El para siempre está hecho de muchos ahoras


© @ilonaheinrich60

«Amar significa amar lo desagradable. Perdonar significa perdonar lo imperdonable. Fe significa creer en lo increíble. Esperanza significa esperar cuando todo parece perdido” G. K. Chesterton

El «para siempre” está hecho de muchos “ahoras”, decía Emily Dickinson. Si se descuidan esos pequeños ahoras, el para siempre desaparece. Algo así sentimos ayer cuando los celos y la rabia de uno sumado al orgullo del otro vencieron de nuevo la batalla. Admito que tuve un mal día. El suicidio de aquel hombre, la incomprensión de cómo todo se estaba desarrollando en el plano emocional, la tensión por los grupos que venían y ahora otros retos difíciles de enumerar crearon un auténtico campo de minas. De nuevo incomprensiblemente todo explotó. El miedo y el cansancio vencieron al amor. Otra batalla perdida, otro momento de expansión desaprovechado.

Por la noche tuve un sueño extraño, una de esas pesadillas que nunca sabes si son reales o son producto de un momento agotador. En el sueño me sentía cansado, muy cansado. Había apagado el teléfono, pero algo me despertó a media noche de ese mismo sueño. Lo encendí y hacía diez minutos que había llegado el mensaje. Fui corriendo con la esperanza de abrazar un corazón roto, dolido, apagado. Pero el corazón quedó escondido debajo de un macetero. Lo cogí casi llorando. Había en todo ese lugar un olor inconfundible, un olor que deseaba abrazar con desesperación. Corrí hacia arriba con algún tipo de esperanza. Luego por todas las calles y luego por los pueblos de alrededor, incluso por todos esos universos que se desarrollan de forma paralela en todo sueño. Es desesperante ver como el miedo o el orgullo vencen al amor. Y en ese sueño, la derrota era inevitable.

No dormí en toda la noche hasta las cinco de la mañana pensando en ello. Luego a las siete ya estaba de pie. Tenía que acompañar a un grupo de treinta personas por la etapa del Camino de Santiago que va desde Triacastela a Samos y de ahí al Couso. El caminar me vino bien. A cada paso sentía el olor del sueño de la noche anterior. Casi me daba un parraque recordándolo. Deseaba tanto poder abrazar ese olor.

Esos malos sueños son producto del miedo. Quizás en la vida todo sería más  fácil si pudiéramos compartir nuestros miedos desde un lugar más calmo y amoroso, mirando siempre de frente al otro, viendo su rostro, su alma, su mirada. Las tecnologías nos han separado de todo eso: de los olores, de la mirada, del alma. Esas son las trampas del camino de nuestro tiempo. El miedo, el orgullo, los guardianes del umbral, nos ponen constantemente a prueba para comprobar si el amor es real o solo una ilusión pasajera, un capricho o un juego. Cuando no puedes hablar con el otro mirándole a los ojos, no puedes entablar un diálogo sano con su alma. Amor es relación, y la relación nunca puede estar mediada por un aparato o una lejanía. Eso nos desconecta completamente de la situación real, de las emociones del otro, del alma del otro.

En la caminata de esta mañana me daba cuentas de muchas cosas. El ser humano tiene una media de casi sesenta mil pensamientos diarios. Es para volverse loco. Si esos pensamientos vienen acompañados de miedos, de pasado, de experiencia, la multiplicación es exponencial. Si no tenemos un propósito claro, la deriva está garantizada. Por eso el zen insiste mucho en la concentración. El dominio de los pensamientos divergentes es fundamental para tener una vida sana. Al igual que el dominio sobre la ira, la rabia, el orgullo.

Cuando estamos cargados de los mismos, no damos espacio al amor. Dicen los expertos que nuestra vida está regida por cuatro emociones básicas: el miedo, la rabia, la alegría y la tristeza, y por algunas secundarias. La vida es excitación y perturbación y cada emoción nos predispone a llevar algún tipo de respuesta. Las respuestas viscerales nos alejan de nuestro yo, de nuestra consciencia, y nos hacen actuar ciegamente, a veces, incluso, dañando a terceros. Si esas respuestas no se realizan desde el contacto humano, nos convertimos en máquinas irracionales.

Cuando dañamos a terceros es difícil tener la empatía suficiente para pedir perdón, para sentir remordimiento o para sentir algún tipo de sincera respuesta. A veces, cuando dañamos a terceros, aunque nosotros creamos que nuestras actuaciones son justas, no tenemos en consideración ese daño, y muchas veces, arrastrados por el orgullo o la ira, nos negamos a reconocerlo, o al menos, cuidar y acompañar al que se ha sentido herido. Ocurre que a veces, el que se siente herido responde con cólera, ira o rabia. Y eso provoca en nosotros aún más rechazo y separación.

El para siempre está hecho de muchos ahoras. Esos pequeños ahoras están condicionados por cientos de experiencias y circunstancias a las que tenemos que estar preparados, en lo bueno y en lo malo. En lo bueno porque crecemos en alegría, y en lo malo porque crecemos en bondad y consciencia. Debemos valorar siempre cuantos ahoras buenos existen, y cuánta fuerza le damos a los malos ahora. A veces un mal ahora puede estropear el trabajo de semanas, de meses, de años. Un mal momento puede mandar todo a un pozo sin fondo.

Si huimos de las incomodidades de los muchos ahoras, nunca creceremos como personas. Cada relación que se precie está llena de crisis. Son esas crisis las que nos hacen crecer, tomar consciencia, conocer al otro. Y cuando entendemos esa máxima que dice en lo bueno y en lo malo, en los errores y en la virtud, es cuando se manifiesta realmente el amor.

Eso sentía esta mañana caminando, un amor infinito, una paz infinita, un estado de liberación por haber podido ser sincero y expresar rabia, error y orgullo, y luego tener la capacidad de verlo como algo equivocado, innecesario y doliente. Ojalá siempre el amor triunfe, a pesar de las dificultades, y los muchos ahoras sean cada vez más alegres y felices. Ojalá los pequeños e insensatos ahora dañinos no tengan nunca más fuerza que el deseo de abrazar y amar al otro. Tengo esperanza, aún sintiendo que ahora pudiera estar todo perdido. A pesar de todo, tengo paz, tengo amor, tengo centro.

Gracias de corazón por apoyar esta escritura…

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