Volver a empezar en el mundo del emprendimiento


 

«Tan solo hay tres grupos de personas: los que hacen que las cosas pasen, los que miran las cosas que pasan y los que preguntan qué pasó». Nicholas Murray Butler.

Empezar un emprendimiento desde cero es complejo y está lleno de dificultades. Nuestro país no destaca precisamente por facilitar el autoempleo, el emprendimiento o la vida autónoma. Tampoco se fomenta ese tipo de inquietudes, capando toda iniciativa. La burocracia es asfixiante, los impuestos excesivos y los protocolos para emprender pueden resultar un laberinto imposible. Y luego, la parte más difícil, el sostenimiento de lo creado, el poder tener un mínimo sueldo, unas ganancias, y que la cosa vaya bien. Las estadísticas dicen que diez de cada cien empresas sobreviven a los primeros cinco años. Es decir, el noventa por ciento de las empresas fracasan en los primeros años de vida.

Nuestra pequeña empresa editorial está dentro de ese diez por ciento, ya que llevamos dieciocho años en el sector cultural. Es cierto que ha sobrevivido, y utilizo expresamente esta palabra, pero también es cierto que no ha pasado a la fase de expansión que debería. Superadas las primeras etapas de inestabilidad y obstáculos propios de cualquier iniciativa, nos falta llegar la fase de poder crecer más allá de lo que ya hemos hecho. Ser amanuense en los tiempos que corren es complejo.

La ventaja de trabajar en algo que te gusta es que asumes el riesgo de la pérdida, y siempre nacen cientos de triquiñuelas para seguir adelante. Reinventarse una y otra vez y hacerlo mejor cada día, aprendiendo del oficio todo lo que se puede, resuelve ciertas angustias que, de no tener un poco de sangre fría, serían insuperables.

La incertidumbre de tener un negocio y no un sueldo fijo siempre viene de la mano de los vientos circunstanciales y caprichosos. Hay meses que se vende mucho y otros que no se vende nada. Los gastos fijos siempre están, y los requerimientos y obligaciones estatales también.

Mi primer emprendimiento fue en la universidad, donde creamos una revista, la Revista del Estudiante, la llamábamos. La revista era gratuita, pero conseguíamos publicidad que nos permitía seguir imprimiendo y sacar algo de dinero para los estudios. Recuerdo que con las primeras ganancias compramos una grapadora especial para poder coser con ella nuestros ejemplares. Aquella revista fue muy inspiradora porque a raíz de nuestra iniciativa, nacieron otros fanzines que pretendían competir con nosotros.

Ahora los tiempos están cambiando vertiginosamente y como siempre, en enero, que es mes de pocas ventas y ningún margen de beneficio, tenemos algo de más tiempo para reflexionar sobre cómo encauzar el crecimiento orgánico de nuestra editorial sin caer en la fácil tentación del crédito o el endeudamiento, recurso que la mayoría de las empresas utiliza para sobrevivir o sostenerse en momentos críticos.

Pensamos en lo que nos dijo un amigo hace unas semanas. Las velas es un objeto cuya utilidad supondría el que hubieran desaparecido hace tiempo con el invento de la electricidad. Sin embargo, ahí están, sobreviviendo, reinventándose con mil colores y aromas. Decía que con los libros pasaría lo mismo. Serían objetos de culto, como lo son ahora las velas, y que con el tiempo deberían reinventarse de la misma manera.

Le damos muchas vueltas a esa idea, y habrá que ahorrar para invertir en el futuro en esos libros de culto que deberán añadir un extra a las ediciones que hagamos. Seguiremos siendo los escribas del siglo XXI, trabajando silenciosamente para que el espíritu de los tiempos sobreviva a sus propias vicisitudes.

El reto ahora es tener almacén y oficina para la editorial después del traslado realizado. Ya tenemos los planos y esperemos que este año podamos ponernos manos a la obra. Cuando tengamos esa base organizada, esperemos que lo demás venga por añadidura.

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