Ahora es el momento de saber que todo lo que haces es sagrado


Estamos en un tiempo de espiritualidad aparentemente epidérmica. Lo sagrado se mezcla con lo profano, y también viceversa. Las cofradías y hermandades se llenan de lágrimas ante la lluvia y el mal tiempo, que, paradójicamente, es tiempo bendito para el campo y los embalses. Nunca llueve a gusto de todos. Lo cierto es que, si nunca has vivido una Semana Santa, no puedes entender la emoción que se siente al paso de un sereno o una imagen. Los símbolos están ahí, y su interpretación, al son de la música, solo puede ser descifrado desde una mirada mayor. Que eso sea más o menos espiritual, ya dependerá de la concepción que cada cual tenga de esa fenomenología.

Lo cierto es que Hafiz tenía razón cuando decía eso de que ahora es el momento de saber que todo lo que haces es sagrado. Es solo cuestión de ensanchar la mirada, la visión de las cosas. Espiritualizar la vida cotidiana es sacralizar todo lo que hacemos. Y ahí también entran las procesiones, las fraternidades, las cofradías, los rituales, los cantos, la música, los pasos, o todo aquello que, ya sea bajo el prisma de una reliquia o una imagen, intente evocar un mensaje perdido en el tiempo.

Han pasado más de dos mil años desde que se evocó poéticamente ese mensaje de amaros los unos a los otros, o ese otro que decía que el reino de Dios está entre nosotros. En todo ese tiempo ha pervivido, camuflado entre advocaciones marianas y crísticas de todo tipo, tradiciones vinculadas a las épocas de la tierra, al triunfo de la luz sobre la oscuridad, a los ciclos de la naturaleza, donde cada estación tiene un poder significativo importante.

Las tradiciones paganas fueron absorbidas por las tradiciones de la religión popular. Hubo, en algún momento de la historia, una absorción de lo popular en lo religioso, de lo arcaico y misterioso a lo nuevo sagrado. Y ese nuevo sagrado cotidiano es ejemplarizado con mayor beatitud en momentos paganamente señalados como la primavera (Semana Santa, como símbolo de muerte y resurrección), el verano (San Juan, como celebración de la cosecha), el otoño (Todos los Santos, como el Samhainn o final de un gran ciclo) o el invierno (Nacimiento del Cristo, de la luz sobre la oscuridad).

Los rosacruces o la masonería, que serían la rama esotérica del cristianismo, han recuperado esa mezcla entre fuentes paganas y fuentes religiosas, creando un cóctel ritual ecléctico entre unas y otras que intentan disimular o camuflar tradiciones arcaicas de la sabiduría perenne. Lo mismo que hicieron lo sufíes, rama esotérica del islam, o los cabalistas, rama esotérica del judaísmo.

Las ramas exotéricas lo expresan de diferente forma. Como las celebraciones de la Semana Santa, verdades vedadas para los que aún no atravesaron la gnosis, el velo de Isis, pero necesarias para los que se quieren aproximar de alguna manera al misterio, a los pasajes espirituales de la vida, a las condiciones mediadoras entre el cielo y la tierra o a los primeros acercamientos con respecto a las verdades teológicas abstractas.

La mirada ancha, amplia, vasta, nos acerca a ese sagrado cotidiano, también inmerso en las tradiciones, la cultura y la religión. Todo puede hacernos cuestionar la Vida, su Misterio, el culto a las Verdades.

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