Presentación del libro de Vicente Merlo: “Ensayo para una comprensión integral de la Bhagavad Gita”


«Quien por medio del conocimiento espiritual logra la sabiduría y desecha la duda, está libre de los lazos de la acción.» Bhagavad Gita

Preparar algunas monedas para el cambio, mirar que el datafono funcione perfectamente y esté correctamente vinculado, coger algunos marcapáginas de cortesía, preparar la mochila, mirar que el coche tenga carga suficiente para llegar a Madrid, imprimir la página de información, planchar alguna camisa y pantalón y, recordar de paso, la frase del Bhagavad Gita: «Líbrate de la ansiedad por las cosas de este mundo; no te dejes gobernar por las ilusiones de este mundo perecedero».

Preparar el desayuno, dar algo de comer a los cuatro perros, pasar la aspiradora, regar las plantas del jardín y ver si la huerta está fresca para que de fruto, poner una lavadora, recoger los platos y poner un lavavajillas, ir a Correos a llevar algunos paquetes (hoy compraron un libro de Alice Bailey, el “Séptimo Rayo”, destino a Elche) mientras recuerdo de paso otra frase: «Quienes renuncien al posible fruto de la recta acción están en camino de dominar el karma.»

Entre esas cosas, tuve tiempo de hacer algunas facturas, pagar otras, contestar requerimientos, leer algún mail atrasado, responder algún whatsapp, atender llamadas, echar un vistazo a las redes, ver la facturación, corregir una maqueta, comprobar que una portada está totalmente lista, realizar un módulo del curso sobre edición de libros y recordar la frase: «Quien permite que su mente se apegue a los objetos de sensación queda de tal modo envuelto en ellos que terminan por esclavizarlo.»

El Tao nos advertía que no podíamos imbuirnos en las diez mil cosas sin con ello pagar el precio de estar distraídos de la Vida, sin observarla, sin conocerla, sin abrazarla. Pero hoy no hablaremos del Tao.

A las siete, en la sala Orión del Ecocentro de Madrid (calle Esquilache, 6), nuestro querido Vicente Merlo, un gran conocedor de todo aquello que se teje en Oriente, nos hablará de su libro editado en nuestra casa Nous: “Ensayo para una comprensión integral de la Bhagavad Gita”. Lo acompañarán a la cita personas igual de interesantes como Raquel Ferrández, Rafa Millán y Juan Ramón Blanco.

También estaré yo, que aunque ahora soy invisible y a nadie le importa lo que haga o lo que diga (qué gran bendición), tengo que seguir aportando cualquier granito. Así que si hace tiempo que no nos vemos y quieres ver cómo me ha tratado la vida mantequillera con su purito reve, estaré encantado de saludarte y compartir un ratito de amistad y libros. Si por el contrario no puedes venir por eso de ser viernes y tener otros planes, no dejes de apoyar la causa del pensamiento libre adquiriendo el libro en este enlace, mientras recuerdas la frase: «Logra la paz aquel cuyo corazón es como el océano en cuyo lecho desaguan todos los ríos sin desbordarlo.»

 

Ensayo para una comprensión integral de la Bhagavad Gîtâ

Entre matar al toro y comer su carne


«Primero fue necesario civilizar al hombre en relación con el hombre. Ahora es necesario civilizar al hombre en relación con la naturaleza y los animales, … en las relaciones entre el hombre y los animales, las flores, y todos los objetos de la creación, hay una gran ética. Una ética, apenas percibida como tal, que a la larga saldrá a la luz, y será el complemento de la ética humana». Victor Hugo

Decía alguien en las redes de forma muy graciosa que cuando Roma quitó el Premio Nacional de echar Cristianos a los Leones, hubo resistencias. No quiero ni imaginar lo que tuvo que suponer ese cambio paradigmático, cultural, social y político en la Roma de aquel tiempo. El edicto de Milán en el 313 y algunos otros más tuvieron la culpa de aquel cambio de paradigma, en el cual se normalizó la relación con los cristianos, tratándolos de criaturas con derechos igual que cualquier otra. En aquel tiempo, por fin los cristianos dejarían de ser comidos por los leones. Fue un primer paso para civilizar al ser humano con respecto a otros seres humanos. Un paso aún no completo, visto las guerras de nuestros días.

Pero la ética humana no debe estancarse meramente en lo humano. Lo siento, pero ver matar a un toro no tiene ninguna gracia, no es civilizado, ni humano, ni ético. Por suerte los tiempos están cambiando y  ahora el tratar de no matar a un toro parece que tiende a normalizarse. Entiendo que esto es un primer paso para comprender que los seres vivos son seres sintientes, y como tales, deben ser respetados, cuidados y protegidos. Es algo simbólico que cualquier día de estos, la humanidad empiece a entender esta relación primordial con los animales y prohíba las corridas de toros. O al menos, las corridas que tengan como finalidad la muerte del animal. Porque digo yo que pasar la capota podría mantenerse como fiesta si ello no contribuyera al maltrato y la aniquilación.

Pero la cuestión es más profunda que la de no matar a un toro. Porque si aceptamos que la fiesta nacional es una barbarie propia de otros tiempos, también lo es lo que hay detrás de otras especies como las gallinas, los cerdos, las vacas, los conejos, los pescados, etc. Si matar a un toro es cruel, también lo es comer su carne. Llenarnos la boca y el estómago de sangre es igual de cruel con un toro que con un pollito recién nacido, aunque nos entusiasmen tanto las alitas de pollo rebozadas con harina o el jamón serrano aderezado con sal.

Sería hipócrita admitir la crueldad para unos y no para otros, siendo la crueldad del toro quizás la menos cruel, por eso de que al menos el toro puede defenderse e incluso, salir airoso si es capaz de destripar a su adversario el torero. Resulta más cruel normalizar lugares como los mataderos, las carnicerías o las pescaderías, que hasta el nombre duele si lo miramos con un poco de mayor objetividad y sensibilidad.

La crueldad humana con los animales no tiene límites, pero también es cierto que, una vez atravesados esos límites de ferocidad, saña y bestialidad, nace un movimiento adverso y reaccionario que aboga por un mundo menos cruel y más ético con la naturaleza. Los animalistas, vegetarianos y pacifistas imponen una moral más profunda, y advierten de la necesidad de cambiar nuestros hábitos por otros, que, además, han demostrado ser más saludables.

Quizás nuestras sociedades estén próximas y preparadas para ese cambio de paradigma, al igual que en su día se decidió por edicto dejar de matar cristianos. Tal vez pronto dejemos de matar a los toros en la plaza, y de paso, en los mataderos al resto de animales. Y quizás algún día veamos eso como algo aberrante, del mismo modo que ahora nos sería aberrante ver a un cristiano rodeado de leones, destripado en medio de un circo o una plaza por el simple gusto del espectáculo.

Que no se ofendan los vendidos


Es cierto que entre los mundos ideales que describía Platón, el mundo de las ideas, y el campo concreto de las batallas radicales, que diría Marx, hay siempre un recorrido largo, histórico y a veces, penoso. En el primer mundo no tenemos muchos motivos de queja si comparamos nuestros privilegios con los de otros países. Aquí puedes caminar por la calle con cierta seguridad, tenemos educación y sanidad universal e incluso, si eres un trabajador esmerado, puedes acceder a ciertos privilegios como tener un automóvil, una vivienda y algo de tiempo para ocio, deporte o vacaciones.

Nos ha costado muchas luchas históricas el poder llegar a estos privilegios que las nuevas generaciones dan por sentados, y que cierta maraña social, a veces empeñada en pensar que lo privado es más valioso que lo público, intenta desmoronar. Lo decimos porque de alguna manera existe un desmantelamiento silencioso y encubierto de lo público, de aquello que tanto nos ha costado conseguir y que ahora resulta producto de queja y malestar. Es como si el carácter público, la universalidad y la gratuidad del sistema ya no tuvieran importancia, o no tuviera valor. Como si de alguna manera quisiéramos imitar sistemas como el norteamericano, el cual deja tan desprotegido al ciudadano medio, como si ese fuera nuestro modelo a seguir.

Que no se ofendan los vendidos, pero escribo temprano desde un hospital y observo, por un lado, lo maravilloso de poder disfrutar de una sanidad pública, y por otro, de todo lo que aún queda por hacer para que esta sanidad sea de calidad, tanto en personal, siempre insuficiente, como en instalaciones, para que el enfermo o el paciente se sienta bien, como en casa, en un entorno que desprenda protección y seguridad, y no dejadez y abandono, como a veces ocurre en muchos hospitales públicos. La sanidad de calidad y universal es una obligación, no una opción, nos dicen los progresistas. Pero no debería ser algo que se tuviera que decir desde cierta progresía, sino que debería ser algo que estuviera integrado en toda la genética social y cultural de todos los pueblos, porque sin sanidad, sin salud, los países y estados no progresan.

Algunos intelectuales nos advierten sobre la tragedia de los bienes comunes, esa en la que algunos individuos tienen esa extraña necesidad de sacar ventajas y beneficios particulares en perjuicio del bienestar general. En términos prácticos, hay políticas que incrementan la transferencia de recursos públicos al sector privado mientras no se dota de recursos a la salud pública. Eso ocurre cuando algunos piensan que lo público puede ser una vía para beneficiar a unos pocos, y no al conjunto de la ciudadanía.

Que no se ofendan los vendidos, pero si no cuidamos de lo nuestro, de lo de todos, alguien meterá la mano donde no debe, se enriquecerá y nos arruinará a todos. No ahora ni mañana, sino sutilmente, sin casi darnos cuenta. Así que a disfrutar de lo votado, pero pensemos cuando volvamos a hacerlo, en aquellos que se esfuerzan por defender lo de todos, y no tan solo el privilegio de unos pocos.

 

Desintermediación


 

Se estudia en las escuelas del libro la cada vez menos necesidad de la figura del editor como intermediario entre el autor y el lector. A este fenómeno se le llama «desintermediación», algo que no solo ocurre en el mundo de los libros, sino que anteriormente también ocurrió en otros ámbitos de la sociedad como en la religión con el secularismo, movimiento que introdujo una espiritualidad privada y sin intermediarios, alejada de las instituciones religiosas. En un futuro quizás no muy lejano ocurrirá lo mismo con la política y con la economía. Cada vez necesitaremos menos emisarios, intérpretes o intermediarios entre los unos y los otros. En el espacio que antes ocupaba la familia extensa, ahora se están creando nuevos modelos de familia donde la intervención del hombre o lo masculino ha dejado de ser imprescindible, excepto para congelar su esperma.

La emancipación del individuo frente a las estructuras es algo cada vez más visible. Las estructuras e instituciones tradicionales van desapareciendo. Los individuos se emancipan de ideas e ideologías preconcebidas o impuestas, y buscan su propia verdad, su propio camino, su propio sendero. Noam Chomsky aboga por alejarnos de aquellas doctrinas que intentan domesticarnos, y fija ideas que mantengan un pensamiento libre y crítico, independiente y a la vez menos deshumanizado y más justo.

Es cierto que la obediencia ciega tiene sus privilegios. Uno de ellos es el no cuestionarte nada con respecto a la vida. A nivel personal, eso puede aliviarnos de ciertos males e interrogantes incómodos. A nivel colectivo, participamos de la domesticación y el alineamiento de lo que pueda ser aparentemente bueno para todos, aunque en último término, termine solo siendo bueno para unos pocos. Partir de que somos capaces de emanciparnos es emprender una vía compleja y sin resultado fácil. Sin la obediencia ni a quien obedecer, podemos vivir una vida incómoda y solitaria.

Como en la política, la disidencia siempre termina en exilio y clandestinidad. Si nos sublevamos ante un régimen cualquiera ( o un campo, como diría Bourdieu), terminaremos siendo invisibles, emigrantes o despreciados. El lujo de ir contracorriente es simplemente eso, un lujo solo asumible por unos pocos. Pensar libremente, actuar libremente, emanciparse de prejuicios e ideologías es bucear en un amplio océano donde fuerzas poderosas nos arrastran al mínimo descuido. La vanguardia no siempre viene asociada al compromiso, y el compromiso, ya sea cultural, político, económico, social o espiritual, no siempre se enmarca dentro de la separatividad que conlleva el pensamiento crítico y libre.

Por eso, a medida que el ser humano avanza en inteligencia y consciencia, también lo hace en libertad y justicia, en derechos y compromisos, en responsabilidad y entrega a causas mayores a las suyas propias. La desintermediación y la emancipación van unidas de la mano, y se conjugan contra todo aquello que pretenda imponer un pensamiento, una lógica, una ideología, un sentir. Sin banderas, sin patrias, sin dioses, sin intermediarios, vamos creciendo, individual y colectivamente, hacia una sociedad cada vez más libre, más necesitada de valores y principios basados en la cooperación libre de sus miembros, y no en la competitividad, el odio y la separación.

Cuando los colonos despiertan


Si nos adscribimos al discurso puramente nacionalista, más de dos millones y medio de colonos o hijos de colonos han votado a partidos no nacionalistas, frente a los un millón trescientos mil nacionalistas, represaliados del régimen reaccionario españolista, que es así como ahora se le llama.

Esto pone en evidencia varias cosas. La primera es que muchos de los llamados colonos o reaccionarios españolistas se han quitado el complejo y han superado la humillación a la que estaban sometidos y han votado libremente lo que les ha dado la gana, y no lo que el discurso oficialista y xenófobo les imponía. Lo otro que ha demostrado es que la realidad catalana es etnográfica y antropológicamente muy compleja, y es hora de ir aceptándola. Y solo se puede aceptar cuando una parte de los catalanes (los autollamados represaliados del régimen) admita que conviven, quieran o no quieran, con otra gran parte de catalanes que no son nacionalistas, los llamados colonos, charnegos, hijos de emigrantes o ahora, más de moda, los reaccionarios españolistas, es decir, los “feixistes” del régimen.

Este, que es un discurso xenófobo y de puro odio a lo que es ajeno a uno mismo, ha empezado a subírsele los colores. No es normal que en pleno siglo XXI se normalicen estos discursos, y que la gente los acepte como lo normal, sintiendo cierto complejo por no pertenecer al mismo y votando confusamente, como hasta ahora se había hecho, a opciones que no les representan.

Así que, bienvenida realidad. Resulta que en Cataluña conviven realidades divergentes, culturas diferenciadas, y ninguna de ellas puede imponerse contra la otra. No existe una nación pura nacional-catalana, una grande (Països Catalans) y “lliure”, como unos creen. Existe un país, el catalán, que es multirracial, multicultural y plurinacional en el que conviven dos lenguas: la castellana y la catalana. Y la aculturación será difícil o imposible, por mucha prohibición y adoctrinamiento que una de las partes imponga a la otra, al igual que fue difícil e imposible cuando ocurrió al revés con el régimen del dictador. Si el fascista del régimen franquista no pudo eliminar la cultura catalana en el territorio catalán, tampoco el nuevo neo-fascismo nacionalista podrá eliminar el castellano en el territorio catalán. La cultura y la lengua, sea la que sea, es algo indestructible, forma parte del arraigo más íntimo y personal de cada ser, es la verdadera patria, más allá de banderas y territorios.

El discurso distorsionado de que el estado pretende españolizar Cataluña es tan erróneo como pensar que los catalanes pretenden catalanizar España. El castellano y el catalán han convivido desde que los reinos carolingios abordaron la marca hispánica. El occitano se extendió y evolucionó al igual que lo hizo el castellano por los principados y reinos de aquella época. Aceptar que la pureza racial o nacional jamás será posible, que el setenta por ciento de los catalanes son castellanoparlantes y el treinta por ciento son catalanoparlantes es aceptar que el discurso de confrontación no aportará nada en el presente y en el futuro.

Y dicho más contundentemente, hacer de la lengua y la cultura un instrumento politizado es un insulto a la inteligencia, al igual que lo era, en tiempos pasados, hacerlo en nombre de una religión o un Dios. La lengua y la cultura, al igual que las creencias y las religiones, deberían volver al ámbito de lo privado, dejando de ser instrumentalizados para garantizar un poder y unas políticas que, en vez de sumar, dividen y distorsionan. Que cada uno hable lo que le dé la gana y se exprese como le dé la gana, al igual que ya hemos aceptado que cada uno crea en el dios que quiera o sea del género que quiera. Normalicemos las lenguas y las culturas, y dejemos las políticas para progresar en el bienestar de todos.

Dicho todo esto, solo queda una vía, la de la reconciliación y la convivencia, sin que una cultura se imponga contra la otra en nombre de la historia pasada, y aceptando que, al igual que España es un país multicultural y plurinacional, lo mismo ocurre en Cataluña. Adeu Procés, bienvenida convivencia.

8 DE MAYO, DÍA DEL EXILIO ENGAÑOSO


Muchos conmemoran hoy la memoria de aquellos que, por circunstancias lejanas a su voluntad, tuvieron que abandonar sus trabajos, sus casas, sus pueblos, sus familias y ciudades, sus patrias, su cultura, su legado, su arraigo. Desde la fría Unión Soviética o la playa de Argelès-sur-Mer con sus campos de concentración hasta las tumbas de Antonio Machado en Collioure o Manuel Azaña en Montauban. Desde Argentina y Méjico al norte de África. Desde el paso de los Pirineos a las rutas marítimas emprendidas por el Sinaia, el Ipanema o el Stanbrook. Muchos son los que un día como hoy recuerdan a los que se marcharon para rehacer una vida ya de por sí difícil, huyendo de la muerte y buscando la vida allende los mares.

Sería grato también recordar los exiliados de nuestro tiempo, los que huyen del hambre, de la miseria, de las guerras y todas esas penurias de nuestro tiempo. No olvidemos a los gazatíes o ucranianos. También los exiliados invisibles, aquellos que huyen del supremacismo cultural o racial, aquellos que no han podido soportar que en su propia casa no se pueda hablar su idioma, o practicar su cultura, o rotular sus negocios en el idioma que les plazca.

El exilio es engañoso, excepto para aquellos que huyen de una muerte segura y venden su alma a cambio de un trozo de vida, sin importar dónde o con quien. Desterrados, expulsados, proscritos, abocados al ostracismo y la ignorancia, desarraigados para siempre sin posibilidad alguna de abrazar ninguna otra identidad excepto la del recuerdo lejano. Tachados de extranjeros, invasores, colonos, irregulares, maketos, charnegos, moros, jalufos, panchos y panchitos, cualquier cosa es válida para denigrar al ser humano que habita el exilio. Una vez denigrado y desacreditado, ya no se ve como una persona, sino como un ente extraño, ajeno, que crea desconfianza y sobre todo, rechazo.

El exilio es engañoso, porque uno sale de una miseria y se encuentra con otra. Sale de la miseria material y se encuentra con la miseria social y espiritual de una sociedad enferma, con el racismo, con la xenofobia, con la alterofobia. Siempre serás un extraño porque no eres de ese pueblo, de esa ciudad, de ese territorio, de esa cultura, de ese país. Puedes prostituir tus orígenes, puedes disimular tu nombre, tu cultura, tu lengua. Puedes integrarte y puedes incluso aculturizarte, pero por más que te esfuerces, nunca serás uno de ellos. Ni siquiera los hijos de tus hijos. Quizás hasta que la mezcla intergeneracional disimule el pasado y el exilio de los antepasados.

Y en eso olvidamos, especialmente los supremacistas de cualquier calaña, que todos tenemos un pasado de exilio. Que si tiramos del hilo histórico, todos somos descendientes de moros, de bárbaros, de romanos, de fenicios, de galos o de cualquier otra cultura que atravesara esta tierra. Todos somos hijos descendientes de algún exilio lejano, y de ahí que deberíamos tener algún sentido más profundo sobre la acogida, alejados de toda supremacía y toda xenofobia.

El odio y la repugnancia que sentimos hacia el otro, hacia el extraño, solo crea desdén, hostilidad e intransigencia. Olvidamos, como nos decía Beethoven hace ahora doscientos años, que todos somos hermanos, y que la raza humana requiere de una fraternidad profunda y verdadera basada en la libertad, la igualdad, la fraternidad y el amor hacia el otro. Escucha, hermano, la canción de la alegría, el canto alegre del que espera un nuevo día. Eso es lo que esperamos todos los exiliados. Un nuevo día, un nuevo canto alegre, una sonrisa del otro, del hermano. Un lugar de alegría para todos, un lugar habitable, sano, respetuoso, fraternal.

Yo soy, una revolución solar con los pobres de espíritu


Tenía por costumbre apartarme a monasterios inhóspitos para celebrar la revolución solar en entornos de silencio y meditación. No importaba la religión o la creencia, porque el silencio y la meditación son universales, y no pertenecen a ningún credo o fe. Pero este año, que tan apartado ando de lo sagrado y, por lo tanto, tan cerca de los pobres de espíritu, tuve un día normal en un mundo normal en una atmósfera normal.

Lo hermoso fue compartir el día con mi compañera de viaje, disfrutar del sagrado cotidiano y entender que la celebración de la Vida puede hacerse de cualquier manera, siempre que seamos conscientes de que estamos vivos, de que un surco magnético del universo nos atraviesa y de que, entre las rejillas galácticas, alguna dimensión desconocida encarnamos.

Así que nos levantamos temprano, al albor de las primeras luces, la alborada hermosa que vemos desde nuestra privilegiada ventana. Fuimos a desayunar a un nuevo pueblo. Hemos cogido la costumbre de una vez a la semana desayunar en algún lugar que no conozcamos, por interaccionar con esos tantos universos próximos y poder ver y sentir las energías de cada sitio.

Esta vez tocó Valdemorillo, y nos pusimos tibios desayunando unos de los churros y porras más ricos que he probado, con el permiso, claro, de los de Cuenca. Nos sorprendió gratamente el pueblo y tomé nota por si al final tenemos que hacer esas guías que nos encomienda la Comunidad de Madrid. Sin duda, un pueblo hermoso en la Sierra Oeste.

Tras el desayuno y la visita obligada a la plaza del pueblo con su ayuntamiento, llegamos a la iglesia. Justo empezaba la misa y como había un alegre coro, decidimos quedarnos. El cura, vivo y vivaz, nos habló del “yo soy” y del “sarmiento”. Nos recordó cuando la zarza ardiente se le apareció a Moisés y ahí apareció el primer “yo soy”. Y como Jesús, bien conocedor de los antiguos testamentos, utilizó ese yo soy para referirse a sí mismo y su conexión con el Padre Celeste. “Yo soy la Vid”, “yo soy la Luz”, “yo soy el Camino”, “yo soy la Vida”. Reconozco que en algún momento del pregón me emocioné hasta el punto de soltar alguna lágrima. De repente sentí que ese “yo soy” crístico y sagrado me atravesaba, y tomaba consciencia, en aquel lugar inmaculado, de que la Vida nos atraviesa, y estamos vivos.

En el silencio aparente de la misa, reflexionaba sobre aquel grupo que se hace llamar así, “I am”, “Yo Soy”. El movimiento, inspirados por las corrientes teosóficas de tiempos pasados, cree en la existencia de una jerarquía de «Maestros Ascendidos», una jerarquía de seres que, por edad espiritual, guían y orientan a nuestra perdida humanidad.

Tras la misa, el ágape. Y mientras comíamos una rica pizza de setas funghi para celebrar el día especial, pensaba en el “yo soy”, en los pobres de espíritu, sobre esos que nos sabemos arruinados espiritualmente, alejados de la fuente, perdidos, en bancarrota interior, pero que, de alguna manera, nos arrodillamos humildemente para reconocerlo, buscando saciar la sed interior que nos invade. Es algo extraño porque la única forma de descifrar el misterio de la existencia es reconocer humildemente que estamos ante una gran revelación a la que no podemos acceder. Lo sentí en la iglesia escuchando el sermón y las alabanzas del coro. Lo siento cuando miro la naturaleza y contemplo sus maravillas. O cuando abrazo en silencio el amor y la triada que de él surge. Se siente cuando respiramos profundamente en consciencia.

Pensaba en todo eso también esta mañana, en mi primer día como nuevo recipendiario de este nuevo tiempo, mientras contemplábamos atónitos y algo desesperados como la lluvia, el viento y el azaroso azar, habían derrumbado todo el muro de la entrada de la parcela que aspira a ser un lugar de silencio y meditación. Me preguntaba, algo desesperado por la situación, por qué a veces ocurren estas cosas. Y por qué precisamente ahora, en una semana complicada de un tiempo complicado. A pesar del cabreo mañanero, en algún momento respiré profundamente y me dije: “yo soy”.

 

 

Si yo fuera a morir mañana


 

Esta mañana paseando al lado de casa, después del desayuno.

 

Hace mucho tiempo, desde una lejana galaxia inexplorada, alguien a quien aprecio infinitamente me escribió una hermosa epístola con un titular que decía: “si yo fuera a morir mañana”. A priori, parecía una carta de despedida, como si ese ser al que hacía mucho tiempo que no veía, quisiera decir adiós. Su trabajo con la muerte, ayudando a personas a transitar al otro lado, le había puesto en contacto con esa realidad, con esa cercanía hacia nuestra limitada existencia. Esa fragilidad que desprendían sus palabras, ese amor hacia la cercanía de las cosas, hacia lo esencial de cada momento, despertaron en mí una claridad inusual.

La vida y la muerte, ambas tan cerca la una de la otra, desprendían un perfume hermoso, una necesaria y urgente presencia. Digamos que requería una reconexión con todo ese mundo energético, etérico, intangible, que nos rodea, que nos penetra. Un mundo hilozoísta y animado al que pertenecemos sin ni siquiera darnos cuenta. Un mundo angélico y protector que muchas veces despreciamos por no poder ver, ni entender.

Todos somos hermosos a nuestra manera, y todos desprendemos en algún momento una pequeña irradiación, un pequeño punto de luz. Algo brillante que puede llamar la atención de los otros. Por eso hoy pensaba sobre ese título y, en un lugar apartado y tranquilo, reflexionaba sobre ello.

Si yo fuera a morir mañana, disfrutaría de esta nueva concepción, aún guardando en el pequeño y secreto rincón de la esperanza, un último aliento, un último viento antes de abrir la caja. Como un pequeño corazón abierto y latente, si yo fuera a morir mañana, me quedaría sentado un rato más frente a ese paisaje mañanero, como el que disfrutábamos esta mañana después del desayuno, mirando al infinito, a la naturaleza salvaje, a ese pequeño grupo que practicaba yoga y su respectivo saludo al sol allá en la hierba primaveral. Si yo fuera a morir mañana me hubiera recreado un poco más en esa imagen, cogiéndola de la mano, mirándola a los ojos cómplices, disfrutando de ese encogido momento de emoción ante la nueva nueva.

Si yo fuera a morir mañana, quizás me hubiera quedado un ratito más charlando sobre la vida, echando una partida de dominó simbólico, chismorreando sobre unos y otros, disfrutando de esas paredes de madera vieja, testiga ciega de tantas y tantas vidas. Hubiera también alargado el paseo de ayer y ese momento en la iglesia, considerando que el misterio también requiere de atención y observación. Hubiera disfrutado más del abrazo amigo, recorriendo entre la memoria los viejos tiempos entre cabañas y bosques.

Si yo fuera a morir mañana intentaría alargar el tiempo que me queda, que nunca sabemos cuánto es. Y ayudaría más a esos que piden en la calle, aunque fuera con una cómplice sonrisa acompañada de ese metal sobrante para nosotros y milagroso para ellos. Retornaría a la inocencia del amor, del amor extenso hacia todas las criaturas, salvando y salvándome a mí mismo del tedio y la pereza. Me ayudaría y ayudaría a todo el que se prestara, para ser entre ellos y entre nosotros mejores personas.

Si yo fuera a morir mañana, estaría más atento a las señales del Camino, a los amigos que vienen y se van, a los seres que en secreto amas irremediablemente, inclusive a esos que trastean en el jardín haciendo de las suyas todas las mañanas. Los miraría con más compasión y menos enfado, a sabiendas de que lo único que desean es llamar la atención de aquellos a los que aman.

Si yo fuera a morir mañana, suspiraría agradecido por todo lo que la vida me da y me quita, por todo ese mundo que se nos presenta todos los días, aunque ante nuestros ojos sea limitado y sesgado. Diría gracias a cada instante, y daría gracias a cada momento, a sabiendas de que cada segundo de vida que pasa, podría ser el último. Vale la pena pensar que esas semillas que sembramos germinarán algún día, en ellos, en nosotros, en todo.

Libros


Detrás de esta fecha simbólica, mitad a caballo entre la leyenda, la historia, el amor y los libros, hay muchas otras que pasan desapercibidas. Podríamos decir que hay cientos, miles de historias, ya que cada libro encierra dentro de sí una trayectoria inimaginable para el que lo posee en sus manos. Desde escribir la primera palabra hasta la decisión sobre el precio del libro o la elección de la portada.

La propia historia del autor es una historia en sí misma. Autores anónimos, otros conocidos, otros que aspiran a ser reconocidos. Muchos autores se rigen por el impulso del ego. Piensan ingenuamente que escribiendo un libro alcanzarán cierta fama o reconocimiento, ignorando las leyes básicas de cualquier oficio, como lo es el de escritor. Un oficio que requiere disciplina, trabajo, inspiración, arte, técnica, conocimiento, experiencia. Hay muchos autores que se lanzan a escribir libros y no tienen nada de lo anterior.

Un escritor debe ser multifacético, y poseer habilidades y cualidades especiales. Debe ser creativo, poseer la capacidad de generar ideas originales basadas en una mente imaginativa que pueda crear mundos ficticios, personajes convincentes y situaciones intrigantes. Requiere tener pasión por la escritura y por la lectura. Es fundamental tener una pasión genuina por escribir, ya que esta pasión impulsa la dedicación y la perseverancia necesarias para enfrentar los desafíos del oficio. No puede faltar la curiosidad por la vida, por la cultura, por la ciencia, por el arte, por la literatura, por el propio misterio de la existencia y no puede faltar la humildad ante la grandeza de la existencia. Los escritores curiosos están constantemente explorando el mundo que los rodea, buscando inspiración en diversas fuentes y temas. Además, deben tener una esmerada habilidad para la observación, paciencia, persistencia, autodisciplina, empatía, habilidad técnica (esas cosas que tienen que ver con la ortografía, la gramática y la estructura narrativa) y resilencia.

Cuando todo esto se conjuga y nace una idea y se lleva disciplinadamente al plano tangible, el autor envía (o enviaba) los libros a editoriales para su evaluación. Estos son sometidos a la mirada crítica del editor, y si son seleccionados, pasan por un largo proceso en el que el autor y el editor deben llenarse de paciencia. Decía Oscar Wilde que un mapa del mundo que no incluya Utopía no merecía ser consultado. Algo así ocurre con las ediciones, con los libros. Dentro de sí deben aparecer elementos utópicos, es decir, diagramas que nos ayuden a avanzar, más allá del poder entretener. Si no tienen esos elementos, ese alma genuina de los tiempos, no merecen pasar el análisis crítico de un buen editor.

El editor es el puente indispensable para que una obra cobre vida. Los autores que se lanzan a la autoedición sin pasar por la evaluación de un editor entran en la trampa del ego, del pensar que solos pueden con toda la maquinaria imprescindible para que una obra o un autor sean visibles y reconocidos. La vida rica y desbordante de una editorial son elementos que un autor desconoce, porque tampoco es su oficio, y requiere de muchos elementos importantes. Uno de ellos es poder tener financiación para llevar a cabo la labor de edición. Una vez el libro empieza a producirse, hay mil elementos a tener en cuenta que requieren tiempo y dinero. La corrección o traducción de la obra, la maquetación, la ilustración, la impresión, la distribución, la venta. En cada uno de estos apartados hay cientos de horas de trabajo y mucho esfuerzo. La edición de un buen libro puede llegar a costar entre ocho y diez mil euros entre preproducción, producción y postproducción. Sin contar todas las historias que hay en cada uno de los momentos de su creación. De ahí la importancia de que cada obra sea tratada como única y verdadera.

Hoy es un día especial para autores, editores y lectores. Nosotros, en nuestro esfuerzo editorial constante, queremos hacerte partícipe de este proceso creativo, utópico, necesario. Por eso, en estos días te animamos a adquirir alguno de nuestros libros acompañado de un pequeño regalo en forma de código de descuento. Al hacerlo, recuerda todo el trabajo ingente que hay detrás. Todos los sueños que cada palabra desean transmitir para la mejora de nuestra vida humana. Gracias por participar de esta celebración, y que tengas un bonito día del libro y del amor.

Feliz día del Libro 📖 🌹

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La belleza lo cura todo


 

Hoy me llamaba el profesor y poeta desde su castillo italiano. Me invitaba a pasar allí unos días en la hermosa Toscana y decía algo profundo e inspirador: la belleza lo cura todo. Es evocador pensar que la belleza es tan importante en nuestras vidas, y todo lo que cuesta darnos cuenta de ello. La belleza no es fácil, a no ser que se dé de forma natural, como ocurre en la naturaleza o en la poesía. “Hazme semejante al álamo, que lo único que sabe es entonar la ardiente salmodia de tus estaciones”, dice el poeta y místico Gilles Baudry. Orar al pasear, bendecir cada instante, aunque el viento sople fuerte y el sol irradie temeroso.

El bajo continuo de la fuente escondida me recuerda aquellas canciones que habitaban en nuestra humilde ermita, allí en el septentrión, tan parecida a la primera Porciúncula construida por el “povellero” loco de Dios, y tan ataviada de deseos y sueños que fraguaron en algunos que pudieron permitirse el lujo de transitarla. Estos días de calor seguíamos trabajando en la huerta y de nuevo soñábamos con un nuevo tejado. El azar y no la codicia quiere que los tejados vuelvan para albergar belleza, cultura, sueño, poesía. Es siempre una obra inacabada, como la propia vida, como esa constructora de perfección, que requiere siempre de esfuerzo, de murmuro dentro de sí, de cincel y maza.

Las horas menores del cielo abierto transcurren inevitablemente. La fuerza es compleja y requiere paciencia, trabajo, esfuerzo. Rogamos para que descienda la inteligencia y así ayude a que el principio y la variable sabia, el logos, encarne aún más en la tierra yerma. De lo ínfimo e insignificante nace una grandeza oculta y extraña. Me escondo cuando el halago llega, y también cuando se marcha con tanta rapidez. Al final tanto tienes, tanto vales, obviando que las riquezas temporales de este mundo serán comidas por el tiempo. Por eso, aquellos cantos, aquellas alabanzas, perviven. Esa es la mayor riqueza, aquello que se llena de luz, aunque la luz sea atemporal y no refleje con exactitud nada que tenga que ver con sus reflejos. Los breves se van, la belleza permanece.

Una vida simple es un milagro. Por eso aquel pobre se empeñaba en reconstruir su iglesia, hiciera frío o calor. Solo deseaba cantar sus alabanzas a la naturaleza, que no es más que la contraseña para acceder a Dios. Por eso dicen que la naturaleza es misteriosa y entraña dentro de sí misma algo que solo los poetas y los místicos pueden desvelar. De ahí el verso de aquel: “hazme semejante al álamo”, porque no espera nada, pero revela el misterio de las estaciones que nacen del Dios mismo.

Así que, ya cansado de editar libros que nadie leerá, cogeré mi hacha y me iré a hacer leña, que aunque llega el verano, hay que preparar el invierno. Luego iré a la huerta, que ya reclama simiente. Y si me quedan fuerzas, ahora que ya es tarde y pude poner en orden todas las tareas empresariales, marcharé también a los tejados, a ver si sigo el ejemplo del pequeño de Asís, y sigo curándolo todo rodeado de belleza. Sin malas costumbres ni vicios, viviré la vida sanamente, sin hacer daño, construyendo belleza y cobijo, para que así el alma se expanda y pueda ser compartida en la secreta cámara de en medio. Y así, nacióle un sol al mundo, que diría Dante.

Aristócratas del dividendo


 

En economía, se habla de “aristócratas del dividendo” a esas empresas que han pagado y aumentado réditos de manera constante durante un largo período de tiempo. Es un síntoma de que esas empresas van bien, o al menos, tienen la potestad de compartir sus beneficios con sus accionistas. Para ser considerado un aristócrata del dividendo las empresas deben pertenecer al prestigioso club del S&P 500 Dividend Aristocrats, en el cual, actualmente, pertenecen no más de setenta empresas. Sus directivos son formados en las mejores instituciones donde se imparten los nuevos paradigmas de dirección, los nuevos estilos de liderazgo y amplias visiones estratégicas en la toma de decisiones. Forman parte de una aristocracia económica donde la formación y los contactos juegan un papel importante.

En un mundo tan competitivo como el nuestro, es complejo liderar proyectos, incluso es complejo emprender y llegar a vivir del emprendimiento. Las empresas que se gestionan gracias a la deuda, tienen posibilidades de potenciar sus beneficios a largo plazo, pero son recorridos de fondo que requieren de mucha imaginación financiera. Los emprendedores arriesgan todo su capital y tiempo, su prestigio y su vida entera sin tener garantías de ser privilegiados. Los pocos que lo consiguen, cuando se retiran, a veces sienten ese vacío del éxito fugaz, el cual repercute en una vida vacía y anónima. Si ya no estás en el mercado y no ejerces influencia, dejas de existir.

Por eso es hermoso ver que hay personas que, más allá de conformarse con liderar empresas, dirigen con éxito proyectos de otro calado que pretenden ayudar a fomentar un mundo mejor. Buscan personas buenas, capaces, estimulantes, curiosas, sensatas y carismáticas para emprender proyectos humanistas que valoren la ayuda mutua, la cooperación y el progreso de las sociedades. Son un tipo de aristocracia perenne, porque más allá del éxito o el fracaso, sus proyecciones, más que personales, son grupales, y sirven para todos.

Esos aristócratas del dividendo humano se empeñan en hacer de un mundo bueno, un mundo mejor. Y buscan para ello personas buenas que deseen ser mejores para así adumbrar un mundo más solidario, positivo y capaz de enfrentarse a los retos que cada generación soporta. Resolver la ecuación de beneficio para todos versus capacidad para llevarlo a cabo es complejo. Requiere de recursos, de visión, claridad, paciencia, perseverancia y constancia.

Abrirse al mundo y encontrar ese tipo de aristocracia es complejo. Encontrar personas buenas que desean mejorarse y mejorar con ello a la sociedad en la que viven es difícil. Buscar equilibrio entre gestionar equipos válidos y entregar dividendo social es un reto de valor que generará, a muy largo plazo, beneficio compartido. El dividendo humano y social repercute inevitablemente en el dividendo cultural y espiritual de nuestras sociedades. La educación y la nueva pedagogía tienen ese reto por delante. Hacer de un mundo bueno, un mundo mejor, es el reto inmediato de los nuevos aristócratas del dividendo.

Los niños del mundo-bien


Cuando íbamos a la India, más allá de levantarnos a las cuatro de la mañana para recibir la murli o las bendiciones de la hora santa del Amrit Velā o investigar sobre la anicca o el dukkha, solíamos escaparnos del asrham para visitar los slum, esos lugares donde la miseria se agolpa y lo humano se vuelve insoportable. Esta foto, recogida en uno de los viajes a Bombay en octubre de 2008, refleja una realidad que para aquellos que tengan un poco de sensibilidad, resultaría inaguantable.

Los niños del mundo-bien no saben nada de esto. Han normalizado las guerras y las injusticias desde una epidermis excesiva. Vemos ese tipo de imágenes como un decorado de no se sabe qué película. En lo extraño solo ven enemigos, peligro, miedo, jalufos. Solo cuando lo vives en las carnes, cuando lo ves y sobre todo, cuando lo respiras, porque la miseria tiene un olor inolvidablemente terrible, cala en los adentros.

Los niños del mundo-bien ni siquiera pierden el tiempo en lavar la consciencia, como solíamos hacer los que veníamos del mundo-mal. Tener o no tener consciencia no forma parte del nuevo vocabulario donde priman cosas como crush, fail, ghosting, hater o hype. Cuando escucho a los niños del mundo-bien, admito que me siento desactualizado, caduco, de otro mundo, y me pregunto de qué manera los antiguos podemos influenciar a los nuevos en, al menos, digamos, eso que algunos denostados seguimos llamando valores, humanismo, civilización, consciencia.

Decía alguien que las civilizaciones las construían héroes y las destruían aquellos que, sin valorar el trabajoso coste de la construcción, malgastaban las herencias culturales y sociales en estupideces y sandeces. Da la sensación de que estamos en esa época, un tiempo oscuro en el que malgastamos los réditos de una construcción material y espiritual que ha costado mucho trabajo construir. Lo vemos en cómo todo se vuelve a complicar a nivel geopolítico. Guerras, más guerras, y más guerras. Entramos de nuevo en la espiral de la autodestrucción, de la devastación de una civilización que parece caduca, especialmente perversa.

Vuelven los nacionalismos, las patrias y las luchas por los territorios. Lo vemos en Israel-Palestina y en Rusia-Ucrania. Y esa sensación o necesidad de nueva identidad empieza a calar en la vieja Europa, donde los niños del mundo-bien alzan banderas como si se tratara de algo inocente e inocuo. No saben que, por cada bandera alzada, un monstruo ancestral se despierta, el monstruo irracional de la destrucción. Los niños del mundo-bien no saben que su incapacidad para humanizar el mundo, un mundo de todos, y no de unos pocos, les llevará irremediablemente a la desaparición.

Esta imagen que hoy comparto solo desea recordarme ciertos privilegios del mundo-bien. Ciertos privilegios que podríamos perder a la mínima de cambio. Vamos a ver cómo reacciona Israel ante el ataque de Irán, y como reacciona luego Irán, y luego Israel, y luego toda la comunidad de naciones. Y cómo las guerras, en vez de extinguirse, golpean de nuevo nuestras dormidas e inexistentes consciencias, tan ocupadas en alzar banderitas y patrias proclamas, o en disfrutar de las ferias de abril de turno, o de nuestra ansiedad por comer más y más y de tener más y más y de quejarnos más y más. Qué yermo y desolado parece todo, aunque algunos queramos levantarnos con la hora santa del Amrit Velā y meditemos sobre la anicca o el dukkha. Sí, todo es transitorio, inclusive la insatisfacción o el sufrimiento. Todo cambia y nada permanece, excepto la profunda estupidez humana. ¡Anicca! ¡Anicca! ¡Anicca!

 

Los miserables


 

He ido muchas veces a Londres, al musical del Sondheim Theatre que tantos años lleva emocionando a todo el que va. Los Miserables, de Víctor Hugo, sigue siendo un referente que explora las injusticias sociales y la desigualdad. La obra es famosa por sus profundas reflexiones sobre el bien y el mal, la justicia y la misericordia, presentando un poderoso mensaje sobre la capacidad humana para el cambio y la compasión.

Cuando hace muchos años hice trabajo social, debí inspirarme en esta obra y terminé especializándome en albergues de acogida, cuarto mundo y personas sin techo. El fenómeno del sinhogarismo es recurrente en mi vida, hasta el punto de que una vez viví una situación peligrosa debido a la pérdida de hogar, viviendo por un instante esa frágil línea de desamparo que puede provocar una crisis o una mala racha. Por suerte, el soporte familiar y la fortaleza psicológica vencieron la situación de riesgo. Pero no todos tienen ese soporte o fortaleza.

Esa experiencia traumática y mi tiempo trabajando con personas de la calle, vagabundos, transeúntes, mendigos, indigentes y sin techo hizo que tiempo más tarde creáramos un albergue y casa de acogida. No estaba especialmente especializado, por falta de recursos, a este fenómeno, pero en la medida que podíamos, dimos cobijo y hogar a mucha gente sin recursos que vivía en la calle o desamparada, o a personas que estaban transitando por un momento delicado y necesitaba esa “familia” o esa “fortaleza” que les ayudara a soportar ese momento traumático o de cambio.

El otro día paseando por Madrid me di de bruces de nuevo con esa realidad de nuestra sociedad miserable. Podríamos decir que los miserables son ellos, por vivir en condiciones infrahumanas, pero no es así. Es la sociedad en su conjunto la que debería, en nombre del estado del bienestar para todos, y no solo para algunos, poder ayudar en momentos de fragilidad a personas que no han tenido las herramientas o el soporte suficiente para transitar una crisis profunda. El pensar que nunca nos va a pasar a nosotros y mirar para otra parte es una posición hipócrita, porque la vida, en todas esas vueltas que da, nunca deja de sorprendernos.

Este fin de semana fuimos a comer a alguna parte mientras aprovechábamos para comprar algunas cosas. Tuve que ausentarme para ir al lavabo y a la vuelta me la encontré llorando. En el sitio había un vagabundo comiendo alguna vianda y ella se cruzó con él, compartiendo la mirada y sintiendo una compasión profunda. La imagen quedó grabada en su retina hasta el punto de que hoy nos despertamos ambos soñando con esa situación, ella con el vagabundo y yo con la casa de acogida.

De nuevo recordaba la gran labor que nuestro humilde proyecto hizo durante diez años a mucha gente y, de nuevo, hoy soñaba con la posibilidad de tener recursos para poder abrir un lugar similar, una casa de acogida, un hogar para aquellos que transitoriamente carecen del mismo. El sueño era esperanzador, pero sobre todo, era reparador, porque, al volver a estar en el bando de los miserables, me sentía con ganas de volver a explorar las injusticias sociales y la desigualdad. Llevar a la acción todo ese discurso espiritual y humanista del que tanto nos llenamos la boca, y dejar de engordar en los recovecos de la miseria humana.

Los dardos de la belleza


 

 

Paré en una plaza que desconocía, gracias a esa necesidad que a veces uno tiene de perderse por las vicisitudes de la vida. Me quedé un rato observando mientras tomaba un café acompañado de una napolitana. A pesar de estar en el mismo centro de la gran ciudad, allí parecía que el tiempo era otro, y la simpleza de la existencia, un profundo respirar genuino.

Hacía un rato había estado en esa maravillosa casa que tanto me recuerda a las emblemáticas moradas helvéticas o germanas. Toda esa madera, toda esa elegancia, y ese olor tan peculiar que me trasladan a antiguas reminiscencias. De alguna manera es como si siempre hubiera estado allí, o como si una parte de mí, o de algún gran ser mayor a mi percepción, hubieran habitado en esas amplias estancias. En frente está el Centro de Investigaciones Científicas, lo cual me acuna aún más en esa añoranza por no haber podido explorar aún más el mundo académico. Algo que me hace estar perdido, desorientado, especialmente después de tanto esfuerzo investigador, pero que me anima a buscar tiempo allí donde no hay para intentar meter, a cual curioso en un ancho cosmos, un trozo de cabeza y corazón. En todo caso, fue hermoso pasar un breve tiempo en ese hogar junto al buen amigo, para seguir explorando la edición de Tomás, apodado el incrédulo por algunos.

Esperaba en la cafetería porque teníamos, antes del encuentro en la Ecclesia, una reunión de acción política con los consejeros escolares, grupo al cual pertenezco. No sé si ser doctor sirve de algo, pero me gusta ser útil allí donde exista una necesidad, y ser consejero de un instituto de secundaria es una forma de sentirme próximo a esa añoranza académica. Así que entre la casa helvética y la cafetería tuve tiempo para el café, la reunión virtual y el encuentro místico con artistas en aquel rincón perdido de María Santísima.

En el encuentro, casi secreto y entre santos y música, había gente famosa, conocidos e ilustres artistas y académicos, y el grupo de los anónimos, que disfrutábamos invisibles del colegio de los caballeros de Dios, los caballeros consagrados, o los caballeros Kadosh, que dirían los ilustres. De entre ellos, había uno que en su turno recitó sentidamente un poema de memoria, que hacía alago a los dardos de la belleza. Quedé embelesado mientras escuchaba, entre órganos y corazones ardientes, los versos radiantes. Entre los asistentes se coló un frailecillo, guardián supremo de aquel templo que nadie conoce, pero que convive en el centro de la ciudad con el ruido de los coches y el trinar de los pájaros primaverales. El monje fraile nos miraba con estupor, mitad asombro, mitad miedo, por no entender lo que allí se estaba conjurando en nombre e in honorem de Mariae Magdalenae.

Hablamos de lo necesario del sacrificio, del compartir, del consagrar, de la luz y la consciencia y del requerimiento casi divino de sentirnos vivos. No pude asistir al ágape, porque me doy cuenta de que la vida pasa rápida y no llego a todas partes, así que volví, descarbonizado en el silencioso eléctrico, escuchando música, adentrándome en la oscuridad de la Sierra Oeste, ya de noche, observando, cuarto creciente invicto, en silencio interior, los dardos de la belleza. Qué sublime la vida. Qué sublime el amor hacia todas las cosas y todos los seres sintientes. Incluso ese instante en el que esta mañana, mientras colocábamos los libros recién llegados de Vicente Merlo, la perra Aura (Auritxuqui de Calcutini) posaba inocente mirando, como a ella le gusta tanto, hacia ninguna parte. O cuando esta mañana desayunábamos por puro placer en esa hermosa cafetería mientras hablábamos de lo humano (las inseguridades) y lo divino (las esperanzas). Miraba su hermosa cabellera negra y me decía: benditos dardos de la belleza.

Supongamos que todo fuera mentira, que fueran cuentos, incluso que el jamón está bueno


Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto. Y he visto: que la cuna del hombre la mecen con cuentos, que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, que el llanto del hombre lo taponan en cuentos, que los huesos del hombre los entierran con cuentos… y que el miedo del hombre… ha inventado todos los cuentos. Yo sé muy pocas cosas, es verdad. Pero me han dormido con todos los cuentos… y sé todos los cuentos. Pero yo no quiero cuentos… No me contéis más cuentos. León Felipe

Después de los excesos de la Semana Santa, vayamos al grano y supongamos que todo fuera mentira, inclusive la Semana Santa. Que María no fuera concebida por el Espíritu Santo, sino que, como decía el filósofo griego Celso, cometió adulterio con un legionario romano llamado Tiberio Julio Abdes Pantera y que, por ese mismo adulterio, tuvieran que abandonar Galilea y marcharse deshonrados a Egipto, naciendo el niño exiliado en un pobre portal de Belén. Supongamos que María se inventara esa historia alucinatoria divina y traumatizara al niño Jesús. Supongamos que ante el rechazo de sus congéneres que lo veían como hijo de adúltera, el niño quisiera llamar la atención y en la incipiente madurez, también inventara que fuera hijo de Dios y, por ende, el mesías esperado.

Supongamos que solo por ese motivo, y en honor al legionario romano, la sede de la religión cristiana estuviera en Roma y no en Israel, de donde era Jesús, algo así como un guiño a la historia no contada. Supongamos por un momento que Jesús no era un santo, sino un hechicero o un charlatán, como nos dice el Talmud, y que su verdadero nombre fuera Ben Stada, o Yeshu Ben Pantera, hijo del legionario romano. ¡Ay esos judíos malicientes que siempre buscaron el descrédito de los inocentes y primitivos cristianos!

Supongamos que Jesús no resucitó y fue a los cielos al tercer día, si no que, como nos dice el Toledoth Yeshu, un jardinero lo sacó de la tumba, lo llevó a su jardín y lo enterró en la arena sobre la cual corrían las aguas para esconderlo de la secta de los nazarenos y sus fanáticos seguidores.

Supongamos de paso que el cruel Yahvé de la Biblia no fuera un dios, sino un despiadado ingeniero espacial que nos creó “in vitro” a su imagen y semejanza para cultivar una peculiar granja espacial. Hasta que un día nos dejó a nuestra suerte, abandonó el planeta-granja y no volvió más porque, por decir algo, su raza extraterrena se extinguió hace miles de años debido al cambio climático de su planeta producido por la sobreingesta de carne y el uso indebido de combustibles fósiles. Supongamos que el dios de los judíos fuera un granjero espacial que cuidaba de su rebaño, de los corderos de Dios, e inventara eso del korbán para saciar sus apetitos. ¡Ups!

De ahí que Dios, o los dioses, dejaran de hablarnos desde que tenemos uso de razón, y como es arriba es abajo, nosotros repitamos la historia. Mirando como un león se come a un ciervo o un ser humano a un tierno e inocente cordero o ternero, solo podemos pensar que el dios que creó este mundo era un sádico sediento de sangre y vísceras. De ahí que luego surgieran sectas como la de los nazarenos o los esenios o los pitagóricos que aborrecieran la ingesta de carne, por decir algo, y fueran despreciados como herejes y uno de ellos, Jesús, hablara de amor y no de sacrificios. Qué cosas.

Supongamos de paso que todo lo que hemos creído, desde la fe y la ciencia, hasta ahora, fuera mentira. Y que toda nuestra limitada visión de las cosas no nos ayudara a tener una amplia respuesta sobre las verdades de la existencia, y por lo tanto, una visión crítica sobre la vida y sus procesos. Si los dioses hacían sacrificios de sangre y nos crearon a su imagen y semejanza, ¿por qué no hacerlo nosotros, por decir algo, todos los días en nuestra propia cocina? ¿Para qué no revelarnos a cual Lucifer o Prometeo? ¿Por qué seguimos comiendo carne y sangre, por decir algo?

Supongamos de igual manera que nuestra ridícula vida se hubiera fraguado con todas estas mentiras, añadidas a las mentiras de la identidad cultural, gastronómica o política, idiomática, religiosa o de cualquier otra índole o ideología de turno. Que todo lo que somos fuera producto de esa gran mentira-proyección-creencia y que todo lo que hemos hecho hasta ahora careciera de significado o valor ninguno, incluyendo en ello el amor a las patrias y las naciones, al hecho diferencial y a las guerras, producidas por ese amor irracional y patricida hacia un trozo de tierra.

Supongamos, como tan sabiamente nos decía León Felipe, que todo fueran cuentos, y que nuestra vida fuera un cuento. ¿Qué hacer? ¿Qué pensar? ¿En qué creer? ¿Podré comer jamoncito o beber vino o rezar al granjero mientras alzamos una gran bandera patria? Supongamos que, siendo esa la auténtica verdad, nos diera absolutamente igual, y siguiéramos alegres con la misma cantinela, afirmando interiormente que todo da igual si al final del túnel, no hay luz, sino eterna oscuridad y silencio, y que por lo tanto, que me quiten lo bailao, que el jamoncito y el vinito están de muerte y que si los dioses eran como Baco, porqué nosotros íbamos a ser menos, por decir algo.

Supongamos que vamos tirando con ello, sin mayor estupor, para que, aunque sea epidérmicamente, las grandes verdades no sucumban con nuestra endeble psicología. Supervivencia pura y dura, aunque toda ella esté basada en cuentos de nación, creencias, ideologías, cultura o religión. Sea como sea, a nadie le importa, que diría aquel, y quizás lo mejor sea que las creencias, sean del tipo que sean, nuestras mentiras, terminen en lo oculto, en lo privado, sin necesidad de alzar bandera alguna, ni religión alguna, ni identidad ninguna, no sea que algún día, la humanidad despierte y nos tomen por mentirosos, mentecatos o criminales devoradores de carne y sangre. O, como es arriba es abajo, terminemos como nuestros dioses granjeros, extintos.

El búho de Minerva solo levanta el vuelo en el crepúsculo


Cuando la filosofía pinta el claroscuro, ya un aspecto de la vida ha envejecido y en la penumbra no se le puede rejuvenecer, sino solo reconocer: el búho de Minerva inicia su vuelo al caer el crepúsculo. Hegel

Entre hollar el Sendero y convertirse en el Sendero mismo, como decían los antiguos místicos, hay un trabajo duro y persistente que se atenúa en el plano de la mente, cuando desde allí, se crea visión y magnetismo. En algún momento de ese hollar, lo material es redimido de alguna manera y la fuerza del fuego de la voluntad creadora puede ser enfocada hacia cualquier parte. En ese punto, todo lo que ES se halla siempre presente, teniendo visión amplia, y no estrecha, sobre los asuntos del mundo y por ende, sus misterios.

De alguna manera, el ser humano está en un punto de evolución en el que, al igual que ocurrió en su día con la inteligencia lógica, se está manifestando la consciencia, mucho más poderosa y amplia que la simple inteligencia. La consciencia nos conecta con la intuición, muy relacionada con eso extraño llamado fe, o, dicho de otra manera, la sustancia de las cosas que no se ven.

Hegel, en su filosofía del derecho, escribió que “el búho de Minerva solo levanta el vuelo en el crepúsculo”. En el albor de nuestros días la fe y la sabiduría se cogen de la mano. El búho abraza la noche templada y busca la visión de las cosas. Acompaña a Minerva y se adentra en la oscuridad para iluminar el camino del alma, de la consciencia naciente. Es la recolección del néctar. El momento del balance y por añadidura, del compartir generoso con aquellos que empiezan.

El Universo es amplio. Nuestra mirada estrecha. Hay un lenguaje universal, más allá del lenguaje limitado ordinario, desde el que se puede interpretar los mensajes que a diario recibimos desde las entrañas del cosmos. Los profetas y los mesías antiguos captaban, gracias a su incipiente consciencia e intuición, algunos retazos de ese lenguaje. Lo interpretaban como podían, imaginaban mundos lejanos que llamaban “cielo”, y desdibujaban a los dioses, fuerzas y cúmulos estelares, como seres creados a nuestra imagen y semejanza. Qué disgusto el día que descubramos que en el infinito universo las formas ordinarias son completamente alejadas de nuestras concepciones limitadas.

La vida, o al menos la vida consciente, no deja de ser un campo de entrenamiento y aprendizaje, de experiencia profunda para aquellos que albergan la fe y la esperanza de un camino que puede y debe transitarse más allá de nuestras limitaciones físicas y mentales. Existen lugares y puntos magnéticos donde ese aprendizaje y entrenamiento se aceleran. Eso conlleva un compromiso y una responsabilidad que a veces nos aleja de nuestra propia fe, de nuestra propia esperanza. A veces dejamos de ser el sendero, y a veces, incluso, dejamos de hollarlo. Las noches oscuras del alma son un caldo de cultivo hermoso para que el búho de Minerva alce el vuelo y nos lleve a cuotas mayores de expresión. No hay crisis que no termine por elevar nuestra mirada. No hay verdadero sufrimiento que no termine por depurar lo imprescindible y necesario. No hay noche que no albergue el búho de la sabiduría y nos lleve hasta ese lugar donde se sella la puerta del mal. Y en esa aventajada experiencia, resurgimos y volamos aún más alto.

Ahora es el momento de saber que todo lo que haces es sagrado


Estamos en un tiempo de espiritualidad aparentemente epidérmica. Lo sagrado se mezcla con lo profano, y también viceversa. Las cofradías y hermandades se llenan de lágrimas ante la lluvia y el mal tiempo, que, paradójicamente, es tiempo bendito para el campo y los embalses. Nunca llueve a gusto de todos. Lo cierto es que, si nunca has vivido una Semana Santa, no puedes entender la emoción que se siente al paso de un sereno o una imagen. Los símbolos están ahí, y su interpretación, al son de la música, solo puede ser descifrado desde una mirada mayor. Que eso sea más o menos espiritual, ya dependerá de la concepción que cada cual tenga de esa fenomenología.

Lo cierto es que Hafiz tenía razón cuando decía eso de que ahora es el momento de saber que todo lo que haces es sagrado. Es solo cuestión de ensanchar la mirada, la visión de las cosas. Espiritualizar la vida cotidiana es sacralizar todo lo que hacemos. Y ahí también entran las procesiones, las fraternidades, las cofradías, los rituales, los cantos, la música, los pasos, o todo aquello que, ya sea bajo el prisma de una reliquia o una imagen, intente evocar un mensaje perdido en el tiempo.

Han pasado más de dos mil años desde que se evocó poéticamente ese mensaje de amaros los unos a los otros, o ese otro que decía que el reino de Dios está entre nosotros. En todo ese tiempo ha pervivido, camuflado entre advocaciones marianas y crísticas de todo tipo, tradiciones vinculadas a las épocas de la tierra, al triunfo de la luz sobre la oscuridad, a los ciclos de la naturaleza, donde cada estación tiene un poder significativo importante.

Las tradiciones paganas fueron absorbidas por las tradiciones de la religión popular. Hubo, en algún momento de la historia, una absorción de lo popular en lo religioso, de lo arcaico y misterioso a lo nuevo sagrado. Y ese nuevo sagrado cotidiano es ejemplarizado con mayor beatitud en momentos paganamente señalados como la primavera (Semana Santa, como símbolo de muerte y resurrección), el verano (San Juan, como celebración de la cosecha), el otoño (Todos los Santos, como el Samhainn o final de un gran ciclo) o el invierno (Nacimiento del Cristo, de la luz sobre la oscuridad).

Los rosacruces o la masonería, que serían la rama esotérica del cristianismo, han recuperado esa mezcla entre fuentes paganas y fuentes religiosas, creando un cóctel ritual ecléctico entre unas y otras que intentan disimular o camuflar tradiciones arcaicas de la sabiduría perenne. Lo mismo que hicieron lo sufíes, rama esotérica del islam, o los cabalistas, rama esotérica del judaísmo.

Las ramas exotéricas lo expresan de diferente forma. Como las celebraciones de la Semana Santa, verdades vedadas para los que aún no atravesaron la gnosis, el velo de Isis, pero necesarias para los que se quieren aproximar de alguna manera al misterio, a los pasajes espirituales de la vida, a las condiciones mediadoras entre el cielo y la tierra o a los primeros acercamientos con respecto a las verdades teológicas abstractas.

La mirada ancha, amplia, vasta, nos acerca a ese sagrado cotidiano, también inmerso en las tradiciones, la cultura y la religión. Todo puede hacernos cuestionar la Vida, su Misterio, el culto a las Verdades.

Construyendo desde la acción un mundo nuevo


Llega la primavera y el trinar de los pájaros desde buena hora de la mañana nos recuerda la urgencia de actuar. La acción es imprescindible en los contenidos y continentes de la vida cósmica. Tras el descanso invernal, ahora toca llenar nuestras vidas de movimiento. Tras la inevitable y necesaria quietud del frío, toca mover el mundo hacia las prerrogativas de la luz y el calor.

Si ahora los días son más largos, nuestra actividad debería ser igualmente más larga. Si el calor es propicio para desempeñar más tareas, deberíamos aprovechar esas corrientes vitales para cumplir con nuestra parte en el ciclo cósmico. Lo celeste que contemplábamos pasivos en invierno, debe encarnar en la experiencia terrestre ahora en la primavera. Toca experimentar la siembra, toca despertarnos en el amanecer y observar con complacencia todas las oportunidades que nos da la vida para expandirnos por dentro y por fuera.

Ser místicos o espirituales no deja de ser algo tan sencillo como interactuar con las fuerzas invisibles, intangibles, del espectro universal. Es ser conocedores, mediante esa inevitable gnosis, de todo aquello que mueve y protege nuestros ecosistemas. Tener consciencia de esas corrientes de fuerza y energía y trasladarlas a un punto mayor de consciencia, de poder y voluntad, es la tarea inevitable de todo mago, de todo ser que desee desempeñar su lugar en el mundo.

Magia, en verdad, no es más que aquello que nos permite transformar las fuerzas y energías en poder. Poder para hacer el bien en nosotros mismos y en nuestro entorno. Los magos son poderosos porque hacen el bien en la tierra, protegidos por sus profundos anhelos hacia el mundo celeste.

La vida extensa procura esa visión arraigada en la creencia de que nuestra limitada consciencia necesita crecer hacia unas montañas más grandes y expansivas. Ese crecimiento inevitable, ese anhelo de toda alma viva y despierta, pasa inevitablemente por la acción. Por eso ahora que terminó el letargo, se hace tan necesario aprovechar la oportunidad de vida que se nos presenta para hacer el bien, para convertirnos en magos de la voluntad, del amor y la sabiduría, creando belleza allí donde estemos, actuemos y tengamos nuestro ser.

Si nos levantamos temprano en estos días primaverales, podremos observar cómo el mundo se mueve de forma diferente. Todo es movimiento y acción. Todo es vida y consciencia. Solo tenemos que acercarnos a él con inofensividad y desapego, con buena voluntad al bien. El mundo lo reclama, el mundo lo necesita, el mundo nos lo demanda. El mundo requiere que desde lo viejo y lo añejo se construya un mundo nuevo.

Modificar las rutinas para adecuarse a las condicionantes externas


Parix ofrece de forma gratuita unos cursos muy interesantes para los profesionales de la edición. Después de casi veinte años en el sector, la sensación que tengo es que estamos comenzando de nuevo. El curso de este mes trata sobre la inteligencia artificial aplicada al mundo editorial. En el módulo que habla sobre las redes neuronales casi me estalla la cabeza. Cuanta complejidad para vender un libro, pensaba.

Es evidente que en estos últimos meses hemos modificado nuestras rutinas para adecuarnos a los nuevos condicionantes externos. Nos hemos dado de alta de nuevo en la Asociación de Editores, vamos a participar en la Feria del Libro de Madrid, estamos empezando a comprar, siempre que podemos, derechos de autores extranjeros que tienen buena acogida, y por lo tanto, traduciendo libros por primera vez a nuestro lenguaje. Y ya tenemos, por fin, visados los planos de la que será la nueva sede de la fundación y la editorial, esperando que todo lo que estamos sembrando en este presente de frutos en los próximos meses, pudiendo con ello empezar las obras. Esto puede resultar paradójico, pero tiene un sentido profundo. Hacen falta puntos de luz en la mente de Dios, que dirían los místicos.

Es por ello que al mismo tiempo estamos preparando la futura huerta, embelleciendo la parcela que dará cobijo a la nueva sede, esperando que de nuevo sea un lugar inspirador para muchos, e imaginando cosas que podamos compartir desde la fundación para sembrar nuestras pequeñas semillas, o como dicen los místicos, para magnetizar y aportar luz a aquellos rincones de nuestra realidad inmediata.

En el fondo, la raíz de todo es profundizar en la senda de la luz, o dicho de otra manera, en la senda de la consciencia. El ser humano aún se mueve en parámetros “homo-animales”, como decía nuestro querido Ramiro Calle. Esos parámetros nos hacen vivir una vida simple basada en lo más instintivo. Comida, trabajo, seguridad, vivienda, sexo, y no mucho más. Traer consciencia, aportar consciencia en aquellos lugares donde más falta haga, requiere de un trabajo de siembra importante para entender que la vida no se compone únicamente de esos a veces viscerales instintos, sino que, como seres humanos, aún tenemos un vasto mundo por explorar y compartir.

Toda esta creencia que supone que el mundo está necesitado de luz y consciencia, requiere de un profundo esfuerzo para mantenerse desapegado de todo lo que hagamos, inclusive, de todos los fracasos pasados, los cuales, de alguna manera, han sembrado un depósito de experiencia para proyectos futuros. Cada persona que ha podido despertar a esa visión, puede contribuir con su cuota de luz en esta gran tarea mundial en la que cada tejedor colabora con su propio “quantum” de luz que consigue traer desde la montaña del esfuerzo.

En el fondo, el hecho de que me estalle la cabeza con los vectores del lenguaje basado en cosenos y secuencias de números y coordenadas, más todo el esfuerzo por editar libros que, aunque no sean muy comerciales, intentan apoyar el estudio necesario para aportar más luz y consciencia al mundo, ayuda a entender más y descubrir cómo pueden seguir aportando luz y armonía en nuestro entorno, a pesar de las circunstancias.

La luz y la consciencia no deja de ser un alimento, en este caso para eso que de forma muy torpe llamamos “alma”. Los seres humanos que han tenido la suerte de sostener sus vidas con alimentos básicos para la supervivencia, tienen la oportunidad de desarrollar facultades que les permita llevar ese otro tipo de alimentos, los del espíritu, para que encarnen en la tierra gracias a los frutos del árbol de la vida y el conocimiento. Trabajar desde el punto de vista del “observador” nos permite percibir, discernir, reflexionar y considerar desde la luz de nuestro cada vez más desarrollado plano mental, todo aquello que puede ser útil para nuestro progreso individual y colectivo. Y para ello, inevitablemente, debemos modificar constantemente nuestras rutinas diarias para adecuarnos a las más complejas condiciones externas.

Un mundo de azote


Partida de mus con unos amigos el otro día en un pueblo perdido de Toledo, o, viéndolo de otra manera, buscando la paz en un mundo de azote y guerra…

Después de cinco hechos traumáticos, aquel hombre infeliz intentaba distraer su mente en las tertulias políticas o jugando al mus con los amigos. Cualquier distracción servía para esquivar la crudeza de un mundo enfermo, infértil, desahuciado. Los tambores de guerra cada vez sonaban más fuertes, así que la esperanza de un mundo mejor quedaba menguada por las noticias diarias, esas que digeríamos con sangre y horror como si se tratara de un largometraje interminable y apocalíptico, pero normalizado.

La ausencia paterna no ayudaba. Murió hace ya años y con la misma cualquier tipo de referente, aunque a veces el referente no fuera lo más idóneo. Pero la sangre es la sangre, como decían los antiguos, y por alguna extraña razón, cuando la sangre no está o está lejos, se siente cierto vacío interior, cierta y extraña ausencia.

Los náufragos tienen siempre algo de vagabundos, de peregrinos, de errantes. Cuando el naufragio es económico, uno se puede irremediablemente sentar en alguna terraza o jardín donde de bien el sol. Puede mirar al horizonte sospechando encontrar en el mismo algún atisbo de ilusión. Cuando no hay pan, tampoco hay fuerzas para ir al bosque a por leña, ni al mundanal ruido donde las bombas caen una y otra vez.

Cuando el naufragio es amoroso, uno se interroga sobre la justa medida del agua, ya que cada flor requiere de una dosis exacta. Ni excesiva, ni escasa. Las flores, como el amor, es algo bien delicado, y uno nunca acierta porque las flores se tiñen de primavera o verano u otoño o invierno y en cada estación demanda algo bien distinto.

Cuando llega el día del padre, quien ha perdido al suyo se acuerda de él irremediablemente. De aquellos días en los que lo veías feliz y radiante o de aquellos otros en los que lo sorprendías llorando en algún rincón por los múltiples naufragios a los que la vida nos somete. También, ya en la lejanía, aquellos momentos donde la enfermedad incurable retorcía el alma para que poco a poco cediera y abandonara su trono, su origen.

Cuando la bronca y el reproche se instalan en la vida de cualquiera, uno se da cuenta de que eso es el mundo. Un mundo extraño y enfermo, sin alma, sin espíritu, donde unos luchan contra otros, donde caen bombas que llenan las calles de tripas y sangre, donde el insulto forma parte de la paradoja convivencia y la guerra de la solución final.

Los azotes de la vida son constantes. Los azotes materiales, los azotes vitales, los emocionales, los mentales y también, para los que tengan algún tipo de creencia más allá de lo tangible, los azotes espirituales. No sabría cualificar en orden cual de esos azotes tiene más fuerza. Lo curioso es que la paz de la que todo el mundo habla a veces parece inalcanzable, inexistente. Om shanti, que dicen en el oriente. La paz sea contigo, que dicen en occidente. Y luego todas sus variables, shalom, salaam aleikum… ya nadie se lo cree. Ni siquiera los que creen.

Aquel padre que azota a su hijo, aquel pueblo que entra en guerra contra el otro, aquella enfermedad que nos arrastra inevitablemente, aquel pensamiento inútil que, como una broca, taladra nuestro ser esencial constantemente. Y aquel reproche constante que, como gota de agua, va perforando sutilmente la piedra en la que nos sostenemos.

Hoy me sentaba un rato en el jardín y miraba las incipientes flores primaverales. Había algo de belleza extrema en ese instante de soledad y quietud. Ponía en la balanza de mi pensamiento los resultados de toda una vida frágil y quebradiza. Algo se reía por dentro ante tanta pérdida y azote. Dos meses de números rojos no es nada en comparación con todo lo errado. Cinco pérdidas podrían convertirse en cinco ganancias si uno es perseverante y constante.

Las tertulias políticas o las partidas del mus con los amigos son solo distracciones para intentar soportar esa tenue levedad del ser, y de paso, arraigar la esperanza de que, mientras el sufrimiento pasa, la esperanza pervive. Y la esperanza siempre está ahí, como un inequívoco seguro de vida que te permite seguir adelante, cueste lo que cueste. Como aquellos que buscan la paz en un mundo de guerra. Como aquellos que naufragados una y otra vez, se sientan en el jardín botánico, a la izquierda del roble, que decía el poeta.

La metamorfosis de la amnistía. El otro hecho diferencial


En el mediodía francés, en los antiguos dominios de la antigua Aquitania, había un idioma romance llamado la lengua de l’oc. En diversas hordas migratorias, el occitano, que así se llamó más tarde, se extendió en su deriva aquitanopirenaica hacia el sur, traspasando la barrera pirenaica y llegando a tierras del levante hispano. El motivo principal fue la defensa de la marca hispánica por el imperio carolingio, en aquel entonces (siglos IX y X) dominado por los condados carolingios, inclusive los condados que traspasaban las fronteras actuales del Pirineo.

El relato oficial siempre nos habla de un mito fundacional diferente, como si el Occitano y el Catalán fueran realidades diferenciadas. En algún momento de la historia, alguien determinó que el hecho diferencial era más importante que el hermanamiento de una misma lengua, o al menos de un mismo origen: el romance occitano en sus diferentes extensiones. Es evidente que los íberos fueron de alguna manera, sobre todo culturalmente hablando, desplazados por las hordas romanas, y estas a su vez por las hordas germánicas, los reinos francos o los propios musulmanes. Los territorios adquirían hechos diferenciales curiosos. En el territorio ahora conocido como Cataluña (castlá-chastelain-châtelain) convivieron los primeros pobladores de la protohistoria con los íberos y los celtas. Estos más tarde se mezclaron con los romanos y estos a su vez con los musulmanes y los francos.

Lo que ahora llamamos catalanes, no son más que el resultado de los primeros reyes francos occitanos, necesitados de pobladores francos para repoblar y sostener la marca hispánica, y las masivas huidas cátaras en las cruzadas albigenses que encontraron cierto refugio en esas tierras. Los hechos diferenciales de aquella época eran constituidos por minorías descendientes de los condados francos, los pueblos celtíberos y lo que quedó de las conquistas romanas y musulmanas.

Más allá del primer milenio, se fueron fraguando estados que abrigaron todo tipo de orígenes y descendencias hasta llegar a nuestro tiempo, donde vemos como la minoría catalana convive con la minoría castellana en un mismo territorio, con la particularidad de que una se quiere imponer a la otra en nombre de cierto hecho diferencial.

Es aquí cuando llegamos a la metamorfosis cultural que estamos viviendo en estos días, y al hecho diferencial que existe en estos momentos en un territorio dominado políticamente por una minoría étnica, la catalana, que domina a otra mayoría étnica, la castellana, sumida en una especie de complejo y de no entidad ni existencia. De alguna manera, la amnistía está reconociendo que esa minoría intentó imponer un criterio a la otra minoría acomplejada, aculturizada y desprovista de entidad propia, abriendo la puerta a que ese proceso que llaman de secesión siga su curso sí o sí. El problema de este proceso es ignorar los hechos históricos, pero también los hechos antropológicos de la realidad actual: un territorio, varias culturas. Un poco lo que ocurre en la entidad denominada España o en la denominada Europa. Territorios donde conviven muchas culturas con sus propias lenguas, hechos y costumbres que deben, sí o sí, convivir y reconocerse, aceptando sus particulares hechos diferenciales.

En una cosa de este análisis estamos de acuerdo, habría que preguntar al pueblo que ocupa el territorio de Cataluña (y esto incluye a las dos étnias mayoritarias), si están de acuerdo o no en convivir con el resto de pueblos de España. El problema de esto es que no podría hacerse hasta que cese la aculturación de los diferentes hechos diferenciales y hasta que no cese la imposición de unos sobre los otros, desalojando con ello los complejos de identidad y los análisis partidistas de que el territorio solo pertenece a una tribu-etnia-cultura (invasora y emigrada hace mil años) y no a la otra (invasora y emigrada desde hace quinientos años). Hasta que no exista esta libertad cultural no existirá, en último término, una posición madura para decidir una libertad política.

En estos momentos, las cuatro formas esenciales de aculturación: segregación, integración, asimilación y marginación, se están dando simultáneamente en Cataluña. Hasta que esto no sea superado, no habrá libertad ni para unos ni para otros. Y eso pasa por la aceptación irrenunciable de que en Cataluña conviven dos realidades bien diferenciadas, la cultura castellana y la cultura catalana, y de que ambos hechos diferenciales deben respetarse mutuamente en iguales condiciones, sin imposiciones de unas sobre otras.

El oculto Árbol de la Vida


 

“A la Naturaleza le gusta esconderse”, Heráclito

Quiso Dios advertir al humano sobre dos árboles. Uno, el más conocido, el árbol del conocimiento, el árbol del conocimiento sobre el bien y el mal. Es también llamado el árbol que lo contenía todo. El fruto prohibido fue comido por el ser humano y fue motivo de expulsión del paraíso para evitar que esa curiosidad incipiente hiciera que comieran también del otro árbol.

El otro, el árbol menos conocido, era el de la Vida, un árbol oculto en las profundidades del Edén que contenía la capacidad de la vida eterna. Este árbol aparece en muchas culturas con diferentes nombres, quizás uno de los más conocidos sea el de Yggdrasil de la tradición nórdica, o el Gaokerena persa, la acacia de Saosis o el Sicomoro egipcio, …

Todas estas palabras ocultas que la tradición nos ha compartido pretenden describir hechos simbólicos que desean desvelar verdades que están tras el velo de la ignorancia. A la naturaleza le gusta esconderse, que decía Heráclito. La elusividad cósmica, que decía nuestro Ignacio Darnaude. Resulta complejo describir toda la vastedad de la Vida y la Naturaleza. Muchos fueron quemados o juzgados por intentar compartir los nuevos conocimientos, las nuevas formas de pensar, de entender el mundo.

Los antiguos hablaban en parábolas para que el conocimiento oculto pudiera llegar a los demás sin ser juzgados. Uno no puede compartir todas sus creencias, sus anhelos o sus sueños sin ser tachado de loco, soñador o estrambótico. Personajes como Jesús fueron sacrificados por hablar abiertamente de un “reino de los cielos” que nadie podía ver. A pesar de ello, Wells nos dice que la doctrina del Reino de los Cielos, que fue la enseñanza principal de Jesús, es ciertamente una de las doctrinas más revolucionarias que alguna vez haya animado y transformado el pensamiento humano. A veces, a pesar del sacrificio oportuno, lo oculto emerge dolorosamente en la mente humana para transformar sus vidas.

Si bien ya comimos del árbol del conocimiento y eso trajo arrogancia, orgullo y vanidad, aún debemos comer del árbol de la vida, el cual nos devolverá a la humildad, el amor y las bienaventuranzas. No sabemos aún, ni siquiera podemos imaginarlo, cómo se originó realmente la vida, como se mantiene y a qué plan sirve, ese que algunos proclaman como el propósito que los maestros conocen y sirven.

La maestría, entendemos que se obtiene cuando superamos nuestra condición humana y la superamos de alguna manera, convirtiéndonos en eso que Nietzsche llamaba el superhombre, lo supra humano. Ese ser humano venidero es esa persona que ha alcanzado un estado de madurez espiritual y moral superior al que considera el de la persona común. Aquel que, de alguna manera humilde, silenciosa y sigilosa ha comido del árbol de la vida, el oculto árbol de la vida.

Hago esta reflexión porque cuando uno llega al hartazgo de la vanidad, el orgullo y la arrogancia (el mundo mentiroso de los antiguos místicos) desea desprenderse de esas capas oscuras y volver a la sencillez, a la humildad y al silencio. Cuando uno ya ha sido expulsado del paraíso por haber comido excesivamente del árbol del bien y del mal, solo desea volver a ese primogénito paraíso, a esa inocencia primordial, a esa candidez sencilla. Y eso solo ocurre cuando el ego muere de alguna manera para dejar paso al yo esencial, al súper Ego, al superhombre que tenemos dentro, y nos adentramos con sigilo a la senda del Árbol de la Vida.

La frustración existencial de soñadores, poetas y artistas


“Parte de la tarea que desempeño en mi Ashram es entrenar discípulos para que reconozcan las nuevas ideas que surgen y las traduzcan en conceptos que condicionarán el pensamiento humano en el ciclo inmediato. La segunda etapa de este entrenamiento involucra el cultivo del correcto sentido cronológico. Esto evitará que el discípulo emprenda una acción precipitada o prematura; le dará la clave para el significado real del Eterno Ahora –la síntesis del Pasado, del Presente y del Futuro. Luego se le enseñará el arte de la precipitación, o el método de impartir esas ideas a las mentes de los intelectuales del mundo… Su trabajo y su presentación del ideal a las masas humanas de todas partes no conciernen al discípulo, cuyo trabajo es principalmente con el pensador evolucionado y precursor, y no con las masas exigentes. Les pido que recuerden esto”. D.K.

Me imagino lo frustrante que debe ser para un soñador, un poeta o un artista querer dedicarse, como oficio, a soñar, crear poesía o crear arte. “Mamá, quiero ser artista”, es una frase que encierra un futuro poco prometedor para la mayoría. No deja de ser curioso que aquello que nos diferencia del resto de animales, sea lo que menos reputación y prestigio tenga entre nosotros. Esa parte de ensoñación humana, esa parte de mente abstracta desarrollada que es capaz de crear mundos, mejoras técnicas, desarrollar herramientas útiles y crear maravillas, sea lo más denostado de todo. El amor, la poesía, el arte, la belleza, no es algo que esté muy de moda en nuestros tiempos materialistas.

El mundo no podría existir tal y como lo conocemos si no fuera por los soñadores, poetas y artistas. Un pintor no es menos útil que un albañil. Ambos construyen hogar, y ambos construyen mundos posibles. Un poeta debería tener capacidad de poder alimentar su estómago con versos, y la humanidad tener esa sensibilidad para poder sostenerlo. Y los soñadores deberían ser la avanzadilla de nuestro mundo, porque son ellos los que imaginan el futuro e incitan a hacerlo realidad.

Recuerdo que en el proyecto utópico teníamos unas tres o cuatro horas de actividad común. Era nuestra forma de mantener un cierto “karma-yoga”, un momento de acción después de la meditación, los estiramientos y el canto. Había una joven que nunca quería participar de la huerta o la recogida de leña o los trabajos más rudos. Ella era poeta, bailarina, artista, soñadora. Se pasaba todas las mañanas deambulando, recogiendo flores y adornando los lugares. Al principio nos costó aceptarla, incluso a nosotros, que íbamos de posmodernos. Pero alguien nos señaló con justicia poética que la forma de colaborar de aquella persona era con sus cantos, sus bailes y su poesía. Ese era su “karma-yoga”. Aquello fue muy revelador para todos, especialmente cuando las aparentes prioridades, y diría que las urgencias, eran otras.

Pero las urgencias materiales no podrían existir si no hubiera soñadores que pusieran en marcha nuevos ideales. Leía el otro día en una noticia económica que las palancas de crecimiento empresarial están creciendo gracias al aumento de la población mundial, a la mayor expectativa de vida y al crecimiento de las clases medias. En otra parte leía que durante la siguiente etapa del desarrollo evolutivo no se recalcará tanto el desarrollo de la mente como la utilización de la mente concreta y la facultad adquirida para desarrollar los poderes del pensamiento abstracto. Esos poderes del pensamiento abstracto es lo que empuja a la humanidad a su desarrollo material, pero también, por así decirlo, espiritual.

El otro día fuimos a ver una preciosa finca aquí en la sierra oeste. Mientras paseábamos entre arroyos y caballos, imaginaba y soñaba con todo lo que se podía hacer allí. Recordaba con tristeza todo lo que hicimos en el anterior proyecto y todo lo que quedó por hacer debido al cansancio y la falta de recursos. Todo aquello fue un sueño, un empujón abstracto de las directrices que seguramente se afianzarán en cuatro o cinco siglos en la humanidad. Fue una guía para soñadores, poetas y artistas. Soñaba con ello mientras me daba cuenta de que estaba a años luz de poder materializar algo similar. Este tipo de proyectos encienden la imaginación humana y sirven para despertar la mente abstracta en muchos individuos inteligentes y, por eso, lo celebrábamos como un avance en la evolución de la conciencia humana. Pero pocos entienden su funcionalidad o necesidad de existencia. Quizás el «pensador evolucionado», el sensitivo altamente entrenado.

Pensaba, más allá de la ensoñación, en cómo podría mejorar nuestra empresa, cuánto más deberíamos vender para poder sostener un emprendimiento ético e inspirador de esas características, que acompañara a eso que ahora llaman “responsabilidad social corporativa”. Hemos conseguido avances significativos a nivel interno, como editar nuestros libros en papel reciclado, sostener nuestras instalaciones con placas solares y comprometernos con la movilidad cien por cien eléctrica para que nuestros envíos y viajes editoriales sean lo más ecológicos posibles. Pero para un soñador, un poeta y un artista, todo eso no es suficiente.

Dicen que Aries es el lugar de nacimiento de las ideas, y la clave del éxito reside en su nota clave: Surjo, y desde el plano de la mente, rijo. Quizás este sea el medio para convertir el sentido de los sueños en la experiencia de un movimiento real y activo.

Desapego y renuncia a los frutos de la acción


Interésate solamente por el acto, pero jamás por sus frutos; no actúes en vista de los frutos de tus actos; no te apegues a la inacción”. (Bhagavad-Gītā)

En la tradición oriental es muy importante la práctica del desapego. Desapego y renuncia a los frutos de la acción forman parte de un gran conocimiento arcaico que invade la vida de cualquiera que aspire a cierta sabiduría. Estos días en los que la primavera avanza rápido para abrazar nuestro nuevo día, me llegaban voces que insistían en la necesidad de un nuevo reencuentro en alguna parte, en algún lugar, con tal de encender de nuevo la llama de la comunión, de la común unidad, de la utopía. Resulta curioso pensar que cuando teníamos ese tesoro oculto allí entre los bosques, el aprecio era el necesario para ir sobreviviendo colectivamente. Cuando ese lugar desapareció, dejó un gran vacío en muchas personas.

En estos meses he intentado hacer un gran ejercicio de desapego y renuncia, pero admito que aquel lugar, a pesar de su extrema dureza, era un lugar necesario. Me percataba hoy cuando un buen amigo me llamaba y reclamaba “volver a la tribu”. Utilizó esas palabras porque supongo que no encontró algo más definido. Se hacía vocero de otras voces que compartían el mismo anhelo, la misma necesidad, un lugar como aquel que construimos con nuestras manos y corazones donde el ser humano, más allá de las pantallas posmodernas y del individualismo egoísta de nuestros días, pudiera abrazarse tras una sesión de meditación y yoga. Esa necesidad de contacto ante una realidad asfixiante se perdió, y ahora se reclama.

Me da miedo pensar en una segunda parte, al mismo tiempo que me da miedo pensar en toda la energía que habría que desarrollar para poder llevarla a cabo. Mañana iremos a ver una finca de mucha tierra después de haber descartado una docena de ellas por falta de, llamémosle así, “fuerza”. Es verdad que la de mañana es más asequible, pero aún muy lejos de poder ser ni siquiera un ápice lo que alguna vez fue. En estos momentos la «fuerza» está a años luz de la posibilidad.

Interiormente me planteaba que sería posible volver a intentarlo, pero esta vez desde una posición más privilegiada y desapegada. Es decir, no me importaría crear de nuevo un proyecto utópico y dar el noventa por ciento de mis recursos si con ese diez por ciento restante pudiera vivir dignamente. No quisiera repetir el cansancio y agotamiento que sufrí en la anterior década dando todo lo que tenía, incluso aquello que no tenía (y que aún ando devolviendo), con tal de mantener viva la llama.

Creo sinceramente que la utopía sigue siendo necesaria. Ya no me importa la idea de que unos pocos se enfaden o no estén de acuerdo en cosas tan banales como si en el desayuno hay o no aguacates, por decir algo. La experiencia debe servir para algo, y sobre todo, debe servir para emprender aventuras que puedan ser sostenibles en el tiempo.

La ilusión y la exploración siempre quedarán. Prueba de ello es la excursión de mañana. Pero también existe un gran desapego y una gran renuncia. Es cierto que cuando se tiene cierta sensibilidad, uno no puede quedarse mirando de brazos cruzados mientras el mundo se derrumba. Nace la urgencia del actuar, aunque sea en base a no esperar obtener ningún resultado de los frutos de la acción.

Quedarse en casa viendo pasar la vida está bien, sirve para descansar y tener esa cierta e ilusoria sensación de seguridad. Pero el mundo gira, la vida pasa y la necesidad mundial requiere de manos voluntariosas que puedan hacer algo, aunque sea poco. Y también de recursos. Inevitablemente. Cuando el mundo termine, nuestro pequeño mundo, al menos marcharnos de aquí con esa sensación de haber cumplido con nuestra parte. Más allá de palabras bonitas, el mundo requiere de Acción, y pequeñas acciones de cada uno de nosotros.

La brevedad de la vida ante los malgastadores de tiempo


 

«No recibimos una vida breve, sino que la hacemos breve. No somos pobres, sino malgastadores». Séneca, La brevedad de la vida.

La crisis de los cincuenta es hermosa, porque es una especie de balance entre la vida activa de los primeros cincuenta años, a modo de recapitulación, y una breve síntesis programática de lo que algunos llaman la época decadente, o eso que otros dan por llamar los últimos años de vida útil. Es un balance extremo, porque a ciertas edades nos percatamos que la oscura “parca” está cada vez más cercana, y aún, a pesar de las súplicas y tentaciones, no hemos aclarado del todo como transcurre nuestro final.

Modular de forma tranquila esa sensación de finitud y futilidad es complejo. Por un lado, a la desesperada y siempre en bajini, pensamos en la vida eterna. Ahí pecamos de cierta ingenuidad porque si algo sobrevive al final de todo el proceso no seremos nosotros, sino alguna parte esencial de nosotros, eso que algunos llaman el átomo simiente, el alma lo más atrevidos y el espíritu los más allegados, nombres que para nada terminan de explicar el gran misterio de la vida y la muerte.

Sea como sea, nuestro cuerpo, o nuestros cuerpos, desaparecerán en breve, y de ahí la urgencia de aferrarnos al poco tiempo que nos quede. Al menos para vivirlo con cierta intensidad, calidad, calidez y candidez. De alguna manera entiendo el vértigo de la edad. Cumplir cincuenta, sesenta, setenta u ochenta no es lo mismo. Al final de los días uno debe pensar de qué manera puede dejar un buen legado a los demás. La mayoría se conformará con dejar un buen legado a sus hijos, aunque hayan salido ranas. Otros conformarán su legado en algo más intangible, pero quizás más útil para la humanidad.

La vida es breve, y si tuviéramos un temporizador, una especie de cuenta atrás que nos señalara exactamente los segundos que nos restan de existencia, quizás pasaríamos menos tiempo haciendo cosas para entretenernos de esa inevitable cuenta atrás. En verdad Séneca tenía mucha razón en eso: somos malgastadores de tiempo. Malgastamos tiempo en discusiones, en maltratarnos a nosotros y a nuestro entorno, en veladas ocultas al son de cualquier música, en esa industria que llaman del entretenimiento y que nos aturde, sin espacio apenas para la crítica, la lógica, el pensamiento, la filosofía, la poesía, la música, la expansión espiritual de nuestras vidas o simplemente, sin tiempo para hacer el bien. Nos distraen para no someternos a la realidad, llamada por algunos verdad, de que vamos a morir.

Suena fuerte cuando lo dices en voz alta, pero no hay mayor realidad y verdad que esa. Y quizás, junto al nacimiento, sea la más universal de todas. No somos pobres, sino malgastadores. Por eso el procrastinar está castigado con segundos de tiempo que ya no volverán. Dentro de la vida plácida y tranquila subyace un terrible castigo: la finitud.

Cuando de alguna manera despertamos a la vida, perdón, quería decir a la Vida, nos corroe por dentro esa urgencia del actuar, de hacer mil cosas que puedan ser útiles para nosotros y para los demás. El tiempo apremia para aquellos decididos a experimentar la consciencia del servicio, del derrame de experiencias para engordar la cuenta existencial basada en la alegría y la fragmentación de la posibilidad. Uno se hace rey de su tiempo, y deja de ser un pobre de espíritu, cuando comprende que las matemáticas exactas promueven no una eternidad, sino una cuenta finita de resultados.

Vivir, de alguna manera, es actuar, y vivir la vida amplia es actuar con urgencia, especialmente en estos tiempos en los que un loco de atar amenaza con terminar con la civilización a golpe de botón nuclear. No me imagino que podré hacer en los próximos años de vida útil. Pero me gustaría enfocarlos a integrar las filas de esos que se alzan a las montañas madres para hacer la propia revolución pertinente. La revolución de las masas, la revolución silenciosa de nuestro tiempo. Mientras tanto, los malgastadores de tiempo seguirán perdiendo vida, mucha vida, que ya no volverá.

Sereno y pausado, esto pienso, mientras miro los árboles agitados por el fuerte viento y experimento la sensación marchita de que todo se acaba.

Predicción de series temporales


Tendemos a pensar que somos como algoritmos lineales que viven en una frecuencia temporal determinada, aislada y propensa a la finitud. El paradigma de pensar que vivimos en una especie de red neuronal interconectado debería ayudarnos a enfrentarnos a la vida de forma diferente. Podríamos decir que en ese instante de cambio, empezaríamos a hablar de Vida, en mayúsculas, como algo que nos trasciende y como algo de lo que somos partícipes. Algo muy parecido a lo que puede ocurrir en un sistema neuronal. Una neurona aislada carece de sentido, pero sus interconexiones con otras producen la magia de la comunicación, de la atracción, de la asimilación, del corriente de flujo de vida constante.

En verdad, aunque aún de una manera simple e inconsciente, el ser humano vive de señales que se envían unos a otros, de marcadores que nos conectan, directamente los unos con los otros. Por la mañana, por decir algo, nos duchamos, desayunamos y nos preparamos para la jornada. Todas esas funciones no serían posible sin la intervención directa o indirecta de otros seres que nos ayudan en nuestro devenir diario. Es cierto que en nuestro proceso evolutivo actual, ese desarrollo se realiza de forma inconsciente y egoísta. Pero el hecho de que podamos desayunar todos los días requiere de una compleja red de cooperación para que nuestra tostada salga caliente y pueda ser untada con mantequilla y mermelada cada día de nuestras vidas.

Esa cooperación es inevitable, y está fundamentada en el egoísmo y el intercambio. Pero en un futuro se hará consciente y estará fundamentada en la generosidad, el compromiso y la responsabilidad individual y grupal. Todo fenómeno que acontece en nuestro día a día, desde el más simple al más complejo gesto, requiere de una colaboración mutua. Ir a un hospital cuando nos encontramos mal es una muestra de todo lo que se moviliza a nivel grupal para poder ser atendidos y protegidos. Encontrar un hogar, un trabajo o comprar un vehículo requiere de la intervención de cientos de mecanismos, personas y procesos que se activan para que cada cual, desde su propia circunstancia, pueda acceder a ese deseo.

Podemos predecir esas series temporales de hechos y relaciones, pero podemos, en una mayor consciencia, interpretar lo que subyace detrás de cada hecho, y agradecer todo lo que ocurre a nuestro alrededor para que la Vida continúe. Tener esa visión amplia nos ayuda a desentrañar ciertos misterios vitales, y de paso, ser partícipes de los mismos con cierta consciencia de agradecimiento, respeto y amabilidad.

El otro día estuve en un encuentro en el que participaban una cincuentena de activistas y voluntarios que de forma generosa se iban a implicar en la mejora de la enseñanza pública de la ciudad. Era emocionante ver como esas cincuenta personas participaban responsablemente en unas tareas que pretendían profundizar en la igualdad y la solidaridad en la educación. De alguna forma, había un eslabón superior que les dotaba de una visión de grupo y de mejora no solo individual, sino también colectiva. Se puede decir que en esas personas está naciendo la semilla de un orden mayor, de una voluntad más profunda y una visión más amplia que desea engendrar la semilla de la generosidad. De alguna manera, los modelos de predicción de series temporales nos ayudan a mejorar como seres humanos, ampliando, gracias al aprendizaje colectivo, nuestro desarrollo y potencialidad, extendiendo «el ojo de la mente» hacia una noogénesis aún más profunda.

Al igual que una neurona aislada carece de sentido, un ser humano aislado carece de sentido. El apoyo mutuo y la cooperación neuronal es un claro ejemplo de la expresión universal de la vida. Eso que llamamos Amor, no es posible si no hay relación con el todo circundante. Así que de alguna forma somos como neuronas de un gran ser llamado Tierra, y cuando tengamos consciencia de eso, y de que el propio Universo es una gran red neuronal que aprende y se expande y evoluciona y se llena de Vida, empezaremos a ser mensajeros de una realidad mayor, de esa cosa que los antiguos llamaban «divinidad» y los modernos algo así como «noosfera».

Vitriol


Me alegró mucho ver que el trabajo académico diera algún pequeño fruto, o inspiración para otros. Tantos años de esfuerzo para luego pretender que alguien se fije en tu investigación y te citen en la suya. Gracias Pedro por las siete citas de tu excelente trabajo. En el fondo, el mundo académico se resume en eso. Cuánto más eres citado, más prestigio tienes. Y para ser citado, tienes a su vez que escribir docenas de artículos académicos que serán publicados, previo pago, en revistas científicas con mayor factor de impacto, reconocidas con el distintivo de JCR, el Journal of Citation Reports.

Las editoriales también tenemos algo parecido llamado SPI, el Scholarly Publishers Indicators. Siempre soñé que uno de nuestros sellos, Dharana, que se dedica a editar estudios académicos y libros de ensayo, pudiera acceder al SPI, pero me doy cuenta de que los sueños cuestan mucho dinero, tiempo y recursos, y que todo tesón requiere precisamente de eso, de dharana, de concentración.

Así que, para desahogar mi frustración académica, esa que interrumpí, a pesar de sacar con cierto éxito el doctorado, para dedicarme al mundo editorial y a las utopías, fui al encuentro mensual de artistas, académicos y poetas que se realiza en la Iglesia de Santa Teresa, en el número trece de la plaza de España. Fue muy emocionante reencontrarme de nuevo en ese lugar después de casi diez años sin asistir. Abracé con fuerza a su fundador y director de ceremonias, el cual conocí en un contubernio que se organizó hace casi quince años en la montaña mágica de Montserrat. ¡Ay qué tiempos aquellos! También abracé con fuerza a amigos que seguían fieles al encuentro, con sus cantos, sus poesías, sus reflexiones. Amigos que me acompañaron en la utopía ocousera y que sueñan con revivir aquel mito como algo tangible. Me sorprendió ver allí a dos tertulianas famosas que viven de lo epidérmico de la sociedad recitando poemas y escuchando con atención a artistas de prestigio, profesores de universidad y masones que no hacen ascos a la cruz y la sotana. Qué contrastes más extraños puede uno ver en esos lugares de encuentro.

El lugar, semblante de la cueva original, de lo subterráneo, de la oscuridad necesaria para que germine la semilla del alma, estaba lleno de mística, de símbolos, de rituales, de espacios sagrados, de un intento por retomar la llama de algo que vemos como se está perdiendo. Diría que un intento desesperado en este mundo cada vez más desacralizado, profano y secularizado. Allí dentro, con el permiso de los carmelitas descalzos que nos acogían en el templo, se recitaba con música de órgano el padre nuestro en arameo, o la gran invocación o el non nobis templario. Tanto monta con tal de abrazar lo religioso, lo místico, lo transpersonal, lo supremo, lo esencial, lo prístino, lo sagrado. Dicho de otra manera, ahí dentro, la mente concreta intentaba abrazar a la mente abstracta, esa que nos lleva a imaginar mundos posibles, lejos de la nefasta contemporaneidad de nuestro siglo plagada de reguetón, centros comerciales y eso que llaman el mundo del “entretenimiento”. El alma manifestándose con su aullido desesperado.

Y precisamente en ese abrazo desesperado uno intenta alejarse de esa superficialidad, de ese entretenimiento que nos mantiene en la deriva de la inconsciencia, de la sumisión, del contrabando con nuestras vidas, del supuesto logro social a cambio de la epidérmica satisfacción de estar bien. Qué nefasto engaño para el alma y sus propósitos. Estar entretenido, distraído, para no pensar, para no creer, para no expandirnos como seres completos.

Echo de menos el mundo académico porque te hace pensar y posicionarte críticamente ante una sociedad depravada, perdida y obtusa. Echo de menos el mundo espiritual porque te hace expandir el pensamiento hacia universos incognoscibles, los cuales te llevan inevitablemente a actuar contra la injusticia, hacia la verdad y enfrentarte directamente contra las causas de todo mal. Y en un mundo enfermo como el nuestro, por mucho que intentemos maquillarlo, hace falta acción, sentido de la responsabilidad y compromiso con esa verdad superior que tenemos abandonada.

Echo tanto de menos esas cosas, que ayer me vi rehabilitando un antiguo gallinero para convertirlo provisionalmente en un lugar de meditación y oración. Ese es el nivel a falta de nuestra añorada ermita: Vitriol. Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem: Visita El Interior De La Tierra, Rectificando Encontrarás La Piedra Escondida. En esas andamos.

Luz en el Sendero


 

Nos acaba de llegar desde la imprenta la segunda edición de Luz en el Sendero, de Mabel Collins, un libro imprescindible para aquellos que empiezan a experimentar un cambio interior y desean una cierta guía, mística o espiritual, para enfocar sus primeros pasos.

Esta segunda edición ha sido traducida de nuevo gracias a la colaboración desinteresada de una estudiante de la sabiduría perenne. Le hemos puesto mucho empeño y quizás sea una de las mejores ediciones que existen de este libro tan recomendable en lengua castellana.

Luz en el Sendero es una pequeña guía que pretende empujarnos con suavidad hacia lo que en cierta mística se denomina “el Sendero”, esa vía transitable que nos lleva desde la oscuridad, a la luz. La luz es una alegoría, como la de la caverna de Platón, que pretende indicarnos una visión mayor sobre la Realidad en la que vivimos, alejándonos de la ignorancia y la ceguera, la oscuridad y el egoísmo, la avaricia y la violencia. Entender el mundo desde una perspectiva más amplia solo es posible si hollamos ese sendero, el sendero de la luz, del conocimiento, de la praxis, de la experimentación de las verdades interiores reflejadas para los que ven, en las realidades exteriores, una senda de paz, inofensividad, amabilidad y generosidad.

Al igual que en la evolución natural existen diferentes visiones, por ejemplo, entre la mosca del vinagre y cualquier animal de compañía, por ejemplo, un gato o un perro, a nivel humano ocurre lo mismo. Hay un sinnúmero de sendas que pueden ser holladas, hasta llegar a la cúspide de aquellas que nos acercan a cierta verdad, normalmente ignorada por la mayoría, tan afanada en la supervivencia y el interés egoísta.

Es evidente que el ser humano no solo es un ser pensante y sintiente, un sentipiensa, sino que además tiene capacidad de crear, de visionar, de imaginar, de potenciar la vida y las cosas bellas en nuestro planeta. Esa es principalmente la diferencia entre un homo-animal que aún se rige por sus partes más instintivas (hambre, protección, guerra, procreación, violencia, seguridad…) y una persona que emprende otro tipo de empresas más creativas, amables y alegres, que tanto tienen que ver con esa luz en el sendero. Los peregrinos de toda vía espiritual, sea la que sea, vislumbrarán esa pequeña antorcha, esa pequeña luz al final de un largo camino. Una vez alcanzada, se convertirán en tejedores de la luz, cocreadores con la inmensidad.

Todos los seres humanos estamos destinados a emprender esa senda. De alejarnos de nuestra parte más instintiva y abrazar la senda de la intuición, de la visión cósmica de nuestra existencia, de la paz interior y la inofensividad exterior. Empezando por las cosas más próximas y básicas de nuestra existencia, por ejemplo, aplicando inofensividad a nuestra comida, nuestras relaciones cotidianas, nuestras metas, y codiciando solo aquello que pueda ser útil para el conjunto de la humanidad. Si hacemos de nuestro día a día, de nuestra cotidianidad, algo irrepetible y sagrado, estaremos empezando a sembrar las semillas de esa maravillosa luz.

Podéis conseguir esta exquisitez en este enlace:

https://editorialnous.dharana.org/libros/luz-en-el-sendero/

Si por motivos económicos no podéis adquirirlo, por favor, escribir a javier@dharana.org y estaré encantado de poder haceros llegar alguno. Todo sea para que la luz brille en la caverna de nuestros corazones.

Si pertenecéis a algún grupo de meditación o de cualquier otro tipo de buscadores, y deseáis estudiar conjuntamente este librito, escribirnos a editorial@dharana.org y estaremos encantados de ayudaros.

Volver a Dios, volver a lo sagrado


Celebración de Imbolc en el hermoso ashram de San Martín de Valdeiglesias

Estos días tuve la suerte de estar bien acompañado. Empecé la semana con una clase de yoga que me reconectó con aquellas prácticas matutinas y vespertinas que hacíamos allá en los bosques. Aquí donde ahora vivo hay una actividad enorme de personas que, especialmente en la pandemia, decidieron venir a vivir un poco lejos de la ciudad, rodeados de naturaleza, experimentando un tipo de vida algo más alternativa y alejados de los que algunos ya consideran las “ciudades-prisión”.

Al día siguiente tuve la oportunidad de comer con uno de los promotores y maestros de los centros de yoga Sivananda, recordando con ello su hermoso lema: “Sirve, ama, da, purifica, medita, realízate”. Compartíamos amistad atendiendo al principio necesario de que el ser humano solo es completo gracias al «otro». Dicen los místicos que esto es algo que se descubre con la tercera iniciación, tras traspasar los límites del yo y observar con asombro que ese pequeño «yo» no existe.

Al día siguiente tuvimos la suerte de disfrutar del padre Laurence Freeman, presidente de la Comunidad mundial para la meditación cristiana, en la universidad de Comillas cuyo salón de actos estaba precedido por su hermoso lema: “compromiso, co-razón, comunidad”. Claro que sí, “somos personas, queremos ser personas”. Es hermoso como Occidente, al menos una parte de la religión cristiana, cuando se mira al espejo de Oriente y adopta terminologías y prácticas de Oriente como la “meditación”, de alguna manera está reconectando con sus principios, con su esencia, con aquello que hacían y practicaban los padres del desierto y que ahora, de alguna manera, se ha perdido.

Las tres dimensiones de la religión de las que nos habló Freeman, la institucional, el estudio y la mística deben reorganizarse de nuevo para que en un mundo tan superficial como el nuestro, la mística cobre un nuevo sentido, una nueva dimensión. El pesimismo cultural y espiritual requiere de un cambio profundo de perspectiva, de paradigma, de visión. La esencia de la humanidad son las relaciones, “amor es relación”, como compartía con el amigo Ramiro Calle, y debemos volver a ello. Este mundo individualista y egoísta en el que nos movemos, donde lo importante es el “yo”, olvidando el “nosotros” por completo, debe revertirse. Y para ello, la espiritualidad, la mística compartida, el compromiso, el corazón y la comunidad, jugarán un papel importante en el futuro. El propósito de la humanidad es divinizarnos, nos decía Freeman, y eso solo es posible mediante el otro.

Al día siguiente tuve una anécdota muy divertida. Recibí la invitación de una fundación para asistir a un evento privado. Por un momento creí que se trataba de la fundación de una amiga, Mirta, y pensé que sería buena excusa para ir a saludarla. Llegué hasta el lugar, un edificio señorial en la Castellana, donde nos recibió el servicio de la casa y nos llevó a uno de sus grandes salones. Alguien me preguntó cómo había conocido el lugar y dije con toda la calma del mundo que gracias a Mirta, mi amiga. La persona que me preguntó afirmó con alegría que ella también conocía el lugar por Mirta. Ambos nos alegramos hasta que llegaron los anfitriones de la casa, un conocido economista con puestos directivos en el Banco Mundial y el FMI y su esposa, de nombre Mirta. Pero esta Mirta no era mi Mirta, así que cuando conté en el ágape la anécdota, todos reíamos por las casualidades. Las mismas que me llevaron hasta allí de casualidad y descubrir que ese importante economista de prestigio mundial que nos recibía a un reducido grupo de privilegiadas personas practica la fe bahá’í, la misma que había conocido hacía años en Barcelona y la misma que fui a visitar en Israel hace un tiempo. Y en ese lugar, desde las élites, se hablaba de cambiar el mundo, de crear un mundo mejor, y también, por qué no decirlo, más espiritual.

Al día siguiente asistí a un encuentro del amigo Emilio Carrillo con el que escribí el libro “La Gestión del Misterio”. Tuve la suerte de sentarme junto a Enrique de Vicente, con el cual participé en uno de los encuentros Eleusinos (el XXX)  que nuestro amigo común, Sánchez Dragó, organizó hace unos años en Segovia. Compartimos cartel, yo hablando sobre utopías y él sobre pandemia. Tuvimos tiempo de recordar viejos tiempos y viejos amigos comunes, sobre todo y con especial cariño al no tan conocido ufólogo Ignacio Darnaude, Chachi para los amigos, el cual conocí a los quince años de edad, cuando era un criajo y empezaba a interesarme por los hermanos del cosmos, los elohim, esos que con diferentes nombres, casi todas las tradiciones describen como nuestros creadores, nuestros dioses. Emilio expuso como siempre majestuosamente su charla, y de todo ello, me quedé con una pequeña frase: la necesidad de volver a Dios.

Y eso hice ayer mismo, en un pequeño Asrham que la GFU tiene aquí cerca, asistiendo a un ritual de celebración de Imbolc, y de paso saludar a uno de sus más antiguos ancianos, José Luis, el cual conocí allá por el año 2005, cuando de repente desperté al “nosotros” después de muchos años de voluntaria travesía en el desierto. Fue en esos años cuando me encontré con lo “grupal”, con cierta comunidad espiritual que, cada uno a su manera, deseaba alejarse de las raíces de la desconexión con Dios, con lo sagrado del ser humano, con esa ciega secularización racional que tanto nos aleja de nosotros mismos, pero, sobre todo, de nuestra esencia real.

¡Ay cuantas cosas se han despertado en mí en este pequeño maratón espiritual! ¡Cuántos anhelos! ¡Cuantos deseos de volver a esa pequeña cabaña en el bosque y abrir un lugar para que todos, de alguna manera, puedan disfrutar del “nosotros”, de lo sagrado, de la meditación, el estudio y el servicio que allí se ofrecía! ¡Ay si yo fuera rico, cuantas cosas obraría!

La agitada vida de volver a la ciudad


 

Volver a la vida cotidiana supone un esfuerzo aparente por mostrarse amable, acudir a las llamadas que se propongan y estar a la altura de todo cuanto ocurra a nuestro alrededor. No recordaba la exigencia que suponía vivir cerca de la gran ciudad, y todos aquellos acontecimientos y eventos que pueden surgir a cada instante. En el fondo no me quejo, porque después de diez años encerrado en una cabaña sin apenas ningún tipo de actividad más allá de las organizadas desde nuestra fundación y nuestro proyecto, el estar en esta situación inversa supone un gran reto y de paso, un gran cambio de aires lleno de estímulos y promesas.

Esta semana está plagada de acontecimientos. Me ha recordado a mis tiempos de embajador consorte, donde cada día y a veces a cada instante, había algún tipo de sarao que atender, alguna reunión, algún evento, fiesta, compromiso, coloquio, conferencia que dar o recibir, presentación, cena, comida, desayuno, meriendas. Un sinfín de cosas que la gran ciudad ofrece para aquellos avispados que la quieran disfrutar. También a mis tiempos de editor paracaidista donde todo valía con tal de vender más y más.

Mi semana empezó el domingo viendo a viejos amigos que de alguna manera empezaron el proyecto gallego. Fue muy emotivo y surgía de nuevo la idea de recolectar toda ese ingente potencial humano que participó del mismo para crear algo nuevo. Me emocioné con la idea y pensaba que el humilde proyecto que ahora pretendemos crear realmente se quedaría pequeño si quisiéramos albergar toda la magnitud que llegamos a crear en el norte. Estuve estos días mirando y pensando cómo hacerlo, y hoy saltó la alarma de una gran finca que venden justo por aquí cerca por el módico precio de dos millones de euros. Enseguida se me fue la imaginación con la posibilidad de poder adquirirla y continuar con el proyecto de la Escuela Internacional de Dones y Talentos, la cual quedó a medias, y también con el proyecto de la Escuela de Meditación, Estudio y Servicio, la cual empezó, pero nunca se desarrolló en toda su magnitud. El alma, o la cabra, como dice el refranero popular, siempre tira al monte. Y como el soñar es gratis, ahí quedó el sueño, sin saber de qué manera podría movilizar de nuevo a medio mundo para lograr, ahora sí, terminar lo empezado.

Después de haber engordado casi veinte kilos en estos últimos meses, ayer empecé mi primera clase de yoga después de mucho tiempo sin saludos al sol, sin yama ni niyama, sin todo aquello que resulta ser la base de cualquier yogui vestido de modernidad. Después de casi diez años viviendo una vida plenamente yóguica, con nuestro raja yoga, nuestro bhakti yoga, nuestro hatha yoga, nuestro jñāna y nuestro karma yoga acompañado de tanta y tanta renuncia, la sesión de ayer se me quedó muy pequeña. Me sentí completamente alejado de todo aquello que me impulsó durante años, y me agarré como una tabla de náufrago a esa especie de imitación epidérmica que pretendía en menos de una hora, condensar todo aquello por lo que habíamos trabajado. Fue una sensación horrible el enfrentarme a mi cuerpo amorfo, a mi mente atrofiada y mi ser alejado de casi todo. Sin embargo, suspiré profundamente, me agarré a esa tabla y sentí el anhelo profundo. No se puede, sin pagar un precio a veces excesivamente caro, abandonar el camino del corazón. Las crisis del alma en el camino del tejedor siempre son inevitables.

Hoy me levanté con la buena noticia de que me empezaban a dar actividad en el mundo político. Otro mundo que también añoraba y que durante diez años abandoné. Después de mi intenso activismo pasado, volvía de nuevo a la palestra. El encargo de momento era fácil, ser el representante político de una institución educativa en el barrio de Embajadores. Es una forma de empezar, de meter la patita en una actividad que debería ser sacra y santa y que se ha convertido en prosaica y maliciosa. El secretario de organización me llamó para darme la buena nueva mientras conducía a la feria de Genera, donde quería impregnarme de los avances en tecnologías ecológicas y alternativas. Disfruté muy poco tiempo, viendo a las grandes empresas chinas y turcas intentando competir con pequeñas empresas españolas, pero suficiente para darme cuenta de todo lo que había cambiado el panorama de las energías renovables. Increíble, que diría aquel.

Había quedado a comer con un viejo amigo, un empresario por la mañana y profesor de yoga por la tarde. Quedamos en el que hasta hace muy poco había sido su gran hotel, y desde allí recordamos viejos tiempos. Qué sincronía más integrativa y apropiada. Hablamos de yoga, de lo profano y lo sagrado entre risas y anécdotas, del mundo de la empresa y del mundo del espíritu, como si de alguna manera, en ese extraño camino del medio, todo se pudiera conjugar armoniosamente. Esa moda de consagrar lo profano, o de hacer milagrosa la vida cotidiana. El sagrado cotidiano, que le llaman. Es bella la amistad cuando no pide ni exige nada, sino que se limita a compartir, aunque sea esa frase tan elocuente que termina siempre diciendo: “cómo pasa el tiempo”. Qué buena señal cuando el tiempo pasa y la amistad resiste a todos sus avatares. Qué afortunados los que pueden decir eso.

Y así, hasta el próximo domingo, la agenda llena de compromisos y eventos. Reuniones en cámara de en medio, la invitación de una fundación para no sé sabe qué, el encuentro mañana con Freeman, otro con Emilio Carrillo y cerrando la semana con la celebración de Imbolc que realizará la GFU en un bello asrham que frecuentaba en mis tiempos más mozos. Así es la vida en la ciudad, llena de estímulos, llena de recuerdos, pero también, fuente de inspiración para adentrarnos en los anhelos más profundos de nuestra alma, aunque sea desde la vida cotidiana y su sagrado estímulo.