Si yo fuera a morir mañana


 

Esta mañana paseando al lado de casa, después del desayuno.

 

Hace mucho tiempo, desde una lejana galaxia inexplorada, alguien a quien aprecio infinitamente me escribió una hermosa epístola con un titular que decía: “si yo fuera a morir mañana”. A priori, parecía una carta de despedida, como si ese ser al que hacía mucho tiempo que no veía, quisiera decir adiós. Su trabajo con la muerte, ayudando a personas a transitar al otro lado, le había puesto en contacto con esa realidad, con esa cercanía hacia nuestra limitada existencia. Esa fragilidad que desprendían sus palabras, ese amor hacia la cercanía de las cosas, hacia lo esencial de cada momento, despertaron en mí una claridad inusual.

La vida y la muerte, ambas tan cerca la una de la otra, desprendían un perfume hermoso, una necesaria y urgente presencia. Digamos que requería una reconexión con todo ese mundo energético, etérico, intangible, que nos rodea, que nos penetra. Un mundo hilozoísta y animado al que pertenecemos sin ni siquiera darnos cuenta. Un mundo angélico y protector que muchas veces despreciamos por no poder ver, ni entender.

Todos somos hermosos a nuestra manera, y todos desprendemos en algún momento una pequeña irradiación, un pequeño punto de luz. Algo brillante que puede llamar la atención de los otros. Por eso hoy pensaba sobre ese título y, en un lugar apartado y tranquilo, reflexionaba sobre ello.

Si yo fuera a morir mañana, disfrutaría de esta nueva concepción, aún guardando en el pequeño y secreto rincón de la esperanza, un último aliento, un último viento antes de abrir la caja. Como un pequeño corazón abierto y latente, si yo fuera a morir mañana, me quedaría sentado un rato más frente a ese paisaje mañanero, como el que disfrutábamos esta mañana después del desayuno, mirando al infinito, a la naturaleza salvaje, a ese pequeño grupo que practicaba yoga y su respectivo saludo al sol allá en la hierba primaveral. Si yo fuera a morir mañana me hubiera recreado un poco más en esa imagen, cogiéndola de la mano, mirándola a los ojos cómplices, disfrutando de ese encogido momento de emoción ante la nueva nueva.

Si yo fuera a morir mañana, quizás me hubiera quedado un ratito más charlando sobre la vida, echando una partida de dominó simbólico, chismorreando sobre unos y otros, disfrutando de esas paredes de madera vieja, testiga ciega de tantas y tantas vidas. Hubiera también alargado el paseo de ayer y ese momento en la iglesia, considerando que el misterio también requiere de atención y observación. Hubiera disfrutado más del abrazo amigo, recorriendo entre la memoria los viejos tiempos entre cabañas y bosques.

Si yo fuera a morir mañana intentaría alargar el tiempo que me queda, que nunca sabemos cuánto es. Y ayudaría más a esos que piden en la calle, aunque fuera con una cómplice sonrisa acompañada de ese metal sobrante para nosotros y milagroso para ellos. Retornaría a la inocencia del amor, del amor extenso hacia todas las criaturas, salvando y salvándome a mí mismo del tedio y la pereza. Me ayudaría y ayudaría a todo el que se prestara, para ser entre ellos y entre nosotros mejores personas.

Si yo fuera a morir mañana, estaría más atento a las señales del Camino, a los amigos que vienen y se van, a los seres que en secreto amas irremediablemente, inclusive a esos que trastean en el jardín haciendo de las suyas todas las mañanas. Los miraría con más compasión y menos enfado, a sabiendas de que lo único que desean es llamar la atención de aquellos a los que aman.

Si yo fuera a morir mañana, suspiraría agradecido por todo lo que la vida me da y me quita, por todo ese mundo que se nos presenta todos los días, aunque ante nuestros ojos sea limitado y sesgado. Diría gracias a cada instante, y daría gracias a cada momento, a sabiendas de que cada segundo de vida que pasa, podría ser el último. Vale la pena pensar que esas semillas que sembramos germinarán algún día, en ellos, en nosotros, en todo.

Deja un comentario