La lista ya empieza a ser larga y la experiencia de poder encontrar esos productos en grandes superficies es un síntoma claro de que algo está cambiando en nuestros hábitos alimenticios.

Ese cambio, como digo, aún muy lento, es puramente necesario para que la nueva ética, cada vez más sensible con el sufrimiento animal y la destrucción a la que hemos sometido a la naturaleza, empiece a calar en nuestras consciencias. Empezar ese cambio consciencial desde un consumo de alimentos libres de sufrimiento hará que en el futuro nuestras ciudades empiecen a construirse así como pensamos y sentimos. Es decir, nuestras vidas empezarán a girar en torno a un nuevo modelo de desarrollo donde la austeridad de las cosas dará paso a la riqueza de las experiencias.

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