Filantropía. Retornar el elixir


 

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En estos días de autocuidado estoy empezando a darme algunos caprichos. Esta rosa es la primera que nace aquí en estos bosques. Fue un hermoso regalo que expresa la necesidad de seguir profundizando en la mística del corazón a partir de fortalecer todo aquello que soy

«En verdad, en verdad os digo, que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto». Evangelio de San Juan 12:24

La filantropía es muy compleja. A veces, incluso los más ricos sienten interiormente que les falta dinero para realizar aquello que les gustaría hacer. El ser humano no conoce límites y está siempre llamado a la necesidad infinita. El dinero siempre se va rápido, y no importa cuanto tengas. Hay personas que han llegado a tener cientos de millones de euros que perdían en un día debido a cualquier crisis. Hay personas que aún teniendo poco o mucho, sienten un deseo interior de compartir su riqueza con el otro. Muchas veces la cuestión primordial es saber a qué causa ayudar. Otra muy importante es la de no basar la ayuda únicamente en una caridad mal entendida, intentando lavar con ello nuestras consciencias.

Hay personas cuya filantropía se basa en apoyar causas concretas, como ese donativo mensual de un euro o diez euros o veinte euros a organizaciones que dedican su esfuerzo en causas diversas que pretenden, al final de todo, mejorar el mundo. En Estados Unidos hay uno 400 multimillonarios, de los cuales, al menos treinta se comprometieron hace unos años a donar el 50% de su fortuna a obras benéficas. Este dato puede ser significativo. Al menos, hay personas que, a pesar de haber tenido la fortuna de acumular mucho, también han tenido la visión de compartir lo recibido.

Hace unos años un amigo al que considero buena persona y excelente ser humano me reprochaba de alguna manera el que hubiera creado una fundación para intentar aportar un granito de arena en este mundo que requiere de cambios. El reproche era debido a que, según su visión, eso solo podían hacerlo aquellos que tienen recursos. Con el tiempo he pensado que no tenía del todo razón. Es verdad que, en mi caso, en estos últimos años, he dedicado el cien por cien de mis recursos a intentar sostener este proyecto. Eso ha sido un gran error por mi parte. En primer lugar, porque dejé de pensar en mí. En segundo lugar, porque al hacerlo, entre en bancarrota en un par de ocasiones. También en cierto que quizás nunca tuve el dinero suficiente para hacer lo que algunas personas con dinero pueden hacer, pero sí tuve la visión y el coraje de intentar hacerlo.

No solo los ricos pueden hacer filantropía, también los que, aún no teniendo nada, hacen de su mundo un mundo mejor expresado en una generosidad infinita plasmada en sus acciones, en su sonrisa, en su forma de ver y entender la vida. A veces no da el que más tiene, sino el que menos necesita. La economía del don, del dar, es algo que está más allá de lo que uno pueda llegar a tener. Es una actitud del alma, es una experiencia, diría, que espiritual, una espiritualidad a veces disfrazada de moral o ética, pero en su esencia, el dar es algo trascendente. Por eso los que dan expresan una felicidad interior profunda y sostienen una paz duradera.

Hay que tener coraje para dar, como decía, pero a veces ese coraje puede ser objeto de desconfianza o excesivas críticas. Eso lo he podido vivir en estos años y ahora estoy haciendo un sano ejercicio que intenta ordenar esas críticas para ver hasta qué punto pueden ayudarme a mejorar. Releyendo “El héroe de las mil caras” de Campbell, redescubro la hermosura de la imperfección del coraje, de aquel que lo intenta a pesar del fracaso o la derrota, una y otra vez. Para Campbell, un héroe no es un ser perfecto que siempre acierta en todo. Es alguien que se enfrenta a algo mayor que a sí mismo.

Si miramos nuestras vidas, realmente todos hemos sido héroes. Hemos sobrevivido a mil avatares, hemos conseguido algunos éxitos y hemos cosechado grandes derrotas y fracasos que nos han permitido almacenar lo que Campbell llama el elixir, es decir, el fruto de la experiencia y el conocimiento. La experiencia del abismo, el fracaso, la derrota, puede transformarnos, logrando una metamorfosis interior gracias a nuestro empeño. Y el buen héroe destaca por esa necesidad de restaurar el elixir, es decir, por devolver y compartir con los otros todos los logros conseguidos.

Este es el principio que debería movernos a todos. Tengamos más o menos recursos, tengamos más o menos experiencia, tengamos más o menos conocimiento, en algún momento de nuestras vidas deberíamos devolver aquello que hemos conseguido. Restaurar o retornar el elixir debería ser un principio ético de primera magnitud. Nuestras vidas terminarán en poco tiempo. Todo se apaga al final de los días. Pero podemos ir encendiendo pequeñas luces en el camino ayudando en todo lo que podamos. Nada de lo que tenemos podremos llevarlo al otro lado, excepto la satisfacción de haber ayudado, mejor o peor, a todos los que podamos. De alguna forma, al morir, tenemos la oportunidad de producir fruto abundante. Ese y no otro es el verdadero elixir de la existencia.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

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