El búho de Minerva solo levanta el vuelo en el crepúsculo


Cuando la filosofía pinta el claroscuro, ya un aspecto de la vida ha envejecido y en la penumbra no se le puede rejuvenecer, sino solo reconocer: el búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo. Hegel

Entre hollar el Sendero y convertirse en el Sendero mismo, como decían los antiguos místicos, hay un trabajo duro y persistente que se atenúa en el plano de la mente, cuando desde allí, se crea visión y magnetismo. En algún momento de ese hollar, lo material es redimido de alguna manera y la fuerza del fuego de la voluntad creadora puede ser enfocada hacia cualquier parte. En ese punto, todo lo que ES se halla siempre presente, teniendo visión amplia, y no estrecha, sobre los asuntos del mundo y por ende, sus misterios.

De alguna manera, el ser humano está en un punto de evolución en el que, al igual que ocurrió en su día con la inteligencia lógica, se está manifestando la consciencia, mucho más poderosa y amplia que la simple inteligencia. La consciencia nos conecta con la intuición, muy relacionada con eso extraño llamado fe, o, dicho de otra manera, la sustancia de las cosas que no se ven.

Hegel, en su filosofía del derecho, escribió que “el búho de Minerva solo levanta el vuelo en el crepúsculo”. En el albor de nuestros días la fe y la sabiduría se cogen de la mano. El búho abraza la noche templada y busca la visión de las cosas. Acompaña a Minerva y se adentra en la oscuridad para iluminar el camino del alma, de la consciencia naciente. Es la recolección del néctar. El momento del balance y por añadidura, del compartir generoso con aquellos que empiezan.

El Universo es amplio. Nuestra mirada estrecha. Hay un lenguaje universal, más allá del lenguaje limitado ordinario, desde el que se puede interpretar los mensajes que a diario recibimos desde las entrañas del cosmos. Los profetas y los mesías antiguos captaban, gracias a su incipiente consciencia e intuición, algunos retazos de ese lenguaje. Lo interpretaban como podían, imaginaban mundos lejanos que llamaban “cielo”, y desdibujaban a los dioses, fuerzas y cúmulos estelares, como seres creados a nuestra imagen y semejanza. Qué disgusto el día que descubramos que en el infinito universo las formas ordinarias son completamente alejadas de nuestras concepciones limitadas.

La vida, o al menos la vida consciente, no deja de ser un campo de entrenamiento y aprendizaje, de experiencia profunda para aquellos que albergan la fe y la esperanza de un camino que puede y debe transitarse más allá de nuestras limitaciones físicas y mentales. Existen lugares y puntos magnéticos donde ese aprendizaje y entrenamiento se aceleran. Eso conlleva un compromiso y una responsabilidad que a veces nos aleja de nuestra propia fe, de nuestra propia esperanza. A veces dejamos de ser el sendero, y a veces, incluso, dejamos de hollarlo. Las noches oscuras del alma son un caldo de cultivo hermoso para que el búho de Minerva alce el vuelo y nos lleve a cuotas mayores de expresión. No hay crisis que no termine por elevar nuestra mirada. No hay verdadero sufrimiento que no termine por depurar lo imprescindible y necesario. No hay noche que no albergue el búho de la sabiduría y nos lleve hasta ese lugar donde se sella la puerta del mal. Y en esa aventajada experiencia, resurgimos y volamos aún más alto.

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