El oculto Árbol de la Vida


 

“A la Naturaleza le gusta esconderse”, Heráclito

Quiso Dios advertir al humano sobre dos árboles. Uno, el más conocido, el árbol del conocimiento, el árbol del conocimiento sobre el bien y el mal. Es también llamado el árbol que lo contenía todo. El fruto prohibido fue comido por el ser humano y fue motivo de expulsión del paraíso para evitar que esa curiosidad incipiente hiciera que comieran también del otro árbol.

El otro, el árbol menos conocido, era el de la Vida, un árbol oculto en las profundidades del Edén que contenía la capacidad de la vida eterna. Este árbol aparece en muchas culturas con diferentes nombres, quizás uno de los más conocidos sea el de Yggdrasil de la tradición nórdica, o el Gaokerena persa, la acacia de Saosis o el Sicomoro egipcio, …

Todas estas palabras ocultas que la tradición nos ha compartido pretenden describir hechos simbólicos que desean desvelar verdades que están tras el velo de la ignorancia. A la naturaleza le gusta esconderse, que decía Heráclito. La elusividad cósmica, que decía nuestro Ignacio Darnaude. Resulta complejo describir toda la vastedad de la Vida y la Naturaleza. Muchos fueron quemados o juzgados por intentar compartir los nuevos conocimientos, las nuevas formas de pensar, de entender el mundo.

Los antiguos hablaban en parábolas para que el conocimiento oculto pudiera llegar a los demás sin ser juzgados. Uno no puede compartir todas sus creencias, sus anhelos o sus sueños sin ser tachado de loco, soñador o estrambótico. Personajes como Jesús fueron sacrificados por hablar abiertamente de un “reino de los cielos” que nadie podía ver. A pesar de ello, Wells nos dice que la doctrina del Reino de los Cielos, que fue la enseñanza principal de Jesús, es ciertamente una de las doctrinas más revolucionarias que alguna vez haya animado y transformado el pensamiento humano. A veces, a pesar del sacrificio oportuno, lo oculto emerge dolorosamente en la mente humana para transformar sus vidas.

Si bien ya comimos del árbol del conocimiento y eso trajo arrogancia, orgullo y vanidad, aún debemos comer del árbol de la vida, el cual nos devolverá a la humildad, el amor y las bienaventuranzas. No sabemos aún, ni siquiera podemos imaginarlo, cómo se originó realmente la vida, como se mantiene y a qué plan sirve, ese que algunos proclaman como el propósito que los maestros conocen y sirven.

La maestría, entendemos que se obtiene cuando superamos nuestra condición humana y la superamos de alguna manera, convirtiéndonos en eso que Nietzsche llamaba el superhombre, lo supra humano. Ese ser humano venidero es esa persona que ha alcanzado un estado de madurez espiritual y moral superior al que considera el de la persona común. Aquel que, de alguna manera humilde, silenciosa y sigilosa ha comido del árbol de la vida, el oculto árbol de la vida.

Hago esta reflexión porque cuando uno llega al hartazgo de la vanidad, el orgullo y la arrogancia (el mundo mentiroso de los antiguos místicos) desea desprenderse de esas capas oscuras y volver a la sencillez, a la humildad y al silencio. Cuando uno ya ha sido expulsado del paraíso por haber comido excesivamente del árbol del bien y del mal, solo desea volver a ese primogénito paraíso, a esa inocencia primordial, a esa candidez sencilla. Y eso solo ocurre cuando el ego muere de alguna manera para dejar paso al yo esencial, al súper Ego, al superhombre que tenemos dentro, y nos adentramos con sigilo a la senda del Árbol de la Vida.

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