La metamorfosis de la amnistía. El otro hecho diferencial


En el mediodía francés, en los antiguos dominios de la antigua Aquitania, había un idioma romance llamado la lengua de l’oc. En diversas hordas migratorias, el occitano, que así se llamó más tarde, se extendió en su deriva aquitanopirenaica hacia el sur, traspasando la barrera pirenaica y llegando a tierras del levante hispano. El motivo principal fue la defensa de la marca hispánica por el imperio carolingio, en aquel entonces (siglos IX y X) dominado por los condados carolingios, inclusive los condados que traspasaban las fronteras actuales del Pirineo.

El relato oficial siempre nos habla de un mito fundacional diferente, como si el Occitano y el Catalán fueran realidades diferenciadas. En algún momento de la historia, alguien determinó que el hecho diferencial era más importante que el hermanamiento de una misma lengua, o al menos de un mismo origen: el romance occitano en sus diferentes extensiones. Es evidente que los íberos fueron de alguna manera, sobre todo culturalmente hablando, desplazados por las hordas romanas, y estas a su vez por las hordas germánicas, los reinos francos o los propios musulmanes. Los territorios adquirían hechos diferenciales curiosos. En el territorio ahora conocido como Cataluña (castlá-chastelain-châtelain) convivieron los primeros pobladores de la protohistoria con los íberos y los celtas. Estos más tarde se mezclaron con los romanos y estos a su vez con los musulmanes y los francos.

Lo que ahora llamamos catalanes, no son más que el resultado de los primeros reyes francos occitanos, necesitados de pobladores francos para repoblar y sostener la marca hispánica, y las masivas huidas cátaras en las cruzadas albigenses que encontraron cierto refugio en esas tierras. Los hechos diferenciales de aquella época eran constituidos por minorías descendientes de los condados francos, los pueblos celtíberos y lo que quedó de las conquistas romanas y musulmanas.

Más allá del primer milenio, se fueron fraguando estados que abrigaron todo tipo de orígenes y descendencias hasta llegar a nuestro tiempo, donde vemos como la minoría catalana convive con la minoría castellana en un mismo territorio, con la particularidad de que una se quiere imponer a la otra en nombre de cierto hecho diferencial.

Es aquí cuando llegamos a la metamorfosis cultural que estamos viviendo en estos días, y al hecho diferencial que existe en estos momentos en un territorio dominado políticamente por una minoría étnica, la catalana, que domina a otra mayoría étnica, la castellana, sumida en una especie de complejo y de no entidad ni existencia. De alguna manera, la amnistía está reconociendo que esa minoría intentó imponer un criterio a la otra minoría acomplejada, aculturizada y desprovista de entidad propia, abriendo la puerta a que ese proceso que llaman de secesión siga su curso sí o sí. El problema de este proceso es ignorar los hechos históricos, pero también los hechos antropológicos de la realidad actual: un territorio, varias culturas. Un poco lo que ocurre en la entidad denominada España o en la denominada Europa. Territorios donde conviven muchas culturas con sus propias lenguas, hechos y costumbres que deben, sí o sí, convivir y reconocerse, aceptando sus particulares hechos diferenciales.

En una cosa de este análisis estamos de acuerdo, habría que preguntar al pueblo que ocupa el territorio de Cataluña (y esto incluye a las dos étnias mayoritarias), si están de acuerdo o no en convivir con el resto de pueblos de España. El problema de esto es que no podría hacerse hasta que cese la aculturación de los diferentes hechos diferenciales y hasta que no cese la imposición de unos sobre los otros, desalojando con ello los complejos de identidad y los análisis partidistas de que el territorio solo pertenece a una tribu-etnia-cultura (invasora y emigrada hace mil años) y no a la otra (invasora y emigrada desde hace quinientos años). Hasta que no exista esta libertad cultural no existirá, en último término, una posición madura para decidir una libertad política.

En estos momentos, las cuatro formas esenciales de aculturación: segregación, integración, asimilación y marginación, se están dando simultáneamente en Cataluña. Hasta que esto no sea superado, no habrá libertad ni para unos ni para otros. Y eso pasa por la aceptación irrenunciable de que en Cataluña conviven dos realidades bien diferenciadas, la cultura castellana y la cultura catalana, y de que ambos hechos diferenciales deben respetarse mutuamente en iguales condiciones, sin imposiciones de unas sobre otras.

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