La agitada vida de volver a la ciudad


 

Volver a la vida cotidiana supone un esfuerzo aparente por mostrarse amable, acudir a las llamadas que se propongan y estar a la altura de todo cuanto ocurra a nuestro alrededor. No recordaba la exigencia que suponía vivir cerca de la gran ciudad, y todos aquellos acontecimientos y eventos que pueden surgir a cada instante. En el fondo no me quejo, porque después de diez años encerrado en una cabaña sin apenas ningún tipo de actividad más allá de las organizadas desde nuestra fundación y nuestro proyecto, el estar en esta situación inversa supone un gran reto y de paso, un gran cambio de aires lleno de estímulos y promesas.

Esta semana está plagada de acontecimientos. Me ha recordado a mis tiempos de embajador consorte, donde cada día y a veces a cada instante, había algún tipo de sarao que atender, alguna reunión, algún evento, fiesta, compromiso, coloquio, conferencia que dar o recibir, presentación, cena, comida, desayuno, meriendas. Un sinfín de cosas que la gran ciudad ofrece para aquellos avispados que la quieran disfrutar. También a mis tiempos de editor paracaidista donde todo valía con tal de vender más y más.

Mi semana empezó el domingo viendo a viejos amigos que de alguna manera empezaron el proyecto gallego. Fue muy emotivo y surgía de nuevo la idea de recolectar toda ese ingente potencial humano que participó del mismo para crear algo nuevo. Me emocioné con la idea y pensaba que el humilde proyecto que ahora pretendemos crear realmente se quedaría pequeño si quisiéramos albergar toda la magnitud que llegamos a crear en el norte. Estuve estos días mirando y pensando cómo hacerlo, y hoy saltó la alarma de una gran finca que venden justo por aquí cerca por el módico precio de dos millones de euros. Enseguida se me fue la imaginación con la posibilidad de poder adquirirla y continuar con el proyecto de la Escuela Internacional de Dones y Talentos, la cual quedó a medias, y también con el proyecto de la Escuela de Meditación, Estudio y Servicio, la cual empezó, pero nunca se desarrolló en toda su magnitud. El alma, o la cabra, como dice el refranero popular, siempre tira al monte. Y como el soñar es gratis, ahí quedó el sueño, sin saber de qué manera podría movilizar de nuevo a medio mundo para lograr, ahora sí, terminar lo empezado.

Después de haber engordado casi veinte kilos en estos últimos meses, ayer empecé mi primera clase de yoga después de mucho tiempo sin saludos al sol, sin yama ni niyama, sin todo aquello que resulta ser la base de cualquier yogui vestido de modernidad. Después de casi diez años viviendo una vida plenamente yóguica, con nuestro raja yoga, nuestro bhakti yoga, nuestro hatha yoga, nuestro jñāna y nuestro karma yoga acompañado de tanta y tanta renuncia, la sesión de ayer se me quedó muy pequeña. Me sentí completamente alejado de todo aquello que me impulsó durante años, y me agarré como una tabla de náufrago a esa especie de imitación epidérmica que pretendía en menos de una hora, condensar todo aquello por lo que habíamos trabajado. Fue una sensación horrible el enfrentarme a mi cuerpo amorfo, a mi mente atrofiada y mi ser alejado de casi todo. Sin embargo, suspiré profundamente, me agarré a esa tabla y sentí el anhelo profundo. No se puede, sin pagar un precio a veces excesivamente caro, abandonar el camino del corazón. Las crisis del alma en el camino del tejedor siempre son inevitables.

Hoy me levanté con la buena noticia de que me empezaban a dar actividad en el mundo político. Otro mundo que también añoraba y que durante diez años abandoné. Después de mi intenso activismo pasado, volvía de nuevo a la palestra. El encargo de momento era fácil, ser el representante político de una institución educativa en el barrio de Embajadores. Es una forma de empezar, de meter la patita en una actividad que debería ser sacra y santa y que se ha convertido en prosaica y maliciosa. El secretario de organización me llamó para darme la buena nueva mientras conducía a la feria de Genera, donde quería impregnarme de los avances en tecnologías ecológicas y alternativas. Disfruté muy poco tiempo, viendo a las grandes empresas chinas y turcas intentando competir con pequeñas empresas españolas, pero suficiente para darme cuenta de todo lo que había cambiado el panorama de las energías renovables. Increíble, que diría aquel.

Había quedado a comer con un viejo amigo, un empresario por la mañana y profesor de yoga por la tarde. Quedamos en el que hasta hace muy poco había sido su gran hotel, y desde allí recordamos viejos tiempos. Qué sincronía más integrativa y apropiada. Hablamos de yoga, de lo profano y lo sagrado entre risas y anécdotas, del mundo de la empresa y del mundo del espíritu, como si de alguna manera, en ese extraño camino del medio, todo se pudiera conjugar armoniosamente. Esa moda de consagrar lo profano, o de hacer milagrosa la vida cotidiana. El sagrado cotidiano, que le llaman. Es bella la amistad cuando no pide ni exige nada, sino que se limita a compartir, aunque sea esa frase tan elocuente que termina siempre diciendo: “cómo pasa el tiempo”. Qué buena señal cuando el tiempo pasa y la amistad resiste a todos sus avatares. Qué afortunados los que pueden decir eso.

Y así, hasta el próximo domingo, la agenda llena de compromisos y eventos. Reuniones en cámara de en medio, la invitación de una fundación para no sé sabe qué, el encuentro mañana con Freeman, otro con Emilio Carrillo y cerrando la semana con la celebración de Imbolc que realizará la GFU en un bello asrham que frecuentaba en mis tiempos más mozos. Así es la vida en la ciudad, llena de estímulos, llena de recuerdos, pero también, fuente de inspiración para adentrarnos en los anhelos más profundos de nuestra alma, aunque sea desde la vida cotidiana y su sagrado estímulo.

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