La belleza lo cura todo


 

Hoy me llamaba el profesor y poeta desde su castillo italiano. Me invitaba a pasar allí unos días en la hermosa Toscana y decía algo profundo e inspirador: la belleza lo cura todo. Es evocador pensar que la belleza es tan importante en nuestras vidas, y todo lo que cuesta darnos cuenta de ello. La belleza no es fácil, a no ser que se dé de forma natural, como ocurre en la naturaleza o en la poesía. “Hazme semejante al álamo, que lo único que sabe es entonar la ardiente salmodia de tus estaciones”, dice el poeta y místico Gilles Baudry. Orar al pasear, bendecir cada instante, aunque el viento sople fuerte y el sol irradie temeroso.

El bajo continuo de la fuente escondida me recuerda aquellas canciones que habitaban en nuestra humilde ermita, allí en el septentrión, tan parecida a la primera Porciúncula construida por el “povellero” loco de Dios, y tan ataviada de deseos y sueños que fraguaron en algunos que pudieron permitirse el lujo de transitarla. Estos días de calor seguíamos trabajando en la huerta y de nuevo soñábamos con un nuevo tejado. El azar y no la codicia quiere que los tejados vuelvan para albergar belleza, cultura, sueño, poesía. Es siempre una obra inacabada, como la propia vida, como esa constructora de perfección, que requiere siempre de esfuerzo, de murmuro dentro de sí, de cincel y maza.

Las horas menores del cielo abierto transcurren inevitablemente. La fuerza es compleja y requiere paciencia, trabajo, esfuerzo. Rogamos para que descienda la inteligencia y así ayude a que el principio y la variable sabia, el logos, encarne aún más en la tierra yerma. De lo ínfimo e insignificante nace una grandeza oculta y extraña. Me escondo cuando el halago llega, y también cuando se marcha con tanta rapidez. Al final tanto tienes, tanto vales, obviando que las riquezas temporales de este mundo serán comidas por el tiempo. Por eso, aquellos cantos, aquellas alabanzas, perviven. Esa es la mayor riqueza, aquello que se llena de luz, aunque la luz sea atemporal y no refleje con exactitud nada que tenga que ver con sus reflejos. Los breves se van, la belleza permanece.

Una vida simple es un milagro. Por eso aquel pobre se empeñaba en reconstruir su iglesia, hiciera frío o calor. Solo deseaba cantar sus alabanzas a la naturaleza, que no es más que la contraseña para acceder a Dios. Por eso dicen que la naturaleza es misteriosa y entraña dentro de sí misma algo que solo los poetas y los místicos pueden desvelar. De ahí el verso de aquel: “hazme semejante al álamo”, porque no espera nada, pero revela el misterio de las estaciones que nacen del Dios mismo.

Así que, ya cansado de editar libros que nadie leerá, cogeré mi hacha y me iré a hacer leña, que aunque llega el verano, hay que preparar el invierno. Luego iré a la huerta, que ya reclama simiente. Y si me quedan fuerzas, ahora que ya es tarde y pude poner en orden todas las tareas empresariales, marcharé también a los tejados, a ver si sigo el ejemplo del pequeño de Asís, y sigo curándolo todo rodeado de belleza. Sin malas costumbres ni vicios, viviré la vida sanamente, sin hacer daño, construyendo belleza y cobijo, para que así el alma se expanda y pueda ser compartida en la secreta cámara de en medio. Y así, nacióle un sol al mundo, que diría Dante.

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